Hormonas para llevar
Por Magalí Grinovero Como una postal, en una esquina arbolada de Pellegrini al 622 del partido de Morón se levanta un gran edificio rectangular con escasas ventanas que parece un bloque de concreto sucio. Centenares de hojas amarillas salpican el piso de la vereda. En la fachada, un mural con los colores del arcoíris, cada uno de ellos está representado por la silueta de una persona. Sentado en el cordón un pibe espera a su novia. Un hombre pasa silbando y lee en voz alta un cartel descolorido que dice “consultorio inclusivo”. Adentro, las paredes caen en forma de escarcha y el dispenser de preservativos está vacío. Un médico trapea el piso del pasillo enorme que conforma la columna vertebral de toda la edificación. La recepción es una habitación de un metro cuadrado, con una ventana pequeña cubierta por barrotes. —Los viernes se atienden los trans. Acá nos conocemos todos- informa una rubia platinada de unos 60 años. No levanta la mirada, está muy concentrada jugando al C...