UN BARRIO CON MEMORIA


Por Lara Collante //



La última dictadura intentó borrar todo rastro de organización en el Complejo 17 de Ciudad Evita pero, 40 años después, los vecinos reconocen el trabajo de dos médicos sanitaristas


El Complejo 17 de los monoblocks de Ciudad Evita nació – al igual que el resto de los complejos- como parte de un plan de erradicación de villas de emergencias de Onganía. A los beneficiarios del programa se los hacía peregrinar, antes de la adjudicación, por barrios transitorios. Parte de ellos fueron San Petersburgo, Puerta de Hierro y 17 de Marzo, desde los cuales se tenía una vista privilegiada del abandono: las obras no avanzaban y las villas no se urbanizaban.


Esos barrios fueron la cuna de los “sin techos”, que no peleaban solo por el derecho a la vivienda, porque su visión integral también abarcaba a la educación y la salud. Contaban con el apoyo de los curas tercermundistas, el movimiento obrero y un grupo de sanitaristas. Con Lunusse en la presidencia llegó el rumor de que los departamentos se iban a adjudicar a los militares del regimiento III de La Tablada; y comenzó a gestarse una idea: la toma masiva.


—Ahí se ve el poder de los cambios sociales; ellos dieron una verdadera batalla cultural para pasar de concebir a la toma de esos departamentos no ya como una usurpación, lo que sería un delito, sino como un derecho. Todas las familias estaban convencidas de eso —rememora hoy Norberto Liwski, sanitarista social, convertido en referente del barrio.


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En 1972, con la organización fortalecida, cinco mil familias iniciaron el éxodo del barrio transitorio hacia el Complejo 17. Hombres, mujeres y niños llegaron a aquellas viviendas sin agua, luz, gas ni vidrios en las ventanas y tampoco puertas. Edificios enteros, con un único baño que no era más que una letrina comunitaria en la planta baja.


Entre esas familias estaba la de Susana, Susi, una de las impulsoras del proyecto “Mi barrio en el mapa” que dio nombre a las calles del Complejo en 2018.


—Yo me acuerdo muy bien que mi papá no quería venir, mi mamá lo convenció. Estábamos acostadas cuando él llegó de trabajar. Ya le teníamos preparado el bolso. Me acuerdo muy bien las palabras que le dijo: todos tenemos derecho a vivir mejor, no quiero que mis hijas se la pasen arriba de una mesa cada vez que llueve. 


En esos días, Susi era apenas una preadolescente testigo de un gesto deliberado de los adultos: uno de los departamentos vacíos había sido “reservado” para el doctor Liwski, su esposa y su hija. Ellos aceptaron de inmediato. Sabían que estaban convirtiendo su nuevo hogar en una guardia 24/7. Y les entusiasmó la idea. 


Con el tiempo, los vecinos fueron mejorando la forma de organizar y gestionar. Tenían una Junta Vecinal presidida por un comité elegido democráticamente, delegados “por escaleras” y delegadas de salud en todos los edificios. Se capacitaron para tramitar la reanudación de las obras y lo lograron. Recaudaban fondos con festivales muy concurridos y con visitas estelares, como la noche en que Charly García tocó en la plaza. Y las madres del barrio seguían formándose en atención primaria de salud y ayudaban en la salita.


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Jorge Heuman, que como Norberto se dedicó a la medicina social, conoció el barrio y a los miembros de la Junta Vecinal Provisoria recién en 1975. Varias cosas habían cambiado desde el inicio de ese movimiento: la democracia y Perón habían vuelto al país. 

El joven doctor, algo petiso y de cabellera explosiva, que le valió el apodo “Rulo”, supo que para formarse no solo hacen falta títulos colgados en la pared. En la salita del barrio todos los saberes eran válidos. Ese intercambio entre profesionales y vecinos logró, por ejemplo, que el 95% de los chicos fueran vacunados y convertir al Complejo 17 en el lugar con la menor mortalidad infantil del distrito. 

—Doctor, yo sé cómo hacer para que los chicos no lloren en la vacunación.                           —¿Cómo? Los chicos lloran porque los vacunan.                                                                                              —No, no siempre, ¿me deja?

La mujer llevó una bolsa de caramelos que le había regalado el quiosquero. Cuando el niño en cuestión abría la boca para lanzar un quejido ¡zas! un caramelo devenido en chupete. Y no hubo más llantos.

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El 24 de marzo de 1976, a todos la vida se les cambió de un golpe. Y no solo porque desde esa misma noche los militares desaparecieron y mataron delegados, vecinos y compañeros. 


Los médicos alertaron a los vecinos sobre un eventual brote de tos convulsa. Jorge, junto a un grupo de compañeras delegadas, se acercaron a la Municipalidad de La Matanza para hablar con el secretario de Salud,  y solicitarle las dosis necesarias.

—Pase, doctor.                                                                                                                                      —Vengo con mis compañeras.                                                                                                            —Claro, pero esto es algo de doctor a doctor.                                                                                                       —Ellas son parte del proyecto, nos ayudan en las jornadas de aplicación. Venimos a pedir las vacunas.                                                                                                                                         —Para los negros que no saben ni usar el inodoro, no hay vacunas,

Pero el portazo no doblegó a la organización y con colectas solidarias alcanzaron a comprar las dosis necesarias. Fue justo antes de que los referentes barriales debieran alejarse de la zona por seguridad, ya que la persecución y la violencia eran cada vez más frecuentes. Pero cuando los médicos ya no estaban, la organización seguía funcionando.

Para mediados de febrero de 1978, las madres ya habían aplicado dos de las tres dosis de la vacuna para la tos convulsa. Ese mismo mes, un operativo militar se desplegó en el barrio. Los uniformados anunciaron que traían la inyección que restaba y citaron a los vecinos en la salita. 

Con el correr de las horas, las delegadas de salud notaron que algo estaba mal. El proceder violento y desprolijo provocó el enojo de esas mujeres.

—Ellas los enfrentaron y les dijeron que así no se vacunaba, que los cuidados son así, así y así, y que la técnica es así, así y así. Y entonces con la mayor inocencia les dijeron que ellas estaban organizadas y que el barrio estaba organizado de tal forma— Jorge lanza una carcajada— y le dieron toda la data de nuestra organización, con toda la inocencia, por lo orgullosas que estaban con la experiencia propia.


Ellas no lo sabían, pero el operativo sanitario militar tenía el objetivo de hacer tareas de inteligencia en el barrio.

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El 26 de febrero de 1978, los vecinos estaban convulsionados por la deportación al Paraguay de una de sus referentes. Decidieron llevar a cabo una misa, a modo de protesta, en la Catedral de San Justo. A la salida fueron secuestradas 18 personas involucradas con la organización, entre ellas, Amalia Marrone, la joven esposa de Jorge Heuman y maestra comunitaria del barrio.

Tres días más tarde, desesperado por no tener información de su mujer, Jorge volvió al barrio en busca de alguna pista. En un pasaje angosto fue sorprendido por un grupo de tareas que lo arrastró por el suelo. Lo que más recuerda son las manos de vecinos que intentaban impedir que se lo llevaran, el ruido de objetos arrojados desde balcones que pretendían detener a los uniformados y las balas que ellos disparaban contra los vecinos.

— ¡4500 chicos atendidos! —gritaba Jorge como un último recurso, en medio del forcejeo.

A Norberto se lo llevaron el 5 de abril del mismo año, al llegar del trabajo. Al menos diez hombres lo esperaban en su casa. Le pegaron, lo tabicaron con una manta de las hijas y le pegaron cuatro tiros en las piernas. Cuando uno observa la importante contextura de Norberto cobra sentido que se hayan necesitado tantos recursos para detenerlo.

El destino de Jorge y Norberto fue la Brigada de San Justo donde funcionó un importante centro clandestino de detención y torturas del llamado “Circuito Camps”. Iniciaban así cuatro años de horror que se resumen en dos escenas: Jorge encontró a Amalia, su esposa, en cautiverio, y le limpió las heridas provocadas durante el secuestro.

Tiempo después fueron trasladados a la Comisaria de Laferrere y luego a la Cárcel de Devoto donde pasaron a ser cosiderados presos políticos. 

Hay un día que Jorge recuerda de forma recurrente. En una sesión de torturas, Tiburón –el encargado de “ablandarlo” para que dé más información sobre la organización barrial- se burló de su trabajo en el barrio.

—¿Pero vos qué te pensás, que te van a hacer un homenaje?

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El 19 de Septiembre de 2018, por iniciativa del Encuentro Vecinal del Complejo 17, el Concejo Deliberante aprobó el proyecto “Mi barrio en el mapa” para nombrar las calles del barrio por primera vez. Pasaje Jorge Heuman y Plazoleta Norberto Liwski fueron dos de los nombres elegidos por los vecinos.