No todo está perdido

(Año XIII Número XIII - 2013)

Enseñar y aprender no siempre adquieren el mismo significado en todos los contextos sociales. La escuela primaria de la villa Carlos Gardel, de jornada extendida, ofrece un marco de contención con actividades para desarrollar el potencial de los niños en situación de riesgo. 

Por María Inés Testa


Cerca de las ocho de la mañana, un grupo de chicos atraviesa el potrero lindante. Pasan el portón marrón y llegan hasta la puerta del lugar. Tocan el  timbre. La puerta se abre y les da paso al amplio patio. Antes de ocupar sus pupitres, una taza de mate cocido aguarda por ellos en el comedor.

La escuela se llama Profesor Alejandro Posadas; o simplemente Escuela Primaria Nº 109, ubicada en la localidad de Villa Sarmiento, partido de Morón. Hacia un costado, en dirección a la autopista del Oeste, se encuentra el Hospital Posadas. Y hacia el otro lado, en los fondos de la escuela, se levanta el barrio Carlos Gardel. Hasta hace un tiempo el asentamiento se extendía entre los edificios monoblocks y las casitas precarias. Hoy, tras un plan de urbanización, se ven viviendas de uno o dos pisos que exhiben sus fachadas en verde, rosa o amarillo.

 Al barrio la mayoría lo llama la villa. La misma villa que cada tanto sale en las noticias luego de algún allanamiento policial. Una irrupción en medio de la noche que causa revuelo e incertidumbre. Entonces, el sueño de los vecinos se altera, pero saben que al amanecer su rutina debe continuar.
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Sandra Vargas, de vivaces ojos marrones, transita los cuarenta y pico, veintitrés de ellos como docente. Llena de expectativas, llegó a la escuela 109 en 1997. Hoy, se mantiene al frente del sexto grado. En este establecimiento escolar, la jornada es de ocho horas en el día, o sea, extendida.

De primero a sexto grado, cada aula está a cargo de una maestra. Y la cantidad de alumnos es reducida: alrededor de quince por curso. No todos, pero sí la gran parte de los chicos vive en el barrioCarlos Gardel. Sandra también creció y continúa viviendo allí junto a su familia. Dentro del salón de clase ella es testigo de las dificultades que a muchos de los niños y niñas les toca atravesar en su vida cotidiana. Consigo traen el desánimo que le producen los conflictos dentro de su entorno. El salón de clase se vuelve, así, un espacio de contención.  

 Todos tienen una cualidad diferente para desarrollar, y viene cada uno con su don; eso hay que mostrarlo porque vienen muy desvalorizados.

Para Sandra, sería necesario que las familias estuviesen más presentes. Recuerda que hubo reuniones de entrega de boletines donde concurrieron dos o tres padres solamente, y muchos chicos “no pudieron enterarse de sus calificaciones”.

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En la escuela el techo es bajo. Hay un patio interno amplio que recibe la luz del sol. Las paredes son de un tono ocre un tanto descolorido. Tras el almuerzo un grupo de chicos se reúne alrededor de un televisor. El aula es pequeña y se los nota a todos muy atentos. Están viendo Rancho aparte, una película argentina. La actividad forma parte de la clase de teatro que tienen cada semana. Lo que harán luego es debatir en conjunto sobre qué les interesó del film. Las docentes consideran que los chicos necesitan expresarse. Para eso, también practican redacción, que se refleja en las poesías que quedarán plasmadas en distintos afiches.  

 Este año, además de este taller de teatro, se implementó el de diseño gráfico. Hay una sala de computación que fue creada hace una década con el aporte de máquinas de algunas docentes y de vecinos de la comunidad. Recién este año se actualizaron un poco: tienen un aula móvil con netbooks del plan estatal Conectar Igualdad, una especie de  armario con rueditas que va pasando de salón en salón, según el día que le corresponda a cada curso.

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Un muchacho parado en la esquina da una pitada a un cigarrillo de marihuana. Al verla llegar esconde el cigarrillo rápidamente detrás de su torso y le dice: hola, seño.

 Sandra se encuentra con estas escenas cuando vuelve a su vecindario.

La maestra comenta que al terminar la primaria, las opciones que se le presentan a la juventud del barrio son acotadas: permanecer estudiando o salir a delinquir. Atrapados en esta dicotomía, los jóvenes definen su camino para poder vivir o sobrevivir. Hay jóvenes que llegan a adquirir una profesión. Muchos salen a buscar trabajo,  y sucede que las puertas se les cierran cuando muestran su dirección. Y otros no logran escapar del rotulo de pibe chorro".

Si les mostramos las opciones no sé si es mas fácil, pero me parece que una se queda mas tranquila si le mostrás el panorama completo, no solamente lo que te toca por donde vivís. Yo creo que no nacemos marcados.remarca Sandra.

Esta situación ocurre en el barrio pero también es reflejo de una problemática social que alcanza todos los rincones del país, lo que los especialistas en educación han denominado la generació“ni –ni”. En los últimos diez años aumentó el número de personas de 15 a 24 años que no estudian, no trabajan, ni están buscando un empleo. El segmento está representado por el 10 y el 15 % de la población juvenil del país, según informes elaborados a partir de los datos del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC). Mientras que un estudio realizado por  el Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina indica que la cifra se extendería a un 25%.

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 En el exterior de la escuela hay un mural colorido que intenta recrear una imagen del barrio: gente que saluda desde las ventanas y chicos jugando en las veredas. El mural esta firmado por los alumnos que lo realizaron. Mientras la tarde transcurre, el canto de las aves se oye con claridad y  el viento mece las ramas de unos pinos altísimos que se ubican cerca. Dos chicos de unos diez años gambetean con una pelota cerca de un mástil, sin bandera a la vista. Y tres niñas se turnan para saltar la soga. Cuando la merienda está lista, una de las maestras avisa. Todos entran. La jornada del día está casi por finalizar.