Soy Luna
Infancias
libres, niñez trans
Por Tatiana Fernández Santos
Luna
entró radiante al bar. Su pelo estaba corto hasta la nuca y las ondas castañas
le caían al costado de las orejas. La sonrisa no se le borró en toda la noche.
Ella es de Río Negro, pero había viajado con su familia a Buenos Aires porque
era la fiesta de recibida de su tío Juan y era la primera vez que, tras tanto
desearlo, la dejaban salir con vestido.
Llegó
con su mamá, su papá y Juli, su hermana de 2 años, que tenía un vestidito
amarillo pastel y otro vestido de disfraz encima a pedido de Luna.
A
Luna le habían puesto un pantalón de vestir oscuro que le hacía juego con una
camisa a rayas verticales celestes y blancas. Cuando estaban por salir del
hotel, Fabián, su papá, le dijo:
— ¡Qué
lindo que estás Fede, vestido como papito!
En
ese momento, Luna se quebró de angustia y rompió en llantos.
— Estoy
feo, papá, feo. Juli está linda y yo
estoy feo; ¡feo!
El
nudo en la garganta sólo se le pasó cuando Mariana, su mamá, la dejó ponerse el
vestido amarillo de la princesa de la Bella y la Bestia que había elegido esa
tarde en la juguetería. Luna salió feliz del hotel, agarrada de la mano de su
papá y su mamá. Estaba hermosa.
— ¡Vamos
a lo de Juan! ¡Papá y todas sus princesas! - gritaba con alegría.
Esa
noche de mayo del 2017 fue un antes y un después. Para Mariana y Fabián fue
inevitable notar la soltura y la felicidad con la que Luna, su hija de 4 años,
se desenvolvió, espléndida, con su vestido. Para la familia, fue un momento
definitivo para enfrentarse al mundo con determinación en la elección de Luna,
la elección de su propia identidad.
***
Luna nació el 13 de septiembre del 2012
en Viedma. Mariana estaba fascinada con
la idea de que iba a tener un varón. En verdad, creía que era varón. El
primero de la familia. Junto a Fabián, llamaron a su primer hijo Federico.
Desde muy pequeña, cerca del año y
medio, Luna compartía las mañanas con sus primitas. Juntas jugaban con vestidos
y muñecas y se disfrazaban. Mariana no cuestionaba los juegos de su hija. Pero
los abuelos de Luna le remarcaban que no jugara con muñecas, que le dieran
autitos y le regalaban muchos juguetes “de nene”.
Luna tenía dos años y medio cuando se le
acercó a su mamá con una remera como vestido.
— Mamá, yo soy una nena, decime Moni.
— ¡Federico! Vos te llamas Federico y sos un nene.
Luna se dio media vuelta y siguió en su
juego.
Iba a la casa de las primas y se llevaba
muñecas a escondidas. Por más que hubiera pasado toda la mañana jugando con
ellas añoraba volver al mundo de las princesas. Su mamá y su papá notaron que
cada vez le gustaba más jugar con vestidos.
A los 3 años, ya en el jardín de
infantes, Luna prefería los juegos de nenas. Se obsesionaba con el pelo de las
maestras y no quería que le corten el suyo. Ir a la peluquería era un
berrinche.
Su enojo era peor cuando la buscaban en
los cumpleaños y no recibía una sorpresita de color rosa. Le daban la celeste.
***
Mariana y Fabián, ante estas situaciones
consultaron primero a una psicóloga amiga que les explicó que los niños y las
niñas recién se comienzan a identificar a los 2, 3 años con su género y que era
normal que jugaran con todo y que exploraran. Esto los relajó. Pero Luna
insistía en que era una nena. Aunque su papá y su mamá le aseguraran que era
varón, le compraran juguetes y ropa de varón y le insistieran en que era un
nene.
Pocos meses después, a principios del
2016, fueron a ver una psicopedagoga a la que le consultaron si era posible que
Federico no se sintiera del género asignado a la genitalidad masculina.
Imposible. Les aseguró que era muy chiquito y que había que presionarlo para
que entre y salga de los juegos. Que diferencie cuando se juega y cuando no. Puede
jugar con un vestido. Pero para comer, se lo tiene que sacar. Para salir, se lo
tiene que sacar. La psicopedagoga les recomendó que lleven adelante un sistema
de premios.
— Bueno Fede, si dormís toda la semana en
tu cama ¿Qué te gustaría?
— Mi sueño mamá, mi sueño… es salir a la
calle con un vestido de princesa.
Cuando Mariana o Fabián proponían
ponerle una pausa a los juegos y presionaban a Luna para que se saque los
vestidos -que eran en verdad, remeras de Mariana- venían las crisis, llantos,
berrinches y angustias: Luna no quiso acompañar más a su papá a hacer las
compras los sábados porque prefería quedarse en su mundo.
— Mira hijo, la gente no sale disfrazada a
la calle. Papá no sale vestido del hombre araña o de superhéroe. Vos tampoco
deberías salir disfrazado de princesa porque la gente se viste normal.
— Bueno, no. Yo quiero ir así papi, con el
vestido.
Cuando Fabián volvía de trabajar, Luna
inmediatamente se sacaba el vestido y le decía: ¿vamos a jugar con los autitos?
Pero su diversión duraba poco. Cinco minutos ya eran suficientes para jugar con
autitos. En cambio los juegos con muñecas y vestidos podían ser eternos.
***
En septiembre del 2016, Luna iba a cumplir 4 años, y su tío Juan estaba de visita en Viedma. Fueron juntos a la juguetería. Juan ya había recibido todas las indicaciones por parte de Mariana y Fabian: entre ellas, vestidos no.
— ¿Qué querés que te regale Fede?
— Quiero ese vestido -Luna señaló un
vestido de princesa de los que venden como disfraz.
— Bueno, vamos a llamar a papá y mamá a
ver si están de acuerdo.
— NO.
Si vos los llamas, te
van a decir que no.
Tras el llamado e intentar dispersar a
Luna, Juan terminó por regalarle una muñeca. Se fueron juntos a lo de la abuela
Ana y allí estaba su tía Marique, quien le preguntó qué quería para su
cumpleaños. Luna insistió, un vestido.
Cuando Fabián y Mariana fueron a buscar
a Luna, Marique les comunicó:
— Mira, no sé qué van a hacer ustedes. Si
tienen algún problema, vayan a solucionarlo a otro lado, pero yo el vestido se
lo voy a regalar.
Esa tarde,
Marique le llevó el regalo a Luna. La cara se le iluminó como nunca antes. Los
ojos color miel le brillaban. Mariana y Fabián se dieron cuenta de que había
algo que no podían seguir negando.
***
En el verano del 2017, la familia de Luna
se fue vacaciones a Las Grutas. Luna ya tenía cuatro años y volvía de la playa
con Juli, su hermanita, y su mamá que manejaba.
— Mamá -Le dice desde el asiento de atrás.
— Sí, decime.
— Te quiero decir algo.
— Decime, Fede.
— Quiero ser una nena mamá.
— ¿Para qué querés ser una nena? -Le
respondió Mariana atónita mirándola por el espejo retrovisor.
— Porque quiero. Así puedo usar vestidos.
— Pero si podes usar vestidos igual.
Ese verano la abuela Ana, la mamá de
Fabián, le regaló a Mariana el libro de Gabriela Mansilla Yo nena, Yo princesa.
— Por favor leelo, me lloré todo.
El libro adornó la biblioteca hasta que
cambiaron a Luna de jardín en febrero del 2017. En el jardín maternal iban
todos y todas los niños y niñas con un pintorcito amarillo. En el nuevo jardín,
los nenes con pantalón, las nenas con pollera. Luna quería la pollera o no
quería ir al jardín. En la casa podía jugar como quisiera, pero afuera de la
casa tenía que ser Federico.
—
Mamá,
¿Cómo hago para nacer de vuelta?
—
Qué
Fede?
—
¡Que
cómo hago para nacer de vuelta!
—
¿Para
qué querés nacer de vuelta?
—
Así
puedo nacer una nena, mamá. Así uso vestidos.
—
Pero
¿Para qué si los vestidos los podes usar igual? Con papá no tenemos problema.
—
Mamá,
no entendés, yo quiero ser una nena.
***
Cuando Luna llegaba a la casa de la abuela, lo primero que hacía era correr a ponerse un vestido. A Ana no le parecía extraño. Su hijo Juan hacía exactamente lo mismo. Desde pequeño Juan prefería jugar con muñecas y su deseo era tal que se las robaba a sus amigas. Juan también deseaba tener el pelo largo y como no se lo permitían se ponía repasadores en la cabeza. En un principio, la familia pensaba que Luna iba a ser gay, como su tío. Pero Luna tenía una angustia inmensa. La situación era distinta.
***
Al regresar de Buenos Aires, Mariana y Fabián no podían continuar como si nada. Se comunicaron con una profesional de Bahía Blanca del ámbito de la psicología. Ambos debían leer el libro Yo nena, yo princesa antes de visitarla y coincidieron en que, lo que contaba Mansilla de su hija era lo que le sucedía a Luna. Se dieron cuenta que leían su propia historia.
Al llegar al consultorio de Bahía
Blanca, la especialista escuchó con atención todo lo que tenían para contar
Mariana y Fabián.
— No sé para qué vienen. El camino ya está
elegido.
Después de la entrevista, Mariana y
Fabián le empezaron a dar a Luna la apertura que necesitaba. La psicóloga que
había comenzado a ver su hija a principios del 2017 le quería dar el alta. Pero
ellos necesitaban que Luna se pudiera abrir con más gente. Era un momento
crucial. Luna fue a la sesión con un vestido.
— ¿Y qué pasa si se ríen de mí?
— Nadie se va a reír de vos. Y si se ríen
de vos no te tiene que importar, ¿A vos te gusta como estás?
— Me encanta
A partir de ahí empezó a tener una doble
vida. Era Federico en el jardín y cuando llegaba a la casa, se sacaba el
uniforme de nene para ser Luna.
— No quiero que me digan Federico, yo soy
Luna y quiero decirle a mis amigos.
— Bueno, no es tan fácil Luna. Tenemos que
charlar con la gente porque no todo el mundo entiende lo que pasa.-La contenían
sus padres.
***
Mariana y Fabián comenzaron a tener
entrevistas con el colegio cada 15 días. Los directivos estaban muy sorprendidos
y tuvieron que escuchar muchas veces la historia. Hubo una reunión con la
directora; una reunión con la dueña de la escuela; otra con la dueña y con la
coordinadora de colegios privados del Ministerio de Educación de Río Negro.
La directora se comprometió en estudiar el tema y se
comunicó con Adrian Helien, especialista en psiquiatría y director del Grupo de
Atención a Personas Transgénero del hospital Durand. Acordaron una visita a
Viedma y organizaron una charla para familiares y docentes.
Mientras tanto, Luna temía que rieran de
ella. Mariana y Fabián le aseguraron que la maestra, los amigos y amigas la
iban a acompañar. A Luna se le ocurrió practicar el momento en el que les fuera
a contar. Fabián sería Luna, Luna la maestra y Mariana los compañeritos de jardín.
— Bueno, ahora Luna va a decir algo muy
importante que le sale del corazón. Y vos Felipe no te rías que es muy
importante para ella.- empezaba Luna.
— Bueno, yo soy una nena y me llamo Luna
y no me llamo más Federico.- la seguía Fabián.
Luna pensó en lo que practicaron todo el
fin de semana. El lunes, Mariana recibió una seguidilla de mensajes de audio de
la maestra del jardín. Que se acaba de ir Federico, que la maestra no sabe si
se llama Federico o se llama Luna. Que daba saltitos y vueltitas antes de irse
y le contó un secreto: soy una nena. Cuando su tío Juan la fue a buscar al
jardín y se iban de a mano, Luna se dio media vuelta y le gritó a la maestra:
— ¡Y me llamo Luna!
Antes de que el especialista del hospital Durand, Adrián Helien, diera la charla en el colegio y a los pocos días de que Luna le contara a la maestra, Luna anunció en la salita que se llamaba Luna. Que era una nena. Que entendía si al principio a sus amigos no les salía decirle Luna. Que no tenía problema. Que ella se los iba a recordar. Que era una nena. Que se llamaba Luna.
— ¡Y me llamo Luna!
Antes de que el especialista del hospital Durand, Adrián Helien, diera la charla en el colegio y a los pocos días de que Luna le contara a la maestra, Luna anunció en la salita que se llamaba Luna. Que era una nena. Que entendía si al principio a sus amigos no les salía decirle Luna. Que no tenía problema. Que ella se los iba a recordar. Que era una nena. Que se llamaba Luna.
***
A
fines de julio del 2017, antes de las vacaciones de invierno, la escuela
convocó a las familias del jardín a la charla. El salón principal del jardín
estaba preparado para cien personas. Viedma es una ciudad chica y Mariana y
Fabián conocían a la mayoría de los padres de otros ámbitos. A algunos incluso
desde el secundario. Ellos se sentaron en la primera fila, de espaldas al
resto. Todas las maestras del jardín asistieron. La psicóloga de Luna también.
Helien
dio una charla de una hora sobre la historia de la discriminación. Comenzó por
la esclavitud, el racismo, las mujeres,
lo binario, la transexualidad, y en el último minuto, la niñez trans.
— ¿Alguien
tiene alguna pregunta? -consulta Helien y mira a Fabián.
Un
padre desde el fondo levanta la mano y comienza a hablar.
— A ver,
yo no tengo ningún problema con esto, pero ¿A qué viene esta charla? Porque la
verdad que el colegio no da puntada sin hilo. Por algo es.
— Ya
dijimos que teníamos un caso en el colegio- responde la directora de la
institución.
Helien
interpela a Fabián con la mirada. Fabián siente el peso de las miradas de todos
sobre su espalda y los ojos llorosos. Otro padre toma la palabra.
— Bueno,
¿Pero esto se puede dar en nenes tan
chiquitos como los nuestros?
— ¿Querés
contestarle? Le pregunta Helien a Fabián. Fabián que estaba entornado mirando
hacia atrás en dirección al padre que hizo la pregunta se levantó de su silla y
habló.
— Bueno,
Helien está acá porque se trata de nuestra hija, que es nuestro hijo que se
llamaba Federico, pero ya no se llama más Federico. Se llama Luna. Venimos con
un proceso de semanas. Para nuestra familia y nuestros allegados es Luna. Luna
llega del colegio y se viste como Luna.
Fabián
conto anécdota tras anécdota. Vivencia tras vivencia frente a todos los padres
y madres del colegio. Las angustias, las preferencias en los juegos. El no
querer salir de la casa para ser feliz, para ser Luna.
— ¿Qué es
lo que más quieren nuestros hijos? ¿Qué es lo que más desean sus hijos a esta
edad? -Interpelo Fabián a todo el salón.
Después
de varios murmullos, la respuesta fue jugar.
— Bien,
jugar. ¿Y qué más quieren nuestros hijos que ir a un cumpleaños y a un
pelotero? Bueno, me disculpo por todos los cumpleaños a los que Luna no fue en
estos meses, pero la condición era que fuera como Federico. Luna prefería no
ir. Prefería quedarse y ser Luna.
Fabián
se quebró. Se sentó. No paró de llorar. Lloró hasta el final. Mariana se levantó
y siguió ella. Más anécdotas, más vivencias, y el planteo existencial se su
hija:
¿Cómo
hago para nacer de vuelta?
— Amo
demasiado a mi hija como para que le pase algo. El promedio de vida trans es
hasta 35 años. Si me hacía estas preguntas a los 4 ¿Con qué iba a venir a los
15?
Mariana
y Fabián no eran los únicos padres que lloraban. La mayoría lloraba. Adrián
lloraba. Las maestras lloraban. Era la primera vez que contaban su historia
fuera de la casa. Ambos eran parte de un grupo de whatsapp de la asociación
civil Infancias Libres en el que participaban padres y madres de niños y niñas
trans. Por ese medio habían leído experiencias horribles en las escuelas. Que
juntaban firmas para que sus hijos se vayan. Lo que les estaba pasando a ellos
era impensado.
Pero
ese día los padres y madres se acercaban a saludarlos, los apoyaban. Que era un
privilegio que sus hijos e hijas pudieran compartir y convivir con Luna.
Algunos les decían que sus niños ya les habían explicado varias veces, Federico no es Federico, se llama Luna y es
una nena. Una mamá les dijo que estaba haciendo las tarjetitas de
invitación al cumpleaños de su hija y que la de Luna ya decía Para Luna.
***
Es septiembre del 2018 y Luna cumple 6 años. Desde
mediados del 2017, es una niña trans y es el segundo cumpleaños que festeja con
la libertad de ser Luna. Tiene un vestidito blanco con bordados del mismo color
y unos cancanes con puntitos blancos. Las chatitas con brillos plateados las
usa dos minutos, hasta que se las saca para ir a los inflables y al pelotero.
El pelo lo tiene recogido con media cola y sus
ondas castañas le caen por debajo de los hombros. Se ríe achinando los ojos y
deja ver dos ventanitas. Cuenta que el ratón Pérez vino, pero no se llevó los
dientes porque se los dejó de regalo para la mamá. Tiene unos aritos nuevos,
dorados con una piedrita en el medio.
El salón está decorado con globos rosas
metalizados. La temática que eligió es unicornios. Torta de unicornio,
galletitas de unicornios, antifaces de unicornios. Las sorpresitas son bolsitas
blancas con stickers que las cierran. Celestes, rosas y lilas. Al final del
cumpleaños es indistinto quién se lleva cada bolsita. Pero muchos nenes tienen
sorpresitas rosas y muchas nenas, celestes.
Durante los primeros minutos del cumpleaños, no
paran de llegar niños y niñas con regalos. Predominan los paquetes rosas. Solo
abre uno que le da una amiguita, es la Barbie princesa Aurora. Luna corre por
todo el salón para mostrarle a la mamá, al papá, a los tíos, a la abuela Ana, a
los abuelos maternos. La deja con el resto de los regalos y vuelve a los
juegos. Al final del cumpleaños, se asegura que Aurora esté.
Uno de los inflables del salón simula una
canchita de futbol. Cuatro nenes y una nena juegan a la pelota. La mamá de la
nena y la mamá de Luna los miran.
— Mira, Male está jugando al futbol. Antes no sé si me hubiera parecido
bien. –comenta la primera mamá.
Después se suma Luna y mete un gol. Un nene
patea la pelota y le pega en la cara. Luna llora abrazada a la mamá y vuelve a
jugar.
Un nene con una máscara de unicornio da saltitos
y mueve los brazos como si fuera una mariposa y después se suma a jugar a las
máquinas de jueguitos donde hay cuatro nenes más enchufados.
De fondo suena música house. El dueño del salón
dice que no le gusta poner reggaetón para los chicos. Los nenes y las nenas
corren por todo el salón al ritmo de la electrónica. Dos nenas están sentadas
frente a un espejo al costado del pelotero, se peinan y se acomodan las
vinchas. Un nene con rizos marcados y el pelo hasta los hombros se tira por el
tobogán inflable.
Por momentos se para de jugar y todos van a un
sector más tranquilo del salón donde la música no llega, a comer sandwichitos y
tomar gaseosa. Vuelven a jugar. Vuelven a frenar para soplar las velitas. Luna
se sienta en la silla principal y todos los invitados le cantan al unísono el
feliz cumpleaños.
Que los
cumplas Luna, que los cumplas feliz.
Luna es una nena feliz. A veces habla de cuando era Federico, y
Mariana le replica: vos siempre fuiste Luna, pero mamá no se había dado cuenta.