Una maleta, muchos sueños y un viaje



Por Martin R. Rodríguez //

Ya van dos meses sin agua potable en el barrio los Aviadores. Son 10 manzanas. Hay entre 12 y 14 torres de 4 pisos. Allí, viven unas 4.480 familias. En Venezuela, lo llaman conjunto residencial. 

Juan estaciona el Fiesta Power 2007 azul oscuro de cuatro puertas. Está con sus hermanos José y Alejandro, y sus tías Aidé y Ana.

Camiones antidisturbios avanzan y no se detienen frente a la multitud. Esto es Maracay, la ciudad con más bases aéreas militares de Venezuela. Tiene ocho establecimientos. Allí, se pega duro con la porra y las balas de gomas son costumbre. Tampoco son raras las armas de fuego. 

Es una batalla cara a cara entre los manifestantes y la policía. Patadas y golpes de puños sin discreción. Ni las mujeres se salvan. 

Una oficial de policía sostiene con fuerza los brazos de José, hermano de Juan. 

— Él es menor, no lo podés llevar.

Gritos de desesperación. 

— ¿Por qué está aquí si es menor? Suéltelo. Lo tenemos que llevar.

Juan le da una patada en el tórax a la agente. Se libera. Alrededor, sigue la batalla campal.  Todo está cubierto de humo. Los gases lacrimógenos no permiten respirar. Todos temen a la represión. En el mismo lugar, Juan vio morir a un amigo. Le dispararon un cartucho en la cara. Fue tapa de los diarios.

Los gases siguen lloviendo. La gente corre hacia las torres lindantes. Los vecinos reciben a los heridos, los atienden y les limpian las lesiones. Toman agua y tienen un lugar para ocultarse. En las calles cercanas, los manifestantes tiran a la policía los escombros que consiguen rompiendo las veredas o el pavimento.

Entre los manifestantes todavía están los amigos de Juan. Se cubren con escudos improvisados: chapas cortadas a la mitad o un cartel publicitario. Se ponen pasta dental o bicarbonato en los ojos para mitigar los efectos de los gases.

Serán horas de piedras, balas de gomas y camiones hidrantes que lanzarán toda el agua disponible hacia la multitud. El cansancio obligará a replegar. Todos se agotarán. Quedarán las heridas y los hematomas.

***

En la frontera reina la desazón. Juan verá, por última vez, las caras de los que más quiere. En la ruta, mano a Colombia, hay una pequeña plaza con mucho verde. Mano a Venezuela, una suerte de muro natural, una mini montaña. En el medio, los puestos de migración, una suerte de peaje en la ruta. La fila es enorme. Miles aguardan que sellen los pasaportes para dejar el país. 

Juan sale una y otra vez de la fila. Está nervioso. Mira hacia la línea divisoria que separa ambos países. Está con José, el hermano, y César, el tío. Van a viajar juntos. Tienen que cruzar el puente Simón Bolivar  sobre un río que no tiene agua. Es época de sequía. Se pasa a pie. 200 metros que serán infinitos. Muchos intentan evitar el control oficial, otros esperan.

A un costado entre los autos, los familiares quieren despedirse. Abrazos y llantos. Hay comida y equipaje por todos lados. El césped desaparece por tantas pisadas. Autos entran y salen. Faltan solo las tiendas de campaña. Es un campo de refugiados. Están todos ahí, esperando la despedida final. Los niños juegan, corren y se pelean. Sí, juegan. 

Una señora vende arepas y empanadas en un puesto con carrito. Tiene todas las salsas y unos jugos naturales. Pasan a comprar antes de atravesar el puente. Está lleno de militares. Los colombianos siempre reciben con víveres a sus vecinos. 

Lágrimas en los rostros. A sus espaldas queda todo. Ya es el momento del adiós. Juan camina lento. El corazón parece que se le sale del pecho. Se detiene cada dos pasos. Respira hondo y continúa. José camina mirando al suelo, agita los brazos como pegando al vacío y produce sonidos con la respiración. 

Siguen los pasos de la multitud. Lentos. Algunas personas llevan hasta 3 mochilas y equipaje de mano de gran tamaño. Un hombre tiene unas gallinas. Proyectos de vida, sueños y seres queridos quedan atrás. Los que no se van seguirán sobreviviendo. Un pedazo de pan cuesta el salario de un mes, aunque tampoco hay demasiada comida. Sufrirán robos y a las guerrillas que dominan las calles.

Mientras camina, Juan mira familias enteras que lloran, susurran bajito e intentan no voltear. Dos chicas jóvenes van abrazadas. Cada paso se vuelve pesado. Ellas paran y posan para una foto. Se vuelven a abrazar. Dejan sus pertenencias y se toman más fotos. 

Los 200 metros parecen no terminar jamás. Este es el paso fronterizo más concurrido. Del otro lado, Cúcuta, capital del departamento de Norte de Santander, Colombia. En un solo día van a entrar y salir más de 26.000 ciudadanos. Algunos pasan a comprar alimentos y productos básicos porque están más baratos. Alrededor de 2.000 venezolanos, según las autoridades colombianas, serán los que ingresen para luego migrar a Ecuador, Perú, Argentina y Chile. 

***

— ¡Happy Birthday to You!

— ¡Happy Birthday to You!

— ¡Happy Birthday Dear Cristofer!

— ¡Happy Birthday to You!

Sí. En Guayaquil, el feliz cumpleaños se canta en inglés. La torta es de tamaño monumental. Tiene chocolate por todos lados. Afuera llueve a cantaros. Se sienten los golpes en el techo. Ya son cinco días de precipitaciones ininterrumpidas.

Mamá, papá y Cristofer. Los únicos invitados son los viajeros: Juan, José y César. 

La tarde va a pasar al ritmo de “Scooby Doo Papa”. Se repite mínimo 5 veces. Se le va a pegar a Juan por varios días. 

El cumpleañero empieza un campeonato de Fortnite, pero José es el primero en tomar el joystick. La tarde no da para hacer otra cosa, la lluvia no cede. Después de unas horas de Play, con pochoclos de por medio, se viene la tarde de cine. Es el momento de un clásico.

En búsqueda de la felicidad, con mantas y taza de chocolatada de por medio. El niño tiene una sonrisa. Come y comparte con los presentes. No parece importarle que sus amigos, los niños, no pudieron venir por la tormenta. 

La única protagonista de la fiesta es la torta. 

— Esta torta me enamoró.

Es la segunda porción que come Juan.

— Tenemos que guardar un poco para el viaje. Es un poema esta torta.

José tiene la boca manchada con chocolate. 

El clima está ideal para una siesta. No se puede evitar después de tanta comida. Todos se dormirán de un momento para otro en el sillón. Ojalá sirva para recuperar las fuerzas. El viaje tiene que seguir. 

***

— ¡Volvé a tu país venezolano de mierda!

— Pero me estas cobrando casi el triple. 

¡Bienvenidos a Perú! 

Cerca hay unos turistas chilenos. A ellos le cobran el precio real. 

— La verdad es un atrevido, no te puede cobrar cualquier cosa. 

La chica le habla a Juan.

— Eso mismo trato de explicar al señor. 

— Es una tomada de pelos. Dejá, vengan. Yo los invito. 

Es amable. Les presenta a su novio. 

— La verdad, te agradezco. Tuvimos un viaje súper largo y nos estamos muriendo de sed. 

Les convida del refresco. Juan se toma media botella. 

***

Chiclayo. Ya van cinco horas de espera. Alrededor un galpón abandonado. Juan y compañía no quieren esperar cinco días más para conseguir pasajes. Alguien les vendió un pasaje para hoy. Micro de dos pisos, aire acondicionado y asientos reclinables. Ese transporte nunca aparecerá y el dinero jamás se devolverá. 

Hay que volver a comprar los pasajes. Lo que haya disponible. Lo que toca es un micro venido a menos y de un solo piso. 

***

Juan viaja casi desnudo, en ropa interior. Los demás pasajeros también. El calor es sofocante. No anda el aire acondicionado. A la noche, en cambio, se congelarán. Hasta las cortinas del vehículo van a servir de manta. 

Juan quiere un motín. Se para y se dirige a la cabina del conductor y el guarda. Golpea la puerta. Nadie sale. 

— ¡Bajen la temperatura y sirvan agua!

Empieza a gritar y el resto de los pasajeros lo acompañan. 

José es el más pequeño de los pasajeros. Ya no puede controlar sus energías. Es el primero en romper uno de los asientos para hacer escuchar sus reclamos. 

El conductor continúa su marcha como si nada ocurriera. 

— Estos daños deberán abonarlos en efectivo. 

Sale el guarda.

— Ustedes nos deberán reembolsar el costo del pasaje, este servicio es una falta de respeto. Nos estafaron.

Los pasajeros contraatacan.

El calor inquieta cada vez más. El humor está por los suelos. Llevan horas arriba del micro. Recién están a mitad del desierto. La deshidratación es inminente. El micro es un auténtico horno. Los cuerpos casi desnudos y transpirados. Ya no hay pudor por la ropa interior. El humor también seguirá caldeado por muchas horas. No queda otra, hay que seguir. 

***

Sopa y pilla con kétchup fue el desayuno. Comida típica en Chile. Ya están a bordo de otro micro. El apetito es feroz. Llega la famosa vianda. Una canastita de verduras, un pan y una feta de jamón y otra de queso. Con eso se deben arreglar los tres. 

— No puede ser que esto sea así, ¿esto solamente vamos a comer?

— ¡No, no! Seguro nos van a servir algo más. Debe ser una entrada.

Será el único alimento en 13 horas.

Mientras tanto en el televisor pasan una película: “La Última Pelea”. Los hermanos comparten asiento. El tío César está tres butacas más adelante.  Los “mozos” pasean con bandejas de comida que llegará mucho más tarde hasta ellos. 

La noche pasará con una maratón de películas que apenas ven y no pueden oír. Siempre con hambre, pero temen hablar. Son los únicos venezolanos a bordo.  

***

En Chile había llegado la relajación. Después de tanto fueron días de descanso. Pero nada es para siempre. Pronto conocieron su nuevo hogar: Mendoza. Es igual a Maracay, piensan. Tiene montañas. 

No hay celular y no conocen a nadie. 

— No tenemos dinero para el boleto, ya estamos en Argentina.

Hablan con la prima Gabriela. Los tres viajeros tienen familiares en Buenos Aires.

— Ponte a buscar un Western Unión, vamos a girar dinero. No se desesperen. 

Están en la Avenida Arístides Villanueva, la zona más paqueta de la ciudad, donde está la fiesta. Muchas cervecerías y restaurantes. Tienen que esperar que llegue la plata.

— ¿Te gustaría quedarte a vivir acá? 

— Pero no tenemos ni siquiera para hospedarnos hoy. 

Los dos hermanos están convencidos.

— No podemos quedarnos. En Buenos Aires al menos tenemos donde parar por unos días.

El tío César les pincha el globo.

— Pero con la plata de los boletos nos arreglamos y buscamos trabajo ya mismo. 

Todo quedará en una idea. Tendrán que partir tarde o temprano. Gabriela les mandará la plata para comprar tres boletos con destino a la capital argentina. 

A las 18 de esa misma tarde, abordarán otro micro más. 

***

Juan pregunta al chofer dónde bajar para llegar a Buenos Aires. 6 de la mañana. Terminal de Liniers. . La prima Gabriela les había dicho que el lugar se llamaba La Plata. Casi descienden ahí. Los salvó el chofer. 

El destino final será la calle Brandsen en San Justo, partido de La Matanza. Los espera la prima y un amigo, que con su camioneta recorrerá la Gran Ciudad. Avenida Libertador, General Paz y Avenida Mosconi. Un nuevo hogar. los recibe con bifes, arroz y ensalada. 

De las montañas de Mendoza ya no queda nada. El primer paisaje es un Walmart donde comprarán unos colchones inflables para no dormir en el piso. 

También, llevarán un molde para tortas. Juan cumple años mañana.

***

El futuro es incierto. El dueño de la camioneta les presentó alguien. Una cosa llevó a la otra. Juan tiene un trabajo asegurado en una tienda de muebles y artículos para bebés. 

Argentina es orden. En Venezuela, no hay góndolas surtidas como acá. Es una bendición poder comprar. En su mente sólo hay una idea: juntar plata y mandar todo a su familia, esa que dejaron atrás.