CORONIALS: DAR A LUZ EN PANDEMIA


Por Luciana Prachas//



Las mujeres tienen el derecho a elegir un parto respetado, incluso en pleno aislamiento. Pero los protocolos de emergencia pueden quebrantar esa decisión

Hay madres que dicen que parir es el dolor más maravilloso. Pero ¿qué sucede cuando el dolor no viene acompañado de respeto? Ser mamá coronial -nombre asignado a las parturientas en pandemia- puede ser la excusa para vulnerar los derechos de las mujeres. 

–Me hubiera gustado haber elegido parto respetado, si me hubiesen dicho… Estaría bueno que el bebé nazca cuando tenga que nacer, no que te estén programando –cuenta Bárbara con tristeza. 

En un contexto de protocolos, barbijos, máscaras, distancias, incertidumbre y soledad, ¿es posible que el parto sea respetado?

–La mujer tiene que estar informada de que puede elegir la forma de parir en pandemia y tiene que expresar su opinión –asegura Mercedes, partera del Hospital Rivadavia.

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19 de julio de 2020. El segundo subsuelo del Sanatorio Güemes es un pasillo desierto, sin puertas. Al fondo, sólo la sala de cirugía. La camilla de Bárbara está en esa dirección. Tiene suero colocado desde las ocho de la mañana con la indicación de oxigenación. Ya son las diez de la noche y el barbijo le corta la respiración. Su obstetra fijó ese día como límite para dar a luz, pero aún no tiene dilatación. Lleva más de doce horas de trabajo de parto y sólo le queda una última opción.

Con el cuerpo encorvado, su mirada cansada se pierde entre los azulejos del piso pulcro y color crema. Bárbara tiene 33 años y lleva casi dos en pareja. Cuando se enteró del embarazo renunció a su trabajo en una panadería en pleno centro de Belgrano. Sus casi diez años en el local la dotaron de sociabilidad. Con esta cualidad, conoció al hijo de una clienta. Hoy es el papá de su propio hijo.

Una noche de marzo, con cinco meses de embarazo, prendió la televisión y escuchó: “decreto de aislamiento social, preventivo y obligatorio”. Como paciente de riesgo, la única salida posible era la visita médica, pero sola. No vio a su madre ni a su padre. No vio a su hermana. No vio a sus amigas. Sólo veía a su pareja irse a las cinco de la mañana para regresar a las siete de la tarde. 

Sin ánimos de negarse, recibe la anestesia peridural. Los calmantes aumentan su dolor y acaba de pedir la cesárea. Sin ninguna explicación,  las ruedas de la camilla comienzan a girar y la dejan en una gran sala. Las paredes son blancas y hay tres luces que encandilan. 

Una de las enfermeras arrastra sin cuidado un carro con instrumental quirúrgico. Dos practicantes observan con atención. En esa sala, hay casi siete personas que no se presentaron por nombre ni profesión. Ahora están expectantes a la situación. Sergio, compañero de Bárbara, se sienta en un banquito al lado de ella. Sus labios amagan una sonrisa de agradecimiento a los médicos, como cuando le sonríe a sus clientes de Ivess.

–Cortar –dice el cirujano mientras los ojos de Bárbara se empiezan a cerrar. 

–Entró otra con covid, ¿te enteraste? –pregunta una de las enfermeras a su compañera.

–¿Otra? –responde con cansancio– Es así, chicas –mira a las practicantes–, si la mamá está contagiada, el chico sale con la bolsa. Se rompe afuera, ¿okay? 

–Mi hija no pudo atenderse con el dentista el fin de semana –continúa la otra.

–Se contagió el dentista –adivina.

–Exacto.

–Tijeras –interrumpe el cirujano. 

A los pocos minutos, un llanto irrumpe con fuerza. Es un bebé hinchado y de color rosado–¿Le querés sacar una foto? –le pregunta el médico a Sergio.

Sergio toma su celular. Mira a su hijo con ojos llorosos. Y el profesional, a cara cubierta por una máscara, lo alza para la foto. 

–¡Felicitaciones papis!... Es un varón. 

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Con el delantal típico de médico, Silvana se acomoda la máscara que le tironea el pelo rubio castaño y enrulado mientras hace un breve recorrido por una sala TPR (Trabajo de Parto Respetado). En el Hospital Municipal de Morón hay cuatro de estas grandes habitaciones en las que las mujeres pueden estar previo, durante y después del parto. La institución trabaja con perspectiva de género.

El Parto Respetado está avalado por la ley 25.929, sancionada en 2004, pero reglamentada recién en 2015. Explicita, entre otras cosas, el derecho de la mujer a elegir la forma de dar a luz, a ser informada sobre todo lo que se aplique a su cuerpo, elegir un acompañante de confianza y decidir sobre todo lo que se haga en los momentos de preparto, parto y post parto. 

Silvana Rodríguez ejerce desde hace 27 años como licenciada obstétrica, comúnmente llamada partera. En una de las salas acomoda las cortinas para que ingrese la luz que ilumina una cama. Hay una pelota grande, un par de lianas, telas y un banquito especial para parir de madera, que tiene forma de medialuna. Termina y se dirige al pasillo impregnado de olor a lavandina. Ahí mismo hay un quirófano para las cesáreas, en caso de ser necesarias. 

–Ahora vienen acompañadas de una sola persona. Antes era toda la familia. A la embarazada y al acompañante se le hace el TRIAGE, que son controles de síntomas y demás, y siempre van a concurrir con tapabocas -explica la partera-. La consigna es atender todos los partos como si fueran COVID positivo. Y a todos los familiares… 

Se quita los guantes de látex, los tira en un tacho alto y se pone alcohol en gel. 

–Yo, por ahí, me siento un poco… como que no estoy siendo lo suficientemente empática con la mujer, qué sé yo, uno piensa que está siendo partícipe del momento más importante para esa familia… -hace una pausa- No tenemos ese acercamiento como antes de la pandemia -dice con tristeza.

Desde que surgió el coronavirus, Silvana trabaja para el comité de Maternidad Segura y Centrada en la Familia del Hospital. Allí recibe información del estado de los hospitales del municipio de Morón y de la provincia de Buenos Aires. 

–En algunos centros no se permiten acompañantes. Hay faltantes de insumos y el índice de partos y cesáreas programadas aumentan sobre todo en el sector privado para controlar la disponibilidad de camas –explica Silvana.

Para Violeta Osorio, integrante de Las Casildas, una organización de lucha contra la violencia obstétrica, es contradictorio que se programen los partos para no dar a luz en medio de un pico, ya que “una cesárea implica más tiempo de internación e insumos”, según precisa ante un medio cuando le preguntan por el índice de partos programados.

La Organización Mundial de la Salud considera que la tasa ideal de cesáreas no debe superar el 15% y tiene que estar justificada desde el punto de vista médico para resguardar la salud de la mamá y su bebé. Sin embargo, actualmente, en Argentina se practican un promedio de 65% de cesáreas en el sector privado y 30% en el público, según indica el último informe de la Defensoría del Pueblo de la Ciudad.

–Los partos y cesáreas programadas vienen bien para vulnerar derechos de las mujeres. Por esto es importante informar a las mujeres, empoderarlas para que no caigan en estas cuestiones. El personal de salud tiene que dejar de decidir por nosotras -sostiene Silvana mientras mueve el dedo índice. 

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Son casi las siete y media de la mañana del 16 de septiembre y Lorena rompe bolsa cuando sube al auto. Con ojos grandes, mira a su marido Efraín para apurarlo. El viaje dura 40 minutos hasta llegar al sanatorio Mater Dei, en el barrio de Palermo. Es uno de los seis centros privados de Capital Federal que promueve el parto respetado. 

–El hecho de saber que del otro lado te van a explicar y preguntar todo, y no vas a estar como expuesta a que hagan lo que se les cante y que vos después te arrepientas de lo que pasó…. Eso es lo que me lleva a mí a querer un parto humanizado –cuenta unos días antes de dar a luz.

Lorena tiene 34 años y es empleada administrativa de una empresa de tecnología que depende de la Cámara Argentina de Mediana Empresa (CAME). Pasó todo el embarazo en modo home office, en el departamento que comparte con su pareja desde hace más de diez años, quien también tiene esta modalidad laboral semana de por medio.

Efraín se contagió de COVID a mediados de agosto. Tuvo fiebre, dolor de cabeza y pérdida de olfato, pero Lorena sólo sintió un leve resfrío. No compartían vajillas, aunque dormían en la misma cama. Por llamadas telefónicas, médicos de la Ciudad les controlaban los síntomas. Y por videollamadas, hicieron cursos con una partera, puericultora y neonatóloga. Postergaron casi veinte días los controles de rutina, a los que, por protocolo, su compañero no podía ingresar.

Al llegar al Sanatorio, una partera los recibe en la puerta.

–Rompí bolsa -grita Lorena muy nerviosa.

En un recorrido expressen silla de ruedas, llega al primer piso. La habitación es cálida, pequeña y de paredes blancas. A su izquierda, computadoras, teléfonos e instrumental quirúrgico. A la derecha, un aparato que parece ser el oxígeno. Delante de ella, un televisor LED con propaganda del Mater Dei. 

–Hola, hola -ingresa Ana, la obstetra de turno y se detiene a mirar a Lorena- Mami, va a ser muy sencillo y rápido, pero lo noto tirante, así que vamos a hacer un leve cortecito, ¿sí? -explica y Lorena asiente. 

–Ahora sí, cuando sientas ganas, pujá -indica la obstetra, acompañada de sólo dos parteras. 

En el segundo pujo, el cuerpo de Vitto emerge encorvado y de color rosado. Llega al pecho de su madre. Manchado con un poco de sangre, las lágrimas del papá caen sobre el rostro del bebé. Lorena sonríe debajo del barbijo.  

Pasado unos minutos, la obstetra pregunta si puede cortar el cordón. Espera la aprobación y lo corta. Al terminar, los espera un desayuno en la sala de preparto. 

Mientras toman una taza de café, se miran los dos. Ahora son tres. 

–La cuarentena beneficia mucho al padre porque acompaña a la futura madre. Yo estaba trabajando y podía sentir las pataditas en cualquier momento del día. Y hubiera sido difícil arreglárselas para una madre estando sola -cuenta Efraín días después desde el comedor de su casa mientras sostiene a Vitto en brazos.

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Como en cualquier otra institución, el Hospital Rivadavia de la Ciudad de Buenos Aires recibe pacientes con COVID. Entre ellos, puede haber parturientas. Mercedes Sosa es jefa de parteras y, con 25 años de profesión, recorre el edificio con máscara globo de acrílico, barbijo tricapa y traje descartable. 

–La verdad que es una situación dolorosísima -cuenta con tristeza-, hacía diez años que no teníamos muertes maternas. Ya tuvimos una. Entró con 26 semanas de embarazo, sintomatología COVID. Estuvo diez días en terapia intensiva y bueno, se complicó y se hizo cesárea… un bebé muy chiquitito, menos de 30 semanas que está luchando por su vida. La mamá no hubo forma de sacarla de ahí, fue un golpazo… -relata entre llanto y silencios. 

Dar a luz en plena expansión de contagios por coronavirus es una experiencia distinta para cada cuerpo. Al respecto, el Ministerio de Salud indica que se debe considerar la Ley 25.929 de parto respetado, “teniendo en cuenta, como prioridad absoluta, la reducción del riesgo de contagio de COVID-19, de las mujeres, sus familias y el equipo de salud”.

Está claro que decidir la forma de parir es un derecho. Pero en pandemia, los protocolos de emergencia tienen la última palabra.