La pastora abortera
Gabriela Guerreros es
feminista, marxista, lesbiana y
pentecostal. Esta es la historia de la mujer que, fundamentada en un
cristianismo de liberación, supo enfrentarse a los sectores religiosos más conservadores
del país.
Por Karen Quevedo
“Declaramos desconocer a esta persona,
la cual no sólo no pertenece a nuestra Federación, sino que a su vez tampoco se
encuentra afiliada a la misma. La señora Guerreros carece de autoridad para
subrogar la representatividad del pueblo pentecostal”
Sentenció
la (FECEP) Federación Evangélica Pentecostal el 18 de abril de 2018, luego de
que una mujer con el cuello clerical y un pañuelo verde atado a la muñeca se
pronunciara a favor de la legalización del aborto, el día anterior en el
Congreso de la Nación Argentina, frente a la mirada de todos.
Gabriela
Guerreros fue bautizada por los sectores más conservadores del evangelismo como la “pastora abortera”. Claro, lo de ellos
era peyorativo, no tenía intención alguna de ser un halago o de reconocer su
tarea por los derechos de las mujeres, sino que el fin era desprestigiar,
despegarse de ella y de sus ideales marxistas y feministas. Un problema para
ellos.
Guerreros.
Como si de un presagio se tratara, el apellido de Gabriela sabe describirla
casi a la perfección. Ella es una guerrera. Todo su ser enfrenta a los sectores
que ella llama “anti derechos” dentro del evangelismo pentecostal. Con el
cuello clerical, una estola y la tradicional camisa que portan aquellos varones
que tienen cargos religiosos, Gabriela desafía los estereotipos y se rapa el
pelo a un costado de la cabeza, se tiñe un mechón blanco en la frente y se
calza zapatillas, para caminar los barrios. Ella sabe expresar su descontento
con los preceptos más tradicionales. Desde niña supo como hacerlo.
***
—Ay Gaby tenés muy linda voz ¿no querés ser
parte del coro? o maestra en la escuela dominical… -le preguntó una de las
pastoras de la institución con mirada inquisidora, cuando corría el año 2004 – ¿estás segura que querés ser pastora?
Gabriela
sacudió la cabeza sin poder creerlo. Había escuchado cuestionamientos
demasiadas veces. Mientras seguía con su labor como secretaria de la
institución religiosa a la que pertenecía, soñaba con el día en que la
ordenaran. Hasta que llegó…
—Hoy tratamos tu carpeta – le dijo el pastor Daniel
Vaccaro, presidente de la institución, mientras la tomaba de la mano.
—Me suben y me bajan los ovarios por la
garganta – replicó Gabriela, de espaldas al hombre que no llegó a escucharla.
Sólo
le faltaba la firma del pastor de distrito Miguel Ángel Benítez, de la zona
metropolitana, ya que ella había logrado obtener los avales de otros pastores como testimonio de
toda su tarea realizada a nivel Nacional y Provincial.
—Te voy a firmar la carpeta, Gabriela – le
comentó el pastor mientras revoleaba la lapicera sobre ese documento que
contenía dentro de sí las convicciones más profundas de Guerreros – pero a
partir de ahora vamos a empezar a pedir exámenes psicofísicos.
—Me parece muy bien – dijo desafiante la mujer
que no estaba acostumbrada a callarse nada - pero que también lo hagan todos
los hombres que vinieron antes que yo.
Sin
más rodeos, recibió la firma.
Dos
meses después, el 26 de julio, al finalizar la reunión de la junta directiva y consejo
ministerial, a Gabriela la ordenaron. En
ese momento, clavó su mirada en un pastor del sur del país que ella conocía muy
bien. Gaby, con una mirada socarrona, se acercó a él, mientras todo su interior
festejaba.
¡¡¡Tomá!!! Mirá ¿viste? ¡Llegamos
querido! – pensó para sus adentros – no me podían decir que no porque no. Tengo todos los avales) y todas las tareas realizadas
dentro de mi comunidad, en lo distrital y gran parte del territorio nacional) que
son requeridas.
Y
luego de los pasos correspondientes para la unción de los aprobados a ser
ordenados, los fieles se arrodillaron y comenzaron a orar por el comienzo de
una nueva etapa en la vida de aquellos ministros religiosos.
Gabriela
ese día se convirtió en la primera ministra religiosa ordenada soltera en
concubinato. Algo no habitual en la religión cristiana evangélica pentecostal,
donde las mujeres sólo acceden a cargos de ese tipo si acompañan a un hombre
durante gran parte de su accionar evangélico o si llevan años casadas con algún
pastor.
—Rompí el cerco, y no lo hice por mí, sino por
todas las que vienen atrás – reafirmará años después Gabriela con orgullo.
Desde
su lugar como religiosa, y de la mano de la gente de su comunidad, siempre se
dedicó a estar en el territorio para quienes la necesitaban, en general, la
zona de Mataderos y La Matanza. Ella cree en la transformación social, en los
cambios estructurales y no cree en la caridad, una acción que, según la pastora,
es muy común en las instituciones religiosas.
Todo
estaba bien con Gabriela, hasta que sus ideas y sus acciones para, con y junto
a su comunidad se dieron a conocer: la pastora es marxista, feminista, lesbiana y pentecostal. En 2008, comenzó a
perseguirla la propia institución a la que pertenecía cuando ella se dispuso a
cuestionar los espacios de poder. Una vez, en una disputa por tierras, ella estaba
acompañando a (varias) familias. En su práctica y mirada integral sobre la fe y un cristianismo
liberador y encarnado en las causas populares. Cosa que su institución vio como
política y no predicar la palabra de DIOS . Entonces, le comenzaron a llegar causas judiciales,
como el inicio de un juicio de desalojo a ella,a todo el cuerpo pastoral y a
toda la comunidad que presidía, algo que se volvió habitual para la pastora.
Pero todo estalló cuando, abiertamente, Gabriela definió o bautizó a su comunidad como una
“comunidad abortera”.
La
persecución fue aún peor.
Comunidad
abortera
La
cruz en madera de caña, colgada en la pared, rodeada con la bandera de la
diversidad de los pueblos, fue testigo del primer caso de acompañamiento de
aborto que realizó Gabriela.
Lo
que bautizó a la comunidad como “abortera”.
María
se había acercado dos veces a hacer la denuncia contra su marido. Él la
golpeaba y la manipulaba tanto que luego ella la retiraba. Era habitual verla
con sus seis hijos colaborando en el comedor y acercándose a la comunidad para
orar con la pastora.
—Tengo que hablar con usted – le dijo María a
Gabriela– estoy embarazada. No puedo más Pastora, yo sé que usted puede
ayudarme, sabe qué hacer.
María
golpeaba sus dedos con nerviosismo y se tocaba la panza, donde crecía su futuro
niño, aquel que no quería tener. La violencia de su marido no le permitía ni
siquiera pensar en tener a aquella criatura. La respuesta de la pastora fue
reírse y abrazarla. Más tarde, la mujer le confesó que sus últimos dos hijos
eran producto de violaciones de su marido. Gabriela comprendió que debía ayudar
a esa mujer, que el aborto tenía que “salir del closet” en su comunidad porque
el primer derecho de una mujer debe ser el de decidir sobre su cuerpo y sobre
su vida.
Así
comenzó a explicarle el método que iban a utilizar. Le brindó información sobre
el uso del misoprostol y, además, le confió que ella la iba a acompañar durante
todo el proceso. El antes, el durante y los 60 días posteriores.
—Todas las comunidades tienen un aborto bajo la
alfombra. La diferencia es que para nosotros lo privado es político – dirá
Gabriela, años después.
María
andaba con sus seis hijos para todos lados por lo que tuvieron que hacer
malabares para que los niños, instalados con su madre en la casa de la pastora,
no fueran conscientes de lo que estaba sucediendo. Del aborto no supo ni su
marido. Sólo ellas dos.
Gabriela
recuerda con orgullo que esa fue la primera decisión que María tomó en su vida.
Lo que desencadenó que más tarde, pudiera realizarle la denuncia a su marido,
alejarlo completamente de su vida y hacer que le pagara una manutención por los
hijos de ambos. También se puso a estudiar.
—Le cambió la vida por completo – sostiene la
pastora mientras sus ojos se tornan vidriosos al recordar el caso que más la
marcó.
***
El
momento en que su lucha se concretó
Gabriela,
de jean, zapatillas, estola y el cuello blanco clerical, caminó por el salón
del Congreso de la Nación Argentina en busca de un lugar para sentarse. Allí iba
a exponer en un rato, y los nervios la carcomían. A medida que avanzaba, sentía
la mirada de quienes estaban allí presentes. Ella sabía que todos daban por
hecho su posición, porque claro, la gente relacionada a la religión es
rápidamente encasillada. Pero Gabriela es distinta, ella tiene otros valores,
otras creencias. Su pelo castaño rapado a uno de los costados y el mechón
blanco que le cae sobre la frente presagian que allí iba a hablar alguien que iba
a saber poner en jaque todos los prejuicios de la sala.
La
pastora utiliza el cuello clerical, la camisa celeste y la estola verde “porque busca recuperar los símbolos del protestantismo“.
Además, como elemento de resistencia al evangelismo pentecostal que sostiene
que las mujeres en la iglesia sólo deben utilizar pollera. También, en la
calle, la estola es una especie de “escudo” que protege a los ministros de la
fe ante posibles situaciones de violencia.
Con
una sonrisa tímida, el pañuelo verde atado a la muñeca y un discurso preparado,
Gabriela subió al estrado. La miraban expectantes, y ella, acomodándose la
estola, se acercó al micrófono y dijo:
—Las mujeres
son las testigos privilegiadas del fundamento de nuestra fe, son ellas, las que
de manera desafiante y decidida hacen propio el camino trazado por Jesús. Sin
la vida digna y justa para las mujeres, el proyecto de Jesús no es posible – continuó Gabriela - el único aborto que mata la vida es el aborto del deseo, y el
capitalismo es el gran quirófano social.
Gabriela
supo distinguir a su comunidad “Dimensión de fe” de los preceptos más
tradicionalistas del evangelismo pentecostal. Afirmando que el pentecostalismo
históricamente hizo hincapié en los sectores más pobres, pero entendiendo
también que “obvio” como todo movimiento popular, hay diversas corrientes y que
en la actualidad, la pulseada la ganan aquellos sectores más conservadores y
reaccionarios del evangelismo. Aquellos sectores que Gabriela va etiquetar como
los “anti vida[C3] ”.
La mayoría
de religión cristiana (evangélica pentecostal) actualmente es abanderada de los
movimientos “pro vida” y “con mis hijos no te metas”, campañas
dedicadas a defender los “valores
tradicionales de la familia” y la “vida
del niño por nacer[C4] ”. Se oponen a la ley de educación sexual
integral y al proyecto de ley del aborto legal, seguro y gratuito. Además,
tienen una fuerte incidencia política a nivel regional donde acompañan las
campañas electorales de los partidos de derecha y forman listas partidarias con
integrantes de sus comunidades a la cabeza.
Las
iglesias que sostienen estos dogmas son para Gabriela la “reproducción más
vistosa del capitalismo y el patriarcado”. Ella no comprende así al
protestantismo. La pastora cree en la iglesia con la gente, “desde abajo”, y lo
deja claro en su exposición.
Por
eso, todos en la sala la aplaudieron y vitorearon. Supo llegar a quienes
estaban allí sentados.
Al
bajarse del estrado, se encontró con los medios de comunicación que querían
entrevistarla, las luces de las cámaras y las voces de los periodistas casi
alborotados por obtener una respuesta, la asustaron. Ella no esperaba ser tenida en cuenta por la prensa.
Entonces
les pidió un momento para razonar y llamó a una de sus amigas. Luego respondió
a preguntas de varios medios de comunicación y decidió irse.
Salió
a la calle y fue casi empujada al escenario ubicado en las afueras del Congreso,
de los martes verdes y decidió hablar. Le habló a esa marea verde, la del feminismo.
Una multitud que al verla salir y posarse sobre el escenario osciló entre la
sorpresa y la desconfianza.
Con
los brazos hacia el cielo, la estola y su particular look, repitió aquello que
cree. Aquello que siempre militó. Repitió sus valores cristianos de libertad,
marxismo y feminismo. Supo hacerle entender a aquellas mujeres que ella no
representa a ese sector arcaico de la religión. Y en las afueras del Congreso,
ocurrió el milagro: una representante de la iglesia evangélica pentecostal
logró hacerse escuchar por el feminismo y que aquellas mujeres de pañuelos
verdes, llenas de esperanza, se sentaran a oírla. Se emocionaran.
Aquel
momento para Gabriela fue místico. Porque como ella siempre dice “Dios está en cada una de las personas”.
—
Qué el aborto sea legal, seguro, y
gratuito. Amén –concluyó, y la multitud de mujeres enloqueció.