UN BRINDIS POR ANITA Y MIRKO


Por Agustina Libico //


Bienvenidos a la boda.

– ¿Esta chica quién es? ¡¿Sos colada?!

La señora con flores rojas en la cabeza se sorprende. Lleva un vestido igual de exagerado que el adorno en su pelo. Sí, debe ser familiar de la novia. De hecho, su actitud es tan convincente que pareciera ser la tía de alguien presente en la fila.

Están en la vereda personificados y metidos en sus roles, infiltrados entre los espectadores. Es fácil identificarlos ya que sólo ellos llevan polleras de colores extravagantes y gorros rusos.

Cualquiera sabe que una obra de teatro inicia cuando el público está sentado en sus butacas. Y este casamiento no arranca hasta las 21 horas, ¿qué son tantos disfraces en la puerta? En el barrio de Barracas son disruptivos hasta en estos detalles.

Por fuera, las paredes delatan la importancia del evento para este lugar. Están ellos. Anita, Mirko y sus familiares dibujados con colores llamativos. Es un lugar especial para los vecinos, íntimo y familiar.

– ¡Qué coqueta que estás!

Las señoras parecen ser las más sociables, y todos se las quedan mirando. Nadie las conoce, pero ya se ganaron el cariño general.

Una vez adentro, los invitados sienten que se sumergen en una realidad paralela, donde todos se conocen entre sí. De hecho, algunos se animan a llevarlo a otro nivel.

– ¿Te acordás de Leo? Jugaba con nosotros a la pelota de chiquitos.

Una señora abraza al niño crecido con cálidos gritos llenos de nostalgia, aunque ya todos saben que es la primera vez que lo ve. Inventar recuerdos y seguir el chiste, además de ser divertido, es parte del show.

Fotos en blanco y negro en las paredes sobre funciones pasadas apenas spoilean lo que está a punto de suceder. Nadie se siente demás. No hay extras ni olvidados. Hay sensación de intimidad que permite sentir a cada espectador ser parte de algo especial y colectivo.

Las mesitas redondas están vestidas con manteles blancos. La comida casera abunda: sandwiches de miga, empanadas, ¡qué pinta tiene todo! Las personas van sentándose y descorchando los vinos.

Aún hay dos mesas vacías a los extremos del salón. ¿Quiénes faltan?


***


Acá está la fiesta, imaginate. Una noche más cenando mates y tostadas. Los nenes, no. La casa podía caerse a pedazos, pero a ellos no les faltaba el plato de comida. Prender la televisión y ver cualquier programa para despejar parecía una buena decisión, hasta que leían los zócalos: “Desocupación”, “Siguen las manifestaciones”, “La policía reprime”. ¿Un muerto más? ¡¿Un presidente más?! Dejá, poné El Sodero de mi Vida.

Qué difícil era inventar una sonrisa, pero hay que encontrarlas para no desesperar. En Barracas había que salir a buscar la diversión, el baile, las carcajadas. Había pocas opciones para entretenerse y todas estaban lejos. ¿Por qué la fiesta siempre estaba en otro lado?

El refrán dice que si la montaña no va a Mahoma, Mahoma va a la montaña. En este barrio reversionaron esos viejos dichos y pensaron “si Barracas no va a la fiesta, la fiesta viene a Barracas”. Corina fue la primera en frenar e iluminar su cabeza con una excelente idea. Para llevarla a cabo, hubo que ahondar sobre las familias argentinas y sus orígenes.

Una vez que Corina logró ordenar sus ideas en una agradable ficción teatral, comenzaron las convocatorias. Éstas no fueron exigentes, el contexto no lo ameritaba. El desempleo también llegó a los vecinos de Barracas, quienes vieron esta oportunidad como una luz. Nada es tan humano como la necesidad del encuentro, de bajar las defensas y disfrutar. Sobre todo, en momentos así.

Recrear una ceremonia para sentir la unión y la alegría a flor de piel. Cada detalle fue pensado para asegurar estas dos sensaciones a cada instante. Esto es lo que genera el teatro comunitario.

Mientras los invitados charlan, el ambiente se ve interrumpido por una música lúgubre y todas las miradas se dirigen a la puerta. 

Serios, confundidos y extremadamente abrigados. No importa cuánto se busque, no se ven sonrisas a la vista. Sin saludar ni decir una palabra, se dirigen a su mesa. Pareciera que la madre es quien dirige al rebaño, porque una vez que todos se ubicaron en sus puestos, esperaron su orden:

– ¡SENTOSKI!

Mirko y su cercano árbol genealógico, amantes de la gama de grises y una constante negación a pasarla bien. Su respeto hacia los varones, especialmente a los que son padres, y aún más a quién cuenta con más años que el resto. Es por eso que el abuelo de Mirko se llevó su propia silla y se sentó frente a la mesa. Un verdadero defensor de sus tradiciones – aunque a veces desaparezca y se encierre en el baño con la abuela de la novia–.

En 2001, a pesar de que esta parentela resultaba bastante particular, no era suficiente. Se necesitaba algún tipo de contraste para que sea verdaderamente gracioso y notable.

Y sí, siempre hay un “tano” dando vueltas. Hay 30 millones de argentinos que tienen algún grado de ascendencia italiana, era imposible no incluir personajes como Anita y su famiglia.

Luego del silencio tétrico tras la llegada de los rusos, el salón se llena de luces y música. Las palmas al compás de la música y los gritos alegres vienen de todas partes. Cabe hacer una mención especial a los excéntricos peinados anti-gravedad de algunos familiares que le dan el toque especial al look.

Entre ambas familias, lo único que hay en común es que no se toleran mutuamente. La diferencia se encuentra en la voluntad que ponen los italianos para disimularlo.

Hay una enorme libertad en las expresiones artísticas, clara influencia de movimientos teatrales independientes, un vale-todo en el arte y la cultura. Los trajes extravagantes y la escenografía casera. La incertidumbre de los participantes que no saben con qué se van a encontrar, a pesar de ya estar dentro del teatro. El recibimiento entre artistas y público. La renovación post -crisis argentina. No hay cuarta pared. Cada uno de los detalles hecho 100% a pulmón, siendo ejemplo de resiliencia, esperanza y buena onda. Todo esto grita “¡Parakultural!”.

Ninguno de ellos se autodefine como actor, sino como vecino/a. Hay profesores, costureras, cocineras, estudiantes. Nadie pide un peso, sólo se respira vocación y goce. Y tampoco quieren perder este lugar de encuentro. Que esta vez no se repita esa historia. Los actores y el público encuentran un medio para sanar, liberar emociones reprimidas, procesar experiencias dolorosas.

Que poderoso el poder transformador del arte al sanar, unir y motivar a las personas, especialmente en tiempos de adversidad. Su capacidad para reflejar y desafiar la realidad, mientras ofrece espacios de liberación emocional y conexión comunitaria, la convierte en una fuerza vital en la vida cultural y social.


***


Tienen de todo un poco. Un lugar de encuentro entre grupos tan diferentes se convierte en algo irresistible. La creación de este espacio donde personas de diferentes orígenes pueden reunirse, compartir y conectarse, hizo que el Circuito Cultural parezca la ONU.

Las familias italianas destacan por tener relaciones cercanas, cuidarse en todo momento y a toda edad; en definitiva, son lo que se diría familias familieras.

Por el contrario, la estirpe rusa sólo está aquí porque se casa el hijo varón. También tienen que asegurarse de que Anita cumpla las expectativas: que sepa cocinar, cuidar bien del hijo y “lave la roposki”. Los hermanos del novio están en otra, ellos sólo quieren ver feliz a Mirko, quizás por primera vez en su vida… O quizás quieran garronear algún vodka.

Suena la marcha nupcial y entran los protagonistas del evento, acompañados por músicos rusos. ¡OPA! Los rusos también pueden ser escandalosos si tienen que honrar a su patria con cánticos llenos de consonantes.

Quienes hayan presenciado una fiesta de casamiento, conocen el protocolo de memoria: Se baila el vals, algunos comen mientras las parejas se acercan a la pista, la hermana de la novia le hace ojitos al hermano del novio después de una o dos copas de champagne, lo típico.

Como los shows musicales son un clásico, la sorpresa deja de serlo. Primero, los rusos. Después, los italianos. Ahora, llegan los mexicanos. El número de la familia de mariachis para-nada-alegres se roba la atención: sombreros, ponchos y bigotes. Unos acentos que teletransportan a uno al set de El Chavo del Ocho.

La burla constante a los estereotipos hace que las risas no paren. Aparentemente, también funcionan como invitación. La leyenda cuenta que una pareja de mexicanos viajó hasta Barracas al fondo para ver en vivo y en directo el espectáculo de serenatas. Lejos de sentirse ofendidos, se volvieron los mejores espectadores de la sala.

Mientras los invitados se sientan a comer su porción de torta, la última banda musical se presenta. Los tambores y las camisas desabrochadas delatan sus raíces caribeñas. Las actitudes y el acento son tan distintivos que pareciera que está a punto de entrar Marc Anthony por la puerta. Las canciones tratan sobre el amor y la pasión, muy similar a lo que se vivió desde las 21 horas en aquel lugar.


***


“En la Taffié de tu Barrió todo se soluciona!”. Un gran eslogan para acompañar la noche. La weddingplanner está obsesionada en que todo salga bien, incluso cuando parece que no fuera a ser así.

– ¿Qué sería de la vida sin inconvenientes?

No es solo un casamiento. Es una novela, una lección de vida, un espacio cultural, un plan de sábado. Vidas paralelas, nuevas parejas, affairs entre octogenarios. En dos horas, cada problema que surge, lo llevan a uno a pensar en que sin estas dificultades todo sería un poco más aburrido.

Cada personaje que se acerca a la pista, integra a las personas sentadas en las mesas. El que no participa, es porque no quiere.

Sumado a estas misiones secundarias, desde los parlantes se le agrega el ritmo. Rafaela Carrá, Ricky Maravilla, muchas cumbias para mover el cuerpo. Nunca se vieron tantas sesentonas cantar juntas a los gritos “explota, explota, me expló”.

Por un momento, no se distinguen entre italianos y argentinos en los trencitos. Todos se sacan a bailar entre sí. Eso sí, los grises no se mueven de sus asientos, el ruso es ruso todo el tiempo. Hay quienes se acercan a su mesa y los invitan a zapatear un poco. Pobres de ellos.

Hay quienes ya están cansados. Repetir las mismas tandas de baile todos los sábados puede ser agotador. Las organizadoras se sientan en un rinconcito oscuro y aplauden por lo bien que salió todo. Hasta se oye que una de ellas dice, con una sonrisa orgullosa:

– Yo fui la primera Anita.

Como es de esperarse, luego de 23 años los personajes siguen intactos, pero los actores van rotando para ir envejeciendo junto a ellos.

Luego de la última canción, se le cuelga a la pareja un cartel de “Recién Casados” antes de salir corriendo del lugar, con saludos y aplausos a su alrededor.

– ¡No, Olga, el cartel va en el auto!

Qué más da, lo importante es que se ven felices.

Apenas salen los novios, vuelven a entrar acompañados de cada uno de los participantes del evento, despojados de sus personajes. Qué mejor que brindar una performance ruidosa y alegre, aún más que todo lo anterior.

No hay telón que se cierra, ni escenario que separe al público del elenco. Todos son parte de lo mismo, nadie se quedó afuera de la diversión.

Como si fuera la primera vez, hay algunos de ellos que se acercan al público y los abrazan con agradecimientos. Es raro ver a aquellos grises, tan serios y agresivos, de golpe sonrientes y hablando con naturalidad.

Tras dar una lección sobre clichés culturales y mostrar lo contento que puede estar un italiano bailando salsa, se coronan campeones del entretenimiento.

Una excelente forma de terminar la ceremonia, y de darse una palmadita en la espalda con los coros que dicen claramente: “Nosotros hicimos posible esto”.