PARAR LA MANO


Por Laura Carabajal //


Doctora usted sabe que no lo podemos detener a menos que haya flagrancia.

La flagrancia está comprobada. Tenemos el registro de todas las veces que lo llamaron porque detectaron que violó la perimetral.

Y pasa que el hombre tiene derecho a seguir con su vida.

El hombre tiene varias denuncias por violencia contra ex parejas. Está incumpliendo una medida de restricción de acercamiento. Ustedes no están haciendo nada.

Doctora, usted quédese tranquila que, el señor, no es tonto.


Brian pasaba todos los días por la puerta de la casa de su ex pareja. Hacía gestos intimidantes y de burla. Se miraba la tobillera. Cuando el servicio penitenciario detectaba que estaba cerca del domicilio lo llamaban por teléfono. Algunas veces respondía que estaba yendo a un nuevo empleo. Otras, atendía Giselle, su nueva pareja. Decía que estaba con ella.

Gala es abogada. Trabaja para la Dirección de Género de San Martín asistiendo y asesorando a las víctimas. Recuerda el hartazgo de la mujer, su deseo de llevar una vida normal sin miedo a esos "encuentros casuales". Por eso, decidieron acercarse a la fiscalía para pedir la detención del agresor.

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Gala enciende la radio camino al trabajo.

Una mujer de 27 años fue estrangulada por su pareja en un hotel alojamiento en el partido de Tres de Febrero. 


Se estremece. 

Al llegar a la oficina, sus compañeras están comentando el caso. Una mujer menos, un femicidio más. Las movilizaciones y el trabajo diario no alcanzan. 

El nombre de la víctima les resulta familiar. Deciden buscar entre los legajos. Ahí está. Pero hay otronombre conocido. Brian Aguirre. Al cometer el crimen, escapó por la ventana. Como símbolo de impunidad arrojó, a pocos metros, la tobillera electrónica que llevaba puesta. La mujer asesinada era quien atendía el teléfono cada vez que Brian incumplía la restricción de acercamiento de su ex pareja.

Giselle había denunciado a su ex novio un año atrás. El caso se había cerrado porque no hubo más situaciones de violencia. No lo supieron hasta ese momento: había terminado una relación violenta para comenzar otra.

“El señor no es tonto”. Gala se lo había advertido. Ella creía que esos hombres no podían cambiar. Pero, conocer a Stellitale permitió entender algo. Tal vez exista una posibilidad.

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¡Es una trola! Le doy todo y ella me engaña.

¿Y usted por qué elige estar en pareja con una mujer así?

Mientras una anota, la otra observa. Cuando una pregunta, la otra se mantiene atenta a las reacciones, a lo gestual. El hombre responde. No está ahí por voluntad propia. Es uno de los tantos que, obligados por la justicia, llega a la oficina de asistencia para varones con comportamientos violentos de la Dirección de Políticas de Género de San Miguel.

La situación casi siempre es la misma. Stella se acerca a la puerta. Un hombre espera del otro lado con el oficio judicial entre sus manos, luego de haber sido denunciado por su ex pareja. Con un tono de forzada amabilidad saluda y, bajando la mirada, pide permiso antes de entrar. 

Stella y Patricia son trabajadoras sociales y, desde 2017, coordinan grupos de varones con comportamientos violentos. Cada viernes la escena se repite: reciben a un hombre y dan comienzo a la entrevista de admisión. Los intercambios son largos y pausados. Buscan generar aquello que los especialistas llaman “demanda subjetiva”, es decir, fomentar en ellos mismos el deseo de cambiar.

Menos del 3% llega al grupo por su propia voluntad. Tampoco en esos casos existe un replanteo de la violencia que ejercieron. Van por presión de su pareja o por miedo a perder a su familia. Incluso, en esos casos, la actitud más común es la victimización. No hay arrepentimiento. La culpa siempre es de la mujer.

“Le juro que no la toqué”, “yo no le hice nada” y “lo que pasa es que ella es una puta” son algunas de las frases más escuchadas en esa oficina. Siempre enojados con la mujer que los denunció. Con el correr de las entrevistas empiezan a soltarse y el relato se vuelve más verídico.

Ella llegó re tarde. Después vi que se estaba mensajeando con alguien. Le dije que me muestre el teléfono y no quiso. Seguro que se está viendo con alguno.

¿Que esté mandando mensajes significa que se está viendo con alguien?

¿Y sino por qué no me quiso mostrar?

Tal vez porque el celular es de ella y no suyo, ¿no le parece?

Pero ella sabe que me molesta. Me provocó hasta que me sacó y, bueno, le terminé levantando la mano.

¿Qué es para usted “levantar la mano”? Porque levantar la mano no es lo mismo que golpear.


Silencio es la respuesta.

Así comienza el camino. De eso se trata. Transformar a los hombres violentos para ayudar a las mujeres. Todos tardan en reconocer el problema. De 400 que llegan al servicio, solo 10 se quedan participando de los grupos cuando ya cumplieron sus obligaciones judiciales.

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¿Cómo te sentís hoy? 

¡Mal! Desde que me fui de mi casa me siento solo. Estoy angustiado todo el tiempo. Todo ese tema de la perimetral me pegó re mal.

¿Querés prestar escena?

Contanos… ¿Cómo es esa angustia? ¿en qué parte del cuerpo sentís que está alojada? ¿Te pesa?

Sí, la siento acá todo el tiempo – se señala el pecho.

¿Recordás si en algún otro momento de tu vida te sentiste de esta forma?


Respira profundo. Está nervioso. Se lleva las manos a la cara. Mira al techo en actitud pensativa.

Sí, cuando tenía 8 años. Mi papá me llevó a vivir con otra familia

Le piden que busque entre sus pares a alguno que pueda actuar de él cuando era niño. Es fundamental que sea él mismo quien elija al compañero que será su “yo auxiliar” para que se sienta identificado. Así, empieza a hablar de su niñez, de la relación con su padre y de cómo se sentía. Finalmente, le preguntan qué le diría a ese niño. El adulto va directamente a consolarlo.

Quedate tranquilo, vas a estar bien. Somos fuertes. Lo vamos a superar.

Una de las técnicas más utilizadas es el psicodrama. Consiste en que representen en grupo, como si se tratara de una obra de teatro, situaciones relacionadas con sus conflictos. Los moviliza más que el discurso. El objetivo es que tomen conciencia. Ayudarlos en el proceso.

Al final, llega el momento de la puesta en común. Cada uno cuenta a dónde lo transportó esa escena y eso se convierte en disparador de temas diversos, en su mayoría vinculados a las infancias y a la actualidad con sus hijxs. 

Pasa el primer encuentro. Viene el siguiente. Se sientan. Adelante hay una pizarra. Uno de ellos pasa al frente. Toma un marcador. Escribe: “trabajar, lavar el auto, hacer el asado”. Esas son las actividades de los varones. Todos asienten.Hace una línea de arriba abajo. Del otro lado: “limpiar, cocinar, cuidar a los chicos”. Todos de acuerdo.Pero, los verbos se empiezan a acumular a medida que les piden que piensen todas las cosas que hacen las mujeres. Los gestos de suficiencia cambian. Se abre paso a la reflexión.

Según datos del Programa, el 80 por ciento logran cambiar su comportamiento. Sin embargo, 35% sigue cometiendo delitos a la integridad física de las mujeres.El trabajo continúa. 

Todos los viernes hay dos grupos de varones. A la mañana, aquellos que asisten hace unos pocos meses. A la tarde, los que ya llevan más de un año. Las reuniones duran dos horas y no superan los 15 miembros.

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Habitación pequeña. Una repisa con libros, un escritorio, una computadora y un pequeño sillón. El mate, aunque ahora individual, es lo único que no cambió durante la pandemia. Hoy, la casa de Stella se convirtió en el nuevo consultorio virtual. Allí, se encuentra con su compañera.

Hace algunos meses comenzaron los encuentros whatsapperos. La videollamada no era una opción. Muchos varones conviven con sus parejas o hijxs y no disponen de un espacio con conexión para poder hablar sin que nadie escuche. El WhatsApp les da la posibilidad de escribir, leer mensajes o grabar un audio sin ser escuchados por su familia. Decidieron implementar los grupos respetando los días y horarios de los encuentros presenciales. El objetivo es ofrecerles, al menos, un acompañamiento hasta que se pueda retomar la modalidad habitual. 

Primer encuentro virtual. Desde antes del horario acordado, los celularescomienzan a sonar. Empiezan a hablar. Con ganas. Quieren contar lo que les pasa.Se quieren encontrar. Entrar en confianza otra vez.

Segundo encuentro virtual. Audio de varios minutos. Desafío: encontrar un lugar sin presencia familiar. Ya están solos. En silencio. Una voz muy calma los va guiando. 

Ahora que están cómodos es importante que estén sentados. Apoyen los pies en la tierra, las manos sobre la falda con las palmas hacia arriba. 

Algunos están en sus autos. Se lo dicen a las coordinadoras. El único lugar tranquilo y privado.

Respiren hondo. Cierren los ojos. Lentamente, concéntrense en la respiración, en cómo el aire entra y sale. Sientan cada parte de su cuerpo. 

De manera suave y pausada, Stella los sigue guiando en la relajación. Lleganmuchos mensajes al grupo.

Sientan dónde están apoyados sus pies. Piensen en cómo son sus pies. Piensen que esos pies sostienen todo el cuerpo. Vayan subiendo despacio por las pantorrillas. Después por las rodillas. Piensen cuánto les sirve cada parte de su cuerpo.

El ejercicio busca que tomen conciencia de todo su cuerpo. Tienen que llegar a relajarse de los pies a la cabeza. Paso previo a expresar mejor sus emociones.

Ahora despacio abran los ojos. Pueden sentirse en el aquí y ahora. Si les parece bien podemos empezar.¿Cómo están?

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Darío tiene denuncias por maltrato psicológico y agresiones físicas severas. A un paso de ser un femicida. Los informes dicen que tiene un perfil psicológico mixto, entre cíclico y psicopático. En las primeras entrevistas muestra mucha resistencia. Actitud de negación. Agresividad en sus respuestas. De manual. Difícil revertirlo. 

Pasan los días. Sigue egocéntrico. Manipulador. Empatía cero. Stella y Patricia empiezan a considerar la posibilidad de derivarlo. Pero deciden probar una vez más.

Siguen los encuentros. Se empieza a comunicar con otros miembros del grupo. Se suma a los habituales asados de la tarde. Primero, no participa en las actividades. Luego, sí. Lentamente. Ve que muchos de sus compañeros lo hacen. Eso alienta a Stella y Patricia. Algo cambia. 

Darío empieza a hablar. De repente, casi sin darse cuenta. Ya no se queja de las actividades. Hasta se suma a la relajación. Empieza a escuchar. También, lo escuchan a él. Cada vez está más activo.Ahora hasta les reclama a las coordinadoras que se sumen a los asados. Stella y Patricia valoran el vínculo. El grupo se hace fuerte. Comparten lo que pasa adentro y, de a poco, lo de afuera.

Desde hace mucho tiempo no falta ni un solo día a los encuentros. Su participación es muy activa. Incluso, hoy, en plena pandemia,es uno de los más fervientes whatsapperos. Ya no tiene obligación de la Justicia y sigue estando después de dos años.

Vicente. Vive en San Miguel con su pareja. La Justicia le pone una perimetral. Decide mudarse a Quilmes. El barrio de su infancia.Lo obligan a sumarse a los encuentros. Tiene que viajar una hora y media todos los viernes para participar de algo que no quiere. Tiene 50 y largos. 

Con el tiempo consigue trabajo cerca de su nuevo domicilio. Las ganas de romper la perimetral se van esfumando. Siempre es puntual y muy participativo. Sorprende en los encuentros por su personalidad reflexiva. Es muy observador. Analítico. Se compromete cada vez más con el grupo. Ayuda a evaluar y encontrar soluciones a los problemas de sus compañeros. Todos lo escuchan. Dice sentirse bien con eso.

Durante dos años, Vicente no falta a un solo encuentro. Igual que Darío la obligación judicial ya no existe. Reconoce su propia violencia. Se da cuenta que siempre fue violento. Con su ex pareja, pero también con su primera esposa y con sus hijas. Sus propios demonios se empiezan a exorcizar. Pero sabe que es una tarea de toda la vida. Cuando decide dejar el grupo, lo hace para empezar a estudiar abogacía. Stella y Patricia estuvieron de acuerdo y apoyaron su nuevo proyecto.

Prácticamente no existen estadísticas sobre los hombres que ejercieron violencia de género en Argentina.A pesar de los relatos esperanzadores, los resultados se evalúan a largo plazo. De 10 a 15 años para saber cómo sigue su vida. Esa es la verdadera manera de conocer el impacto del trabajo.

Hay una delgada línea entre la empatía y la necesidad de no perder de vista que quienes están ahí son potenciales femicidas. Así se trabaja con varones violentos. Al menos, ese es el camino que transitan Stella y Patricia. Invisible para gran parte de la sociedad.