Nunca más jóvenes sin memoria





Por Lucía Roldán //

Donde se alzó uno de los Centros Clandestinos de Detención (CCDD) más conocido del país, ahora hay un centro recreativo. Donde se secuestraron 68 personas, ahora familias y adolescentes disfrutan al aire libre. El lugar, al menos para los más jóvenes, es más conocido por ser el polideportivo Gorki Grana. Allí funcionó la Mansión Seré entre 1977 y 1978, cuando la Fuerza Aérea incendió la casa para borrar toda huella de ese centro clandestino de detención, luego de la fuga del arquero Claudio Tamburrini, junto a otros tres prisioneros.

Antes de volverse un CCDD, el predio había pertenecido a Juan Seré, empresario vasco francés. Allí proyectó la quinta y tras su muerte sus hijos se subdividieron el terreno. Leocadia, uno de ellos, construyó la que finalmente se convertiría en la Mansión Seré. En 1949 fue vendida a la Municipalidad de Morón y luego cedida a la Fuerza Aérea a fines de 1976. Lo que ocurrió después es parte de la trágica historia argentina.

¿Pero los jóvenes la conocen?

Es la tarde de un miércoles casi primaveral, aunque todavía es invierno. Carola Noriega, una de las guías del Espacio Mansión Seré, Casa de la Memoria y la Vida, aguarda a un grupo de once chicos de tercero de secundario para iniciar la recorrida. Parecen dispersos; no aburridos, pero sí se distraen fácilmente con el celular y con el cantar de los pájaros en una tarde soleada.

Alta, de cabello blanco y corto, Carola lleva 13 años trabajando en el lugar y forma parte del Área Pedagógica de la Dirección de Derechos Humanos del Municipio de Morón.

Inicia el recorrido llevando a los chicos hacia los cimientos de la antigua mansión, dentro de una construcción vidriada. Allí les muestra lo que era la planta baja y las partes originales de la casa, antes de la demolición. Pegadas a los ventanales hay fotos de los desaparecidos. Aunque las imágenes apuntan al exterior, desde adentro de la construcción se trasparentan. Abrazan el espacio, y a la vez parece que lo observan. 

—Las fotos de mayor tamaño son de gente que se supo que estuvo detenida en la mansión —explica Carola.

Los días de semana el Espacio ofrece recorridos que fueron declarados de interés cultural y educativo a escuelas primarias y secundarias con un claro objetivo: reconstruir la memoria en los jóvenes.

Después de contar los orígenes de la mansión, Carola se detiene a ver a su grupo de frente. Les pide que cierren los ojos.

Los once chicos se miran con extrañeza y se mantienen callados.

—Vamos, todos —insiste animándolos.

Finalmente, le hacen caso. Ahora Carola les pide que registren los sonidos.

El silencio sólo es perturbado por el ruido de los autos que pasan y las voces de otros visitantes del parque. Pasado un minuto, Carola les pide que vuelvan a abrir los ojos y hagan un intercambio de lo que escucharon. Autos, palomas, música y voces son algunas de las cosas que nombran los chicos.

—Si ustedes vinieran acá de noche y con los ojos vendados, ¿dónde se imaginarían que están? 

—En un bosque —se anima a responder una de las chicas, aunque lo hace un poco insegura.

—¿Y tendrían miedo?

Silencio. Finalmente, algunos dicen que sí.

Al rato, una de las chicas del grupo se pone pálida, muy nerviosa, y se aleja unos pasos de sus compañeros. La preceptora que los acompaña cuenta que le da ansiedad.

Cuando el recorrido termina y los chicos se van, Carola piensa en lo ocurrido.

—Los espacios para la memoria son lugares raros, incómodos —se sincera, con una expresión ligeramente emotiva, sentada de espaldas a la casa—. Pero son necesarios.

Según la Secretaría de Derechos Humanos, de los 806 centros clandestinos que funcionaron durante la dictadura, 40 son ahora espacios de memoria. Al ser una pieza importante en el plano educativo de todos los niveles, en 2008 se crea el Programa Educación y Memoria para promover la enseñanza del pasado reciente.

Ingrid, apasionada de la historia argentina, es docente de sexto grado hace 26 años en el Instituto Nuestra Señora de Lourdes en Ituzaingó, escuela en la que, además, estudió. Encargada del área de Ciencias Sociales, trata con sus alumnos temas de la última dictadura argentina que arrebató a miembros de su familia.

Primero fue su hermana Sonia, en septiembre de 1977. Tenía 16 y estaba a un año de terminar la secundaria en la misma escuela en la que Ingrid trabaja. El instituto no olvidó. En 2003, por iniciativa de los profesores, se colocó una placa recordatoria de su hermana y otro estudiante desaparecido. 

De acuerdo al Centro de Estudios Legales y Sociales, durante la dictadura fueron secuestrados 130 adolescentes entre 15 y 18 años. Un año antes de la desaparición de Sonia ocurrió la llamada “Noche de los lápices”, una serie de secuestros y torturas a estudiantes secundarios de La Plata que reclamaban por el boleto estudiantil. De los diez adolescentes secuestrados sólo sobrevivieron cuatro; el resto continúa desaparecido.

Pero la pérdida de su hermana no fue el final de la pesadilla para Ingrid. Apenas un mes y medio después, su padre Hermann, referente barrial y militante peronista, fue secuestrado y también permanece desaparecido.

—A mí me cuesta muchísimo hablar de esto porque es algo muy triste, pero sin embargo tengo que recordar. Tengo que prestarme a estas entrevistas para que nunca más vuelva a pasar. Es muy importante que en la escuela la memoria se trabaje.

Según Ingrid, antes del 2006, fecha en que finalmente se incluye en el diseño curricular, trabajar la memoria formaba parte de un “currículum oculto” por no estar oficializado, y cada docente optaba de qué manera abordarlo.

Todos los años Ingrid cambia la forma en la que da sus clases para hablar del tema. En una ocasión decidió llevar una carpeta con fotos y recortes de noticias que contaban la historia de su familia, y así mostrársela a sus alumnos de 11 años, que tenían la misma edad que Ingrid cuando desaparecieron a su hermana. 

—Cuando les contaba, algunos lagrimeaban —empieza a contar con una sonrisa leve, pero triste—. Después me abrazaban y me decían “seño, qué triste lo que te pasó”.

En el 2012, el Municipio de Morón publicó un suplemento que contaba la historia de los desaparecidos en el antiguo partido y dedicó dos páginas para Sonia. Había también una foto de una carta que Elena, su mamá, escribió para ella después de su secuestro. A mano y en cursiva, en un papel arrugado, pero no marcado por el paso del tiempo, se lee: “mamá dejó de vivir aquella noche en que te arrebataron de mi lado”.

—Recordar es pasar por el corazón, y pasar por el corazón esta historia duele. Por dentro estoy rota, pero lo puedo hacer. Agradezco a mi papá y a mi hermana, porque son ellos los que me iluminan en ese momento. Sé que hasta el último día de mi vida esto lo tengo que contar, y cuando no esté yo, lo harán mis hijos.

“¿Por qué me parece que la película la tendrían que ver los pendejos? Porque que haya pendejos con discursos pro dictadura hoy en día es terrible.” Con estas palabras, Santiago Mitre, director de Argentina, 1985, destaca la importancia de que su película sea vista, en especial, por los más jóvenes.

El filme, que narra la historia de los fiscales Julio César Strassera y Luis Moreno Ocampo, que enjuiciaron a los responsables de la última dictadura militar, recibió excelentes críticas y galardones en festivales de cine de renombre. Además, contó con una buena venta de entradas, pese a los pocos cines que la exhiben.

Luis es docente a cargo de las áreas de Prácticas del Lenguaje, Ciencias Sociales y Construcción de la Ciudadanía en un colegio secundario de Morón y piensa que la película es una buena oportunidad para debatir en clase.

—En Ciudadanía hay una unidad temática sobre vida democrática y una de las partes es historia de la democracia. Se ve lo que pasó durante los golpes militares, pero no se profundiza mucho.

Su intención es, entonces, proponer en su escuela que la película se vuelva material obligatorio para todos los años, más allá del suyo. Todo, con una idea puntual: recordar lo que sucedió y que nunca más vuelva a suceder.

¿Pero entonces por qué hoy en día hay jóvenes con discursos que reivindican la dictadura?

Luis se queda pensando unos segundos y responde citando la irónica canción de León Gieco, Los Salieris de Charly.

—Somos “un país esponja" que se chupa todo lo que pasó. Creo que se olvidó y se volvió un acto escolar para recordar una fecha. Para estas generaciones eso parece prehistórico, pero es bueno que lo tengan presente para no volver a estos discursos pro fascistas neoliberales, que sabemos en qué terminan.