CUERPO A CUERPO: Detrás del 137


Por Agustina Donato //


Tamara se sienta en un bar. Tiene un flequillo que le tapa la frente. Pero sus ojos están libres para a ver a la nena de 13 años que está sentada frente a ella. Tiene la mirada pérdida y temblores intermitentes.

Pide un café con leche y un alfajor. La “chiquita”, como ella le dice, todavía no habla. 

Entre sorbo y sorbo, el calor le va devolviendo el alma al cuerpo. De a poco empieza a recuperar el color en sus mejillas. Un gesto, una mirada. Entre palabra y palabra, su historia. La escuchan y la contienen. Ya no está sola. Tamara y su compañera están ahí.

Ella sabe que cada situación puede ser más terrible que la anterior. En su cartera, siempre hay un paquete de galletitas, algún chocolate, alcohol en gel y alguna bombacha por si se necesita. Ser trabajadora social en la línea 137 es así. Hay que estar lista para todo.

Horas antes, “la chiquita” estaba secuestrada en un prostíbulo. La vendió su padre. Y la rescató un cliente. Todavía se ven en su cuerpo los síntomas de la abstinencia por la droga que le suministraban para mantenerla “adentro”.

Ella es una de las 224.797 víctimas que encontró apoyo en el 137 y una de las 171.831 llamadas que recibió la línea desde su comienzo en 2006. El 70 por ciento son denuncias por violencia familiar y el 30 por ciento por violencia sexual.

Los equipos móviles del 137 se desplazan hasta donde se encuentran las víctimas para asistirlas y acompañarlas durante el tiempo que requiera la intervención. Están conformados por una psicóloga, una trabajadora social y un policía de civil.


***

Los techos altos y las luces blancas son testigos del aire frío que recorre cada pasillo del hospital. La brisa esparce olor a lavandina y esterilizante por cada rincón.

—¿En otra ocasión ya habías tenido relaciones sexuales?

—No.

Silencio.

—¿Para qué esa pregunta? Es una menor. Ya te dijimos que no podés entrevistarla. De eso se tiene que encargar una perito especializada.

—¿Te la metieron un poquito o entera? 

Carina arroja una mirada fulminante al doctor antes de decir otra palabra. Cerca de ella, sentada en un banco, la chica. Víctima. Otra vez. 

Desde sus inicios, Carina forma parte de la línea 137 que pertenece al programa “Las víctimas contra las violencias”. Ya presenció muchas veces estas situaciones de revictimización.

Una persona que fue sometida a una situación de abuso o violación, debe narrar -y revivir-el hecho ante alguien sin ninguna justificación clara. Los nuevos victimarios suelen ser policías o médicos. Hombres en la mayoría de los casos. 

Desde el programa apuntan a no reproducir ningún tipo de violencia institucional. La mayoría de los profesionales son mujeres porque resulta más sencillo para las víctimas. Nadie está para juzgar lo que se dice. Ni ellas, ni el programa. Las profesionales de la línea están para vehiculizar la situación y que llegué a la Justicia. La desconfianza no corresponde. 

La intervención se hace en la urgencia y en la emergencia. Es el primer paso de un largo recorrido. Están ahí para escuchar y creer el relato. Después, las pericias y la Justicia se encargarán de corroborarlo.

***

—Deme su DNI -pide el comisario- Bueno Carlos cuénteme la situación.

—Te está diciendo que se llama Marisa. Después en los papeles completá lo que diga el DNI. Pero, en vivo y en directo, la llamas en femenino.

Se escucha la voz firme de Carina. Es más clara que las demás. No será la primera vez y, tampoco, la última que se escuche un diálogo similar tras una puerta con la consigna de “Comisaria”.

En ese entonces, no lo sabía. Años después, saldría la ley 26.743 de Identidad de Género para ratificar lo que ella ya exigía. Y, los años de experiencia, también jugarían sus cartas. La idea fue clara desde el comienzo. Salir a acompañar a las víctimas a donde sea necesario y contenerlas en terreno, donde no hay más tiempo que el ahora.

Meses de preparación teórica y experiencial permitieron ir construyendo, de a poco, una nueva modalidad de intervención. Implementaron un espacio que llaman el “cuidado de cuidadores”. Dedicado a la contención y apoyo de las profesionales. Allí comenzaron a dramatizar y trabajar sobre los miedos y las preocupaciones de cada integrante del equipo. Sobre todo, porque debían trabajar con oficiales armados.

Cuando por fin salieron a la calle, la situación era desconocida para todos. Porque era- y aún es- el único programa que envía un grupo de profesionales a donde se encuentra la víctima. En aquel momento, por 2006, no había ley para protección integral de las mujeres. 

Nadie conocía su trabajo. Eran tiempos en los que la temática no estaba en las agendas de los medios masivos. La policía no las quería en el lugar. No las convocaban. También desalentaban a las víctimas a denunciar. 

Con el tiempo, en la Ciudad de Buenos Aires, consiguieron que, cada vez que aparezca una víctima, se deba llamar a la línea. Y recorrieron decenas de comisarias capacitando al personal que no sabía cómo trabajar con víctimas y agresores. 

***

Una llamada interrumpe el silencio de la madrugada. Florencia se despierta y busca el vaso de agua que dejó en la mesa de luz. Mientras, la melodía sigue sonando. Toma un sorbo. Decide contestar.

—Te cuento la situación.

—Escucho.

—Se están comunicando de la comisaría. Hay una madre de 30 años que está ahí con un niño. Es por violencia física y psicológica ejercida por la pareja. Solicita información y orientación.

Florencia Rocca es abogada del programa. Piensa unos segundos y propone una estrategia jurídica. La discuten y tras unos minutos, termina la conversación. Ingresa el caso en el sistema interno de la línea 137. Y vuelve a dormir o, al menos, eso intenta. 

Esta noche la llamada se hizo desde el call center. A veces, puede entrar por un equipo móvil que está interviniendo. Cualquiera sea el caso queda todo registrado en el sistema. Ello permite, de ser necesario, hacer un seguimiento y tener una “historización”. Porque, desde el equipo jurídico, además de las consultas telefónicas realizan acompañamiento y asesoramiento directo con la víctima.

En los encuentros previos a ir al juzgado o la OVD (Oficina de Violencia Doméstica), ya tienen toda la historia leída por los registros. Eso evita que la víctima tenga que repetir el testimonio constantemente. Si bien no patrocinan en los casos, hacen la articulación institucional. Explican las medidas conseguidas como protección, restricción de acercamiento del agresor, entre otras. Y evalúan si es pertinente entregar un escrito. 

Cada caso es un mundo. Necesita una estrategia única. Florencia sabe que el mejor camino para garantizar el acceso al derecho es pensando y construyendo con sus compañeras.

Pero no siempre se puede acompañar. Al menos, no como desean. Si bien la línea 137 ya es nacional, solo hay equipos de intervención en CABA, Misiones (Posadas, El Dorado y Oberá) y Chaco (Resistencia).

Cuando entra una llamada de otra provincia, por ejemplo, de una vulneración de derechos de un niño, niña o adolescente, tienen que comunicarse y articular con organismos de protección locales. Aunque conozcan la legislación de cada lugar, la idiosincrasia es desconocida y el terreno también.

Muchas veces, la comisaría más cercana está a muchos kilómetros y no tienen cómo llegar, o no hay móviles para el traslado. En otras falta sensibilización en temas de género. 

***

Marzo, 2020. Tamara está ingresando a un juzgado. Aún no sabe que ese será su último juicio oral antes del aislamiento preventivo, social y obligatorio. Hay un rostro que no le quita los ojos de encima. Se cruzan con las miradas. Los ojos se acercan. Se convierten en presencia.

Una adolescente la saluda. Tamara la vio por última vez cuando sólo era una nena. Ahora, debe tener16 (haciendo un cálculo rápido). Los recuerdos de esa intervención se le empiezan a aparecer como flashbacks. Resulta imposible disociar aquel rostro de la sonrisa y de los gestos aniñados de cinco años atrás.

Que la convoquen al juicio oral es muy importante. La mayoría de las situaciones de violencia sexual y familiar se dan en un ámbito donde no hay testigos. Lo que más cuestionan es: ¿Es cierto que eso pasó? Y, la respuesta, siempre es sí.

Los traumas y los patrones de las situaciones de violencia son repetitivos y compatibles. Son incuestionables.

Los juicios orales suelen ser muy violentos para la víctima y los profesionales. Hace un tiempo se encontraban con mucha resistencia de los jueces y de los abogados defensores. Aún la encuentran. El acceso de las víctimas a la Justicia sigue siendo un problema. 

Pero, la sanción de la Ley Micaela en 2019propone un nuevo camino. Establece la capacitación obligatoria en género y violencia para todas las personas que se desempeñan en la función pública.

Muchas veces, la Justicia llama a las profesionales de la línea 137, años después, para asistir a un juicio. Tamara siempre piensa que el recuerdo de los hechos será vago. Porque, luego de cada intervención, se habla el caso con las compañeras y se deja en el ámbito laboral. Pero, cada vez que le toca, se sorprende. 

Cómo serán de fuertes las vivencias que siempre se acuerda de todo. Hasta de los detalles.