HUELLAS DE LA ARISTOCRACIA PORTEÑA
Por Leonardo ventosa //
La placa conmemorativa de bronce despintado está ubicada arriba de un respiradero de gas moderno. La señalética de la asociación que allí funciona es parte del paisaje, como así también una decena de árboles frondosos a los que no les falta ni una rama, a excepción de una palmera despeluchada al lado de la puerta.
Cuando alguien estaciona de manera perpendicular en la calle empedrada Rosales, en el casco histórico de Adrogué, debe inclinar levemente la cabeza hacia arriba para poder apreciar los 20 metros de altura de la construcción que data de 1874. Predomina un color ocre y ladrillos a la vista. Está inspirada en un palacio bizantino del siglo XII de la antigua Villa Castelforte.
Donde antes pasaban carretas hoy se estacionan autos modernos. En una fila prolija las personas esperan poder ingresar a la sede de la Asociación Nativos del Partido de Almirante Brown. Fue fundada el 27 de julio de 1947 pero funciona en este palacio desde el ‘83. La mayoría en la fila son adultos mayores, que esperan sentados en una paredcita que hay entre la reja y la vereda.
Ingresen por favor.
Ricardo, uno de los miembros más jóvenes de la asociación, de estatura baja y aspecto bonachón, camina lentamente hacia la puerta que permitirá el ingreso de los visitantes. La llave gira sobre una cerradura oxidada y el antiguo piso de cemento recibe cientos de pisadas por segundo.
Puertas adentro, un grupo de ocho vecinos del barrio -seis hombres y dos mujeres- mantienen este lugar diseñado por Nicolás y José Canale, padre e hijo de una familia de arquitectos italianos que trajeron a Buenos Aires el estilo neorrenacentista desde Génova. Este estilo toma muchos elementos de la arquitectura del renacimiento como las columnas, las cúpulas y los arcos en las ventanas, pero también otros del barroco. Se dice que es un híbrido que permitía los caprichos de los arquitectos del momento.
Los Canale eran propietarios de un terreno de la zona de más de una hectárea que tenía forma de la península itálica. Habían llegado convocados por el gobierno para planificar distintas obras públicas. Eran amigos de Esteban Adrogué, un comerciante de gran fortuna que deseaba crear un centro de veraneo para la aristocracia porteña. Él les brindó la posibilidad de realizar uno de los trabajos de mayor envergadura: diseñar el pueblo de Almirante Brown, que hoy es uno de los 135 partidos de la provincia de Buenos Aires con la ciudad de Adrogué como cabecera.
Villa Castelforte fue la casa de los Canale y también su obra más excéntrica. Los genoveses vivieron en este lugar hasta la muerte de José Canale, luego la viuda vendió la villa para volver a Italia y los terrenos se fueron loteando. Muchas personas no conocen la historia de esta familia ni la de Adrogué, pero el palacio se les hace irresistible. Las fotos en Instagram quedan maravillosas con ese toque de civilización europea. Cuesta no pensar en Jauretche y el Facundo de Sarmiento. La madre de las zonceras sigue vigente, y la sociedad disfruta acercándose a la aristocracia porteña del 1800. Sacan la billetera y pagan el bono contribución de 2 mil pesos.
Ricardo organiza la fila. Son alrededor de 60 personas que esperan en el patio del castillo. Una presencia resalta por sobre las otras. Es un señor mayor con una barba protuberante, ropa de gaucho y un pañuelo rojo con un prendedor con forma de caballos. Está parado y observa tranquilo. Es el presidente, Oscar Rincón.
Los visitantes no dudan en sacar fotos del exterior del lugar. Lo mismo van a hacer adentro. Cada espacio es una “selfiezone”. Cuadros pintados a mano, vitrales y grandes ventanales predominan en lo que era el comedor del palacio. Esperan las instrucciones para comenzar a visitar el lugar. Oscar los divide en dos grupos.
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El primer grupo entra al museo. Está en el segundo piso. Las escaleras de roble rechinan mientras suben. Ricardo se encarga de guiarlos por las tres habitaciones que existen, cada una dedicada a una época distinta de la ciudad de Adrogué.
Decenas de fotos antiguas y cuadros hablan de épocas pasadas en donde sólo las familias ricas recorrían estas calles. Este lugar era una pequeña parte del terreno de la familia Canale, donde originalmente estaba emplazada la Villa Castelforte.
Son miles los objetos y detalles que adornan las paredes del museo. Llevaría horas leer cada reseña y conocer su origen. Hay algo que sorprende, por su ubicación estratégica: una reja con las iniciales “H.L.D” y un gran cartel de “Hotel La Delicia”, fundado por Esteban Adrogué. Es la reja recuperada de un hotel por el que pasaron figuras como Jorge Luis Borges, Domingo Faustino Sarmiento, Roberto Payró y Carlos Pellegrini, quien festejó ahí su boda de plata. Fue demolido a finales de los años 50. En Castelforte los guías transmiten a los visitantes estos fragmentos de historia.
Hay un punto en común que conecta a todas las familias de la aristocracia porteña que llegaron a estos pagos: ninguna se hubiese instalado acá si no fuera por la epidemia de fiebre amarilla de 1871. El centro de veraneo creado por Adrogué se proponía, con sus grandes plantaciones de eucaliptos, como un refugio de aire puro para las familias adineradas.
Sobrevuelan una serie de avispas por la humedad que proviene de las antiguas maderas del techo. Algunos turistas observan la situación y aceleran el paso. Una mujer se detiene en unas fotografías del casco histórico de Adrogué, ni se inmuta por las avispas.
En las fotos se ven diferentes tipos de casas que sorprenden por su arquitectura. Algunas ya no existen. Hay 500 edificios y casas con valor histórico en Adrogué que tienen protección patrimonial desde 2018. Para aprobar esta ordenanza se creó la Comisión Técnica de Patrimonio: un grupo de expertos con autoridades del Municipio, concejales, colegios profesionales, vecinos y universitarios que analizaron caso por caso para definir qué cambios pueden hacer los dueños actuales de esas propiedades.
Ricardo sigue con la recorrida. Llega a una pequeña mesa de 50 centímetros recubierta por una manta de color bordó. Allí está la joya mejor guardada, el álbum de fotografías de la familia Canale de 1879, con 33 fotos. Está bajo llave y solo se puede tocar con guantes, por su antigüedad.
El guía accede a desempolvar este tesoro. Lentamente, entre las páginas deshilachadas, aparecen fotos y daguerrotipos de la familia Canale: hombres y mujeres posando sentados para su retrato, de paseo por el parque o a punto de comer en una larga mesa con cubiertos de plata.
Al observar esas fotografías sin un contexto, se podría pensar que fueron tomadas en Europa por el estilo burgués parisino de sus protagonistas: vestidos largos, trajes, bigotes y bastones. El valor estético y simbólico de Europa en suelo Americano.
Los invitamos a bajar para pasar a la segunda parte de la visita.
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El segundo grupo entra a los túneles. Acá el guía será Oscar Rincón. Los recibe rodeado de una humedad sombría y tétrica en el corazón del túnel, bajo una luz amarilla que colocaron para darle un aspecto más tenebroso. Una brisa breve que proviene desde el exterior recorre el ambiente. El flash de las fotos ilumina algunos sectores.
Oscar asegura que el túnel conecta con Plaza Brown, pero que por el loteo de terrenos se corta en la casa del vecino. Sabe que hay más túneles, pero que se perdieron con el pasar del tiempo. Los visitantes graban videítos de Rincón hablando. Es un buen narrador.
Con una voz solemne describe un típico día patrio de Nicolás Canale.
Usaba estos túneles para ir hasta el pórtico de entrada que estaba sobre lo que hoy es la plaza Brown para tirar balazos de salva.
¿Sólo para eso?, pregunta una chica con campera negra y rodete en el pelo.
Algunos dicen que quería imitar las catacumbas de París… pero tenemos que situarnos en esa época…los túneles podrían ser también para que la servidumbre pase sin ser vista por los invitados.
La invisibilización de la servidumbre, la exclusión política y la explotación laboral no son parte de la foto. La aristocracia es idealizada en la literatura, el cine y la televisión, lo que refuerza su atractivo. La vida aristocrática ofrece una fantasía de escape a la realidad cotidiana. Y como en toda buena historia no puede faltar lo sobrenatural, asociado a películas o cuentos que no se leen antes de dormir. En estos túneles hay un tema que el ambiente sugiere, pero la narración evita. Apoyado sobre la guarda de una escalera caracol que lleva a un subsuelo inundado, Rincón ajusta el tono de voz.
Alguien ronda por acá… a veces se apagan y se prenden las luces del castillo…
Silencio.
Señala a una chica con pelo lacio ubicada frente a él. Todos giran la cabeza. Habla de una presencia que fue identificada en el exacto lugar donde ella está parada, pero no a finales del siglo XIX, sino en el pasado cercano.
Al parecer es una presencia que vive en el predio. Según Rincón no molesta, sólo los visita en algunos momentos para que recuerden que no están solos.
Una vez estábamos en una reunión de comisión, escuchamos un ruido fuertísimo, subimos al museo y encontramos dos espadas cruzadas en el suelo.
A partir de ahora, cualquier ruido corta la respiración. Hace frio. La audiencia se mantiene concentrada. El narrador cambia de tema.
Los túneles estuvieron más de 30 años inundados. Fuimos nosotros quienes restauramos este lugar. Hay un segundo subsuelo donde había un pequeño museo, pero se inunda por la subida de agua de las napas subterráneas.
Se lo nota orgulloso a Rincón cuando habla sobre el trabajo realizado por la asociación. Lo mismo expresa un cuadro con fondo amarillo que se ubica justo en la entrada a los túneles: “Si no fuera por la asociación nativos, estos túneles hubiesen quedado cubiertos por el polvo y la tela del olvido”.
El lugar no recibe dinero del Estado, se maneja con los ingresos que aportan los socios, que llegaron a ser 8 mil, pero que hoy son menos de mil. También suman las visitas guiadas y el alquiler del predio para eventos.
Termina el relato y los más supersticiosos se apresuran a abandonar el túnel. La salida hacia la superficie desemboca en una postal ideal del castillo.
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Frente a Villa Castelforte, cruzando la antigua diagonal Rosales, está la Sociedad Italiana de Socorros Mutuos, una asociación civil que fue creada en 1875 por un grupo de inmigrantes. En el exterior, con la fachada color crema de fondo, una señora consulta por los trámites para sacar la ciudadanía italiana, mientras su perro tira de la correa.
Al subir las escaleras de mármol antiguo e ingresar al salón por la puerta principal, se retrocede en el tiempo. Llaman la atención cuatro espejos gigantes con marco de madera de roble que cuelgan en la pared derecha sin una función clara. Son antiguos y se notan pesados. Pertenecían al viejo Hotel La Delicia. Fueron donados a la Sociedad Italiana luego de su demolición, en la década de los 50’. Rubén, uno de los miembros de la comisión, de chaleco negro y pelo blanco, los observa con orgullo.
–– Acá se reflejó Einstein, cuando lo invitó Rafael Calzada a la ciudad.
Restos del Hotel La Delicia se encuentran desperdigados por diferentes lugares de Adrogué. En la Sociedad Italiana sobrevive otro pedazo de historia. Ahora en esos lujosos espejos ya no se refleja la aristocracia porteña, sino jóvenes que buscan distraerse de su rutina.
Es imposible escapar a esos detalles europeos que tanto llaman la atención. El sello de la aristocracia para ser recordada por siempre. “Me pregunto qué azar de la fortuna hizo que yo temiera a los espejos – escribía Borges en 1976- Dios ha creado las noches que se arman de sueños y las formas del espejo para que el hombre sienta que es reflejo y vanidad”…
Además de recibir a arquitectos de renombre internacional, como los Canale, Argentina llegó a albergar la mayor comunidad italiana del mundo fuera de Europa, de trabajadores que buscaban un futuro mejor hasta refugiados de la guerra. Así nació este lugar. En un principio, la Sociedad Italiana se conformaba por aquellos albañiles, carpinteros o artistas que llegaban a trabajar de la mano de las familias ricas de la época. La institución contenía el desarraigo.
Hoy la asociación civil es una comisión de 15 personas que se encargan de llevar adelante el mantenimiento y el funcionamiento de este edificio que es todo un símbolo para el partido de Almirante Brown. Su interior está lleno de vida ya que se dictan diferentes tipos de cursos para la comunidad y se realizan espectáculos y celebraciones vinculadas a la cultura italiana.
A unos pasos de la entrada se abre el salón principal. Se escuchan las voces de dos jóvenes que practican canto en un amplio escenario de madera. La acústica y el ambiente parecen de película. El salón del teatro inaugurado en 1900 es un lugar sencillo, pero sorprende por su magnitud. Es reflejo de una época donde el teatro estaba reservado para algunas personas un poco más acomodadas económicamente. A la derecha de escenario, tras atravesar un pasillo ancho, un grupo de jóvenes practican danza en un salón con piso damero. Una chica observa el movimiento de sus piernas. Acá también los espejos son protagonistas…“Infinitos los veo, elementales, ejecutores de un antiguo pacto, multiplicar el mundo como el acto generativo, insomnes y fatales”.
El legado aristocrático se multiplica hoy, un siglo después, en cada fachada, en cada objeto y memoria de esta esquina de Adrogué, sosteniendo la admiración, a veces inconsciente, y la nostalgia por una época dorada.