El santo de los descartados


Por Facundo Caiafa //


Lo esperan. Desde las calles del oeste hasta los palacios del viejo continente. Desde la aristocracia hasta la gente sin esa “gracia”.

Recostado en una camilla frígida de la clínica San Camilo, conectado a un tubo que se incrusta en la tráquea. Su garganta trata de recoger todo el aire que puede. Un motor diminuto es el encargado de remplazar a sus pulmones, siempre y cuando, la red eléctrica funcione.

El virus intrahospitalario recorre la habitación, en búsqueda de su próxima víctima. Entre negligencia y abandono, se enriquece ese bicho que se esconde en esa cama.

La habitación es el mausoleo de Cronos. En el silencio y la ausencia el único sonido que irrumpe en escena es el que se filtra entre los pliegues del fuelle. Tic, tac, tic, tac. No puede haber falla porque el director del organismo es caprichoso y para bombear le gusta seguir un mismo bit. El tiempo se detiene para los habitantes de las villas, que no quieren perderlo.

En los últimos cinco meses, su cuerpo vio pasar las mismas cantidades de unciones que él dio en todo su apostolado. Con la diferencia de que no estaba dormido. Bachi permanece en el sector que está reservado para quienes no tienen conciencia de sí, en el último peldaño de su vida.

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Un hombre de unos 52 años, con sobrepeso, de estatura mediana, hipertenso, diabético, ojos rasgados y una sonrisa de estandarte. Basilicio Brítez vivió toda su vida rodeado de marginalidad, y fue testigo de condiciones higiénicas y sanitarias inhumanas.

Si para acordar la visita del virus se tendría que completar un cartón, Villa Palito cantaría bingo. Un entorno que se cae a pedazos y remarca la diferencia entre quienes tienen los derechos cubiertos y los que no. El contexto parece surrealista. Quién iba a creer que una medida preventiva duraría tanto. Preventiva, para quienes pueden.

Es sábado por la mañana. Los minutos se hacen eternos y la espera, interminable. El ruido de fondo lo completa la radio:

— Ayer se confirmaron 11.717 nuevos casos y se registraron 34 muertes. Hasta el momento hay 8.305 personas fallecidas. El gobierno espera que baje la curva.

Mientras tanto, lo siguen esperando. Esperan una confirmación. Un mensaje que aclare que todo es una confusión, que nada es tan grave. Que todo fue un susto. Que "Dios" hizo lo suyo. Pero esas cosas solo forman parte del imaginario, y el desenlace es inevitable.

La rutina de los últimos tres meses, fue la misma para todos. Cada día, un mensaje recurrente:

— Están esperando los efectos del antibiótico que han aplicado para solucionar el problema de neumonía. Ayer, amaneció con fiebre. Están trabajando la función renal para que no se desestabilice.

La secuencia de sus manos es siempre la misma. El dedo que presiona el celular. La voz que emite un parte. El mensaje que se replica y circula de manera religiosa en cada uno de los grupos. 

Las respuestas son calcadas. Unas manitos entrelazadas, un rosario, stickers de bendiciones, emojis de llanto. Pareciera que la vida se convierte en una ficción: la famosa cadena digital. 

Mientras tanto, los videos de “su santidad” también se dejan ver. Un pedido por la salud de Bachi. Un Rosario virtual.

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— Después de tantos años, tenemos que seguir construyendo el reino. Quizá hoy, con este nuevo desafío, que es abrazar a los nuevos leprosos. Los que están al costado del camino, como el Papa Francisco los llama, los descartados, los descartables.

Bachi dejaba esta reflexión en un encuentro sobre “la escucha”, algo que sostuvo a lo largo de su vida. Llegó a la Ciudad de Buenos Aires con solo 3 años. Cruzó la frontera del Litoral para arribar a un asentamiento de la Capital en el año 1971. Desde Villa Rica, su primer destino fue la villa de Barrancas del Belgrano, donde pronto lo alcanzó la desolación y el abandono. A partir de un decreto en los años 70, se erradicaron las villas de emergencia de la Ciudad. Se volvió a barrer debajo de la alfombra.

— Es un desafío, porque no es fácil abrazarlo, porque lo que vemos, nos asusta. No nos dan ganas de abrazarlo, porque somos prejuiciosos.- remarcaba el cura.

Junto a su papá zapatero y su mamá empleada doméstica, pasó de Capital a provincia. Su siguiente destino fue La Matanza, el municipio más grande y más pobre del Conurbano Bonaerense. Los tinglados de chapa y cartón volvían a aparecer. En las costas de “Monseñor Bufano”, su familia se asentó en un barrio que comenzaba a delimitar los hogares con palos y cuerdas. Por eso, el mito popular dice que lo llamaron Villa Palito.

Los años continuaron y él, ya siendo joven, se decidió y eligió un lema: “Sueño con morir por ellos, ayúdame a vivir para ellos”. La frase que marcaba su camino espiritual era de Carlos Mugica, un cura del tercer mundo que se caracterizó por su tarea pastoral en barrios carenciados y que murió en ese camino.

Bachi iba a romper con el estereotipo de cura. Daba su casa, su comida, su tele. Todos los chicos a estudiar ahí. Inauguró el hogar la Casa del Buen Samaritano como un espacio para acoger a los chicos con problemas de consumo de drogas. En el 2008, el paco había entrado al barrio y los chicos deambulaban por la noche enajenados. Tiempo después, inauguró la Casa Mama Antula, con el mismo objetivo pero dedicada a la contención de mujeres.

— Lo ves, y no dirías que es un cura. Lo veo sin su… no sé cómo se llama, y no es una persona más del barrio.- trataría de explicar una docente del hogar, sin palabras, quién es Bachi.

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— El tercer día de la novena escuchábamos que Bachi recién va a descansar cuando vuelva a Palito, lo creo y me comprometo.

La novena es un ejercicio de devoción que se practica durante nueve días en honor al difunto. En la semana del fallecimiento el obispo hacía una promesa que un año después se vuelve realidad.

El viento sopla en la cintura del conurbano bonaerense. Desde zona Oeste, el sol se oculta tímido entre las nubes y resalta el gris del asfalto. La avenida mantiene un color uniforme, inerte, sin ninguna curiosidad. De repente comienza a sentirse un ruido que se expande por toda una caravana que avanza. Primero parecen dos, tres personas, pero crece como un tumulto de alfileres. Se congregan al costado de una bandera amarilla y roja de unos 50 metros de largo, que inunda la escena.

Los peregrinos, unos 40 por lado, y las 300 personas que caminan en procesión detrás, llevan puesta una pequeña capa que se extiende desde la nuca hasta la cintura y los envuelve como un abrazo. El uniforme también puede ser una camiseta deportiva con la imagen del sacerdote o una remera blanca que dice “Padre del abrazo. Un villero que eligió ser un cura, que eligió ser villero”. 

Unos hombres de unos 50 a 60 años comandan la nave. Con uniforme negro y sombrero de modelo, conducen una carroza de caballos. Atrás, la Virgen de Luján emerge de un colchón de flores. De manera surrealista, las coronas con las que no contó en su vida, rodean toda la pieza. 

La caravana partió del Santuario Sagrado Corazón del barrio de San Justo a las 9 de la mañana. A lo largo de casi 6 km, desfilan los autos a paso solemne. La indicación es ir por Maradona hasta Bachi. Como un juego de palabras. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Dos calles relativamente jóvenes, renombradas el mismo año. 

Durante cuatro días se desarrolla el regreso de un cuerpo que deambuló por distintos puntos y concluyó en el barrio. Lo llamaron: “La fiesta del abrazo”.

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El humo invade la confluencia de Bachi y Maradona. Las bengalas dan el anuncio de llegada al barrio. Las calles rebalsan de personas y el ataúd surfea entre fieles. Más adelante, la iglesia es el epicentro. En su frente, entre paredes grises, se levanta un busto dorado. Pareciera una estatuilla oriental. Sobre sus mejillas y la frente redondeada, se ven reflejos de luz que atraen las miradas. Los chicos del barrio bromean con que se parece a Buda.

La calle continúa y se desprende de la parroquia “San Roque González y compañeros mártires”, la pasarela central de la villa. La urbanización en el barrio llegó a medias. Se consiguió asfaltar solamente la parte de adelante, el frente, pero el patio sigue estando desolado. Algunas casas con revoque y entrada, otras con ladrillos al desnudo y otras sin nada. Soportes de madera amontonados hacen las veces de pared y una lona, que se extiende por arriba, juega a ser un techo atado con alambre. En el medio, entre un extremo y otro de la pueblada, hay un volquete que rebalsa de paquetes. El nylon se amontona y cuelga de una montaña en la que se desangra el sintético y deja escapar la carga de un pañal usado.

A partir de ahí, las calles se desnudan de cemento. Todos lo tienen muy claro. Suelen llamarlo el campito o el asentamiento. Ahí no hay una diferencia física entre lo que es calle y vereda. Las cloacas desnudas avanzan por el barrio con todos sus hedores. No solo eso, el agua rebalsa e invade las calles, empujando a los chicos a jugar una rayuela entre las porciones de tierra seca. Hasta acá no llega la procesión.

El obispo conduce el trayecto, con una prenda que recubre su cabeza, la mitra y un palo que hace las veces de bastón, el báculo. Su objetivo es llegar hasta la entrada del barrio. Protagoniza la caravana, de la misma manera que protagoniza la organización eclesial.

En su estructura jerárquica, la Iglesia se divide en diócesis, como municipios. Su intendente es el obispo, y los sacerdotes, los trabajadores. En ningún artículo se define el sueldo de un sacerdote. Hay poca información sobre el tema. La estructura parroquial de la Iglesia funciona de manera descentralizada. Eso quiere decir que cada parroquia es autónoma en un sentido económico. Por eso sus fondos se basan en los ingresos de los fieles en la colecta, o de una posible asignación, a criterio del obispo, claro.

El “intendente” de la Iglesia es el último eslabón de la cadena que recibe un aporte del Estado. Según la ley 21.950, que rige desde el año 1979, el obispo debe recibir el 80 por ciento de lo que gana un juez. Si hoy un juez de primera instancia gana $469.933, el 80 por ciento sería $375.947, algo así como 1.300 dólares. 

— Escuchamos en la primera lectura que el signo del paso de Dios no es un rey ni la casa de los poderosos sino Belén, la más pequeña. De ahí surgirá la esperanza para su pueblo -, recordaba el obispo en la novena en honor al sacerdote, la semana del fallecimiento.

— Y… ¿por qué no Palito?¿Por qué no las barriadas pueden acaso ser también el lugar que nos devuelva un modo de ser Iglesia, un modo de caminar real en el amor, el compromiso y la solidaridad que Cristo nos pide?

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De a poco, el sol comienza a esconderse entre las nubes y anuncia el momento de guardar el termo para pensar en la cena. En la plaza del barrio, el pique de una pelota y el rechinar de suelas, se completa con el ladrido de los perros. La mesa está lista. De un lado, unas rosas de florero, y del otro, afiches hechos a mano por los grupos de la parroquia. Unos pasos más atrás, se levanta una pequeña gruta que completa el escenario. De un metro de alto, la imagen de la virgen de Luján acompaña una foto de Bachi. Mirada al cielo y brazos abiertos, parece una estampa.

A tres meses de su fallecimiento, y en el día del patrón del barrio, San Roque González, la comunidad se congrega para rezar. Alguien acomoda un celular, se está transmitiendo en vivo.

Los ruidos se mantienen a un nivel uniforme. Un muchacho de unos 37 años se acerca a la mesa micrófono en mano. Lleva una cola de pelo que sobresale por el hombro y una tela con la imagen del obispo Enrique Angeleli asesinado en la dictadura que le cubre la espalda. Las personas se aproximan para abrazarlo. De fondo, se escucha una voz aguda.

— Recibimos al Padre Tano, que presidirá esta eucaristía.

Con una entrada sin clamores ni canto, como algo improvisado, se presenta el Padre Tano, Nicolás Angelotti. Es un exjugador de fútbol que se convirtió en sacerdote y, a partir del año 2017, quedó a cargo de uno de los asentamientos más precarios de San Justo.  

El administrador de todas las iglesias de la localidad determina a donde debe ir cada sacerdote dentro de su jurisdicción. La diócesis de San Justo se extiende a lo largo de una tercera parte del municipio de La Matanza. Comprende la mitad de Casanova y Villa Luzuriaga y la totalidad de Ramos Mejía, Lomas del Mirador, La Tablada, Villa Eduardo Madero, Ciudad Celina, Tapiales, Aldo Bonzi, San Justo y Ciudad Evita. Las capillas de Puerta de Hierro, San Petesburgo y 17 de marzo, previo a la delegación del obispo actual, Eduardo García, formaban parte de la cobertura de Bachi, junto a Villa Palito y Villegas. Una vez hecho el cambio, su cobertura se redujo, pero su figura continua con mucha presencia.

— No hay mayor amor que dar la vida por los amigos. Y lo celebramos desde abajo, al santo de la puerta de al lado, podríamos decir, al padre Bachi. Que siguió el mismo camino que Jesús y que San Roque González.

El Padre Tano habla con vehemencia y como algo inesperado les hace una consulta a los músicos:

— ¿Podemos cantar la canción del padre Bachi ahora o los saco del repertorio?

Luego de su fallecimiento, la figura del sacerdote fue creciendo. El coqueteo con la santidad es una constante que la Iglesia saca a relucir.

— No lo estamos canonizando por anticipado y si llega a tener estampita con aureola poco me cambia – llegaba a afirmar el obispo mientras los portales de noticias más importantes del país narraban la vida del Padre Bachi y el papa Francisco y los funcionarios trascendentales en la escena política se hacían eco.

— ¡Palmas palmas, que sin palmas no se canta acá!

El sacerdote incita al desborde y los fieles cantan.

— Bendecinos padre Bachi, bendecinos por favor, caminá junto a tu pueblo por el que luchaste vos. Bendecinos con tu abrazo, que nos regala tu amor, bendecinos desde el cielo, con la virgen y el Señor. Como un buen cura villero, bendecí a tu pueblo hoy.