El abrazo estrecho y eterno



Por De Pasquale //

El tango argentino recibe y cautiva a bailarines del oriente que viajan kilómetros sólo para aprenderlo

Técnicamente, la danza del tango está construida sobre cuatro componentes básicos. El abrazo estrecho, la caminata, el corte y la quebrada no pueden faltar en ninguna coreografía. Los dos últimos, conocidos simplemente como “firulete”, permiten la improvisación y las figuras coreográficas que adornan y distinguen un baile de otro.

Algunos hombres usan trajes, sombreros, pelo engominado y zapatos de charol negros. Las mujeres visten faldas livianas que permiten el vuelo con cada movimiento. Pero hay otro componente que no puede faltar en ninguna coreografía: la emoción. De lo contrario, es un baile más. Y Delia Hou cumple con este requisito.

— El tango no se baila como la danza clásica. Tiene estructura, pero cada uno baila a su manera porque es algo que nace de la gente. Es un baile social -asegura como si hubiera nacido solo para bailarlo, aunque ese no fue su primer amor.

En un video sobre el Mundial de Tango de 2019, celebrado en la Usina del Arte, en el barrio de La Boca, se la ve con movimientos precisos, acertados. Se mueve por el espacio con confianza y decidida. Tanto los jueces como el público disfrutan cada minuto de su coreografía. Su cuerpo, alto y esbelto, se desliza por la pista de baile con comodidad. Algo que solo puede atribuirse a años de danzas y actividades físicas que, con el paso del tiempo, ya es innato.

Sus ojos oscuros y rasgados están decididos, presentes, enmarcados en un delineador negro. Su pelo lacio y negro, brillante, fluye libremente y combina con sus labios pintados de rojo intenso. Su pasión por el tango evoca interés y curiosidad.

Los orígenes orientales de Delia se remontan a tierras muy lejanas y totalmente opuestas al país del tango, una cultura caracterizada por los bailes de movimientos precisos que transmiten otro tipo de experiencia.

Al compás de la canción “Ojos Negros” de Osvaldo Pugliese, Delia se transforma. Encarna la música, la siente, como si la hubiera escuchado toda la vida, como si hubiera crecido en la ciudad del tango.

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La expansión del tango en tierras asiáticas se remonta a 1920. El barón Tsunayoshi Megata, un aristócrata japonés, viaja a París para quitarse quirúrgicamente un hemangioma que, según él, le afeaba la cara. 

Al poco tiempo de llegar, Megata empieza a frecuentar la noche parisina y se vuelve habitué del cabaret El Garrón, donde se presentaba la orquesta del bandoneonista argentino Manuel Pizarro. Fascinado por el tango, contrata a un profesor y se convierte en un talentoso bailarín.

En 1926, regresa a Tokio con una valija llena de discos grabados por Pizarro. En su ciudad natal, instala una academia de baile gratuita y empieza a enseñar personalmente a bailar el tango a la aristocracia japonesa. Así, se comienza a hablar del tango “bailado a lo Megata”, y el barón es considerado una figura clave en su expansión en el oriente.

Pero recién un siglo después, la Universidad Nacional de las Artes (UNA) y el Conservatorio Central de Música de Beijing (CCOM), la más prestigiosa institución de formación musical en China, firman un convenio que lleva a la inauguración de un Centro de Práctica e Investigación en Artes del Tango, el primero creado por una institución académica, dedicado íntegramente a esta danza.

El pasado 19 de junio se celebró en Tokio la Edición N°18 del Campeonato Asiático de Tango, auspiciado por la Embajada Argentina en esa ciudad. De 196 participantes, sólo las parejas ganadoras de cada categoría tuvieron el privilegio de estar presentes en el Campeonato Mundial de Tango de Buenos Aires.

En Seúl, Corea, bailarines de Asia Pacífico esperan con ansias las ediciones del evento Preliminar Oficial de Tango de Buenos Aires. Participan parejas de Malasia, Singapur, Brunei Darussalam, Filipinas, Taiwán, Corea del Sur, Japón, China, Vietnam e Indonesia que todos los años compiten en las categorías oficiales de Tango de Pista y Tango Escenario.

Pero ¿qué es lo que les apasiona tanto del tango? Malena Qin, una bailarina china que se dedica a esta danza hace diez años y hace seis que vive en Argentina, tiene una teoría.

— Creo que cada vez más a los asiáticos les gusta bailar tango porque es un baile sutil, que está muy en línea con nuestro carácter.

Para Malena, el tango significa improvisación, sorpresa, tristeza y romance. Vino a Argentina con la misma idea que Delia, y han bailado juntas en varias oportunidades.

— El tango se ve reservado, y solo las personas que lo bailan pueden sentir que es muy entusiasta. Los asiáticos somos iguales: parecemos ven reservados por fuera, pero, en realidad, estamos llenos de entusiasmo, ya sea por la vida o por la gente que los rodea. Quizás somos vergonzosos, pero el tango nos deja expresarnos.

Sin embargo, no todo es sencillo para los bailarines extranjeros. A pesar de su compromiso y dedicación, la recepción del público puede ser hostil.

— A veces siento discriminación y trato duro, porque algunas personas piensan que los asiáticos no pueden aprender bien el tango, y ni siquiera bailarlo. Pero, también, siento la tolerancia y la paciencia de los argentinos que están dispuestos a compartir el tango conmigo.

A pesar de la resistencia, en diversos puntos de Asia pueden encontrarse convocatorias y campeonatos con muy buena recepción del público. Uno podría pensar que, al ser una cultura tan distinta y a miles de kilómetros de distancia, mucha de su esencia podría perderse en la traducción. Pero es todo lo contrario.

— Para mí, el tango significa improvisación, sorpresa, tristeza y romance.

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Mientras revuelve su chai latte con leche de almendras un sábado por la tarde, sentada en un bar del barrio porteño de Villa Crespo, zona donde hoy vive luego de más de una década de residencia en Argentina, Delia describe como se reinventó en Buenos Aires.

Nacida en Estados Unidos en una familia taiwanesa, vivió en California, Memphis, Taiwán, Malasia, Hawaii, Boston y Nueva York. Pero dice que en Argentina encontró su hogar.

— En 2010, viajé a la Patagonia durante mis vacaciones de primavera de Estados Unidos. Yo no sabía nada de Argentina, sólo que acá nació el tango y que había muchas vacas.

De la Patagonia, pasó dos días en Buenos Aires, donde fue a una parrilla y a una clase de tango, antes de regresar a Nueva York, ciudad donde en ese entonces vivía y ejercía como abogada. Previamente, Delia se había instalado en Boston para asistir a una de las universidades más prestigiosas del mundo: el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT). Allí pensaba estudiar Astrofísica.

Pero su visita en la Argentina fue un antes y un después: empezó a asistir a milongas y tomaba clases de tango cuando tenía tiempo. De Nueva York, se traslada a San Francisco por sus compromisos con el Derecho. Siempre le gustó mucho la danza, aunque pensaba que no era para ella.

— Era algo innato, pero muy reprimido. Hice varios estilos, desde ballet, flamenco hasta hip hop. Me escapaba para ir a clases de movimiento porque la pasión siempre estuvo, pero nunca lo tomé en serio porque estaba haciendo otras cosas.

Durante su trayectoria profesional, en las Ciencias y en el Derecho, su pasión por el baile quedó en un segundo plano. Un hobbie mientras estudiaba y trabajaba. Al terminar lo que describe como “un caso grande” en su carrera de abogada, decidió venir a Argentina por cuatro meses nada más.

— Mi idea era apasionarme aún más por el tango y regresar a Estados Unidos para dedicarme a una rama del Derecho más relajada. Pero me di cuenta de que una no se hace bailarina en tan poco tiempo.

A sus 28 años, acepta su pasión por la danza, que la lleva a abandonar su camino legal. Para Delia, la Física, el Derecho y el tango tienen un punto en común: la búsqueda de la belleza.

— En la Física, se analizan sistemas de estrellas para, por ejemplo, medir su velocidad de rotación en la galaxia, y hay belleza en todo ese proceso. En las teorías de justicia del Derecho, también está presente esta búsqueda. Pero el tango es lo primero que me despertó una sensación de belleza a nivel corporal.

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Durante un domingo de septiembre, la tradicional casa de tango El Beso está llena. Ubicada en la calle Riobamba, de 14 a 19.30 se desarrolla el espacio de baile La Rosa Milonga. Allí, hay dos propuestas: clases gratis de milonga de una hora, para los principiantes, seguida de cuatro horas y media de puro tango para lo más aficionados de la danza, por sólo 500 pesos por persona.

La sala reúne a gente de todas las edades, para conectarse con la cultura de Buenos Aires. El salón es amplio, y sus pisos de madera delatan la cantidad de bailarines que pasaron por la pista. Las arañas en el techo y unos grandes ventanales iluminan todo el espacio, mientras que unas pequeñas mesas redondas con manteles rosa rodean a las parejas que bailan en el centro.

Los hombres no tienen el pelo engominado, y las mujeres no llevan vestidos largos, pero varios de los participantes calzan los zapatos correspondientes. Tacos, ellas. Zapatos negros de charol, ellos. Mientras siguen las instrucciones de la profesora, o disfrutan de la milonga libre, los abrazos estrechos y las emociones están presentes en todo momento.

En La Rosa no solo bailan aficionados, también profesionales que ofrecen shows únicos. Este domingo, el espacio de El Beso recibe a Akane Ito, profesora de tango que, como Delia y Malena, llegó a la Argentina con el objetivo de aprender y, después de siete años, nunca se fue.

“Vine a Buenos Aires como estudiante de tango en el extranjero, que comencé como un pasatiempo. Soy creadora web y trabajo de manera remota con Japón. Soy madre de un hijo en un matrimonio internacional con un hombre argentino y presidimos clases de tango para mujeres japonesas que viven en Asia”.

Así se describe a ella misma en redes sociales. Akane publicó un libro sobre sus experiencias como inmigrante en su libro “Guía para la migración al extranjero de Japón”. Que la portada esté ilustrada con una pareja bailando tango en el barrio de La Boca, no es detalle menor.

— Creo que muchos bailarines asiáticos deciden venir a la Argentina porque aquí está el tango de verdad, y no el tango transformado de ultramar. La experiencia de bailar en la milonga, aprender de los maestros y las exhibiciones, son momentos especiales- asegura por experiencia propia

En las historias de los bailarines que deciden instalarse en Argentina, hay un patrón constante. La necesidad de aprender de primera mano en el lugar donde se originó el tango. Con practicar en oriente, o en Estados Unidos, no es suficiente. No son conformistas, y buscan vivir la experiencia completa.

— El tango enriquece mi vida a través de la alegría de aprender, los amigos con los que hablo y el tiempo que paso bailando –agrega.

Ahora, mientras todas las parejas presentes se ubican en las mesas de la sala, se preparan para disfrutar del show. Comienza la música y Akane baila. Sus movimientos son elegantes, calmados, mientras abraza estrechamente a su compañero ante las miradas de los demás.

 A sala llena, cuando Akane termina su coreografía, el público aplaude con entusiasmo y emoción. Demuestran que el tango es un baile social y, si es sentido, todos pueden participar. 

A quienes realmente les apasiona el tango, como a Delia, están dispuestos a pasar horas ensayando.

— Toda esta cultura de la noche no es fácil. Hay que curtirse, o como dicen acá, pagar el derecho de piso.

Pero todo tiene recompensa. Los kilómetros que hizo Malena desde China a Buenos Aires, los sacrificios, la gratifican a diario.

Cuando termina La Rosa, la milonga sigue hasta entrada la madrugada. El Beso es solo el vehículo, el espacio físico. Profesores y profesionales de la danza, muchos de ellos extranjeros, mantienen viva la tradición de Buenos Aires, de lunes a lunes, sin falta.