Un mundo imperceptible
Por Analuz Laggiard
El ritmo repetitivo del tambor perfora hasta la última célula del cuerpo. Los ojos permanecen vendados. La concentración no es inmediata. Después de varios intentos se logra entrar a un plano no terrenal, un estado de conciencia alterada que será para mí un campo verdoso con algunas colinas y pocos árboles. La soledad invade, al menos la primera vez.
Debería correr pero mi ser queda petrificado. Temo perderme y no saber volver.
En este plano, donde no existe la noción del tiempo, ni el mal, un felino enorme a rayas naranja radiante, blanco y negro será mi guía.
Un animal imponente que corre a la velocidad de la luz y me lleva hasta una cascada de agua cristalina donde hay absoluta serenidad.
Así emprendo mi primer viaje chamánico a una realidad no ordinaria.
***
Es un típico viernes en la ciudad. La cita es en la
casa de la señora G, una abogada quién resulta ser
chamán o practicante como ellos le dicen, porque
no se consideran Maestros totales del chamanismo
todavía.
No tiene rasgos indígenas ni lleva plumas
de colores en la cabeza. Poco se parece al imaginario
de chamán primitivo de collares y rostro
pintado: el Chamanismo Transcultural -también
llamado Core Chamanismo- no está relacionado a
ningún grupo. Cualquier persona que no viva en
comunidades indígenas puede acceder al conocimiento
chamánico, una serie de técnicas donde se
utilizan solamente sonidos de tambor para inducir
los viajes a través de los cuales los practicantes acceden
a los Espíritus de ayuda y poder.
Hace cientos de años el chamanismo tradicional
se asentó en culturas indígenas de todo el mundo.
Pero mucho de su legado se perdió por la opresión
religiosa.
En los años setenta recobró vida de la mano del
Dr. Michael Harner, un antropólogo estadounidense
quien fundó el Centro de Estudios Chamánicos
en Connecticut.
A partir de Harner la historia del chamanismo fue otra, pasó de la tradición
indígena cerrada a estar abierto a la experimentación
de cualquier mortal.
G es simplemente encantadora. Tiene unos cincuenta
y pico y una sonrisa constante.
Me invita a pasar por el garage. El lugar no se parece
a lo que podría ser la habitación donde trabaja
un chamán. Es un garaje típico. Detrás, una
mesa de pool invita a fumar un pucho.
En primer
plano una vela acompaña la luz tenue y contra la
pared un sillón con una almohada.
—Bueno, vos querés viajar ¿no? –me interpela G
con ansiedad.
Los practicantes chamanes le llaman “viajar” al
paso a un estado de conciencia alterada a través
del sonido repetitivo de tambores o maracas. No
hay drogas, sustancias alucinógenas ni plantas
medicinales para entrar en esta realidad no ordinaria
y ponerse en contacto con el Mundo de los
Espíritus Guía de amor y compasión. Ellos son los
que le dan la fuerza al chamán para sanar el cuerpo,
recuperar el Alma y facilitar el pasaje del Mundo
del Medio a un nivel superior -psicopompo-.
Chamánicamente se dice que existen tres mundos:
el del Medio, el Superior y el Inferior, que no están
relacionados ni con el cielo ni con el infierno.
Los Espíritus Guía de amor y compasión se encuentran
en el Mundo Superior, donde tienen forma
humana, y en el Inferior, donde tienen forma
animal. El mal no existe en ninguno de estos
mundos.
En el Mundo del Medio vagan las almas que no
pueden ascender a otro plano. Se entiende como
un mundo paralelo al de la Tierra, plagado de
energía negativa.
Ir al Mundo Inferior es fácil. El ritmo pausado del
tambor es la puerta de entrada y un cambio de
frecuencia rítmica, la invitación a volver al plano
terrenal. La clave del viaje es aprovechar el tiempo
para hacer a los Espíritus las preguntas correctas.
Sólo hay una oportunidad. Las respuestas podrán
ser una metáfora, un color, una imagen.
Mis consultas son simples: trabajo, familia, amor,
lo mismo que revela el horóscopo en las revistas de
moda. Las respuestas, instantáneas. Algunas literales,
otras que todavía no tienen interpretación.
De un segundo a otro el ritmo del tambor cambia.
Lo percibo cada vez más rápido y estremecedor.
Es
un estímulo paralizante pero logro salir.
Abro los ojos y me incorporo.
—¡Qué rápido que volviste!
***
La señora S determina los cuatro puntos cardinales.
Lleva la mano al cielo con la palma hacia
arriba, recita unos versos y toca la tierra. Abre los
Espacios de Poder -o Espacios Sagrados- sahumando
el lugar con salvia y rocía agua perfumada.
Esta es una técnica del chamanismo llamada Munay
Ki que consiste en abrir todas las direcciones,
Norte, Sur, Este y Oeste, y convocar a los Espíritus
para que sanen a la persona y permitan que la
energía fluya.
Son las cinco de la tarde de un día soleado de invierno.
El portón de la calle La Tradición se abre
y la señora S me hace pasar. Tras un camino de
piedras llegamos a la puerta principal. Por dentro
todo parece un laberinto.
—Vení, pasá. Acá es donde atiendo a mis clientes.
S se saca las zapatillas antes de entrar. Atino a
lo mismo pero con un gesto despreocupado dice
que no es molestia.
Un aroma perfumado recorre
la habitación. Los postigos de la ventana están
abiertos de par en par. En el centro, una mesita
alberga una vela encendida, un tambor chamánico,
sahumerios, piedras y algunas otras cosas que
desconozco.
El ambiente es calmo y cómodo.
En los costados del lugar hay dos camas, una para
que se recuesten los clientes y otra a modo de sillón,
donde se sentará S. Ella es música y desde
hace unos años trabaja de chamán. Lo que hace,
principalmente, son sanaciones físicas, psicopompo,
o búsqueda del Animal de Poder de nacimiento,
que es similar al ángel de la guarda de la religión
católica: un custodio que guía y protege
durante la vida en la Tierra.
Permanezco sentada. Mientras S habla algo atraviesa
mi pecho. Percibo un cosquilleo por dentro
de la piel que no se detiene. Segundos después los
músculos del cuerpo contraídos por el peso del
estrés se relajan y el dolor de los hombros desaparece
como por arte de magia. Me duermo, o casi.
Siento el caer fastidioso de los párpados y me esfuerzo
por permanecer despierta. La paz y la armonía
me ahogan.
S cierra el Espacio Sagrado agradeciendo a las
cuatro direcciones, al Cielo y a la Tierra, y los Espíritus
convocados se reintegran a la Naturaleza.
Me explica que estas energías elevadas atravesaron
mi cuerpo, sanándolo. El dolor físico desaparece.
Esa noche tendré uno de los sueños más relajantes
de mi vida.
***
Es otra tarde helada y gris, casi un mes después.
La intriga me lleva a tocar la puerta de la señora
P. Ella es farmacéutica y tiene un aspecto jovial,
inteligente y refinado.
P, G y S estudiaron durante varios años en Fundación
Columbia, una organización sin fines de lucro
para el autoconocimiento y crecimiento espiritual
que se ubica en Palermo y es el único centro chamánico
en Argentina.
A simple vista es un edificio más del montón. Por
dentro, la cosa cambia. Allí profesores y terapeutas
comparten sus saberes en cursos o seminarios
teórico-experimentales. Algunos son gratuitos,
otros pagos. La mayoría son obligatorios para poder
entrar en la carrera de chamanismo.
La puesta en escena en la casa de P se repite: vela y
tambor. Otra vez mi cuerpo será el conejillo de indias.
—¿Pensaste en lo que querés sanar? –las pupilas
oscuras de P buscan una respuesta en las mías.
La recuperación de Alma es una sanación que
consiste en buscar las partes que se disociaron del
Alma, con la ayuda de los Espíritus Guía, para incorporarlas
de nuevo.
El Alma se fragmenta cuando
la persona sufre traumas físicos o emocionales:
accidentes, abusos, pérdida de seres queridos,
miedos…
Esta práctica chamánica devuelve la fuerza vital
de ese pedazo de Alma que abandonó el cuerpo
para escapar del dolor.
—Para esta sanación emocional vamos a convocar
a los Espíritus juntas –se adelanta P.
Toma un tambor y me da dos maracas. Cierro los ojos y las agito como puedo. Minutos
después estoy acostada boca arriba en el sillón. Lo
único que se escucha es la voz de la consciencia y
un lejano golpeteo de tambor. P canta unas notas
mientras resopla su aliento contra mi pecho.
Me
pide que me incorpore. Obedezco.
—Es parte de tu Alma la que te faltaba. Integrala
-me susurra al oído mientras me vuelve a recostar.
Además de tener un Animal de Poder desde el nacimiento,
para cada práctica chamánica hay uno
específico que es el enviado para ayudar al chamán
a curar a la persona. Cada uno posee características
y habilidades propias. P asegura que en
esta ocasión, fue el Caballo el Animal de Poder
que con sus cualidades me acompañó en la búsqueda
de la armonía.
Estos Espíritus pueden volver a ser convocados
por la persona para brindar fuerza y protección en
situaciones determinadas.
P termina su trabajo. Después de unos minutos de
charla nos despedimos.
Ya en la vereda me detengo y pienso en el Tigre
del primer viaje. Ahora entiendo que es mi Animal
de Poder de nacimiento. Símbolo de riqueza, energía
y abundancia, y reconocido por su fuerza de
voluntad a la hora de enfrentarse a la adversidad.
Con paso firme vuelvo a casa. En este viaje comprendí
muchas cosas.