El arma de la libertad

(Año XIII Número XIII - 2013)


Por Jonathan Amarilla



A través de unos barrotes oxidados, un grupo de presos-estudiantes del Penal 48 de máxima seguridad en José León Suárez, gritan, desesperados,  para poder salir a estudiar.

— Ustedes negros de mierda, van a hacer lo que yo digo- grita un penitenciario envalentonado y con cofia en mano.

— Acuérdense que son presos ¿entienden?

— Ustedes no piensan, no sirven. Son la mierda de la sociedad.
En el universo de las estrictas clasificaciones penitenciarias, no puede existir la categoría preso-estudiante. Ya es tarde. La cárcel engendró su propio cuerpo extraño. La Universidad se inmiscuyó por las grietas que el sistema dejó al descubierto.
La jaula de hierro como depósito de pobres comenzó a ser discutida y repensada desde adentro. Hoy, la lucha continúa. Y la educación juega un papel fundamental en tal microfísica del poder.

* * *
Es un viernes gris, frio y amenazador. La lluvia, al parecer, está a punto de llegar.
O, por lo menos, eso es lo que se puede ver desde la pequeña ventana del Ford Fiesta gris que penetra la populosa ciudad de San Martin, en el norte bonaerense, para llegar a la vecina localidad de José León Suárez.

Fernando Pathouros es el conductor. Además de estudiar Filosofía y Ciencias de la Cultura, Fernando es administrativo del CUSAM, el centro Universitario San Martin que funciona dentro de la Unidad 48 de Máxima Seguridad de José León Suárez.

— Lindo día para ir a la cárcel- dice mientras esboza una sonrisa.
A medida que el auto avanza, la realidad cambia. Los bares top, las peatonales estilo Florida y Lavalle y los chalecitos dignos de familias clase media en adelante, dan lugar al olvido y la exclusión. La gente desaparece. Y la miseria dice presente.

La unidad 48 está emplazada en una zona de villas de emergencia, de casas de chapas o fibra de vidrio en donde un grupo de cartoneros, a lo lejos, hacen un poco de fuego para protegerse del mal clima.
Al llegar, el aroma a muerte se hace sentir. El penal es vecino del CEAMSE en donde meses atrás encontraron el cuerpo de Ángeles Rawson. Ese olor putrefacto acompaña a todos lados.
En la cárcel todo es gris monocromático, incluso más que el cielo. Después de unas maniobras, comienzan los puestos de control. Primero, en la Unidad 46 de Mujeres. El penitenciario mira las credenciales y levanta la barrera, todo muy sistematizado y disciplinado. Después, en la unidad 47 mixta y de media seguridad, lo mismo. Por último, la 48, el momento de la requisa. Luego de la foto y las advertencias del tipo “no lleves nada de valor”, entramos al complejo.

Adentro, todo sigue siendo gris, aunque con portones enormes que maquillan un tímido verde. Uno, dos, tres, cuatro, cinco candados hasta llegar al último que da paso al CUSAM. En el trayecto lo único que se escucha son pedidos de cigarrillos y algún que otro grito que se pierde en la soledad del viento. Desde el panóptico, un grupo de oficiales miran atentos.

La última posta se demora. A lo lejos, dos personas se acercan. Por un costado y dividido por una reja un interno insiste con la súplica nicótica. Los otros dos ya están a un paso. Jonathan Argüello, de piel morena, cara angulosa y altura de NBA, trae en sus manos, además de tatuajes, un bajo, mil cables, enchufes y cuadernos. El otro, Chapu, un monitor, un bolso con hojas y demás cosas para la biblioteca.

Los penitenciarios no aparecen y el candado sigue cerrado. Del otro lado de la reja otro interno hace jueguitos con una pelota celeste de cuero gastado, mientras espera que abran el portón para llevar agua a su pabellón ya que toda la red está contaminada por el CEAMSE.
Jonathan habla y discute con el interno cigarrillo-dependiente y Chapu empieza: habla de los monopolios de la verdad, de la perversidad del sistema carcelario-capitalista y de la importancia de la educación para romper con las lecturas ingenuas. Todo, sin soltarme la mano y mirarme con ojos que interpelan hasta a la personalidad más dura.

— Como dice Foucault, “saber es poder”. Bienvenido a la Universidad de la cárcel, bienvenido al CUSAM. Suelta e invita.
* * *

Año 2009. El debate sobre la ley de Medios se lo devoró todo. Ese mismo año, nació la primera experiencia universitaria intra-carcelaria, el CUSAM, por demanda de los internos y en concordancia con la Universidad de San Martin (UNSAM) y el Servicio Penitenciario Bonaerense (SPB) que cedió el terreno.

La opción final no fue Derecho, sino Sociología. Nombres y seudónimos como Mosquito, Waldemar, Marcelo, Cebolla, Pablo son las identidades que estuvieron, desde el principio, bregando por el Proyecto CUSAM.

Alrededor de 100 internos pasaron por la Universidad en la cárcel. También estudiantes y algunos- pocos- penitenciarios. La lógica disfuncional del SPB y las problemáticas carcelarias hicieron que 23 personas se recibieran. Algunas, en el penal y otras en la Universidad de San Martin.

Los números hablan por sí solos: de esos 23, solo cinco reincidieron en conductas delictivas, dos murieron y los demás ingresaron al mundo laboral, muchos dentro de la Universidad.

El proceso de la “educación tumbera transformadora”, como la llamaron los pioneros del CUSAM., hoy sigue en pie e incluso más fuerte que nunca.

Según Gabriela Salvini, otrora profesora y actual directora del CUSAM, el próximo paso del proceso universitario en la cárcel es desarrollar una política integral de educación que acompañe a las personas el dia después de la cárcel.

—Todo lo que se logró mientras estuvieron en el centro no puede perderse ni bien pisan la calle. Hay que seguir acompañándolos en su propio entorno para lograr una transformación radical. Y con ello dar respuesta con hechos al rótulo estigmatizador de la inseguridad.
* * *
El centro universitario es una edificación pequeña, rectangular, parecida a los demás pabellones en estructura, pero no en esencia. Tiene dibujos y murales de tinte latinoamericanista en sus paredes que contrastan con el sincolor de la cárcel.

“Sin berretines, amigo”, reza un cartel en su entrada.

En su interior hay cuatro aulas donde se dictan las cátedras universitarias y también talleres de arte y cultura, refrigeración, criminalística, versada popular, poesía, filosofía, comunicación, entre otros. También hay una dirección, una sala de saneamiento y limpieza, el centro de estudiantes Azucena Villaflor y una biblioteca.

En la biblioteca se hace base. Entre mates y debates sociológicos, el fenómeno de la universidad en la cárcel se torna central. La jerga misma del CUSAM va en sentido contrario a lo que se suele ver, escuchar o leer sobre el mundo carcelario. Proponen una entrevista grupal-con este cronista- ya que colectivamente -y solo colectivamente- la lucha y prevalencia del Centro fu posible. El “sin berretines, amigo”, toma sentido.

Empieza hablando Jonathan, oriundo de villa La Cava en San Isidro, hace 8 años preso y estudiante de segundo año de Sociología. Es Tímido y cuidadoso con su léxico pseudo académico-tumbero, que no lo exime de discutir con los autores que lee por su falta de “campo”.

—Yo no puedo hablar de la escuela de Francia, porque no fui. Pero sí viví en las villas y en las cárceles, muchos sociólogos no. Por eso hablo de la sociología tumbera. Cuando salga voy a hablarle a los pibes de mi barrio en su idioma.

En eso Chapu, por lo bajo, explica el concepto de etnografía y se arma una pequeña gresca.

— Eh amigo estoy hablando yo, quequere que te hable corte la cárcel recheto eh- grita Jonathan y deja a todos en silencio.

Después retoma, pero unos movimientos por el pasillo y el sonido de una batería que ocasionalmente suele tocar, lo hacen perder el eje de la conversación y se va.
Rimas de alto calibre, la banda de rap del CUSAM está a punto de ensayar. Todo se revoluciona. El debate sigue, pero ahora, con una cortina musical que emula los grandes hits del rock clásico con ritmo rapero.

Pablo Parmisano avanza sobre la educación y el viaje del conocimiento como espacio de socialización y libertad, incluso en el contexto de encierro carcelario. Pablo es primer vocal del centro de estudiante y cursa el cuarto año de Sociología. Está a meses de salir en libertad y piensa poder recibirse afuera. Su discurso es más sólido y tiene un receptor primordial, el Estado.

— Mientras el poder político y judicial se desentiendan de sus detenidos la cárcel va a servir para mantener a las personas un tiempo. Los cambios de leyes, la mano dura, las cámaras, mas cárceles y mas patrulleros no cambian nada. El problema de fondo es la educación, acá y en la villa. Que se reproduzca la educación y no el germen de cultivo de la violencia y la cultura carcelaria.

Chapu quiere interrumpir de nuevo, pero Pablo lo corta en seco.

—No, no terminé todavía, tenés que calmar tu ansiedad.
El mate se termina. Jonathan vuelve y pone la pava. Fernando ceba. Y Pablo sigue con su análisis. Habla de la importancia de la progresividad de la pena y de la educación como estímulo para fomentar el inicio de los estudios a la gran mayoría de los presos de la unidad.

— A pesar de que los presos-estudiantes sean una minoría, el proyecto va creciendo. El preso crea hábitos. Si te ve rastreando el va y rastrea, ahora si te ve leyendo, poco a poco va a comenzar a leer e interesarse sobre la educación. Antes se escuchaban muchos tiros acá adentro. La educación los comenzó a acallar.

Llega el momento de Chapu. Mientras sus demás compañeros hablaban, él escuchaba e interrumpía. Chapu es Antonio Sánchez Arce, 31 años y casi media vida de encierro. Aún no es estudiante formal de sociología pero participa de oyente en muchas clases. Acelerado e hiperquinético, decide darle un corolario a la charla con unas palabras dedicadas a Pablo.

— Jamás pienses que un barrio emergente es una meta, al contrario, inícialo como un punto de partida y saldrás adelante, estudiá, enseñá y sobre todo aprendé- culmina su breve reflexión-escrita in situ- que conjuga villa, cárcel y educación como progreso.
La crispación, el debate, los retos y las caras de pocos amigos se dejan a un lado y se funden en un abrazo.

— Antes nos hubiésemos juntado en el robo, el meter caño. Hoy nos unimos en la educación- suelta Pablo con ojos vidriosos.

Todos reflexionan sobre la importancia del antes y el después de la cárcel y la universidad. El volver al barrio, el alfabetizar en base a los conocimientos que la educación les otorgó.
De la nada aparece Diego, también integrante de Rimas y el señalado como el más académico del grupo.

Diego Tejerina también vivió en uno de esos barrios pobres llamados villas. Estudiante de tercer año de Sociología y alfabetizador, no tiene tiempo que perder, anda de un lado a otro. A las claras, es el líder, quien ordena y delega.

La banda está a punto de comenzar la prueba de sonido formal. Ahora suenan guitarras, bajos, baterías, pero falta la percusión, claro, es la función de Diego. Por eso, rápidamente demuestra su gran capacidad de síntesis.

—Yo creo que la cárcel se tiene que destruir porque no funciona, es un lugar abyecto. Hay que evolucionarla. No se puede hablar de libertad e igualdad si vos encerrás a las personas.
Diego habla pausado, tiene cara pequeña, voz suave, gorro polar, ropa deportiva y expresiones de tristeza. Hace 12 años está preso y pasó por 25 penales. Mosquito fue quien lo sacó del mundo oscuro del pabellón para sumergirlo en la educación. Hizo la primaria, secundaria y luego comenzó la universidad todo en la cárcel. Ese camino no fue fácil; contradicción y tensión, dos palabras que repite a cada segundo; contradicción de salir de un lugar de hacinamiento físico-mental para estudiar y ser libre; tensión en el día a día con sus compañeros de celda.

—Con la educación descubrí lo que genera un libro. La importancia de lo colectivo. Que la unión hace la fuerza. Que la educación son las alas de la libertad. Pero, sobre todo, me di cuenta que hoy soy libre mentalmente, que no me pueden sujetar mis ideas, mis valores y mi esperanza. Ahora, la vida tiene sentido.

Todos se van. Otro tipo de expresión de la libertad toma el protagonismo de la tarde. Es la Música de Rimas de Alto Calibre.
* * *

Son pocos los integrantes del Servicio Penitenciario que comparten lecturas con los presos-estudiantes del CUSAM. Muchos de los oficiales del SPB hablan de que estudian por privilegios, para evitar ser trasladados y para obtener becas o reducción en las penas. En la práctica eso no sucede. Pero a ellos no les importa.
Mario es penitenciario. En realidad Mario no es Mario. Pero no quiere tener problemas con sus superiores. No puede hablar sin autorización.

De uniforme negro pulcro, cara angosta, mirada fija, altura media y borceguíes recién lustrados, se refiere a los presos separándolos del género humano.

—Estos no son como las personas normales, son unos chantas, unos vivos bárbaros que vieron la movida y agarraron viaje. No corren, vuelan. Algo deben estar lucrando ahí adentro.
Adentro- como dice Mario que no es Mario- hay tres penitenciarios que estudian. Entre ellos Rodrigo Altamirano a quien conoce. Pero no le importa. Él lo tiene claro: el preso, el villero o negro es el símbolo de los males de la sociedad. Él y solo él.

—Por mí, que se pudran en la cárcel- concluye.

* * *
La música de Rimas sigue sonando. Pero llegó la hora de la partida.
Después de saludar, los portones gigantes, la infinidad de candados, las caras largas de los penitenciarios, el panóptico, los pedidos de cigarrillos, las barreras, Foucault, la lluvia, el viento y el frio me esperan.
En el CUSAM o la Universidad de la cárcel se quedan un sin fin de hombres que buscan cambiar realidades por medio de verdaderas armas, como la educación y la música.

—No dejen de apostar y luchar por la educación. Solo así vamos a construir una sociedad más igualitaria y justa para todos- grita Diego, desde una pequeña ventana enrejada y al ritmo de los bongoes.
Me voy.

Sus cuerpos quedan tras las rejas. Sus mentes, en libertad.