Operación Rescate
Por Micaela Alvarez
Los perros de la calle representan el escalón
más invisibilizado para el Estado,
pero existen personas que luchan
por esos derechos.
Una historia de amor
y adopción.
Los perros callejeros que transitan las calles de Lomas
del Mirador, uno de los barrios más inseguros
del conurbano, están dispersos y caminan con
cierto cansancio. Atardece, y el frío de junio cala
hondo pero allá están, buscando comida entre los pastizales
que cubren la vereda o persiguiéndose las colas. A simple
vista, parecen objetos inanimados que estorban y ensucian
las veredas; sin embargo, una chica joven, de pelo largo y
jeans oscuros se les acerca y los saluda por sus nombres,
mientras les ofrece un tacho improvisado con alimento.
Nicole tiene 25 años y una sonrisa perfecta que hace honor
a su carrera: está en el último año de odontología en la
UBA. Fundó Rescataditos hace más de un año. Por fuera, el
refugio es una casa más de la cuadra, con una puerta alta y
negra de metal. Después de cruzar un pasillo angosto bordeado
de paredes de ladrillo, se accede a un garage donde
ahora descansa un Peugeot algo viejo. Por último, se atraviesa
una reja que separa la vida cotidiana de Nicole de su
trabajo comunitario.
Es domingo por la noche, hace frío y llovizna. Sin embargo,
los días de descanso para ella no existen. Abre las puertas de
Rescataditos y al entrar invade un aroma de perro mezclado
con orina y desinfectante de limón. Salen África, Carmela
y Abby en patota a recibir a los invitados que suelen venir
en masa los fines de semana. Nicole ofrece asiento mientras
habla rápido, gesticula con las manos y se emprolija un
sweater blanco cubierto de pelitos.
El ambiente es húmedo, caldeado y poco iluminado por un
único foquito. Los visitantes entran a una habitación con
piso de madera sintética blanca que le da otro color al lugar.
El sitio está repleto de bolsas de alimento balanceado de segunda
categoría que se apilan y se reservan para aquellos
que lo necesiten. O se reparten a los animales en situación
de calle. Nicky charla mucho y con profundas ojeras sigue el
movimiento de las mascotas.
—Si la mascota sirve como descarga afectiva a gente que
necesite tenerla, bien. Es un tema muy occidental, capitalista
y de la sociedad de consumo -explica la socióloga Aida
Basteiro.
Las cifras gritan que los argentinos aman a los perros. Sólo
en CABA, hay un perro cada cuatro personas y tres de cada
cuatro perros con hogar fueron adoptados. Además, la conciencia
de adopción está en auge: en 2017, la cantidad de
perros adoptados en la Ciudad creció un 133 por ciento,
según fuentes del programa del Ministerio de Ambiente y
unas 80 ONG’s. Sin embargo, el motivo por el cual las personas
se apegan a las mascotas depende del entorno social,
porque no todas las culturas se apegan a los perros y no todas
las personas lo hacen.
—Y todo esto empeorado por la globalización, que trajo consigo
las redes y los medios. Llega un momento en el cual no
tener mascota es igual a no estar integrado a la raza. El hecho
cultural y social actual del mascotismo es que es moda
-agrega Basteiro.
***
—¡Cuando me vaya de acá voy a tener 455 mil animales!
Hace dos años, la rutina cotidiana de Nicole pasó a segundo
plano. Sus papás, cansados de verla sufrir por los perros en
situación de calle y de que ingresara animales a diario a la
casa, le propusieron reformar la quinta del fondo donde su
abuelo plantaba. El sueño parecía lejano: el lugar, un matorral
de cosas, pasto, árboles y chatarras depositadas, era
precario y estaba abandonado. Pero la vocación pudo más.
Un día, Nicole le planteó la idea a Emer, su novio. Después,
se la contó a sus amigos. Más tarde, a sus familiares cercanos.
La respuesta fue unánime: hacelo. La bola de nieve creció
y los mensajes en su Facebook pronto se multiplicaron.
Todos querían aportar su granito. Recibió volquetes, pinturas,
pallets, chapas, sábanas, comida y cuchas. Ella se ocupó
del resto. Inauguró en poco tiempo el refugio. Indio fue el
primer rescatadito. Desde ese día hasta hoy, son 138 los animales recuperados por Nicole que consiguieron una familia.
La fascinación por los perros encuentra también una explicación
científica. El biólogo Edward Wilson creó el concepto
de biofilia para referirse a la afinidad innata que la humanidad
siente por los seres vivos, en este caso, los perritos. Se
cree que las personas suelen responder positivamente ante
los cachorros por ser tan vulnerables y frágiles como los bebés
humanos. Y estar en contacto con ellos se transforma
en una terapia.
El refugio es humilde y todavía está en proceso de refacción.
Tiene dos partes: el interior, donde descansan los animales,
y el exterior, con una hilera de cinco cuchas que actualmente
están vacías. Quizás representan a los perros por
llegar, o tal vez el vacío que generan en Nicole aquellos que
se van. En Rescataditos suelen acoger sólo cachorros, porque
son los más propensos a conseguir adoptantes. En ese
momento se abre la vacante para otros animales.
El trabajo en un refugio no termina nunca y los problemas
se multiplican con cada ingreso. Es de noche, se aproxima
una tormenta y Nicole recibe un whatsapp urgente: en la
plaza 26 del barrio encuentran una cachorra que deambula
asustada y desorientada. La foto le transforma la cara. NIcky
empalidece. Las costillas del animal, al ras de la piel, podrían
contarse con facilidad.
—Colapso, colapso -cuenta Nicole.
—En varios momentos, y eso me lo fumo yo - agrega Emer
mientras ríe.
Según el Colegio de Veterinarios, en la provincia de Buenos
Aires seis millones de perros y de gatos viven en las calles,
y los peligros a los que son expuestos son incontables. Esta problemática abarca varios factores: ausencia de educación
y de respeto por la vida del otro, falta de castraciones, abandonos
bajo la premisa “cuando no me gusta más lo dejo”; a
esto se le suma la falta de políticas de Estado y se logra un
combo explosivo.
***
Es 21 de junio, el día más corto del año. El diario augura
lloviznas y chaparrones pero nada parece tumbar la jornada
que le espera a María Victoria Silvano, cara visible del
primer Encuentro Nacional sobre Derechos de los Animales
que se realiza hoy en la UBA. Lleva el pelo corto y lacio y,
atado en su bolso, el pañuelo fucsia contra el maltrato animal.
Entra apurada al Departamento de Ciencias Sociales. Se
sienta en un sillón bordó antiguo y se acomoda el micrófono,
mientras docenas de oyentes esperan atentamente para
escuchar su ponencia.
—Los animales no humanos merecen un título dentro del
código civil, y ahí entra en discusión (acá y en todos lados)
si son sujetos de protección o de derecho y qué derechos les
vamos a reconocer - abre el debate.
Victoria cuenta que el maltrato animal tiene que denunciarse
siempre. Que hay que hacer valer la ley existente. Se trata
de un delito y quien sea testigo, debe denunciar el abuso
ante la UFEMA (Unidad Fiscal especializada en Materia
Ambiental) en Capital o en alguna fiscalía de la provincia.
Presentar la mayor cantidad de pruebas y evitar caer en el
“escrache” público: no viralizar en las redes sociales hasta
que la Justicia actúe.
***
Una mujer rubia y corpulenta sale de su casa a las seis de la
tarde para hacer las compras. Camina por la vereda, saluda
a algunos vecinos cuando algo le llama la atención: un quejido,
muy finito, casi imperceptible, roza sus oídos. Vuelve
atrás. Dentro de un contenedor de basura tiembla Renata,
una cachorra de unos 500 gramos y un cambalache de colores
en el pelo, con lagañas en los ojos y un bucito rosa puesto.
—Lo peor de todo es que hay que agradecer que al menos
no la pusieron adentro de una bolsa. Ahí sí olvídate, quién
la iba a encontrar, pobrecita.
En Argentina, la Ley 14.346 de Protección a los Animales
fue sancionada en 1954. Establece penas que van desde los
15 días a un año de prisión. Los artículos detallan los comportamientos
considerados como maltrato: drogarlos, no
alimentarlos, mutilarlos o atropellarlos intencionalmente.
Actualmente hay varios proyectos que luchan por reformarla,
para aumentar la imputabilidad del abandono, incorporar
la situación de los zoológicos, castigar la tenencia irresponsable
y regular los criaderos clandestinos.
***
Félix y Salvador son hermanos inseparables. Se miran con
complicidad y al rato se muerden para adueñarse del mismo
chiche. Llegaron al refugio hace unas semanas, muertos
de frío, de miedo y en piel y huesos. Su dueña anterior
los dejaba en la calle mientras resguardaba a sus perros de
raza dentro de la casa. Ellos no lo entendían: continuaban
paraditos en la puerta, esperando entrar, con una fidelidad
inquebrantable. Ahora están inquietos y alterados: suena el
timbre y todos chumban a la par. Nicole recibe a una chica
de pelo carré, saco verde y mirada maternal: es la adoptante
de Félix.
—Acá está el niño. Trae al animal en brazos.
—¡Holaaaa! Bienvenido a la familia. ¿Te puedo abrazar? Ay,
estoy muy feliz.
Félix la besa y sonríen para la foto.
—Portate bien, no revoluciones todo. Le pide Nicole, mientras
le brillan los ojos.
El hambre de los cachorros anuncia que anocheció, y los invitados
comienzan a despedirse de los animales con besos y
abrazos. Afuera, los perros de la cuadra buscan refugio en
el techito de un local donde alguien improvisó una cucha
con cajas de cartón y trapos viejos. Uno encima del otro,
buscarán pasar una noche más en la calle, disputándose los
mimos de cualquier alma generosa que se detenga al pasar.