La chica que no ve, ganó


(Año XIII Número XIII - 2013)

Esta es la historia de Nadia Báez, una chica que a los nueve meses de nacer le diagnosticaron cáncer de retina. Año tras año, fue perdiendo parte de su visión, hasta quedar completamente ciega. Lejos de darse por vencida, se dedicó a los deportes. Encontró la gloria en la natación. Ganó una medalla de bronce en los Juegos Paraolímpicos de Londres 2012 y todavía va por más.


por Mayra Ortiz 



En medio del bullicio, una voz -que apenas puede percibirse- anuncia por altoparlante la largada. Nadie parece escucharla, sólo las seis competidoras que hace varios minutos esperan ansiosas su momento. El silbato del juez indica que hay que saltar y los cuerpos se zambullen por completo en el agua. La carrera arranca y la nadadora del carril cuatro lidera la prueba. Ninguna sorpresa. Se supone que quien va por allí es siempre la más rápida de la serie. Sin embargo, cuando llega al borde contrario, un sujeto que está fuera de la piscina golpea suavemente la cabeza de la nadadora con una vara que tiene una esponja en la punta. Es la señal de que el fin de la pileta se aproxima y hay que dar la vuelta. Con total naturalidad, ella realiza un rol y se impulsa de la pared para continuar nadando aún más rápido. Los espectadores se sorprenden. ¿Quién es ese hombre? ¿Por qué hace eso? Casi todos en el público se lo preguntan y un hombre responde seguro: “Ella es ciega y él es su entrenador.”

El bullicio, que se transforma en un silencio expectante, se rompe de inmediato y una ovación baja desde las tribunas. El público se emociona sin poder creer lo que acaba de presenciar. Su reciente actuación fue admirable.
La chica que no ve ganó.

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 La escena de recién formó parte del torneo metropolitano del que Nadia Báez participó en julio de 2012. Ella es oriunda de la localidad bonaerense de Moreno y con 23 años ya tiene una vida como para escribir un libro.  Con una medalla paraolímpica bajo el brazo, ella está convencida de que un gran futuro la espera.

Los Juegos Paralímpicos de Londres, que se realizaron entre el 29 de agosto hasta el 9 de septiembre de 2012, fueron el broche de oro que reafirmó todo el esfuerzo de años de trabajo constante. Fue la primera vez que una nadadora ciega argentina obtiene, en un podio olímpico, con el bronce por los 100 metros pecho.

Pero el camino recorrido no fue nada fácil: a los nueve meses de nacer, le diagnosticaron cáncer de retina en los dos ojos. El ojo izquierdo tuvieron que extirparlo y en el derecho recibió tratamiento con rayos y quimioterapia. Pero quedó muy dañado. Así fue como, poco a poco, fue perdiendo la visión, hasta quedar ciega por completo.

Hasta los 10 o 12 años, veía poco. Pero en el colegio podía escribir y leer fotocopias ampliadas. Después fui perdiendo más la visión y a los 15 años empecé a manejarme con braille –dice Nadia, desde su casa. Recorre los espacios sin necesidad de usar el bastón. Es lógico. Esos espacios los conoce de memoria. 

Es alta y delgada. Tiene el pelo castaño y lacio, apenas le pasa las orejas y no llega a rozar los hombros. Su ojo izquierdo siempre permanece cerrado y su cuello, erguido. Viste un conjunto de ropa deportiva del Club Mariano Moreno de la localidad de Castelar, provincia de Buenos Aires. Es que aunque hoy en día entrene en el Centro Nacional de Alto Rendimiento Deportivo (CeNARD), la cuna de grandes deportistas, ella sigue yendo al club que la vio nacer y transformarse en una nadadora de elite. 

Su mamá la acompaña a acomodarse en una silla, pero después la deja sola. Hasta el año pasado, Nadia aún veía colores y algunas formas. Ahora ya no.

— ¿Cómo recordás tu infancia?

De un verano  a otro, cuando fui a armar la mochila para el colegio, dije: “¡Uy! No veo los renglones.”  

Nadia, cuando era todavía una niña, asistió a una escuela convencional. Después comenzó a ir, de manera alternada, a un colegio especial. Así se adaptaba a los materiales y le enseñaban nuevos métodos para estudiar. Asegura que quedarse ciega no le generó ninguna crisis de depresión, ni trauma. Aunque pasó por momentos duros.

Desde pequeña, ya amaba el deporte. Le gustaba competir. Comenzó practicando patín carrera y gimnasia artística desde los 6 años. Llegó a participar en competencias. Al darse cuenta que cada vez veía menos y sus acciones se limitaban, decidió involucrarse en nuevas disciplinas. Este incentivo llegó de la mano de la escuela para ciegos. Allí practicaban deportes y Nadia descubrió el Torbol. Esta actividad es exclusiva para ciegos y se juega en equipo con una pelota con cascabel, cuyo objetivo es pasarla por debajo de unas cuerdas tensadas para que llegue al arco contrario. El Torbol la llevó a participar en sus primeras competencias, pero Nadia no se quedó allí. También empezó a practicar atletismo, aunque no con un entrenamiento fuerte. Fue en este camino de descubrimiento de nuevos deportes cuando ella decidió nadar por primera vez.

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Su primer contacto con el agua lo tuvo a los diez años. Pero a medida que evolucionaba, Nadia quiso comenzar a entrenar a un nivel superior y fue así que llegó al Club Mariano Moreno, bajo la tutela de Agustín Loiacono, quien se transformó en su entrenador. 

Nadia apareció en el 2006. Yo no tenía ninguna experiencia en preparar a  nadadores no videntes y me entusiasmo la idea. Así que empecé a investigar –dice Agustin, al costado de la pileta Mariano Moreno.
El aprendizaje fue mutuo. Nadia nunca había entrenado en alto rendimiento. 

Ella me dijo: “quiero entrenar”. Y yo le dije: “Pará flaca. Entrenar significa ser sistemático, ir al gimnasio, entrenar los feriados”. Y ella me contestó: “Esto es lo que yo esperé toda mi vida”.

Y Nadia se quedó. Desde entonces, recorre sola todos los días el mismo camino: desde su casa viaja en colectivo hasta la estación de tren que la lleva a Castelar y desde allí camina ocho cuadras hasta el club. 

La carrera  deportiva de Nadia fue muy vertiginosa. A tan solo un año de entrenamiento, ya se encontraba corriendo en los Juegos Parapanamericanos de Río de Janeiro. Y tras otro año tuvo su primera participación en un Juego Paralímpico en “Beijing 2008” . Cuando sucedió esto, Nadia era muy chica. Con sólo 19 años pareciera no llegar a darse cuenta de la magnitud de sus logros. Los nervios no se apoderaron de ella y lo vivió como un torneo más. En aquella época, si bien su actuación fue buena, no logró subirse a ningún podio. Pero cuatro años más tarde, la historia sería distinta. 

En Londres, cuando salí de la carrera y me dijeron que había quedado tercera y el tiempo que había hecho yo dije “Ah bueno”, como algo muy natural. “¡Pero ponete contenta, tenés medalla!”, me dijeron. Fue algo que yo no caía.

Es que las reglas de los nadadores ciegos difieren de las convencionales. A ellos los asistentes no les pueden hablar, ni alentar, ni siquiera antes de la competencia. Ellos no tienen noción de cómo van sus contrincantes. Tampoco de en qué puesto terminaron. No hasta que salen del agua. Es una verdadera competencia contra uno mismo. 

Pero Nadia no obtiene solo medallas. La catarata de reconocimientos y felicitaciones fue constante tras su regreso de Londres. Por primera vez se realizó una conferencia de prensa ni bien bajaron del vuelo los cuatro medallistas nacionales, mucha gente los esperaba, luego vino el saludo de los amigos, del Club que la vio crecer, de las distintas Federaciones, del Intendente de Moreno que la recibió en la Municipalidad y le obsequió una placa y un ramo de flores y esa noche vendría un reconocimiento aún mayor, la presidente Cristina Fernández la recibiría en la Casa Rosada junto a toda la delegación paralímpica.

Este tipo de reconocimiento me genera alegría, facilita la inclusión y la difusión del deporte paralímpico. El año pasado empezó a igualarse el tema de Paralímpicos con Olímpicos, buscan igualar la prensa, las becas. Se empezó a conocer un poco mas y la verdad que nos viene bien –comenta Nadia con alegría.

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El agua no es su única pasión. Nadia piensa en su futuro, más allá de la natación. En el 2010 comenzó a estudiar psicología. Cursa  en una sede de la Universidad Abierta Interamericana (UAI). El primer año aprobó todas las materias. Después tuvo que optar por cursar menos. El entrenamiento se tornó más duro y tenía que tener tiempo para descansar. Disfruta pasar tiempo con sus amigos, cocinar y andar a caballo. Pero nunca descuida la pileta. Es que el tiempo corre muy rápido y en cuatro años las olimpiadas de  “Brasil 2016” serán  su próximo objetivo.

Yo tengo una beca “de proyección” Secretaría de Deportes de la Nación y el Ente Nacional de Alto Rendimiento Deportivo (ENARD), que te van aumentando el monto conforme al ranking o cantidad de medallas mundiales u olímpicas. Ahora la de Londres suma mucho –confiesa la nadadora entre risas.
Para  Nadia, la natación se transformó en su vida. La pileta es su segunda casa. 

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Es miércoles y Nadia llega al Club. Se cambia, saluda a todos y de inmediato se pone a  hacer ejercicios para su próximo entrenamiento. Conversa con sus compañeros. Todos la conocen y la ayudan a movilizarse, aunque prácticamente no lo necesita. Ella es la única no vidente y varias veces bromea con su condición. Al entrar a la piscina del Mariano Moreno, busca con cuidado el borde. Se coloca su gorra y antiparras y se sumerge en el agua.

Comienza a nadar. Ya sabe como inicia la rutina. Ella va sola por un carril, los otros nadadores ocupan los restantes. Nadia nada cerca del andarivel para mantener la dirección. Cuenta la cantidad de brazadas exactas que la llevan hasta el borde contrario de la pileta. Cuando lo alcanza, pega la vuelta y emprende el regreso hacia el otro lado. Parecen movimientos casi automatizados. Cualquiera que la viera, sin conocerla, no lograría percibir de inmediato que ella es ciega. El ejercicio acaba de terminar. Agustín le da más indicaciones  y el entrenamiento sigue, como va a seguir el siguiente y el siguiente de ese siguiente. Para Nadia quedarse ciega no fue un impedimento. Es un desafío constante.