MANOS A LA OLLA


Por Irina Kreisler //


El club Juventud Unida de Ciudadela de Tres de Febrero cambió botines por tuppers para hacerle frente a la pandemia. Hoy, la mesa está servida y ojalá sea un fracaso. 

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Una mesa cuadrada con mantel negro bloquea la puerta y separa a los que tienen para comer, de los que no. Federico los recibe con tapabocas de Juve y guantes de látex. Cumplió treinta en febrero y pasa sus tardes en el club desde que tiene seis. Saluda al primer vecino que se acerca. Lo conoce. Sabe que tiene una esposa y un nene chiquito. Recibe el tupper y se lo entrega a su papá, Miguel, que es el encargado de servir las porciones. Una mano le acerca una bolsita con tostadas, una gelatina y dos naranjas. Mete todo en una bolsa de tela y lo devuelve.

Buen provecho loco.

El reloj marca las 18:59. Miguel revuelve con fuerza la olla. Hoy hay guiso de fideos. Mónica es la encargada del pan y la fruta que tienen que alcanzar para más de cuarenta familias. Desde el 7 de mayo, el Club Juventud Unida de Ciudadela es su principal fuente de comida, y cada tupper se entrega con varias pasadas de alcohol.

El buffet se convirtió en el escenario de una cadena de producción. La cancha, vacía, es la sala de espera para recibir un plato caliente y los socios y directivos son promotores de la olla popular y principales responsables de que todos se vayan con algo en el estómago.

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Además de abogado, capitán de la primera división de futsal y coordinador de la olla, Federico es el encargado de la difusión en redes y de las donaciones que llegan a Capitán Rosales 4464. 

Recibe un llamado. Una organización que está a unas cuadras tiene comida para donar. Corta y marca.

—Ocho, ¿estás viniendo? — pregunta esperanzado— Bueno, andate a Gaona y Rodríguez Peña. Sobre la avenida hay un portón rojo. Avisá que vas de parte de Pipo.

Al rato llega el Ocho con dos bolsas repletas de pan. 

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Mónica es la abuela de Benja, jugador de la 2007. Hace siete años volvió a Juve y cada día lo quiere más. Vive a cuatro cuadras del club y cuando se enteró de la olla no lo dudó. “Cuenten conmigo” respondió por WhatsApp.

Moni es la encargada de entregar el pan y los postres. Al principio era solo fruta, pero vio que había muchos chicos chiquitos y pensó una alternativa para ellos: flan y gelatina. Como en el club hay freezer y el tiempo apremia, los prepara en su casa. Carga las cajas con casi cien vasos descartables, los mete en el asiento del auto y directo al salón. 

—¿Cuántos chicos? —se la escucha preguntar con voz carrasposa cada vez que llega alguien. 

Durante la hora y media que dura la olla, tiene a mano un envase de perfume camuflado de pulverizador con alcohol. Después de cada entrega, hace el mismo recorrido: Federico, Miguel y quien haya estado en contacto con los tupper y la comida. 

No fue fácil. Atrás de la satisfacción por ayudar, se esconde la tristeza de conocer la necesidad. 

Después de las primeras ollas, se sentó a comer en la mesa de su casa y no pudo. 

Las once cuadras que separan su casa de la de su mamá, las usó como canal de difusión. A cada persona que se cruzaba le contaba que en Rosales y Alsina había una olla. “Traiga tupper y no se olvide el barbijo”. A la noche los veía y lentamente esa tristeza se fue borrando. 

En cada olla se escuchan más de cincuenta gracias. La mayoría acompañadas de un “uff, que pinta tiene eso”. Mónica no puede evitar sonreír y tras el barbijo esconde la sensación de satisfacción por estar ayudando a otros.  Es la endorfina de la felicidad activándose. 

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Abren el baúl del Volkswagenvoyage rojo y meten la olla con tapa y cucharón. Contiene unas sesenta porciones de guiso. En el asiento de atrás dejan un cajón de madera con fruta, diez postrecitos, pan y bandejas descartables.Gonzalo va al volante. Kevin le canta las calles y Solange y Cristian van atrás. Empieza el recorrido.

Abajo del puente de Díaz Vélez, que separa La Matanza de Tres de Febrero, hay comensales. En el campito deComesañas y plazas de la zona, también. Se suman familias que tienen techo, pero no un plato de comida diario. La cantidad varía. Al principio eran cuarenta porciones y hoy son casi setenta. El boca en boca se agudiza y se suman más puntos en la recorrida nocturna. Los chicos dejan la bandeja y a cambio reciben un papel: la dirección de la vecina de la vuelta quenecesita una mano.

Cada lunes y miércoles las familias esperan. ¿Qué se come mañana? Preocupación para después. No alcanza con el “Operativo frío” ni con el parador nocturno en Villa Bosch que el municipio dispuso para treinta personas en situación de calle. La pandemia empeoró la situación y cada vez hay más gente sin recursos y con hambre. Donde el Estado hace agua, aparece una organización de la sociedad civil y sus vecinos para dar respuesta. El éxito de la olla es, en definitiva, el fracaso de las políticas económicas.

En la calle hay de todo. Desde familias enteras hasta menores solos. Están quienes tienen un rancho a medio armar y otros solo un colchón y una muda de ropa. Algunos se alojan hace rato, pero varios desde que empezó la pandemia. No tienen forma de ir a hasta su lugar de trabajo, así que no hay ingresos. 

El INDEC dice que la tasa de desocupación del país creció un 2,7 por ciento respecto al año pasado y en ese porcentaje, están los vecinos de Ciudadela. Algunos consiguen changas o un laburito pasajero. Suspenden la olla, pero unos días después vuelven. Los más afortunados, consiguen un trabajo fijo y ceden su porción del guiso a un nuevo integrante.

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Federico se sube al auto y va hasta la oficina. Está ubicada en pleno centro de Ramos Mejía: Belgrano, entre Necochea y Avenida de Mayo. Busca un lugar para estacionar y a unos metros, un trapito le hace una seña de que hay espacio para el Onix. Avanza.

—Ey loco, ¿todo bien? ¬—le habla como si lo conociera. ¿Qué hay de comer hoy?

Es uno de los pibes que a la noche va a buscar su porción.  Sin pudor, se saludan. La vergüenza de no tener qué comer afloja con el paso del tiempo.  Es común ver mujeres completamente encapuchadas alcanzando el tupper vacío en las primeras visitas. 

—Señora, quédese tranquila que estamos todos en la misma.

Dar una mano también es ponerse en el lugar del otro. Y es fácil cuando quien viene es el vecino de a la vuelta. El que te cruzás de día haciendo las compras, o en la fila del Rapipago. Y, por eso, duele más. 


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—Pancho, ¿no me fileteás esta carne? Así, chiquito, como para el guiso.

Pancho es el carnicero del barrio del club. Colabora donando mercadería o cortando carne que llega por otro lado. Hay vecinos que alcanzan plata en un sobre, paquetes de fideos, polenta o verdura. Todo se usa y todo se agradece. 

El barrio se une, se crea una red solidaria. Son pocos, pero se conocen mucho. Saben que la salida es colectiva, y que Diego Valenzuela y su equipo, no aparecen. 

Desde un primer momento el “no” del municipio fue rotundo. Hacer una olla popular implica concentración de gente, lo que agiliza la propagación del Covid19.

Haciendo caso omiso, la comisión directiva del club comenzó a cranear la actividad ¿Cómo darle la espalda a las familias del club y a los vecinos del barrio? ¿Cómo dejar de lado el rol social de Juve? Teniendo todos los recursos y la predisposición para hacerlo, era un desperdicio que la olla no se concretara. 

Meses después, como el Covid no cedía y Juve tampoco, cedió la municipalidad. Con cada vez más ollas populares en Tres de Febrero, puso una condición. 

—Si quieren recibir alguna donación, deben reunir a al menos cien personas. 

En septiembre, llegó la colaboración oficial: dos bolsas de papa, una bolsa de cebolla y una bolsa de zanahoria. Insumos para dos ollas, como mucho. Cuatro meses tuvieron que pasar para que alzaran la vista y reconocieran que un porcentaje de los habitantes de Ciudadela come en un club de barrio. 

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Son las 20:30 y el espacio queda limpio para una nueva edición. Algunos ya se fueron y otros se ponen la campera para emprender la marcha. En eso llega un señor que con cara de decepción mirala mesa vacía. Federico suelta lo que tiene en las manos, se pone otro par de guantes y con su mejor cara lo recibe. Busca una bandeja descartable, sirve una porción abundante, toma algún pancito y la entrega. 

— Justo a tiempo, jefe.

La señora de los postres lo rocía en alcohol. 

—¿Nos vemos mañana Moni?— consulta sabiendo la respuesta.