ORGULLO VALLECANO

 

Por Francisco Galante //

Pinchos de cerdo, una, dos, tres cañas de cerveza, bombos, banderas, bengalas y una frase que se repite con ritmo de cancha.

—El día que yo muera, quiero ver mi cajón, pintado franjirrojo como mi corazón.

La gente hace la previa a pocas cuadras de la cancha del Rayo Vallecano esperando el partido contra el Valencia por la quinta fecha de la liga española. Es la una de la tarde en un distrito de Madrid con olor a hachís. El sol te obliga a esconderte en un barrio igual de caliente.

—Todos los fachas fuera de mi barrio- es como un himno “rayista” de la comunidad de Vallecas. Según sus habitantes, la más grande de toda Europa.

Dos estaciones de tren separan el barrio Entrevías y la Puerta del Sol. Dos estaciones separan al centro del Madrid de un barrio altamente politizado de izquierda, antifascista y comprometido con las luchas sociales. Puente de Vallecas es uno de los 21 distritos de la ciudad de Madrid. Se fundó el 22 de diciembre de 1950 cuando se anexó el municipio de Vallecas. Tiene 14,9 km2 y casi 241 mil habitantes. Es un barrio obrero donde el lujo no importa, quizás por un ideal, quizás por lo inaccesible.

—Este no es un barrio de señoritos. Aquí festejamos con los jugadores en la fuente y no desde lejos como el Madrid.

En Vallecas las luchas sociales salen a la calle de las formas más originales, una carroza Drag Queen acompaña a los Reyes Magos mientras un torneo de rugby gay inclusivo rechaza la LGBTfobia en el deporte, un barrio se une y expulsa a los narcos, mientras otro pelea por los ideales republicanos contra la monarquía española; y en el medio un club, que hace visibles todas estas problemáticas gracias al deporte más popular del mundo.

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Recién llegado a Madrid y después de 2 mates y tres pedazos de manzana salgo corriendo para la estación Ventillas. Ahí me espera un Citroën negro. Apoyados los veo, de lejos, a Javier y a Juan Ramón. El primero es un ex cocinero de 56 años, ahora trabaja en una escuela como conserje. Pelo blanco y sonrisa constante sin dientes, en proceso de reparación. Le faltan los bigotes de Dalí con los que lo conocí por su foto de perfil. Juanrra tiene contextura intimidante y los brazos de alguien que realmente pone el cuerpo día a día. Elceño fruncido, 36 años de vida dedicada a la electricidad y a su amor, el Rayo. Es la primera vez que nos encontramos, pero imposible no identificarlos con las camisetas del club de sus amores.

La de Juanrra no es la titular. Es negra con las mangas y cuello de los colores de la bandera LGBTIQ+. En la parte de atrás lleva una declaración: “NO RACISMO”.Yo traigo la de River. Compartimos la banda roja cruzada, pero mi lema es “El más grande”. La diferenciaestá en tres palabras. La camiseta es para el Vallecas un grito ideológico. Supomostrar los colores del orgullo cruzando el pecho, o el rosa potente de la lucha contra el cáncer de mama.

Un abrazo de viejos amigos y salimos para Vallecas.

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El Campo de Fútbol de Vallecas tiene unos 15 mil asientos. Está ubicado entre las calles Arroyo del Olivar, Avenida de la Albufera y la tribuna de los ultras, da a la calle que lleva el nombre de un personaje también conocido en Argentina, el Payaso Fofó.

Detrás del otro arco hay un paredón, para el hincha argentino comparable con la cancha de Argentinos Juniors, que sostiene un gran cartel que reza por los fallecidos del Covid. También hay una bandera con tres escudos distintos. Lo que varía son las siglas.El primero, ADR: Asociación Deportiva Rayo. El segundo es el actual, RVM: Rayo Vallecano Madrid. El tercero, ADRV: Asociación Deportiva Rayo Vallecano.

Los hinchas no se sienten parte del RVM porque nació cuando compraron el club. Dejó de ser una asociación deportiva para tener un dueño y ser una empresa.

El ADRV es el motivo de la lucha de su afición. Los hinchas quieren volver a ser un club de socios con un presidente. No quieren dueño.

—¡Presa vete ya! ¡Presa vete ya!

Javier grita sacando la mano por la ventanilla. Lo siguen en su canto dos hombres con la franjirroja que pasan caminando.

— Presidente hijo de puta ¡lo está echando todo a perder!

Mira al asiento de atrás buscando apoyo en la mirada de los otros. Habla como quien se siente desesperado e impotente.

Raúl Martín Presa compró el club en 2011, y hoy, al no haber elecciones ni otra persona o grupo que quiera invertir en el Vallecas, sigue en el poder.

El club decae, dicen los hinchas.

Un ejemplo de esa decadencia es el fútbol femenino que, a diferencia del masculino, se consagró campeón en el 2009, 2010, 2011, pero actualmente cayó a la segunda por falta de recursos económicos para competir a primer nivel.

La hinchada aguanta.

— Oléoléolé, oléoléoléolá, es un sentimiento, ¡no puedo parar!

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La cancha está llena. Cada uno tiene su asiento y eso hace que parezca que en la tribuna donde se ubican los Bukaneros haya más espacio, porque todos están de pie. Es que al Rayo nadie lo ve sentado, como sucede en otras canchas europeas, ni tampoco sobrevenden el espacio.

35 grados a las 2 de la tarde. No a todos los equipos se los somete a estas condiciones. Aunque la hinchada festeja por jugar un sábado y no un día laboral. Los equipos grandes tienen reservados los días y horarios de privilegio.

— Somos los hinchas más anarquistas, los más borrachos, los más antifascistas, nuestro rayito revolucionario, todos los fachas ¡fuera de mi barrio! Oe oeoeoe...

Arranca el partido y se siente que el rayo quiere volver a ganar. A los 4 minutos, tiro libre cerca del lateral que patea el argentino y capitán, Oscar Trejo. La jugada está preparada. El centro va por abajo al primer palo y de volea la agarra una de sus figuras Isi, para poner el 1 a 0. Fiesta en Vallecas. Vuelan todas las bufandas.

Entre dos banderas con la franja roja, flamea una a bastones horizontales, rojo, amarillo y violeta.

— Joder, que es la Bandera Republicana. Aquí en Vallecas queremos que España sea una República y no una Monarquía. Andar pagando la vida de esos.

Los colores, los símbolos, los lemas, todo tiene un sentido. Los unen los valores, más allá de lo que pasa a 5 metros entre 22 jugadores que sirven como excusa convocante, entretenimiento, y evasión de la vida cotidiana.

— Para allá no se puede grabar.

Javier señala a los ultras, la barra del club. Hay que entender que no es un grupo de hinchas de futbol típico. Por eso deben resguardar su identidad.

— Puede que alguno tenga su cosilla, quizás alguno tenga una vida fuera de lo legal, pero el principal problema es la persecución.

Los Bukaneros se formaron hace 30 años y se identifican abiertamente con las políticas de izquierda. Su lema de lucha: “Contra el racismo, la represión y el fútbol negocio”.

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Arranca el segundo tiempo, y el equipo sale con la misma intensidad que tiene su gente en las gradas.

— Goooooll — es el segundo para el Rayo que gana y juega bien. La gente lo celebra y agitando las bufandas comienza la canción más esperada, La vida Pirata. Un canto, con estilo militar, donde la barra entona una estrofa y la tribuna repite.

— La vida Pirata la vida mejor—

— ¡La vida Pirata la vida mejor!—

— Sin trabajar —

— ¡Sin trabajar! —

— Sin estudiar —

— ¡Sin estudiar! —

Y continúa — En cada puerto tengo una mujer. La rubia es fenomenal, y la morena tampoco está mal. Las inglesas con su seriedad y las francesas que todo lo dan.

El partido para el equipo está cómodo. Las banderas de los ultras no paran de flamear. Los cantos son constantes como el sol sobre las cabezas de los hinchas y lo único que se espera es el pitido final para que los 3 puntos se queden en casa.

Un gol del Valencia faltando un minuto no genera preocupación. El árbitro finaliza el partido y los jugadores se suman a la fiesta cantando junto a los hinchas.

***

Javier le da otro sorbo a la cerveza y me pasa el pincho de cerdo.

—Come tú que yo no puedo, me estoy haciendo la dentadura nueva. Es que una vida de excesos explota por algún lugar.

—¿Excesos de qué?

—¡De todo!- responden a coro y alzan los vasos. Javier agrega su frase para cada brindis.

— Con la izquierda, porque llega al corazón.

El mozo sirve el acompañamiento de la cerveza, que en lugar de maní, es cecina de león, un embutido de carne de vaca similar al jamón crudo. En la otra mano trae el plato para compartir, y para la mordida de Javier, bacalao ahumado.

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Sigue la ronda.

El próximo bar es llamativamente la Parroquia San Carlos Borromeo. En su patio lateral funciona una especie de cervecería y hasta un escenario para bandas.

La parroquia tenía por referente al cura Enrique de Castro, quién luchó junto a las madres del barrio para salvar a la comunidad de la heroína.

—Han pasado 10 años, ¿mis amigos dónde están? Al que no anda en el “mako”, hace poco lo acabaron de enterrar.

Suena SKA-P, en el auto de Juanrra.

En Vallecas la vida no es ni fue sencilla. La droga circuló siempre entre los vecinos. Hace 30 años existía dentro del barrio un poblado gitano conocido como “los pies negros”. Cerca del inicio de la década del 90 fueron desalojados por fuertes manifestaciones de los vecinos para salvar principalmente a los jóvenes de las drogas.

—Tú ten en cuenta que el poblado de los pies negros era el poblado donde más heroína se vendía en Europa. Y yo viví ahí 3 años, de los 4 a los 7. Veía todos los días a uno muerto.

Al relato de Juanrra, Javier agrega que no era solo la heroína el problema. Cualquier droga que aparecía era ideal para experimentar y ver hasta dónde podía resistir cada cuerpo.

— He estado enganchado a la ludopatía y a la cocaína. La época de la ludopatía era fatal, pues que me lo gastaba todo en las putas máquinas de los cojones. Era cobrar para irme y al día 5 no tener un pavo.

Javier, hoy asentado y con 2 hijos, santifica a la mujer que lo acompañó casi 40 años y que según él salvó su vida. El hermano no tuvo la misma suerte. Adicto a la coca hasta el día de su juicio final.

***

En septiembre el sol se pone tarde en Madrid. Me acompañan hasta la estación Entre Vías, y luego de dos trenes y dos subtes finalmente salgo a la Avenida Asturias. Me sorprende la noche cerrada y en ese momento me acuerdo de la cena de casamiento a la que estaba invitado. Para eso viajé a Europa. Consigo señal de wifi y llega una catarata de mensajes. Son las 10 de la noche y mi última conexión fue hace 12 horas y 12 cervezas atrás. Otras dos líneas de subte y la cena está completa. Como un bukanero más, ante un público bien perfumado, empiezo a contar esta historia.