Ellas a la defensa
Por Erika Kreymeyer
En el último piso del gimnasio Open Club de Palermo, hay un
salón multiuso con espejos, mancuernas de 10 kilos y colchonetas rojas con
forma de pieza de rompecabezas. Allá arriba no se siente el frío que hace
afuera: apenas 11°C y los rayos del sol del sábado al mediodía casi ni entran
por los ventanales. La gente camina por la calle con bufandas y gorros de lana,
pero las becadas de la Academia de Defensa Personal para Mujeres llevan ropa
deportiva de verano.
Por la escalera tosca de metal, suben dos mujeres: dejan sus
bolsos, zapatillas y una botella de agua de dos litros a un costado del salón.
Arman un lugar de combate al desenrollar una colchoneta envuelta en plástico
azul que ocupa todo el piso, y empiezan el calentamiento sin órdenes de nadie.
Una de ellas, María “La Chiqui”, da vueltas carnero sin pausa. El sonido sordo
de su cuerpo que se golpea contra el piso es más fuerte que la música tecno o
las pesas metálicas que chocan más abajo. La Chiqui, de pelo oscuro, y piernas
musculosas con una Catrina tatuada en el gemelo, es boxeadora y campeona
sudamericana. La calavera con corona de flores vive tensada y rodeada de
moretones.
A su lado hay una mujer delgada, con pelo castaño y pómulos
marcados, Valeria, Licenciada en Psicología Deportiva. Se mira en el espejo
para acomodarse las vendas blancas de los dedos del pie y las manos, que lanzan
puñetazos al aire para entrar en calor. Quince minutos más tarde, llega el
profesor con unas pastillas de menta en la mano. Como muchas de las estudiantes
que faltaron, está resfriado. Se ata los cordones de las zapatillas negras y
entra a la colchoneta para ponerlas a trotar.
***
Cada quince días hay una reunión de la primera Academia de
Defensa Personal para Mujeres en Argentina. Son nueve mujeres becadas, de
diferentes rubros, pero con experiencia amateur o profesional en el deporte.
Esta clase faltaron la mayoría, por compromisos o por gripe. El cambio de clima
también afectó al profesor, que promete no faltar nunca. El Mestre Rolando
Carrizo Ortíz es el instructor más joven de Brazilian Jiu Jitsu en toda
Latinoamérica. Se guía por los valores de honor y respeto del Código Samurai y
es experto en las disciplinas de lucha de piso, como Shootfighting y Submission
Fighting, aunque sus mayores logros fueron graduarse de Maestro en Muay Thai y
en Kick Boxing antes de cumplir los 30 años.
Creó una plataforma online, llamada Luta Livre University,
donde se dedica a formar instructores en diferentes tipos de lucha brasilera y
defensa personal. Su último programa es la Academia Defensa Personal para
Mujeres, para entrenadoras que puedan enseñar técnicas diseñadas para amenazas
más específicas, como los delitos sexuales. Sus clases cuentan con distintos módulos,
que llevan alrededor de cinco meses en completar. Las becadas tienen material
teórico y videos que estudiar antes de atender a las clases, las cuales se
dividen en dos horas: la primera es de entrenamiento práctico, y la segunda es
para practicar lo aprendido en la instancia teórica. Al final de cada módulo
hay un examen que, al aprobarlo, da aval para enseñar lo aprendido en el nivel.
***
—Lo bueno de nuestro arte es bajarlo para que pueda hacerlo
cualquier persona- explica Ortíz con voz ronca a sus estudiantes, que asienten
con la cabeza. Es fornido y con autoridad, pero la gripe lo tiene cautivo.
Al grupo se sumó Lara, una chica menuda vestida con un
Judogi blanco, cinturón azul y rodilleras. Es campeona de judo, licenciada en
Sistemas y la que siempre muestra los ejemplos para el resto del “Women Team”.
El Mestre se planta en medio de la ronda y Lara se acerca para hacer la
demostración. Dice dos términos de defensa y ella ya sabe exactamente qué
hacer, hacia qué dirección y en qué punto justo de la nuca debe meter presión. Él
le saca dos cabezas, pero ella lo agarra del cuello y en un movimiento veloz,
Ortíz cae al piso como un muñeco de trapo estrujado por su estudiante. Lara
sonríe y lo libera para seguir la práctica.
Boxean sin guantes y en pareja hasta que llega la última
estudiante del día, una mujer de postura recta, pelo rubio y un Judoghi
inmaculadamente limpio. Agustina es Técnica de boxeo, Ingeniera Ambiental y
estudiante de defensa personal regular. Con su llegada, la clase se frena y las
demás aprovechan para estornudar y sonarse los mocos. Aunque están
desabrigadas, no sienten el frío, ni les molesta la transpiración, ni se
sientan. Solamente entrenan.
***
El instructor armó el programa con las paredes grafitadas de
Palermo en la mente: las violaciones suelen ocurrir forzando a la víctima
contra superficies como muros o pisos, para que no escape del acto. Según las
Estadísticas Criminales del 2017 del Ministerio de Seguridad, en la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires hubo 161 víctimas de violaciones y 1601 víctimas de
delitos contra la integridad sexual, que incluye casos de abusos sexuales,
corrupción de menores y exhibición obscena.
Además, Buenos Aires es la provincia con más denuncias de
violación, con 1263 casos en las estadísticas oficiales, acompañados por el
registro de 1371 delitos sexuales. La lista sigue con Mendoza (384 denuncias
por violación), Salta (290 denuncias) y Santa Fe (273 denuncias). Según las
estadísticas nacionales, en el 2017 hubo 3921 víctimas de violaciones y 11213
delitos de carácter sexual en todo el territorio argentino.
Las clases de defensa tienen en cuenta el posible delito
sexual del ataque y las diferencias físicas que puede haber entre un victimario,
presunto hombre, y su víctima. El Mestre propone escapar como la primera
opción. Su primer consejo es que, si alguna persona levanta la voz o gesticula
con los puños, dar unos pasos hacia atrás para correr si hace falta. En caso de
no tener la oportunidad, siguen los golpes en zonas estratégicas, las llaves y el
forcejeo para buscar la salida entre la espada y la pared.
***
—El victimario es malo pero no es salame. No come vidrio, y
me lleva como 20 kilos— cuenta Ortíz en medio de la ronda, después de explicar
un ejercicio de cómo aplastar a alguien contra el piso. —Lo más importante es
el aire. Sin aire, no tengo nada. No tengo fuerza. ¿Estamos de acuerdo?
Con un “¡Sí!” y una palmada, se forman parejas para aplicar
lo aprendido. Las chicas se saludan con un choque de manos y empiezan a rodear
la colchoneta: no tienen miedo de ocupar espacio. Valeria, seria, se enfrenta a
Agustina, que la provoca con el mentón en alto. Del otro lado está La Chiqui,
encorvada y con la mirada fija en Lara. La boxeadora tira una piña que podría
romperle la mandíbula, pero la contrincante se agacha antes, escurridiza.
En poco tiempo, las dos parejas quedan enroscadas en el
piso. Pero ninguna se preocupa por “ganar” el round: se dicen tips para seguir
la maniobra (“Pasame la rodilla”, “vení, tirá para allá”, “¡de acá! ¡Agarra de
acá!”) y se ríen cada vez que alguna queda sin salida del embrollo de brazos y
piernas. El objetivo es luchar el mayor tiempo posible y enseñarse distintas
técnicas que puedan aportar a la clase. Pero no todo es compañerismo.
—¡No me deja respirar!— se escuchan los gritos mullidos de
Valeria, aplastada por La Chiqui. —¡Está haciendo trampa!
—¡Dale, dale, siga!— las alienta el instructor mientras se
acerca a los dos cuerpos entrelazados. De debajo de La Chiqui se escapa un
brazo de su competidora, que le pega un manotazo abierto en la nuca. El golpe
hizo eco en toda la habitación. Ambas se liberan, Agustina y Lara paran su
pelea para ver que pasó.
—Yo arreglaría ese tema. Vi casos antideportistas, pero ese
cachetazo…— sonríe el Mestre.
Las cuatro se ríen del cuello al rojo vivo de María, y
siguen peleando.
***
Las becadas fueron convocadas por la Academia, algunas
fueron estudiantes suyas en otras disciplinas de Artes Marciales Mixtas o MMA, y otras vienen de afuera. Lara fue
estudiante del Mestre por más de 10 años y ayudó a programar la página web
donde se aloja la Academia virtual, y Agustina entrena con él todas las semanas
con su uniforme de “Brazilian Luta Livre”. Tal vez lleguen enfermas o tarde,
pero no se pierden ni una clase del equipo femenino de MMA, Grappling y Defensa
Personal.
—Me gustó la idea, son todas mujeres y también es diverso—
reflexiona Agustina, que no dudó en aceptar la beca cuando la seleccionaron —Es
un re lindo grupo. Se nos complica a veces, pero la idea es transmitir todo
esto, ¿no? Que a veces las mujeres se quedan muy… relegadas.
Todas las becarias comparten el amor por el deporte y la
importancia de la defensa personal para todas las personas, sin importar sus
capacidades físicas. La finalidad del curso es empoderar a los participantes y
que puedan esparcir el conocimiento a otros gimnasios, clubes y clases, además
de atraer a más estudiantes a la Academia para que la las técnicas de
protección personal especializada sean una práctica más común. Pero, aunque la
idea es dar herramientas a las mujeres, hay discrepancias sobre cómo debe
hacerse.
—Esto no es una cuestión feminista— aclara Agustina. —Al
menos personalmente… Hay otras que sí son más feministas. Esto es una cosa
normal, de aplicación práctica. Es razonable y aplicable. De lo político no se
habla: se viene, se entrena.
Y dicho y hecho, se acomoda el rodete y vuelve a la
colchoneta a pelear.
***
—Cuando agarran a alguien así en la calle— cuenta el
instructor con voz casi inaudible, mientras aprieta la muñeca de Lara —¡AAAAAAAAH!—
grita, mientras patalea y mueve los brazos como un niño caprichoso. —Es facilísimo.
Se escapa la mano y se hace un gancho al aire, fuerte.
Ya pasaron las dos horas pactadas de clase, pero ninguno
parece notarlo. Ellas asienten y repiten el ejercicio de a pares. Lo repiten,
lo repiten, estornudan, se comparten pañuelitos y lo vuelven a repetir. La
música pop se queda opacada por sus jadeos y los quejidos por tanto movimiento
brusco. Imitan los ganchos hacia arriba, seguidos por el susto instintivo de
tirarse hacia atrás para evitar la trompada, pero cada reflejo es más lento que
el anterior. Ya están despeinadas, con
el cuello tensado y cada puño que choca las deja boquiabiertas en busca de
aire.
—Bueno, descansen— sentencia el Mestre. —¿Ah, están
cansadas?
***
Después de casi tres horas de entrenamiento, se termina la
clase. En realidad, llegaron al acuerdo de terminar la clase, ya que tienen
otras responsabilidades para este sábado. Pero podrían aguantar unas cuántas
horas más. Cada una se para adelante del Mestre y le da un apretón de manos, da
media vuelta e imitan el gesto con sus compañeras para cerrar la sesión de
combate de una manera respetuosa.
—Oss— repiten, solemnes, el saludo de artes marciales
japonesas —Oss, oss, oss.
—¡¿Qué hacen las paces— se ríe Rolando —si se cagan a palos?!
Entre los cinco, apilan las piezas de rompecabezas rojas a
un costado y enrollan la colchoneta azul. Ellas se van hacia sus bolsos
deportivos para ponerse abrigo: afuera sigue haciendo 11°C, y el sol quedó
atrapado atrás de una nube gris. Se pasan la botella de agua y se ríen mientras
se muestran cosas en el celular. Sentadas contra las paredes azules, se dieron
la libertad de bufar y suspirar del cansancio. Toman agua como maratonistas en
carrera y, de a poco, las abandona el rojo de las mejillas y se les calma la
respiración brusca encausada en el pecho. El resfrío sigue en el aire, pero ya
están casi listas para dejar el club. Después de ponerse una remera manga
larga, La Chiqui se pone unos guantes rosa chillón sin dedos y hace gestos de
pegarle piñas a Valeria.
—¡Esta hija de puta!— reacciona Valeria, sonriendo —La otra
vez me rompió la boca. Tengo algo con la cara, me tocas la cara y yoooo…
No se tardan en recordarle el cachetazo que pegó hoy. Quedan
en reencontrarse en quince días, tal vez, depende de cuántas chicas puedan
venir. Se suenan la nariz un par de veces, agarran sus bolsos, bajan la
escalera mientras hablan de sus deportes. Pero antes se aseguran de haber
guardado todo: dijeron los del gimnasio que limpien, porque a las 16 hay clase
de zumba.