ENTRE HILOS



Por Eugenia Pazos //

Viajamos en una vieja Estanciera. La clásica camioneta de finales de la década del 50. Pese a haber perdido el brillo de la pintura amarilla hace rato, siempre nos transporta hasta nuestro destino. Y yo duermo hasta que llegamos. Paula me despierta.

Hay gente que se duerme con la ropa puesta, otros se cambian. Yo, en cambio, necesito taparme completa. De pies a cabeza. Y es Paula la encargada de levantarme.

Paula es una artista muy completa. Pero debajo del escenario es mi gran compañera. En este tiempo, pudimos construir un lazo muy fuerte. 

Ella me cuida, constantemente. Antes de salir camino al teatro, me peina. Arregla las dos trencitas con sumo cuidado. Cuando llegamos, ayuda a Fernando a descargar la escenografía y todos los bártulos. Mientras, me deja dormir lo máximo posible.

Antes de salir a escena, Paula está tranquila. Yo me pongo nerviosa. O, mejor dicho, ansiosa. Es que escuchar las voces de los espectadores me genera adrenalina.

Mi personaje se llama Anilina. Es una nena que vuelve loca a la abuela. 

Se apagan las luces. Sólo queda iluminado Julio Calcciatore, que ese día cumple el rol de presentador de la función que está por arrancar.

Se abre el telón. Paula pasea por todo el escenario con un cartel de madera que anuncia el nombre de la obra: “Con levadura”. 

La abuela Felpa aparece en escena. Se ven los hilos por encima de la escenografía y a Fernando, vestido de negro, con un micrófono de diadema cerca de la boca. Mientras manipula el control de la abuela. Pronto, me toca entrar a escena.

***

Desde la antigüedad, los títeres y marionetas fueron utilizados para el entretenimiento, educar o con fines religiosos. Grecia y Egipto. Roma y China. No son conquistas en el famoso juego de estrategia TEG. Son los países en los que habrían aparecido los primeros títeres y marionetas durante el Medioevo.

Una mano tipea una búsqueda en internet: “Domingo Sacomano”. Nada. Ni una sola mención del flautista y titiritero que en 1757 creó el primer teatro fijo de Buenos Aires: Teatro Óperas y Comedias

Sacomano también se encargó de llevar sus marionetas a la Plaza Mayor, medio siglo antes del surgimiento del primer gobierno patrio. Pero, a partir de 1810, el teatro de títeres fue relegado a lo marginal, relacionado con los movimientos de izquierda.

Paula Rusquellas viene de familia de titiriteros. Su bisabuelo, hijo de catalán, realizaba títeres y muñecos para entretener a siete hermanos. Mientras, el padre trabajaba como joyero. A partir de ese momento, el oficio fue pasando de padre a hijo hasta llegar a Paula.

En el árbol genealógico de Fernando Grant casi todos son músicos. Desde los dos abuelos, que eran violinistas, hasta el hermano llevan el compás a la perfección. Él toca más el chelo.

Desde 1940 en adelante surge la primera generación de titiriteros argentinos. La mayoría tenían conocimientos en artes plásticas o letras, y estaban influenciados por Federico García Lorca. Por eso, en Argentina, la gente que iba a ver títeres solían ser intelectuales.

El sol ilumina el patio de una escuela. Es el recreo. Las nenas juegan al elástico. Mientras, los varones están realizando una competencia de payana. Entre ellos, dos niños de seis años que empiezan a construir una gran amistad. 

No saben que ese vínculo iniciado en 1947 será necesario para que en el futuro sus hijos se enamoren y se casen. Esas dos criaturas eran los padres de Fernando y Paula.

Una vez que se traspasa el portón que marca la línea municipal, se ingresa a un mundo distinto. Cinco perros dan la bienvenida y escoltan hasta la puerta del taller. Adentro está Paula que, acompañada de un gato blanco y una paloma, espera a Fernando y a su hijo Antón.  

El lugar es más largo que ancho. A la derecha y a la izquierda hay una gran mesada que marca la profundidad. Los ventanales permiten que ingrese luz natural. 

Lo que ahora es un taller de marionetas, antes era un laboratorio donde se fabricaban remedios veterinarios. Pertenecía al papá de Paula. Aún quedan varias botellitas de vidrio, de esas que solían verse cuando las farmacias tenían mobiliario de madera.

El pequeño Antón, enseguida va hasta el fondo, agarra un martillo y empieza a pegarle a una maderita con mucha energía. También tiene una lima de carpintero que la usa sin miedo. Más tarde, se pondrá a jugar con los pinceles y las acuarelas. Pintará un cartel con el nombre del próximo espectáculo que están preparando los padres. Aunque todavía, no sabe cómo dibujar la letra e.

En los inicios, la pareja les daba vida a títeres de guante hasta que decidieron incursionar con las marionetas. Tuvieron que aprender a manejar a los muñecos desde los hilos.

Lo más difícil de todo con una criatura de hebras es que esté parada en el piso. Que no esté torcida y levitando. La otra dificultad de un marionetista son los hilos. Suelen engancharse con la escenografía, por lo que muchos deciden que sea pintada. Grupo Yesca, la compañía de Paula y Fernando, decide trabajar con el detalle. 

Anilina, Felpa y las otras marionetas tienen entre quince y diecisiete hilos. Conviven sobre las tablas con varios objetos: una mesa, las sillas, una cocina, la cuna y hasta los platos. Todo posibilita que los hilos se enganchen. En esos casos, el muñeco debe retroceder en su paso. Si no se puede desenganchar, Paula y Fernando cortan el hilo problemático, en plena función. Y, sólo si es necesario, inventarán un motivo para sacar de escena a la marioneta y arreglar la hebra. 

El nivel de detalle que tiene Grupo Yesca es producto del trabajo en equipo. O, mejor dicho, en familia. Fernando se encarga de la parte mecánica. Paula, con su formación en artes plásticas, es quien hace la parte de lijado, pintura y los pelos. Juntos, el modelado. El vestuario lo diseña Paula, pero la confección y el tejido lo hace su mamá. Y el hermano de Fernando es el compositor e intérprete de la música de cada espectáculo.

El personaje principal de una obra es el que tiene más desgaste. El más proclive a romperse en medio de la función. Por eso, suelen tener dobles. Aparecen con la excusa de un cambio de vestuario. Aunque detrás de escena haya un control roto. Un control que será reparado en la mesada de lo que alguna vez fue un laboratorio de medicamentos veterinarios. 

Paula lleva casi 20 años dándole vida a Anilina, de la que tiene dos marionetas y un títere.  Ahora juntas hacen “Con levadura”

***

— ¡Hola, abuela!

— Vuela la abuela buela, vuela la abuela buela…

Ella siempre responde con un gritito canturreado. Mientras, eleva los pies del suelo. Me hace acordar a los pajaritos bebés cuando están intentando aprender a volar.

— ¡Hola, abuela Felpa! Mirá, llegué.

— Dejame ver: sí, llegaste.

La sala está toda oscura. Por lo que no se llega a divisar el color bordeaux de las paredes. Después de tantas funciones aprendí a ver en la oscuridad, incluso cuando una luz ilumina mi cara directamente. 

Abajo hay dos filas de sillitas de plástico pequeñitas. Todas de distintos colores. Amarillo, verde, rojo. Cinco nenes -que tendrán más o menos 7 años- están sentados ahí. Expectantes de lo que mi abuela Felpa y yo estamos haciendo. Los padres están sentados atrás. Ríen con ganas durante la función, como si de pronto hubiesen vuelto a ser nenes, tan chiquititos como sus hijos. 

Jorge, minutos antes, les dio la bienvenida a los pequeños y grandes espectadores. Contó que antes Lucecita presentaba las obras.

— En esa época no había que decir lo que voy a decir ahora: ¡Apaguen los celulares! 

Lo dice de forma simpática. Incluso, los adultos se ríen. En el fondo es un reto.

— Porque en esa época no había celulares. Cuando yo era chico, no estaba este artefacto que nos maneja la vida. 

Ahora, desde arriba del escenario, les estamos contando lo que ocurre un día cualquiera que vamos de visita a la casa de los abuelos. Durante toda la función, ellos van conociendo a mis abuelos Felpa y Julepe. Pero también a mis primos Neto y Bambalina, y claro, obviamente a mí. Yo creo que a esos papis les hacemos acordar cuando ellos tenían nuestra edad e iban a la casa de sus abus. Porque, al fin y al cabo, no hay momento más mágico que el que se comparte con los abuelos.

Ay, ¡miren a esa nena rubia de rulos! Es un personaje. Vive haciéndole comentarios a los otros nenes a modo de secreto. Vamos a ver qué hace ahora que con la abuela Felpa vamos a cocinar la tarta.

— Bueno, pongo la hariiiiiiina

— Ay, no Anilina, despacito

— Pero ¿no vamos a cocinar?

Pese al pedido de la abuela Felpa, el escenario es invadido por una gran nube blanca de harina. ¡Es tan divertido! Los espectadores están abajo, pero pueden sentir el aroma. Mientras, nosotras quedamos tan blancas como el escenario. 

— ¡Aaachuuu! 

La abuela estornuda. Los adultos sonríen con una gran cara de ternura. Los niños ríen a carcajadas. 

Fernando y Paula mueven los dedos como pianistas. El público los puede ver. La parte más alta de la escenografía llega a la altura de la mitad del pecho. 

Él se ató el pelo y ella se hizo una trenza. No usan guantes porque dicen que necesitan sentir nuestros hilos. Son cómplices con el público. Los espectadores saben que Paula y Fernando están ahí. Creo que en esos momentos ellos están tan relajados como si estuviesen jugando.

Juegan con nosotros. Nos dan vida. Dicen que todos los adultos guardan al nene o a la nena que fueron, muy adentro. Algunos se animan y cada tanto lo sacan a pasear, y a jugar. Fernando y Paula no son la excepción.

Cuando Felpa deja cocinando la sopa de zapallo, con mi primo Neto nos sumergimos en una gran aventura. Y los verdaderos capitanes son Paula y Fernando que mueven nuestros hilos y los cuatro juntos empezamos a viajar.

— ¿Dale, que estábamos en un barco de calabaza, en un mar de sopa?

— ¡¡Dale, dale!!

— Dale que yo era el mago

— Dale, dale. Y yo era la princesa Alina. ¿Dale que yo tenía un vestido relindo con brillitos, así relindo?

En ese instante, Fernando toma un zapallo anco muy, muy grande. Me subo y se transforma en un barco de calabaza. Mi primo Neto se pone por detrás, manejando la embarcación. Paula y Fernando son los verdaderos capitanes de esta gran aventura.

***

Una jirafa articulada de un metro de largo está colocada en un soporte. Los ojos tienen unas pestañas tan arqueadas y exuberantes que cualquier mujer envidiaría. Un pelo, otro pelo y otro más. Así fue pintada minuciosamente. Detalle a detalle por Paula.

Fernando la retira del soporte y le da vida. Ya se dio cuenta que la hizo un poco pesada. Esa será la dificultad cuando se estrene la próxima obra. 

No hay un material específico que se use. A veces es madera. Otras, cartón. Pero el común denominador es que no tienen que ser pesadas.

Antón enseguida se acerca a jugar con las marionetas. Para Fernando es un momento de conocer a su nueva creación. El muñeco es la extensión del cuerpo de un marionetista. Es la misma relación que hay entre un músico y su instrumento. Para conocer a una marioneta, se la manipula. Cuando está el guión, se ensaya. Pero la personalidad se va armando a medida que se realizan las funciones.

El argumento de una obra de marionetas suele ser esquemático. Introducción, nudo y desenlace. Con una sola historia. Paula prefiere escribir cada obra de una forma más compleja, que tenga varias lecturas.

Y en ese entramado se piensa que sea atractivo para cada espectador, sin importar la edad. Que sea un espectáculo para nenes muy chiquitos, para los más creciditos, y hasta para los adultos.

Todo arranca desde una idea. El próximo espectáculo se va a llamar Nikte. Y piensan estrenarlo en una sala que están armando en el mismo terreno donde está el taller y la casa de esta pareja de marionetistas.

 “Cuando los chicos se van a dormir”. Así surgió la idea. Entonces empezaron a investigar cómo duermen distintos animales. Luego, el concepto noche desde la mitología. Y, con todo eso, se escribe una historia que tenga un desarrollo.

En general, las obras de títeres tienen escenas agresivas. Donde la risa de los espectadores está asegurada. Escenas donde los personajes se pegan o se asustan. Conflictos donde siempre hay un personaje maligno. Grupo Yesca decidió que sus argumentos sean más profundos y con un mensaje para chicos y grandes. 

Las funciones de esta compañía no son multitudinarias. Desde el ingreso hasta el escenario debe medir aproximadamente cinco metros de largo por dos de ancho. Y hay cuatro sillas en cada fila. Por lo que es fácil que esa pequeña sala esté llena. Pero otras agrupaciones comentan la merma de espectadores en los teatros.

La última Encuesta Nacional de Consumos Culturales difundió que el 85% de los argentinos no fue al teatro durante 2022, y que sólo el 2% vio espectáculos frecuentemente ese año. Paula y Fernando no lo notan mucho, porque hasta diciembre de 2023 no realizaron funciones porque, después de la pandemia, nació su hijo Antón.

***

— Entonces falta una cosa: que vengan ¡a comeeeeeeeer!

Y la voz del abuelo Julepe se fusiona con los aplausos de grandes y chicos. 

La función la hacemos dos veces por mes. Siempre en el mismo lugar: el teatro que está en el Museo Argentino del Títere, que está en Estados Unidos y Piedras, pleno barrio de San Telmo.

Los chicos vienen a saludarnos. Los padres a sacarles una foto con nosotros. Pero a los peques no les importa el registro del momento. Sólo quieren vivirlo.

Muchos nos abrazan. Otros nos hablan. Y, hay días que nos cuentan secretos. Una vez habíamos ido a un jardín de infantes. Y una nena se acercó a mí y me abrazó.

— Te quiero contar algo.

Y me habló un rato laaargo, largo, largo. En secreto. Sin soltarme. Paula y Fernando la dejaron.

Nadie pudo escuchar qué me dijo. Y yo nunca lo develé. Quedó, y quedará, sólo entre nosotras dos. 

A parte del elenco les causó curiosidad. Porque me hablaba y abrazaba de forma muy especial. Más tarde supieron por su maestra la historia de esa nena: una situación muy delicada con un familiar. Pese a este descubrimiento, yo jamás diré de qué me contó.

Es sábado. Algunos de los peques ya salieron de la sala. A los padres no les fue fácil sacarlos de allí. Pero los niños que aún continúan en el interior nos siguen hasta el escenario. Se supone que no pueden subir. Pero nos siguen y suben. Sus padres no dicen nada. Paula y Fernando tratan de llevarnos tras bambalinas, para luego volver y hacerlos bajar.

Afuera de la sala hay vitrinas. Llenas de títeres y marionetas de varios lugares del mundo. Algunos son más nuevos que otros. Pero hay uno que es muy especial. Se llama Lucecita.

Él está sentadito con las piernas cruzadas. Muy cómodo en su estantería. Es que se jubiló. Él antes presentaba las obras, colgado por encima de las escenografías.

— ¿Cuál es Lucecita?

La pregunta se repite una y otra vez. Y Julio se levanta. Con su paso cansino, el pecho inflado de orgullo y su bufanda azul oscura con una línea roja se acerca a Lucecita para contar la historia.

Era el títere de una tal Sara Bianchi. Lo encontró intacto en una bolsa luego del incendio del Teatro Cervantes, allá por 1946. Nunca se supieron las causas de esa tragedia.

Sara nunca había visto a Lucecita. Pero lo adoptó y, desde ese momento, nunca más se separaron. 

El museo, por lo que me enteré, antes era la casa de Mané Bernard y Sara Bianchi. Las dos fueron titiriteras de aquella primera generación. Y juntas, empezaron con el proyecto del museo. Que en sus comienzos era itinerante. Pero desde 1995 tiene la sede en el barrio de San Telmo.

Todos los sábados y domingos ofrecen funciones de distintas compañías a precios muy accesibles. Con ese arancel, y las donaciones se mantiene el museo que actualmente tiene 600 títeres en exhibición. Aunque hay otros tantos que se encuentran guardados.

La gente mira todos los muñecos. Se asombra. Comenta y se va. Paula y Fernando se quedan un rato tomando mates con la gente del lugar. Esa sala ya es como una segunda casa. Cuando vamos ahí estamos en familia.

Después llega el momento de la despedida. Como mañana va a haber otra función, nos dejan en el museo. Saben que vamos a estar cuidados.

Ellos se van.  Mañana nos volveremos a encontrar antes de la función. Descansen que se lo merecen. 

“Las fantasías son como plantas. Se siembran, se riegan. Crecen y dan semillas de fantasías nuevas” (Grupo Yesca)