Mujeres en peligro


(Año XIII Número XIII - 2013)

Era un mediodía frío, el 30 de agosto de 2012. En la comisaría de la mujer de San Justo, al oeste de la provincia de Buenos Aires, el sol no golpeaba la ventana de la oficina para entrar; simplemente, la acariciaba y le ofrecía su calor. Al lugar, se accede por un  largo pasillo y en su interior hay un banco y varias sillas tapizadas de negro que ofician de testigos mudos en un ambiente casi carcelario. A las 11:50,  llega Sandra Soria, se anota y espera que la llamaran por el apellido. 

por Eduardo Gimenez



La atiende un hombre uniformado con modales bonaerenses.

- ¿Soria?
- Sí, soy yo.
- Buen día señora.
- Buen día, vengo a hacer una denuncia por amenazas.
- ¿De qué se trata?
- Yo estaba en mi trabajo y recibí un llamado al celular de mi ex pareja que me 
   amenazaba de muerte.
- Señora, tiene que cambiar el número de celular.
- ¡Cómo que tengo que cambiar el número!
- Si a mí me pasa algo, vos te vas a hacer cargo de mis hijos.
- Señora, cálmese, una forma de solucionar el problema sería cambiar su numero 
   telefónico.
- Ustedes están acá para atender a la gente.
- La estoy atendiendo.
- Me tenés que tomar la denuncia.
- Yo no me voy de acá hasta que alguien me tome la denuncia.

El oficial, a fuerza de discutir algo que debería ser habitual en una comisaría como tomar la denuncia a mujeres que sufren la violencia de género, la condujo hasta una oficina donde una agente policial con pocos rasgos femeninos le tomó finalmente la denuncia.
Luego del disgusto y el mal momento que debió pasar, regresó a su casa con sus dos hijos.

***

Sandra Soria tiene 33 años, es morocha, delgada, de ojos tristes, y mediana estatura. Cuando era adolescente fallecieron sus padres y fue criada por su hermano mayor. 
De la unión con su primera pareja, tuvo a su primer hijo, Luis, hoy adolescente y estudiante secundario. De su segunda pareja  -de la cual sufre violencia de género- nació su hija menor, Nahiara. Ella es morocha, de pelo largo, ojos grandes y pícaros. Su personalidad coincide con la de una ardillita inquieta que mientras juega no para de regalarle sonrisas a la vida. 

La mujer abre la puerta del primer piso que alquila junto a una amiga en Laferrere, al oeste del conurbano bonaerense, un lugar muy pobre y postergado que los políticos solo visitan en días electorales. Un barrio tranquilo de gente trabajadora. El comedor tiene un amplio ventanal y sus paredes están pintadas de un rosa intenso que se mantiene cuidado. El mobiliario, que forma parte del alquiler, consiste en una heladera, una mesada, un sillón y una cocina. Además de un televisor, hay una computadora, una mesa y seis sillas, todos elementos de Soria. El baño es pequeño. La habitación en que descansa la familia posee una cama cucheta y una camita de una plaza. 
Ya al mediodía, Sandra Soria ofrece mate mientras se prepara para ir a buscar a la escuela a su otra hija, Nahira, de seis años.

Luego asciende al colectivo que circula pocas cuadras hasta el colegio de la nena. Se siente nerviosa y con el corazón en la boca. Tiene miedo de encontrarse con el agresor. Él vive a tres cuadras de la escuela de la nena, a siete cuadras del colegio del varón y a quince cuadras de su domicilio. El padre de Nahiara tiene una orden judicial de permanecer a una distancia de cinco cuadras a la redonda de la vivienda donde habita el grupo familiar.
Todo trascurre en calma, la criatura saluda con un beso a su mamá y juntas retornan a su hogar. Ella tiene un trabajo temporal y precario en una fábrica de juguetes. Recibe un llamado de su ex pareja que la amenaza de muerte.

-Decime donde están los chicos o te voy a matar. Donde te cruce, te mato.

 Daniel Agustín Caraballo, de 39 años, tiene antecedentes violentos pues ha golpeado y maltratado a una pareja anterior y a otros hijos de esa unión, además de ser un alcohólico irrecuperable.

Casos como el de Soria se denuncian a diario. La violencia de género se ha hecho visible en la Argentina. Pero el Estado no parece haber aplicado todos los recursos previstos en la ley 26.485, de protección integral para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres, promulgada hace tres años. Por ejemplo, esta ley ordena realizar estadísticas que no se hacen. 
Además, la norma establece la implementación de un número telefónico único y gratuito a nivel nacional para denuncias, orientación y derivación. También contempla la creación de más cantidad de refugios y hogares para atención a las víctimas y acceso a la Justicia con patrocinadores jurídicos gratuitos y especializados en la temática. A nivel educativo, obliga a incluir en las curículas escolares de los diferentes niveles la temática sobre violencia sexista.

Para los especialistas en la materia, la violencia contra las mujeres es un problema que involucra a toda la sociedad. “Erradicarla requiere, ni mas ni menos,  transformar la cultura, una cultura patriarcal que considera a la mujer como objeto o como persona moralmente inferior a los varones, que debe subordinar sus intereses a los de otra persona –pareja, hijos, padre-“, sostuvo en declaraciones periodísticas la abogada Natalia Gherardi, directora ejecutiva del Equipo Latinoamericano de Justicia y Género, una de las referentes del país en la temática. 


***

Soria conoció a su concubino cuando Luis-hijo mayor de la mujer- tenía 3 años. Su ex pareja era cuñado de la chica que cuidaba al nene mientras ella trabajaba. Primero fueron amigos, luego surgió la relación.

-Me junté con él y nada, todo bien. Demostraba cariño por Luis.

En ese momento, la relación de la pareja era idílica, pero esto no duraría mucho tiempo.

-Una vez Luis quería upa. Yo lo alcé y él (que estaba) tomado me dijo:
-Este pendejo de mierda es un maricón. Parece un putito.
-Ahí empezó. 

Desde ese día todo cambió en la vida de Soria: dejó de sonreír y de ser una mujer cargada de proyectos, para convertirse en una persona sin alegría, con el estigma de la violencia de género en su cuerpo.

Luego nació Nahiara, hija de la pareja. Gritos, discusiones, insultos y golpes fueron los sonajeros con los que el bebé debió aprender a jugar en su cuna. 

***

Desde su inauguración en 2008, las denuncias y consultas a la Oficina de Violencia Doméstica (OVD) de la Corte Suprema de Justicia de la Nación no han cesado de aumentar. A título indicativo: fueron 444 en julio de 2009; 580 en el mismo mes de 2010; 593 en julio de 2011; y 768 en julio de este año. 

Estos datos corresponden sólo a hechos y personas radicadas en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y, en su mayoría, a violencia de género: cerca del 80% de las afectadas son mujeres y niñas, y alrededor del 84% de los denunciados son varones, cifras similares a las registradas en otras provincias.

Las comisarías de la Mujer de la provincia de Buenos Aires también reciben denuncias.: durante el primer semestre de 2012, en las 51 comisarías que cubren 134 distritos, se recibieron un promedio de 262 denuncias por día.

La Brigada Móvil de Atención a Víctimas de Violencia Familiar, dependiente de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, recibe los llamados que pueden hacer la propia víctima, un familiar, o un vecino las 24 hs, todos los días del año.

Ante un llamado, un móvil policial se dirige a la jurisdicción en la cual está sucediendo  el hecho junto con otro móvil no identificable, que traslada al equipo especializado; entre ellos psicólogos, asistentes sociales y abogados.
El patrullero es el primero en llegar y el  personal policial realiza un diagnóstico de la situación. Esto significa que tocan el timbre en el domicilio consignado, se presenta y evalúa la situación. La policía no ingresa a un domicilio sin una orden de allanamiento, salvo en situaciones extremas donde se escuchen amenazas o gritos que pudiesen hacer suponer un riesgo de vida para quienes están dentro del domicilio. Si no ocurre esto, se le indica a las/os profesionales del Equipo Móvil que se hagan cargo de la situación.
Esta brigada especializada tiene dos sedes: en la zona sur metropolitana, en  la Av. Vélez Sàrfield 170 y en la zona norte , en  la Av. Las Heras 1855 1º.

***

La familia volvió a mudarse. Esta vez se estableció en Oro Verde,  también en González Catán. La vivienda era una casilla humilde. Allí, Soria y su ex pareja volvieron a pelear por última vez. Él le arrojó una mesita de cristal que estalló contra  la pared y los vidrios cortaron los brazos de la mujer.

- Él me agarró de los pelos y me pegó. Yo di un par de vueltas hasta que me caí al piso porque me nokió con esa piña. 

Cuando el agresor se durmió, ella llamó a la policía que se hizo presente dos horas después, sin hacer nada. Entonces, Soria concurrió a la comisaría de la Mujer, en San Justo, donde radicó la denuncia.

-Me tomaron la denuncia por agresiones, maltrato físico, por golpes, por dejarme sin nada. Porque me quedé sin nada. Mis hijos y yo. -relata Soria desanimada.

A su vez, el agresor denunció a Soria porque supuestamente dejaba a sus hijos solos para ir a trabajar, lo que fue desmentido por la mujer ante el juez que lleva la causa, quien terminó por desestimar la denuncia. 
En la actualidad, la causa por amenazas de muerte fue archivada y Soria tramita la tenencia y la cuota alimentaria de la menor.

***

Ya en la tranquilidad del comedor de su casa, mientras llueve, Soria prende un Marlboro y lo calza entre sus dedos. Fuma como buscando en el humo una respuesta a la angustia que le toca vivir. Al ser consultada sobre el futuro,  parece decidida a reiniciar su vida junto a sus hijos.

-Si, yo voy a salir adelante por mis dos hijos. Tengo la capacidad para salir de esto. Por ellos me levanto todos los días a pelearle a la vida.

 Mañana, en la comisaría de la mujer de San Justo, al oeste de la provincia de Buenos Aires, el sol volverá a acariciar la ventana de la oficina para entrar. Allí, concurrirá otra mujer. Ella se anotará y esperará a ser llamada por el apellido. Un hombre uniformado la recibirá  con modales bonaerenses.

Pero ahora, en la casa de Soria, la tarde gris atrae a los duendes de la melancolía.