PACTO DE SANGRE
Por Amira García Gomez //
Sienten escalofríos. Las personas que reciben transfusiones de sangre al principio experimentan escalofríos. Los componentes que ingresan son extraños en el nuevo ambiente. Esto hace que el hipotálamo ajuste el nivel de temperatura hacia arriba y prepare al organismo para la pelea. Después se desencadena un ciclo de repeticiones infinitas de contracciones y relajaciones de los músculos, que tratan de reforzar la producción de calor ante lo que inminentemente está por ocurrir: un episodio de fiebre.
Le siguen mareos, dolores de cabeza, espalda y moretones por el pinchazo. Es culpa de la vía intravenosa que actúa de conductor desde un componente sano a otro al que busca sanar, aunque en ocasiones podría matarlo por el rechazo de una sangre a la otra.
Aun así, vale la pena.
En Argentina, como en el resto de la región, no hay datos concretos pero lo cierto es que varios cientos de miles de personas necesitan recibir transfusiones de sangre por año. Personas que la reciben por única vez debido a accidentes o intervenciones quirúrgicas, o personas con enfermedades crónicas que requieren de la voluntad de desconocidos para seguir viviendo.
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— Para hoy había cuarenta y cinco, ¿no?
— No, había cincuent…¿Se cayeron más?
Emir y Juan Carlos, presidentes del Rotary Club San Miguel, miran desde un costado cómo entran y salen las personas. El tiempo está cronometrado. A las siete y media ya estaban acomodando las mesas y sillas porque a las ocho y cuarto llegaba el equipo de hemoterapia y a las nueve comenzaba la campaña. Se levantaron temprano a preparar todo lo que se necesitaba y ahora miran impacientes a los primeros que llegan.
— Pasen. Buen día, ¿tienen turno?
En la entrada los recibe Maxi. Trabaja desde hace más de una década en la promoción del Banco de Sangre del Hospital Garrahan. Tiene cientos de campañas en su haber y es el punto de contacto entre clubes y donantes. Aunque sus tareas se desarrollan principalmente detrás de un escritorio -llamando, planificando, gestionando- es común verlo en algunas jornadas de donación, especialmente si se trata de la primera con una institución. Este es el caso.
Mientras los conduce a la mesa de ingresos, les entrega dos hojitas a cada uno para que vayan leyendo.
Los requisitos son:
Tener entre 18 y 65 años.
Pesar 50 kilos o más.
No estar embarazada.
No haber consumido drogas inyectables o mantenido prácticas sexuales de riesgo en el último año.
La voluntad no es suficiente. El primer folleto enumera, una a una, las condiciones para donar sangre. Aunque inicialmente la agenda esté completa, inevitablemente algunos se caerán. Más tarde, Maxi explicará a Emir y Juan Carlos las distintas naturalezas de las bajas. Los que sacaron turno y no vinieron, y los que vinieron y no pudieron donar.
— Principalmente es por la anemia, y después por las preguntas.
Una mano en el vasito de café y la otra en el bolsillo. Los otros escuchan atentos. Nada que hacer. Además de los olvidadizos de siempre, se espera que el diez por ciento vuelva a sus casas sin el pinchazo.
La mayoría de los rechazos serán mujeres.
Si ya de por sí es difícil conseguir voluntarios, con frecuencia las mujeres presentan valores de hemoglobina por debajo del mínimo, que es de 12,5. Esto es principalmente por el ciclo menstrual, que causa la pérdida de unos ochenta mililitros de sangre todos los meses, pero también es por las presiones sociales que, entre ayunos intermitentes y dietas imposibles, dificulta aún más la reposición de glóbulos rojos.
El setenta por ciento de los voluntarios que se inscriben son mujeres.
Mientras Maxi y los directivos siguen hablando, una técnica en hemoterapia se acerca a las personas que están leyendo. Les ofrece té con leche. Al contrario de la creencia popular, para donar sangre no hay que estar con el estómago vacío. Medialunas y alfajores. La mesa de desayuno cumple una doble función: elevar la presión en caso de que esté baja, y aportar glucosa una vez terminada la extracción.
Probablemente porque es el primer turno y la sala está vacía, pero todos dicen que no. Agradecen y siguen revisando los papeles, esperando a ser llamados.
***
Es noviembre de 1914. Hace poco más de tres meses las principales potencias mundiales se zambulleron en el conflicto armado más importante hasta la fecha. Oficialmente participan nueve Estados, pero en la práctica, el mundo está dividido en dos, y los muertos se cuentan de a millones.
Mientras tanto en Buenos Aires, el médico e investigador Luis Agote trabaja en torno a la problemática de las hemorragias en pacientes hemofílicos. Su objetivo es explicar la causa de la conservación prolongada de la sangre, pero en el proceso encuentra que el citrato de sodio evita la formación de coágulos. ¡Eureka! Es un hallazgo único. Desde el siglo XV la comunidad científica trataba de descubrir un método de transfusión sanguínea de forma no directa.
La primera prueba se lleva a cabo en el Instituto Modelo de Clínica Médica, perteneciente al Hospital Rawson. El paciente, un enfermo de tuberculosis, recibe 300 mililitros de la sangre del portero del edificio y los dos hacen historia. Tres días después reciben el alta.
Lejos del crédito, Agote se niega a patentar el descubrimiento y lo dona a la humanidad. Y otra vez historia. Este hecho marca la creación de los bancos de sangre. Los primeros en beneficiarse son los soldados en el frente de guerra, pero sus efectos persisten hasta la actualidad.
En Argentina, se estima que unas veintidós mil personas recibieron el año pasado transfusiones solo por parte de donantes del banco de sangre del Garrahan.
Siendo uno de los más importantes del país, se autoabastece completamente gracias a las campañas externas que organiza. Es decir, gracias a los voluntarios. Tanto en barrios de CABA como de la periferia, con cada campaña busca sumar gente que quiera ayudar desinteresadamente a un desconocido. Así, 7253 donantes se acercaron en 2023 a las más de ciento cincuenta campañas que organizaron.
Pero no es suficiente.
***
— ¿Quién sigue?
Sebastián mide casi dos metros, pero nadie lo sabe. Está todo el día sentado. Sus compañeras no quieren que se pare, porque eso significaría que hay una urgencia. Es el único médico del equipo y sin embargo se encarga de ingresar a los voluntarios al sistema.
Mientras ellas se dividen y rotan las tareas, su trabajo es tedioso y repetitivo. ¿Nombre? ¿DNI? ¿Ya donaste con nosotros?
Del otro lado, una joven. Macarena. Veintidós años. Aunque vino con su madre, cada voluntario transita en soledad el proceso. Entra uno, sale otro. El sistema está cuidadosamente articulado. Su voluntad es tan fuerte como su firmeza al responder cada pregunta. Aun así, el vaivén frenético de sus manos y piernas revela que es su primera experiencia.
Ni la voz amable del médico logra evitar que se equivoque al firmar la autoexclusión.
“NO DONES SI …” El segundo folleto que los voluntarios reciben al llegar se titula Información para el donante. Autoexclusión predonación. La hoja enumera al menos catorce situaciones de riesgo en la que la sangre de un donante podría haber sido infectada y aun así dar negativo en los análisis de laboratorio. Al término se lo llama ‘periodo ventana’ y el sistema es muy estricto en la tarea de reconocer a los voluntarios cuya sangre podría ser portadora de una enfermedad. El primer filtro es el formulario de autoexclusión.
Una vez firmado y los datos ingresados al sistema, Sebastián saca una hoja con dieciséis etiquetas autoadhesivas idénticas. Son códigos de barras. Escanea el primero y lo pega al formulario. A partir de ahora el perfil de Macarena se resume en trece dígitos.
— Bueno, ahora te llamamos. ¿Quién sigue?
***
Querer ayudar, pero terminar empeorando las cosas.
Eso es lo que se propone evitar el segundo filtro. El más temido. La entrevista confidencial. Las miradas se encuentran, la respiración se agita, la confianza se pierde.
— ¿Pasamos por acá?
Una mujer de ambo verde oscuro ordena con amable autoridad. Con un brazo invita al voluntario a acompañarla al pequeño cuarto en donde realiza los interrogatorios. Bajo el otro, lleva la ficha de ingreso y las preguntas.
— ¿Sabés lo que es el periodo ventana?
— Sí, lo acabo de leer.
— Te voy a hacer unas preguntas para saber si estás en un periodo ventana.
Claudia sabe que se ponen nerviosos. Es la más experimentada del equipo y sabe bien que los voluntarios no buscan nada a cambio. Sabe que lo único que quieren es realizar el acto altruista de donar su sangre a otro desconocido que lo necesita. Por eso trata de tranquilizarlos con su voz más dulce.
Pero también sabe que es su responsabilidad evitar que se filtre alguna donación contaminada.
— ¿En el último año hiciste algún viaje al norte del país o al exterior?
— No.
— ¿Te hicieron alguna cirugía?
— En octubre me hicieron un implante.
— ¿De qué?
— Un implante dental.
— Ahh está bien, pero ya pasaron más de seis meses. ¿Transfusiones has recibido?
— Sí.
— ¿Cuándo?
— En el 2019.
— ¿Por qué?
— Fue por un tumor que me sacaron. Entonces ahí necesité un poco de sangre.
— Ahhhh.
Silencio.
Las personas con enfermedades cardíacas, pulmonares, renales, o que han padecido cáncer, trastornos de la coagulación, hepatitis C o B, chagas o accidentes cerebrovasculares quedan excluidas automáticamente de la posibilidad de donar.
— ¿Te hicieron biopsia?
— Sí, sí, era benigno.
Unos minutos después, el interrogatorio termina. Claudia dicta sentencia.
— ¡Este ya está!
***
Un pelado de no más de cincuenta y cinco años es rechazado. Es alto y flaco, pero no lo suficiente como para pensar que no puede donar. Y, sin embargo, no puede hacerlo. Ochenta sesenta marca el tensiómetro de la técnica que lo atiende. Lo manda de la mesa de evaluaciones médicas a la mesa del desayuno, a ver si repunta. Y no. Pide un certificado de asistencia y se retira con su brazo impoluto.
Es el tercer filtro y último antes de la extracción.
Mientras tanto, la cadena sigue en marcha. Para el mediodía todas las técnicas están ocupadas. Dos haciendo las entrevistas, dos en las evaluaciones médicas y tres en las camillas.
— Repetime. ¿Nombre y apellido?
Cari se asegura de que la persona a la que está a punto de extraer casi medio litro de sangre sea la misma que tiene en los papeles. Acto seguido endosa tres tubos de ensayo y cuatro bolsas con los códigos de barra.
Cada una de las muestras será enviada a los laboratorios del banco. Por una parte, se analizará grupo y factor sanguíneo. Por la otra, posibles infecciones: Mal de Chagas, HIV, sífilis, brucelosis, HTLV, hepatitis B o C. En caso de detectar algo, el protocolo establece el aviso mediante carta y llamada telefónica al donante.
— Apretá fuerte el puño.
Pinchazo. Una aguja de milímetro y medio perfora piel y vena y ramifica el conducto natural de la sangre que se desvía con destino final a la bolsa de recolección. En menos de diez minutos 450 mililitros de sangre fresca están completamente fusionados con el anticoagulante y listos para ser almacenados en una conservadora hasta la finalización de la jornada. Una gaza, un café y al que sigue.
No sin antes el remate final.
¿Creés que tu sangre es segura para donar?
Sí, estoy seguro / No, no la utilicen.
La pantalla de la tablet y la persona. Nadie más ve. Nadie más juzga. Es la última posibilidad de alertar sobre posibles infecciones. Después de eso, la sangre dejará de pertenecer a la persona y se convertirá en un número. Si el laboratorio no detecta que está en periodo ventana, pronto sus componentes putrefactos recorrerán las venas de alguien más.
Plaquetas: cinco días. Glóbulos rojos: cuarenta y dos días. Plasma: un año y medio. Esos son los tiempos de duración. Tres componentes que se separan en tres bolsas, pero salvan hasta cuatro vidas.
***
Dos días después, los datos oficiales. Treinta y cinco personas se presentaron a la colecta. De ellos, veintiséis pudieron donar. Los números son buenos teniendo en cuenta que fue la primera campaña organizada en San Miguel.
Setenta y ocho transfusiones son las que se podrán realizar gracias a la bondad de la gente.
Aunque realmente ayudará a más personas.
Si bien de una bolsa de sangre se separan tres componentes, el plasma -el que se encuentra en mayor proporción y que dura más tiempo- puede ser separado nuevamente y congelado para fabricar medicamentos hemoderivados, y eso es exactamente lo que hacen en el Garrahan con la ayuda del Laboratorio de Hemoderivados de la Universidad Nacional de Córdoba. Plasma a cambio de medicamentos que, importados, serían totalmente inaccesibles.
Un engranaje en el que todos ganan.
A pesar de las complejidades que se presentan en el camino -mitos y miedos- la donación de sangre es un proceso industrial que no deja de ser biológico. Su corazón, el motor que impulsa el movimiento entre donantes y receptores, es la solidaridad.