INSTRUCCIONES PARA CONVERTIRSE EN UN "PEGU"




Por Agustina Guillen //

Es muy sencillo convertirse en un “Pegu”. Lo primero que hay que hacer es acercarse a un patrullero de la policía y descargar a las patadas tu bronca. Siempre rodeado de tus hermanos, que son más tu grupo de pertenencia que tu familia. No te faltan razones para hacerlo.

En el único Hospital Municipal de Hurlingham, el San Bernardino de Siena, una tarde calurosa de verano, con 15 años muere León. Tus hermanos, mientras lloran, deciden tirarle piedras al móvil de la policía. No paran. Rompen los espejos y la sirena. Nadie actúa ni dice nada, los vecinos se quedan mirando la situación como si estuvieran acostumbrados. Sólo reaccionan los periodistas que están en el lugar. Deciden tomar distancia porque temen salir lastimados. Tus otros familiares los abrazan e intentan contenerlos.

¡Cuidado las piedras que rebotan en el patrullero! 

La periodista le grita al camarógrafo.

Si uno de tu grupo muere por consumir droga adulterada, el enojo es con la policía. La culpa es de ellos. Te subís al móvil saltando con la intención de romperlo. No importa si no tenés fuerza suficiente porque sos un menor de edad. Tu delgadez no te impide agarrar objetos pesados del suelo y tirarlos contra el vidrio del patrullero para expresar la tristeza que sentís por dentro.

En la villa Puerta 8, del municipio de Tres de Febrero, se vendió droga adulterada. En el conurbano bonaerense quedaron internadas 83 personas y fallecieron otras 23. En Hurlingham, cientos de personas acudieron al San Bernardino y a los once centros de salud de la localidad. Se desconoce cuántos murieron en sus casas sin asistencia médica.

De tus once hermanos, todos entre 10 y 17 años, uno ya no está. Se fue el día de su cumpleaños mientras se drogaba con su novia y su papá, quienes también habían quedado internados. La familia es todo para vos. Aun teniendo dos madrastras y otros 20 hermanastros, los querés a todos por igual y das hasta lo que no tenés por defenderlos.

Cansados, vos y tus hermanos se van del lugar, inimputables. Sabiendo que nadie les va a decir nada, que la policía no tiene herramientas y eso juega a tu favor. Mientras, sufren en silencio, no encuentran ningún tipo de consuelo o contención. Tu hermano ya no está más.

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Para convertirte en un “Pegu”, una especie de Peaky Blinder del conurbano, lo siguiente es ir a la escuela, que queda a pocas cuadras de tu casa en Hurlingham, al límite con Morris. Es la Escuela Primaria N°20, ex 85, a la que vas a faltar más de la cuenta y por eso tu maestra, Marta, va a hablar con tu mamá porque sabe que si no estás en el colegio es muy probable que estés en la calle, robando o haciendo lío.

Mientras charlan en la puerta, Marta insiste en que los chicos deben asistir a la escuela y portarse bien con los otros nenes. Tu mamá la mira atentamente mientras escucha en silencio. No dice nada hasta el final de la conversación cuando promete que ustedes van a cumplir.

La penitencia tiene una puerta con rejas. Es como una especie de cárcel pequeña que no tiene otra salida que esa. Huele a encierro, es oscuro y frío. No tiene ventilación ni luz, a menos de que se corran las cortinas de las ventanas ubicadas bien en lo alto de la pared. Cuando los chicos se pelean con sus compañeros, aunque sucede pocas veces, les llaman la atención y los mandan a la “penitencia”, donde saben que les van a decir cosas que no quieren escuchar.

Es la última instancia después de haber visitado el gabinete psicopedagógico integrado por una psicopedagoga, una orientadora social y una asistente de educación. En los casos más graves, que exceden los límites y permisos para accionar de una escuela, se llama al servicio zonal, que recibe más de mil niños y niñas por mes.

La penitencia también es la sala de dirección, donde las maestras se reúnen con Matilde, la directora, cuando hay problemas.

Son re tranquilos acá, están contenidos. 

Marta y Matilde miran las actas y denuncias.

El problema es la calle.

No sé si hay denuncias hacia los chicos o la familia. 

Sí, sí hay. 

Matilde señala la pila de papeles sobre la mesa.

Si querés escalar rápido, ser un “Pegu” de verdad, sabés de códigos. Lo primero que aprendés es que a la familia y a las maestras de la escuela jamás se les hace daño. Una vez que pasás a la secundaria es diferente, aunque hay pocas probabilidades de que llegues. Sólo 16 de cada 100 chicos como vos terminan la secundaria a tiempo, pero mientras seas menor, y no seas conflictivo ni en el aula ni en el recreo y cumplas, vas a sobrevivir.

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De las 187 mil personas que viven en Hurlingham, no debe haber una que no haya pasado alguna vez por Cinco Esquinas. Hay tránsito, pero no demasiado. Sabés de memoria cuándo va a cortar el semáforo. Es tu oportunidad para acercarte a la fila de autos. Preguntás si alguien te puede ayudar con alguna “monedita”, esperás paciente, pero seguís de largo hacia el auto de atrás y volvés a preguntar lo mismo.

La mayoría de las respuestas son negativas. La gente no tiene plata para dar, incluso cierran las ventanillas. No te quieren hablar. Si leés el instructivo, de principio a fin, no hay ningún paso en el que reacciones de forma violenta, pero te pone mal saber que tenés que pasar muchas horas parado en el mismo lugar para obtener algo. No podés jugar y tampoco dejar de preocuparte por comer. Sos un ejemplo del 62% de niños y adolescentes pobres del país.

Es la famosa “esquina de la junta”. Los más grandes van a tomar y drogarse, sobre todo los fines de semana. Se pide plata, se roba y se sale al mismo tiempo. Tomás y David son los más conocidos del barrio. Actúan como una banda, pero sus gestos son aniñados e infantiles, aunque eso ya no conmueva a tus vecinos cansados de que invadas su propiedad privada. 8 de cada 10 denuncias contra menores son por daño a la propiedad.

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No tenés techo, sabés que no hay límites. Tomar una casa no es cosa sencilla, hay que estar preparado. Primero elegir el lugar y, luego, marcarlo con un grafiti para que el grupo lo pueda distinguir.

Si no hay movimientos, y tampoco noticias de los vecinos, se puede entrar. Como en Casa Tomada, vas ocupando los ambientes lentamente. Tus hermanos ya tienen un hogar. Ahí se va a juntar el “clan”. En algún momento, los vecinos se van a avivar y, aunque sea tarde, llamarán a la policía. Van a llegar rápido. Van a encontrar drogas, alcohol y cosas afanadas. Van a meter preso a tu hermano, al más grande, al responsable de todos, que va a ser demorado y condenado a prisión. Vas a sentir dolor, frustración y angustia. Siempre es así cuando uno cae preso o se muere. Es el último paso para ser un “Pegu”, el que querés evitar, porque sabés que no hay vuelta atrás.

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