LO QUE ESCONDEN LOS OBJETOS


Por Rodrigo Biarnes //

Ruido. Bullicio. Comercios abiertos, gente que pasa caminando, algunas apresuradas. El tren Sarmiento, conglomera y arrastra consigo a grupos de viajeros. Liniers, con sus más de 40 mil habitantes, y especialmente en las cercanías de la estación, es un punto neurálgico clave de la Capital Federal, donde la vida adquiere una dimensión acelerada, centrada en el comercio y el transporte público.

A tan solo unos metros de Rivadavia y General Paz un lugar pasa desapercibido, salvo por un muñeco a escala de Einstein que espera sentado en una silla. Una vez se entra, la muchedumbre desaparece. El tiempo se detiene. Un silencio profundo y significativo, contrasta con el caos de afuera. Es una tienda de antigüedades de fachada pequeña, pero que esconde algo más grande, en todos los sentidos. Tan solo uno entra, no le alcanza la vista para observar lo que tienen allí dentro. Objetos de todo tipo: muebles, sillas, jarrones, cuadros, lámparas, y demás cosas excéntricas, como un teléfono público antiguo adornando una de las paredes. El piso de cemento, desgastado y gris, soporta la historia contenida en el local. Un perfume singular, una fusión de casa de abuela y carpintería, llena el aire.

Traspasando la entrada, al fondo, hay un depósito más grande donde yacen aún más rarezas: objetos de familias políticas como los Urquiza y los Pueyrredón, jarrones de la dinastía Ming o hasta muebles napoleónicos. El local vende de todo, y el rango de precios varía notablemente, pudiéndose encontrar cosas que van desde los 10 mil pesos argentinos hasta los 5 mil dólares. También compran y venden oro, pero su debilidad son las antigüedades.

Una habitación lateral, a medio llenar y desordenada, sugiere un futuro en la forma de una galería de obras de arte.

En el hall principal, Javier y Giselle toman mate del otro lado del mostrador. Él está revisando en su computadora antigüedades en venta por Mercado Libre. El scroll del mouse en piloto automático, la mirada fija en la pantalla. Ella, mientras tanto, ceba un mate, se acomoda el pelo y el flequillo, ordena algunos anillos y colgantes sobre el mostrador, y le saca temas de conversación a su marido, siempre con una sonrisa. Hace todo eso a la vez. Son pareja desde hace más de dos décadas y hace 4 años abrieron el local.

Javier, quien hoy tiene unos 45 años, trabajaba en un estudio jurídico, pero un día se hartó y lo dejó. Ella, en cambio, tuvo diversos trabajos, de distintos rubros, que incluyeron también la parte jurídica. Un día fueron a un remate de campo en Carlos Keen para buscar cosas para decorar su casa y les encantó la dinámica. Desde ese momento se metieron de lleno en ese mundo.

El día está tranquilo, todavía no entró gente.

Suena el teléfono. Atiende Javier.

—Hola. Sí… Ese cuadro lo tenemos todavía. Data del 1800. No hay porqué.

Cuelga e inmediatamente entra un hombre al local para ver algunos colgantes. Son para regalo. En esta ocasión atiende Giselle.

Ella le muestra algunas opciones pero a él no le convencen.

Pasan más de 10 minutos y sigue revolviendo buscando un colgante que guste, mientras se toma un mate.

—Me gusta ese que tiene forma de corazoncito.

—Este es un relicario. Antiguamente cuando los militares iban a la guerra sus mujeres ponían una foto dentro de la cápsula, para que la puedan abrir y no se olviden de ellas. La gente busca muchos de estos, porque se fabrican poco.

El cliente asiente, pero se va sin comprar nada. Giselle sigue acomodando. Segundos después ingresa otra persona.

—Hola como va.

—Acá estoy, acomodando y desacomodando, porque si se va un mueble tenés que buscar otro de las mismas medidas para remplazarlo. Es como un rompecabezas.

—Peor serian que se queden.

Ella se ríe.

—Bueno, ese se quedó y está hace mucho— señala a un mueble antiguo que tiene en frente.

—Perdón pero no me gusta, es feo.

—¿Cómo decís eso, che?, es hermoso, encima es de 1870. Tiene mucha historia.

En medio de esa conversación entra otra persona preguntando si compran palos de golf, pero la respuesta es negativa.

De repente, y sin preaviso, el local está en movimiento. Y es que es así, en unas horas pueden entrar dos personas, como también veinte. Tampoco sabés con que historia podés encontrarte. Es una caja de pandora.

***

En 2019 sonó el teléfono de Johan Bosch van Rosenthal, un tasador del Sotheby’s, el mercado de arte más grande del mundo. Una anciana de Ámsterdam quería valorar algunas obras de arte que tenía en casa. Johan la visitó. Ingresó a una sala habitada por varios gatos que circulaban entre diferentes objetos antiguos y ahí, cubierto de polvo, descubrió un jarrón del siglo XVIII que perteneció al emperador chino Qianlong. Fue valuado en 80 millones de euros. La antigüedad más cara del mundo.

Cuando el mueble del renacimiento español llegó al local de Giselle y Javier, deben haberse sentido como Johan. Tallado en madera y con casi 200 años de historia, es la antigüedad más cara que tienen. No es un jarrón chino, pero te lo podés llevar por unos 3500 dólares.

Los precios de los objetos están en la memoria de la pareja, y de ser necesario, anotados en la computadora, al igual que la información de cada antigüedad. Ellos mismos tasan los objetos. En estos cuatro años ganaron mucha experiencia en el local, pero también cuentan con Claudio, un amigo tasador de la casa.

—Me acuerdo que para un cumpleaños de chiquito, 8 o 9 años, le pedí plata a mis viejos para poder ir a comprar cosas a una tienda de antigüedades.

Sonríe con nostalgia.

—En vez de pedir juguetes pedías objetos antiguos, quien te entiende— responde Javier a carcajadas.

Claudio es un tasador de oficio. Desde pequeño se interesó en las antigüedades, principalmente por sus padres, a quienes les gustaba ese mundo. Nunca estudió pero toda su vida se dedicó a esta actividad. Siempre que Javier y Giselle necesitan tasar algo específico, lo llaman a él.

Para tasar una pieza se tienen en cuenta varios factores: la fecha de creación de la pieza, si el autor es famoso o no, la técnica de elaboración, la autenticidad -es decir, si se cuenta con algún certificado-, los materiales y su estado de conservación. También la rareza es un factor determinante, aunque eso queda a consideración del comprador.

Carlos también acompañó a Javier y Giselle a varios remates. Algunas veces pudieron conseguir muebles o joyas exóticas, y otras veces solo baratijas. Toda una aventura, como la llaman ellos, aunque esa dinámica hoy en día, ya casi no ocurre. Desde la pandemia, la mayoría de los remates son online.

—No se puede comprar nada en los remates virtuales. Cualquier tonto con plata que no tiene idea de este mundo se mete y oferta 100 lucas por algo que vale 20.

Javier se indigna. Giselle asiente.

—Antes, aunque sea, a los remates presenciales iban los que se dedicaban a esto por pasión.

***

La mayor parte de las grandes compras las hacen los clientes extranjeros, casi siempre chilenos, bolivianos y uruguayos. El tipo de cambio los favorece y, por lo general, todos pagan en pesos.

La mayor parte de las ventas son por falta de espacio, “malas vibras” de los objetos o necesidad.

Son casi las 7 de la tarde y el local está por cerrar. Entra un cliente. Es un chico. La gorra azul y oro, la ropa deportiva, la riñonera gastada.

—Permiso, buenas, ¿Cómo anda mi amigo? Volví.

Javier lo saluda.

—Mira lo que conseguí esta vez. Algo tiene que ser.

Está nervioso. Mueve el cuerpo, las manos, los brazos, mientras sus pies permanecen quietos en su lugar.

—Pensé que no llegaba. Me desperté a las 4 de la tarde, llevé a mi nena a Flores en bondi y desde ahí me vine para acá.

Procede a entregar una cadenita.

—Creo que es de plata.

Javier inspecciona minuciosamente el material. La pesa, para luego también rasparla.

—Espero que no sea bronce, aunque está caro igual, se vende a 3500 pesos el kilo.

Mira el procedimiento ansioso, esperando que valga algo.

—Tengo un juego de cubiertos usados también, y no sé si les puedo sacar plata.

—Vos traelos y lo vemos.

—¿Veo que compras de todo no, antigüedades y todo eso?

—De todo un poco, sí.

—¿Y estas cadenitas se funden o qué se hace?

—Sí, por lo general, este tipo de cadenitas se funden y luego se vuelven a hacer otras cadenas.

—Tenía una hermosa que era de plata plata, buena ¿eh?, pero le quedaba el talle a mi hija y fue, se la dejé porque le gustaba.

Javier termina de tasarla.

—Bueno, 4600 pesos te puedo dar por esta cadenita. Tiene plata.

El chico hace una mueca de aprobación.

—Dale, a nada es algo.

Recibe el dinero.

—Suerte, que andes bien.

Este cliente es uno de tantos que buscan objetos en ferias populares, los compran como baratijas y después intentan sacarle una moneda en el local. La tienda le termina pagando lo que vale el metal. Se los conoce como “cazadores”, personas humildes que caminan mucho las ferias, en ocasiones cartoneros, que intentan a veces con poca suerte ganar unos pesos de diferencia.

***

—Tengo un bombón asesino, es un bombón bien latino.

Un cliente entra cantando con pasos histriónicos.

Javier sonríe.

—¿Cómo anda Fabián?

—Estoy como un rojo Ferrari.

—¡Estás hecho un demonio!

—Soy moda Kosiuko. Yo kosiuko, tu Kosiukas, ellos Kosiukan.

Tiene puesto unos lentes llamativos de color rojo, al igual que su bufanda que le cae sobre una campera de cuero gris. Parece una estrella de rock.

—Hay veces que me siento Johnny Tolengo.

—Sos un border.

Fabián es un cliente de la casa de hace años. Siempre se acerca a la tienda para ver joyas o elementos excéntricos que pueda revender. Dicen que la farándula muchas veces es cartón pintado, y esta no es la excepción. Tiene 2 hermanos y una familia de mucho dinero. Cuando sus padres fallecieron, ellos heredaron su fortuna. Sus hermanos aprovecharon, hicieron negocios y hoy en día viven sin mayores inconvenientes en el exterior. Él, en cambio, se quedó en el país, pero “se patinó toda la guita”. De hecho, terminó estafando a mucha gente en la calle Libertad del centro de la capital, donde hay muchas joyerías. Le debe dinero a varios comerciantes y no es muy querido por esos lares.

Justo en ese momento entra un cliente.

—Hola, tengo un reloj para mostrar y quería saber si tiene algún valor.

—Mostrámelo, a ver.

Giselle lo examina.

—No, esto no es algo que esté comprando ahora, y de todas maneras no tiene mucho valor ¿Fabi, querés verlo?

—A verlo. Necesito mis lentes, y no estos precisamente...

Se los cambia por unos lentes joyeros, de esos que se usan para tasar.

Lo inspecciona minuciosamente.

—Mirá, la verdad es que no vale mucho, es de bronce viejo, ni de plata, ni nada en especial. Son más de decoración que otra cosa.

—Pero, ¿se puede vender?

Si la casa se lo paga, el valor es de 2 mil pesos. Yo me lo llevo y después intento revenderlo.

—Yo no quiero comprarlo Fabi.

—Bueno muchacho, la casa habló. No te puedo ayudar en nada más.

—Claro, 2 mil pesos es muy poco. No no, gracias, les agradezco. Un saludo.

El cliente sale insatisfecho.

—¿Para mí algo especial o raro no tenés nada?

—No nada.

—Si llegara a surgir algo me avisás querida. Adiós.

Javier, que estaba ordenando el depósito, aparece tan pronto sale “Johnny Tolengo”.

—Sabés que no lo puedo ver.

—Ya lo sé. Encima justo vino un chico a querer vendernos un reloj que no valía mucho, y quiso que se lo compre y el llevárselo. Le ofreció 2 mil pesos.

—No podés pagarle 2 mil pesos a alguien por eso, por más baratija que sea. Lo estás cagando.

—Y ya lo conocemos.

—Decí que a mí nunca me garcó, porque sabe que lo cago a trompadas.

Su mujer se ríe, pero él lo está diciendo muy en serio. Johnny como personaje es gracioso, pero como comerciante no.

***

Armando lleva puesto un polar azul desgastado. Su paso lento, la joroba, sus arrugas y su pelo dejan ver el paso del tiempo. Un tiempo que afecta más a las personas que a los objetos. Tiene unos 85 años y es un cliente fiel del local desde que se abrió.

—Yo iba al Luna Park a ver las peleas de boxeo de chico. Hay uno que se llama Barili que yo le hice el contacto para que pelee ahí. ¡Que épocas!

Recorre con su mirada todo el local.

—Me encanta todo lo que hay acá. Son cosas muy hermosas.

Armando se acerca dos o tres veces por semana al local buscando descubrir cualquier cosa que le llame la atención. Aunque pareciera que no solo busca cosas.

—Me gusta esa picadora de carne. Capaz que es más práctica que la tengo.

—Es un buen fierro y casi no tiene uso. Es Suiza.

Javier la descuelga y se la muestra.

—¿Cuánto está?

—20 mil pesos.

—No sé, ¿el último precio es ese?

—Dejate de joder, si es por eso sabés que te hago precio, dame 15.

—Voy a ver si llego.

—Me traés la plata después, no hay drama.

—No no, sabes que yo tenga una buena conducta.

Saca su billetera lentamente y procede a contar billetes de mil.

—Llego hasta 10.

—Me lo traes después, ya te dije.

—Mañana te lo traigo, gracias por tu amabilidad.

La voz, un poco temblorosa por la edad, tiene un dejo de ternura y de tristeza.

—¿La limpio?

—Limpiala bien con alcohol y está lista para usar.

—Dale, gracias. Yo quería hacer hamburguesas con el centro de la entraña. Es más barato y es jugoso. Creo que con esta picadora van a salir espectaculares, tiene pinta de que hace mucha fuerza.

—Vos sabés que las cosas de antes son buenas.

—Sí. Por eso, cuando veo que algo me gusta, intento darme los gustos en vida. Nadie se lleva nada a la tumba.

Gira para irse.

—Mañana a las 10 en punto estoy acá para darte los 5 mil que faltan.

—No pasa nada, cuando puedas.

—Sí, te los voy a traer, porque si sos así, tenés todas las puertas abiertas, si sos garca, vas a estar afuera siempre.

Lo mira fijo unos segundos con los ojos un poco brillosos y se marcha.

A media ida, se detiene y se da vuelta.

—Por ahí te lo conté, pero de viejo hay cosas que uno las repite. Estoy trabajando en un hermoso reloj de pared…

Armando trabajó toda su vida como mecánico de autos. También se dedicó a reparar muebles y productos electrónicos. Con el tiempo se volvió coleccionista de objetos a los que también les da uso.

—Impresionante como seguís laburando a esta edad— comenta Gise.

—Y soy un mecánico famoso jaja. Trabajé con Eduardo Menem por 5 años y con 31 autos de su custodia.

Sigue recordando.

—Y no te olvides que también era físico culturista, cuando era joven. Pero después el físico se me fue.

Parece que se va, pero nuevamente vuelve sobre sus pasos.

—¿Sabés que yo tenía una novia? ¿La podés buscar? Era de cuando tenía todo y era joven. Vas a ver que linda que era.

—Sí sí dale. La buscamos. Decime el nombre.

—Norma Ferriello.

Javier la buscar en la computadora y la encuentra.

—Era muy linda che.

—Fue mi gran amor. Era hermosa. Esto fue hace casi 50 años.

Javier sigue navegando buscando más fotos.

—Sacala, sacala que por esta mina perdí el pelo y perdí todo. Terminamos mal.

Ahora sí decide irse, y esta vez parece definitivo. Armando vive solo hace muchos años y prácticamente no tiene familia. No tuvo esposa y no tiene hijos ni hermanos. Tiene dos propiedades, que piensa regalárselas a unos amigos antes de que muera porque no quiere que se las quede el Estado. Ya regaló su auto a un chico que trabaja en una bicicletería. Siente que le queda poco.

—Un día de estos los voy a invitar a comer.

—Yo llevo el asado.

—No no, yo lo compro, porque los estoy invitando. Los quiero mucho. Adiós.

***

La tienda de antigüedades es mucho más que una tienda, es mucho más que un local que alberga objetos antiguos de valor. Es un punto de encuentro para las personas, un punto de encuentro para lo que llevan dentro, en ocasiones un espacio terapéutico. Es un lugar donde los prejuicios rápidamente se dejan de lado, un lugar donde los objetos a veces pasan a segundo plano y donde la comunicación más auténtica se hace visible. El local se presenta como un lugar esperanzador para contener y enmarcar la historia no solo de los objetos sino de las personas.

Este santuario, donde las emociones se entrelazan con lo material, donde los relatos están a la vuelta de la esquina, revela su verdadera esencia cuando cada visitante, al cruzar la puerta, deja parte de su propio ser y se entrega a la desnudez sentimental.