CÓDIGO DE BARRAS
Por Franco Barrios //
— La cana juega a ser paladín de la justicia mientras nosotros hacemos quilombo afuera de la cancha. ¡Hay que dejarse de joder!
Luis Gambino es uno de los jefes de la tribuna del Gallo. Tiene treinta años recién cumplidos. Un hombre cercano al metro ochenta con gesto adusto. Un buen porte para el traje que viste de lunes a viernes cuando vende seguros en la compañía Franco-Americana.
— Está bueno esto, pero un poco de Rock and Roll de vez en cuando….
Mimo es referente de la barra del club All Boys. Flaco desgarbado, pelo enrulado hasta los hombros. Habla en tono amable, pero nada asegura que esa cordialidad pueda cambiar de un momento para otro.
Es lunes 21 de mayo de 1984. 20 horas. El día y la hora señalada Un frío otoñal acompaña el anochecer. El punto de encuentro: la ciudad de Morón en el conurbano bonaerense. Más precisamente el estadio Francisco Urbano, en el playón que está debajo de la platea Ferrante que da a la calle Almirante Brown, a dos cuadras de la Plaza San Martín. Hay un escenario improvisado con tarimas y un buffet que vende alguna minuta y bebidas para acompañar la cumbre. Al lugar concurren alrededor de 40 personas. Una tensa camaradería y una preocupación que los une solo por esta vez.
— Estamos en democracia, fenómeno, pero la policía sigue siendo la misma del Proceso.
Gambino, lo conocen como Cacha, toma la palabra y advierte. Tiene apellido de capo mafia, tal vez si nacía en Nueva York corría esa suerte, pero le toca vivir en el oeste y liderar la barra de Morón. Sabe que, por el momento, hay que plantar bandera blanca con las otras hinchadas.
Los jefes se van turnando para hablar mientras el profesor Elías Folgar, socio de Morón, intenta moderar la conversación. Hay representantes de Quilmes, Chicago, El Porvenir, Tigre, Los Andes, Gimnasia, Almirante Brown, Lanús, Racing (que jugó en la B en 1984) y Arsenal. No hay micrófono. Es a grito pelado, como en la tribuna. Está presente el comisario de la 1ra de Morón, Orestes Verón. Estatura mediana, bigote típico de milico. Siempre dijo que no le gustaba el fútbol. La convocatoria amerita esa presencia. Se está gestando un pacto de no agresión, dentro y fuera de la cancha, entre las hinchadas de la Primera B.
El acta-acuerdo indica algunos puntos que deberán ser respetados: no incentivar la violencia con cánticos, no encubrir causas entre hinchadas y realizar reuniones posteriores para repasar los temas pendientes. El pacto durará un año. Nadie imaginaba que se rompería cuando la barra baja del Tren Sarmiento en la Estación Morón con armas de fuego. El tiempo de la “pacificación” en las tribunas será considerado un éxito por muchos barras y recordado como un hecho inédito en el fútbol argentino.
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7 de abril de 1985. Tarde de calor para un partido convocante en la doble visera de Avellaneda. Es el clásico Independiente – Boca por la cuarta fase de la rueda de perdedores del Torneo Nacional. La hinchada xeneize liderada por José Barrita, alias El Abuelo, está ubicada en la tribuna popular que da a las vías de Ferrocarril Roca. Una de las 30 mil personas en esa cabecera es Adrían Scacerra de 14 años. Por primera vez, esa tarde va a ver a su Boca Juniors querido, acompañado por Juan, su papá.
Cinco kilómetros separan a los estadios de Boca e Independiente. Es habitual que las hinchadas crucen caminando desde la Capital Federal a la provincia, y viceversa. Es la previa del Mundial México 1986. Las barras se disputan el liderazgo para ser la hinchada oficial de la Selección Argentina. Hay mucha más hostilidad de la habitual. En la previa del partido, la barra de Independiente organiza una emboscada en la bajada del Puente Pueyrredón. Hay algunas corridas. La policía intenta detener a la barra de Boca sin éxito.
Siempre en los enfrentamientos se necesita de la fuerza física y las aptitudes para intimidar al otro. Puede ser a través de gritos, pedradas y movimientos corporales. Muchos combates pueden ganarse, ya sea porque el otro se retire (corra) o por la utilización de armas, sin llegar a la lucha cuerpo a cuerpo.
La cultura del aguante tendrá su auge en Argentina desde finales de los 80. Significa resistencia colectiva frente al otro, ya sea hinchas o policías. También frente al dolor y la desilusión que domina la escena. Es una categoría ética, que define una moralidad autónoma, más allá del resultado deportivo. Se aguanta en la victoria o en la derrota.
Las representaciones colectivas entran en crisis. No hay horizonte de prosperidad. Sin embargo, el hincha de fútbol mantiene la centralidad. Las hinchadas se perciben a sí mismas como el único custodio de la identidad. La violencia acepta y reproduce las jerarquías.
Con una previa picante, la barra de Boca no se iba a quedar de brazos cruzados. El partido trascurre en un clima caldeado. Barrita y el séquito alientan de pie en el paravalanchas. Agitan los brazos y se agarran de los tirantes color azul y amarillo. El pueblo boquense en la tribuna ignora la interna entre hinchadas rivales. Independiente, a quince minutos del final, saca ventaja con un gol de Alejandro Barberón.
Cinco minutos antes que termine el partido, hay algunas corridas. La hinchada de Boca se baja del paravalanchas. Comienza la respuesta a la emboscada. La mampostería de los baños vuela por el cielo de Avellaneda desde la popular visitante hacia la platea Cordero, donde hay público de Independiente. La gente no sabe si taparse la cabeza o correr hacia la salida. Salvarse es cuestión de suerte. Aparece en escena la policía. Desde el campo de juego arroja gases lacrimógenos.
Mientras tanto, efectivos de la Unidad Regional de Quilmes aparecen por el único acceso a la tribuna visitante, un pasillo angosto contra el margen izquierdo de la popular. La hinchada de Boca les hace frente. Un cordón de 30 personas va arriando a los policías que deben replegarse.
Las corridas ya no dominan la escena, pero hay un bullicio ensordecedor mientras los hinchas quieren escapar como sea. El partido ya no importa. A los pocos minutos vuelve a entrar en escena la policía. Se escuchan detonaciones. Están los que se reagrupan y los que buscan algún reparo para evitar no quedar en medio de la balacera. Hay una sensación de peligro inminente.
Adrián y Juan deciden buscar la única salida de ese verdadero infierno. Adrián se adelanta unos pasos. Recibe una bala que ingresa por la tetilla izquierda. Muere en el acto. Su padre lo alza y escapa de la tribuna. La imagen es tomada por las cámaras de televisión. Saldrá en la tapa de los diarios. Muere con solo 14 años. Las pericias confirman que el arma homicida es una 9 milímetros de la fuerza policial.
El hecho sacude el gobierno radical de Raúl Alfonsín. La política corre detrás de los hechos. Como consecuencia, se sanciona la Ley Nº 23.184 de régimen penal y contravencional para la violencia en los espectáculos deportivos.
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El guionista y escritor argentino Pedro Saborido sostiene que el peronismo es un micro Chevallier al que se suben sus adeptos, con la salvedad de que una vez arriba se enteran quién lo conduce y para dónde va. Más corrido a la izquierda, más corrido a la derecha, más progresista, más neoliberal.
El menemismo tuvo en Morón su correlato con Juan Carlos Roussellot. “El diente”, llamado así por la prominente dentadura, se destaca durante la década del 60 y del 70 como un hombre de los medios. El 20 de julio de 1969 relata la llegada del hombre a la luna para Canal 11. Será de los primeros en respaldar al caudillo riojano en la interna del PJ contra Antonio Cafiero.
En 1987 es electo intendente de Morón. En diciembre de 1988, mientras el gobierno de Alfonsín naufraga, firma con Mauricio Macri, presidente de la empresa Sideco Americana, un contrato para realizar el plan cloacal en Morón. La obra orilla los 400 millones de dólares, pero el acuerdo está flojo de papeles. Los costos son altísimos para los vecinos, no existe licitación y ni siquiera pasa por el Concejo Deliberante. Por esos años, se conoce a Morón como “la capital nacional de la corrupción”.
Los hinchas no buscan a los políticos y a los gremios. Es al revés. Roussellot ni siquiera es hincha del Gallo, simpatiza por Ferrocarril Oeste. Necesita a la barra como fuerza de choque. Son los años de los “barras municipalizados”.
Una noche de verano se presenta Roberto Galán en la Plaza de Morón con el programa “Si lo Sabe Cante”. Está vestido de impecable traje negro, camisa blanca y corbata roja. Dos bailarinas, una de cada lado del escenario. De fondo, la banda interpreta las canciones a la que algunos vecinos le pondrán voz. Abajo del escenario, un numeroso grupo de personas disfrutan del show que tantas veces miraron por TV. Cuando la situación amerite, Roussellot subirá a dar un discurso. Rondando la escena están los muchachos de la barra, custodiando para evitar imprevistos.
El más reconocido de ese grupo es Maximiliano Zurita, alias “El Gordo Cadena”. Cerca de 100 kilos, rubio de metro ochenta. También trabaja en Merlo, tierras de Raúl “El Vasco” Othacehé, histórico barón del peronismo conurbano.
El método de las cadenas lo inventa la barra brava de San Lorenzo en la década de 1960. Era el arma de combate más fuerte para abrir paso en medio de un tumulto. El apodo “Gordo Cadena” se populariza en 1989 al salir en la tapa del Diario Crónica, cuando se enfrentó él solo a 140 policías en cancha de Chacarita.
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— Esta tarde tenemos que pasar por el buffet del Negro Yoli porque nos quedamos sin provisiones pare el fin de semana.
Luis Verón o “Luisito” sigue al Gallo desde 1963. Tiene 48 años. Está separado y con dos hijos. Dice que la vida de barra lo privó de verlos crecer. No se arrepiente, aunque le duelan los reproches. Es petiso, retacón y con ojos claros. Habla con respeto y gesticula mostrando las palmas de las manos. Dice que no tiene nada que ocultar.
Ir al buffet del Negro Yoli es ir a la cancha de Excursionistas. Es vox populi que se consigue la falopa más rica del ascenso. Está en plena Avenida Pampa, barrio de Belgrano, zona de ricachones. En el Bajo Flores también se consigue cruzando la Avenida Cruz, a metros donde hace unos meses se inauguró el Nuevo Gasómetro, estadio de San Lorenzo. Pero el contacto con los perucas es más difícil porque no son dóciles. Es buena, pero hay menos confianza.
Es toda una novedad. La cocaína y la marihuana en los ochenta empieza a circular con frecuencia en el ambiente de la noche y las fiestas. La ruta del oro blanco va desde Morón por Acceso Oeste hasta la Avenida General Paz. Empalme con la Avenida Lugones y, de ahí, a diez cuadras de Excursio. La entrega no es en el club. Se arregla el punto más cercano, previo llamado telefónico. La práctica se vuelve habitual. Se compra stock y se vende el fin de semana antes del partido.
Tarde fría de mayo en Morón. Año 1995. Previa de un partido de local. La escena se torna habitual. Gente que comparte calle y tribuna durante años, de repente queda irreconocible. En la esquina de La Roche y Bartolomé Mitre, hay quince personas sentadas en hilera en el borde de un cordón para las cuales hay una sola jeringa. También, corre la cocaína.
— Déjense de romper las pelotas con eso.
Gambino ve en escena a tipos respetables, compañeros y amigos en una situación que lo descoloca.
— Esto no es la escuela.
Fabián ni se para y responde en seco desde abajo esperando el turno. Lo mira desafiante. Gambino sabe que si dice algo es para quilombo. Se conocen hace años. Sigue caminando a la espera de los que faltan para entrar a la cancha.
El sociólogo francés Patrick Mignon remarca que la violencia es también fuente de visibilidad. Este contexto conduce a la búsqueda de comportamientos violentos incluso contra sí mismos, como puede ser el consumo de drogas.
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— En estas condiciones Racing está extinguido. Ha dejado de existir Racing Asociación Civil.
Cuatro micrófonos y el tubo de un teléfono de línea rodean a la doctora Liliana Ripoll. Es la tarde-noche del 4 de marzo de 1999. Rodrigo, un cantante cuartetero cordobés, recorre innumerables bailantas en el Gran Buenos Aires, todos los fines de semana. Faltan siete meses para las elecciones presidenciales. El menemismo parece caerse a pedazos. Fernando De La Rúa dice no manejar una Ferrari, pero que sabrá manejar los destinos de un país.
Racing hace 33 años que no sale campeón del fútbol argentino, pero es uno de los “cinco grandes”. Primer campeón del Mundo argento en el 66 ante el Celtic de Escocia en el estadio Centenario con un golazo del Chango Cárdenas. Es grande por la gente, se repite una y otra vez.
Atrás quedó la época dorada. La crisis financiera se extiende durante décadas. El presidente Daniel Lalín presenta el pedido de quiebra ante la justicia por una deuda de $66.500.000. En medio de ese shock, los hinchas salen a la calle. Ese Torneo Clausura 99 Racing lo terminaría en el puesto 14°. Las inferiores no podían jugar porque le debían ocho meses a El Porvenir, club al que le alquilaban un predio. Se pone el cartel de venta. El 29 de diciembre de 2000, Blanquiceleste Sociedad Anónima inicia el gerenciamiento del fútbol, el estadio y el merchandising.
El hecho moviliza a Marcelo Betbesé. Hace más de una década lidera los Racing Stone, un grupo de 20 hinchas que siguen al equipo dentro y fuera del país. No pertenecen a la barra oficial. La bandera con la lengua Stone es el símbolo de pertenencia.
En ese contexto logra dar con unos terrenos en Sarandí, partido de Avellaneda. Hay un predio de catorce hectáreas que supo pertenecer a Racing. Está en estado de abandono y había funcionado durante años como depósito del ferrocarril provincial. En uno de los sectores, el Club Argentino de Rugby había construido una cancha muy rudimentaria.
El mismo Betbesé habla con el entrenador de Racing Gustavo Costas. Le comenta que junto a un grupo de hinchas iban a realizar la primera reunión en el terreno.
— ¿Qué necesitás?
— Que vengas vos y que traigas a uno o a dos jugadores. Decile a Teté que es de Racing.
Teté es Quiroz, también otro futbolista muy identificado con la institución.
— ¿A qué hora tengo que estar?
— A las doce del mediodía. Vamos a hacer una choriciada y ya hicimos un boca a boca. Queremos juntar 300 o 400 personas para empezar a trabajar.
En el día y hora señalada estaba el grupo fundador y los voluntarios. El plantel de Racing entrenó ese sábado por la mañana, previo al partido. Todos irían después a compartir el almuerzo con los hinchas.
El predio Tita Mattiussi fue construido íntegramente por hinchas y socios, meses previos a la privatización. Lleva el nombre de la mujer que se desempeñaba en la lavandería y se encargaba de la pensión de inferiores. En diciembre de 2001, en plena crisis del país, Racing conquista el Torneo Apertura de la mano de Mostaza Merlo. Campeón después de 35 años. El gerenciamiento terminaría de la peor manera el 7 de julio de 2008, con la quiebra de Blanquiceleste y nefastos resultados deportivos.
16 años después las Sociedades Anónimas Deportivas (SAD) aparecen como un canto de sirenas por parte del presidente Javier Milei con el apoyo de los medios de comunicación y algunos dirigentes. Como respuesta, la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) se pronuncia a favor del modelo de asociaciones civiles sin fines de lucro, formato que lleva 130 años, desde el principio del fútbol criollo. Mientras, el fútbol y los clubes siguen siendo un elemento constitutivo de la identidad de millones de argentinos.