DESPERTAR EN LA PANDEMIA


Por Sergio Romero //


Casi al unísono, estrechando las palmas, veinte personas arman un círculo en la plazoleta contigua al obelisco de Buenos Aires. Giran dando grandes pasos mientras ríen, ante la mirada desconcertada del resto de los manifestantes. Es tal el impacto visual de la escena que un movilero de C5N se acerca presuroso a indagar que ocurre. Uno de los veinte se separa del grupo y se acerca al periodista. Es alto, lleva una bandera whipala abrazando su espalda y una musculosa blanca con la leyenda “no estudies, no trabajes, despertá”. Su mirada abstraída ahora se enfoca en los ojos del interlocutor.

-Con el barbijo, sí, con el tapabocas, por favor.

El entrevistado desata de su cuello un pañuelo bañado en los colores del arcoíris y se cubre la boca.

No grita, pero su tono firme atraviesa el pañuelo.

-Vivimos en una gran mentira. No hay que pedir más trabajo hay que dejar de trabajar, las personas tienen que hibernar, todo esto que está pasando es un mensaje de la naturaleza para que despertemos.

El periodista intenta escuchar las palabras mientras detrás de Nando otro grupo de manifestantes gritan repudiando la cuarentena.

-No creemos en los gobiernos, se tienen que ir todos, no creemos en las naciones. Ellos están para separarnos, para no dejarnos ver la verdad. La pandemia vino para mostrarnos que no necesitamos hacer nada. La vida es muy simple, no necesitamos nada, respirar, comer, dormir bien, tomar un poco de sol, es prácticamente gratis. El virus nos despertó…

El periodista se aleja, el entrevistado sigue al camarógrafo para lograr ser enfocado nuevamente mientras se desata la bandera de la espalda para ondearla al son de una ligera brisa y exhibir unas palabras grabadas a la altura del estómago: Familia Arcoíris. Hernando Nando se aleja algarábico entre un centenar de rostros que, a contramano, se ven tristes, ofuscados, como buscando alguna manera incierta deponer fin a la pesadilla del COVID-19. 

Nando vuelve a rodearse de sus “hermanos”. Alguien suelta un chiste mientras un mate de madera avanza acariciando las manos del grupo. Salvo su remera, no hay signos que los identifiquen. Se trata de una decena de personas, algunas de ellas acompañadas de bicicletas que se dan cita todos los sábados en la plazoleta que divide la Avenida 9 de julio a la altura del tradicional monumento. Entre ellos no hay distancia social ni barbijos. Al menos no mientras están en el Obelisco. 

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Luego de atravesar varios kilómetros de caminos arbolados, Nando llega al campo misionero que dará sitio a los hermanos y hermanas alrededor de un mes. Se trata de un encuentro mundial de la Familia Arcoíris. Hay hippies llegados desde Hungría, España, Alemania y Estados Unidos, entre otros. Al principio cuesta entenderse pero ya todos saben los lineamientos generales del encuentro: No se toma alcohol, no se utiliza dinero y no se come carne. Para ellos, los tres peores contaminantes de la humanidad.

Había escuchado el nombre de Familia Arcoíris por primera vez de los labios de un hippie al que conoció en Nueva Zelanda en 2010. En ese momento viajaba hastiado de la vida porteña buscando un nuevo rumbo. Las cuentas abultándose en la mesita de luz, la necesidad de armar un curriculumy mentir para quedar en un puesto de trabajo, la presión acuciante del dinero y un sinfín de peculiaridades de la vida cotidiana en la metrópoli lo esperaban a su regreso. Bajo la efervescencia del viaje, decidió teclear Familia Arcoiris y leyó maravillado enYahooque la próxima reunión mundial se realizaría en Argentina, en el campo misionero donde hoy cientos de personas acomodan carpas y trapos que reciben para el campamento.

La familia arcoíris nació en 1972, en Estados Unidos. Herederos indudables del movimiento hippie de la década del 60’, supieron construir un camino con vuelo propio. Su principal actividad son los arcoíris o raimbowgathering. Son eventos realizados en espacios naturales, de duración incierta, de frecuencia inconstante y de participación abierta. Allí se reúne la Comunidad de personas con la que Nando comparte sus días. Sin organización, sin líderes y con un puñado ínfimo de pautas de convivencia, escapan del mundo que los rodea, al menos por un momento.

No hay organización, no hay líderes pero, casi mágicamente, avanza el raimbow. La espontaneidad y la libertad toman las riendas del evento. Cuando el sol esta pronto a alcanzar su cenit uno de los hermanos comienza a apilar ramas secas en el centro del campamento. De un momento al otro ya está acompañado de tres personas más mientras que un fuego exuberante espera que coloquen sobre él las ollas que alimentaran a toda la familia. Mientras comen, otra de las asistentes anuncia que por la tarde compartirá sus conocimientos de armado de pulseras y collares artesanales. Al finalizar el almuerzo, varios hermanos se despojan de todas sus ropas y despliegan mantas para acostarse en la tierra y  disfrutar del sol.

Al igual que ocurría con los hippies, tal vez por solidaridad con los proscritos o como fórmula de automarginación, los llamados “no-miembros” de la Familia Arcoíris emulan las comunidades indígenas montadas en lo inhóspito. Así, también creen en diversas profecías que les hablan de un futuro cercano. En las tradiciones Hopi, Maya, Cheroqui  o Cree se puede rastrear la existencia de vaticinios acerca de un despertar o resurgir de los seres humanos mediado por el amor, la paz, la justicia y la libertad. Los presagios refieren que un grupo de personas de distinto origen racial ayudaran a restaurar la antigua belleza de la tierra reestableciendo la conexión perdida entre el hombre y la naturaleza. Ellos serán conocidos como los guerreros del arcoíris.

Mientras cae la tarde, todos los asistentes del raimbow se reúnen a un costado del campamento para realizar un círculo de palabra. Allí, luego de permanecer un momento tomados de las manos, generan un espacio de consenso y puesta en común. Es en esa instancia que fijan la fecha del próximo Arcoíris. 

En el camino de redefinir el sentido de la existencia, los adeptos al movimiento hippie abrazaron las drogas, el sexo libre, la música, el pacifismo y el amor incondicional. Se trataba de toda una generación que, al fragor de la postguerra fría se embarcó en una odisea contracultural con una vitalidad indómita. Al tiempo que alcanzaban su apogeo, iban consolidando su ocaso. El sistema se las ingenió para engullir aquel espíritu perturbador y pronto todos sus atributos se mercantilizaron. La revolución de las flores quedó trunca. Por eso, la Familia Arcoíris, formada por el remanente más idealista del movimiento hippie proclamó su abierto rechazo al vil millón. Para ellos, la vida es todavía más simple.

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Casi como todos los sábados en cuarentena, cientos de personas de personas se agolpan en las inmediaciones del obelisco para rechazar el denominado aislamiento social, preventivo y obligatorio. Sin embargo, este día no pasará desapercibido. Mientras cae la tarde, decenas de manifestantes se reúnen circundando una olla depositada en el piso de la Plaza de la Republica que confronta al monumento porteño. Alguien coloca unos bollos de diario en el recipiente y de la fricción de un encendedor amarillo brota una chispa que da lugar al fuego. 

-¡Quema de barbijos! ¡Quema de barbijos! ¡Quema de barbijos!

Las voces a coro y las palmas estrellándose entre ellas le otorgan un ritmo retumbante a la escena. Casi como si el evento estuviera guionado, de a uno, desprendiéndose de la aglomeración, los asistentes se acercan a colocar su barbijo entre las llamas y luego retornan a su lugar en el grupo. Nando, con su habitual vestimenta, estruja un tapabocas blanco, logra hacerlo entrar en la olla que ya rebalsa incinerandolas prendas y regresa junto a sus hermanos. Esta vez no hay camarógrafos de televisión. No importa. Decenas de celulares registran la escena y unas pocas horas después las voces de periodistas horrorizadas por lo sucedido irrumpen en la agenda pública.

La pandemia del Coronavirus, además de hacer estragos en la salud, también golpea fuerte aumentando los índices de pobreza y desempleo. Por eso muchos marchan. Envueltos en banderas argentinas, circundando el Obelisco porteño. Como buscando alguna manera incierta de poner fin a la pesadilla del COVID-19. Luego de verse las caras varios sábados seguidos, muchos de los manifestantes más resueltos ya se conocen entre ellos. Naturalmente se fueron agrupando. Así, formaron una organización de autoconvocados. Si bien las visiones de los manifestantes en general son disimiles, se definen apartidarios y proponen organizarse mediante asambleas generales permanentes, dejando de lado las agendas partidarias, personales y grupales. Nando también forma parte de este grupo. 

A medida que su figura fue creciendo la polémica proliferó en el grupo de Facebook donde la Familia mantiene el contacto a distancia. 

Por sus apariciones insignes en las marchas y sus convocatorias a romper la cuarentena, Nando fue adquiriendo popularidad pero también rechazo.

Al igual que ocurría con el movimiento hippie, la ideología de la familia es abierta, dialéctica. Se trata más de una visión idealista y utópica que de un compromiso político concreto. Si bien comparten los principios del amor y el apego a la naturaleza, evitan actuar desde el “nosotros”. La ausencia de límites claros provoca roces, y más cuando hay que enfrentarse a un suceso de conmoción global como una pandemia, pero también ayuda a mantener vivo el sueño arcádico de la familia.

Con cuarentena o no, el raimbowgathering de este año se hace en diciembre en Mendoza y Nando ya está preparando su bicicleta junto a las hermanas y hermanos. Mientras parte de la Familia propone salir de Buenos Aires con rumbo a Córdoba junto a una caravana de caballos organizada por Médicos por la Verdad -una organización de profesionales de la salud que se opone a los lineamientos de cuarentena de la OMS-, la otra parte se opone a alinearse a una marcha que naturaliza el sufrimiento animal. No obstante, el arco iris los espera a todos al final del camino en la provincia cordillerana, para compartir un nuevo despertar.