Del gran Chaco al conurbano bonaerense

(Año XIII Número XIII - 2013)

A mil kilómetros de su tierra originaria, los miedos, riesgos y peligros de la pérdida de una cultura se hacen visibles en una comunidad Qom radicada en Marcos Paz.

Por Emiliano Grand



Nosotros tenemos cultura. Es muy triste y sería terrible si se pierde lo nuestro. Y cada vez se hace más difícil.

El tono sepulcral atravesado por la melancolía de quien se sabe parte de una historia con un posible final cercano es terminante.
Simón, quien supo ser cacique de la comunidad Toba “19 de Abril” hasta principios del año 2013, apaga sus ojos negros y vuelve su mirada hacia la mesa de madera. Allí posan innumerables artesanías.

Los Qom o “Tobas” son un pueblo originario, oriundo del Gran Chaco. A mediados del Siglo XVI se extendían desde el norte de la provincia de Santa Fe hasta Paraguay y desde la línea formada por los ríos Paraguay y Paraná, hasta la precordillera salteña.
Según el censo del 2010, hay en nuestro país 955.032 indígenas o descendientes de los pueblos originarios. Se estima que los Tobas son aproximadamente 60.600

Hoy, en pleno siglo XXI, en Marcos Paz, una ciudad del oeste bonaerense, a 988 kilómetros de la capital chaqueña y a 45 kilómetros de la capital argentina, hay una comunidad Toba.

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A tres kilómetros de la plaza principal de Marcos Paz está la comunidad Qom.
El camino para llegar hasta las veinte viviendas es de tierra. La rutina de los tobas está a merced del clima.

En días soleados, el polvo arremolinado cobra vida propia. Los lluviosos asemejan el lugar al “impenetrable” chaqueño.

La comunidad “19 de Abril”, que lleva el nombre por el día del aborigen, está integrada por veinte familias que viven en 20 casas otorgadas por la gestión del Instituto Nacional de Asuntos Indígenas (INAI)

El paisaje es monótono, casas simétricas, una al lado de la otra. Todas comparten la pared del fondo. El barrio está entrelazado por una vereda de baldosones blancos.

Para llegar hasta las viviendas hay que atravesar un terreno de 50 metros de pasto. Dos arcos de fútbol de madera cortan el tono verde.

—No nos quedó otra. Nos tuvimos que venir a Buenos Aires porque el Estado vendió nuestras tierras y nos sacaron con Gendarmería.

En 1974, unas 35 familias llegaron a Buenos Aires expulsadas de su lugar de origen. Hoy, en esos antiguos montes, sólo se ve soja.

A medida que las palabras salen como puñaladas de una garganta anudada, Simón recorre la historia de la comunidad “19 de abril”. Su comunidad.

— Allá en Chaco también la pasábamos mal. No había trabajo, las casillas eran de barro. Y también estaba la vinchuca que era un problema

De mediana estatura, pelo negro, flequillo partido al medio. Sus rasgos no mienten.
Los ojos se vuelven cristales mientras recuerda su infancia marcada por las enseñanzas de sus mayores, las artesanías, los caballos y la pesca.

— Hay cosas que mis hijos nunca las van a conocer.

La mirada del ex presidente de la comunidad se vuelve fría como un témpano. Su rostro se endurece y ese instante se vuelve eterno. A pesar del dolor, su modo de hablar cansino siempre se mantiene.
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— Pero bueno. Es así. Todo cambio se da por algo.

El destino elegido fue Avellaneda. La situación empeoró. Hambre, frío y condiciones de vida míseras fueron lo que encontraron.

Simón gira de manera brusca su cuerpo, le da la espalda a la ventana y con un ademán invita a ver la casa. Allí vive con su esposa y sus cinco hijos. Es como todas las del barrio: dos habitaciones, un baño y una cocina-comedor.

—Vinimos acá y nos cambió todo. Acá vivimos como reyes.

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Desplaza su metro setenta y tanto de la misma forma en la que habla. Simón es lento, pero de paso firme. El sol castiga su cara ocre. Sus ojos redondos se tornan achinados para poder divisar el terreno.

El predio es enorme, verde, casi del mismo tamaño que la superficie ocupada por las casas. El ex cacique se detiene abruptamente y recorre el lugar con una mirada penetrante, que intimida.
—Acá tendría que haber un Centro Integrador. La plata estaba, se la habían dado a un hermano. Pero, cuando tuvo que rendir cuentas, la plata ya no estaba.

Se muerde los labios de rabia. No quiere profundizar en el tema. Habla de una deuda que mantiene la comunidad con el INAI.

Sarmiento, el anterior cacique, fue el líder de la comunidad desde su llegada a Marcos Paz hasta el año 2010 cuando fue derrotado por Simón.

En marzo de 2013 venció a Simón en una elección por lo menos dudosa. La cantidad de votantes era mayor al total de la comunidad. Sarmiento ganó por tres votos.

Según los mismos vecinos, el actual líder había llevado a votar a tobas de diferentes comunidades para volver al poder.

Simón se enciende por unos segundos. La firmeza de su mirada no da lugar a interrumpir ese trance.
—Hasta que no paguemos la deuda que tenemos con el INAI no vamos a tener más nada.

La importancia de la construcción de un centro donde se pueda fomentar su cultura es algo que lo desvela. Gira hacia las casas y saluda con un gesto en alto a un vecino que vuelve de trabajar.

Su nombre es Ernesto y está en sintonía con otro mundo. Menea su cabeza al ritmo de la música que sale de su celular.

Como casi todos los de la comunidad está integrado en el plan “Argentina trabaja”. Allí se desempeñan en la construcción.

“Argentina Trabaja” es un programa nacional destinado a la inclusión al mercado laboral de personas en estado de vulnerabilidad, es decir, que no tengan otro ingreso dentro de su familia ni reciban algún subsidio social. Ernesto es uno de ellos.


El ex cacique retoma el paso. Las zapatillas negras se clavan en el barro que hay debajo del paño. Pisa el pasto mientras señala lugares estratégicos en donde ya debería haber una edificación.

—Acá tendría que haber un centro comunitario. Porque nosotros tenemos cultura. Hacemos canastos, artesanías, tejidos. Pero el problema es el tiempo. Muchos padres tienen trabajo afuera y cuando vuelven, lo que menos quieren es trabajar con el barro. Llegan muy cansados.

Las cifras son irrefutables: de 20 familias de la comunidad, sólo 3 hacen artesanías y sólo 5 mujeres dedican parte de su tiempo a la confección de tejidos.

***

El sol castiga a un pabellón argentino agotado por la alta temperatura. El mismo sol de la tela parece pedir un sorbo de agua. Debajo de la bandera, esperando que un milagro levante una brisa, hay una docente.
Alta, de corte carré y pelo castaño que combinan con sus ojos, María Ángeles resopla y levanta la vista llamando a sus recuerdos.
–– Les costó un poco la adaptación. Pero ahora ya están totalmente integrados y hasta han adoptado el vocabulario de sus compañeros.
La profesora de historia y geografía habla con tono bajo y ritmo tranquilo en contraste con las corridas frenéticas de un puñado de niños en guardapolvo detrás de sus hombros. Bebe agua de una taza que reza “Feliz día del maestro”.

La escuela “N°3 Pueblos Originarios” está situada a diez cuadras de la comunidad “19 de Abril”. Las calles polvorientas que separan los lugares son iguales. La lluvia decide por todos.

El nombre del colegio fue elegido democráticamente por alumnos, docentes y miembros del barrio. Techo “a dos aguas” de madera, paredes de un blanco inmaculado y un terreno cedido por un vecino. Ahí practican deportes y hasta plantaron una huerta.

Diecinueve son los Tobas que concurren a diario a la institución de jornada completa. Por la mañana se dictan clases normalmente y por la tarde se brinda apoyo curricular y talleres que se seleccionan a principio de año a propuesta de los docentes.

Si bien la ley N° 26.206 - aprobada por el Congreso de la Nación Argentina el 14 de diciembre de 2006- habla de que el Estado debe garantizar la “educación intercultural bilingüe” para fortalecer sus pautas culturales, la realidad es otra.

— Se han hecho distintos talleres para que los demás chicos conozcan la cultura de sus compañeros. Pero no cuentan con una materia para fortalecer su lengua. Igualmente, muy pocos jóvenes hablan la lengua toba.

María Ángeles bebe el agua que queda en la taza y la apoya sobre el piso. La paz de su cara se esfuma y gira hacia los revoltosos de forma tajante.
—Dejen de correr que se van a lastimar

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La lengua original de los Qom es el qomlaqtaq. Se la suele incluir dentro de las lenguas guaicurúes junto a otras cuatro habladas por otros pueblos originarios.

La amenaza de la pérdida definitiva del idioma es algo que inquieta a Simón. Reposa los brazos sobre la mesa, se frota las manos y se reacomoda en la silla de madera ubicada en uno de los extremos.

— Los padres que nacieron en Buenos Aires ya no enseñan la lengua. Nosotros ya tenemos maestros dispuestos a enseñar, pero no van a enseñar gratis. Como todos, necesitan trabajar.

En la actualidad, ocupa el cargo de Coordinador de Aasuntos Indígenas en el municipio. Presentó un proyecto en el Concejo Deliberante para que se aplique el dictado de lengua toba en las escuelas.
El resultado lo volvió a decepcionar.

Confiesa que sus cinco hijos saben algunas palabras en qomlaqtaq, pero evitan usarlas porque en el colegio sus compañeros los cargan.

—Los niños suelen ser crueles, vio.

Lanza una mirada contenedora a sus tres hijos varones, pero ellos ni se enteran. Los tiburones, que parecen escaparse de la pantalla del televisor en un documental del canal Encuentro, mantienen a todos en estado hipnótico.


***

Simón guarda sus artesanías en una caja de cartón que está contra la pared. Sus manos secas y cuarteadas maniobran las delicadas piezas con precisión quirúrgica.

Todas las figuras tienen un por qué. Todas remiten a sus creencias. Las manos de la abundancia, aves, caras de aborígenes, platos de arcilla.
El ex cacique se enorgullece cuando afirma que todo lo hace sin moldes.
La exactitud de cada figura hace imposible no preguntarle si habla en serio. Su orgullo se hace aun mayor.

La sonrisa dibujada en su cara se borra de un plumazo. Ideas recurrentes lo atemorizan.

Deja de guardar sus obras de arte y mira por la ventana. Busca encontrar algo que lo aleje de malos pensamientos. No encuentra nada.


—Si se pierde esto ya está, fuiste. Sos sólo uno más de Marcos Paz.