CAMPAÑA FILOSA

 


Por Lisandro López//

-Acompañame hasta allá y hacemos una foto.

En pleno año electoral, Diego organiza la campaña de un partido opositor en un municipio del conurbano donde viven casi 200 mil personas. Se encarga de que 75 mesas con sombrillas estén en el centímetro correcto. Allí 225 personas reparten folletos.

Diego va a encontrarse con uno de los “pesos pesados” con los que suele reunirse para hacer sus arreglos privados. Solo puede llevar una persona y nunca, por nada del mundo, los organiza en casa.

Redobla el paso. Solo 400 metros lo separan del punto de encuentro. Ya va por la segunda cuadra. A lo lejos se ve un hombre de chomba blanca y unos pantalones de jean entre una caravana de treinta personas. Copan la calle los bombos, las banderas, las boletas y una V tomada por insignia en cada mano. El actual intendente busca votos. Hay que convencer a los comerciantes. Dice que puede haber algo mejor, ya tocaron el piso, pero no cayeron al subsuelo.

Están en bandos distintos con Diego, desde hace mucho tiempo. Rivales, pero no enemigos. Se dan con todo en los medios, pero no tienen problema en comer un asado. Ahora se hacen una sonrisa cómplice. Cuando se encuentran, susurran algo, pero los tapa el volumen de los gritos, la cumbia santafesina y los escapes de los autos.

Apenas pasan 5 minutos, pero el celular de Diego explota. Lo mira varias veces. Tiene que llegar.  En cada esquina hay “pancheras”, carteles y merchandising, digno del lanzamiento de una película. Son 18 candidatos que compiten por estar al frente de los 36 km2 del municipio a partir del 11 de diciembre de 2023.

Este boludo me hace perder el tiempo al pedo.

Cierra los ojos y refunfuña. Ya llegó.

Podría estar dando una mano en alguna esquina u organizando el asado para los miembros del equipo. No todos saben del almuerzo porque es para los “referentes” de los barrios. Esos que dan una mano para entrar en los lugares más inhóspitos, calles de tierra en las que hay más drogas que personas. Dar una mano significa una buena cantidad de plata. Gorrita, conjunto deportivo y unas Nike que sostienen más de 100 kilos. Mueven gente. No se muestran mucho en público. No hablan.

Diego empieza a dar la vuelta. Se escuchan algunas bocinas y una música al ritmo de la T y la M con una letra modificada. Un parlante saturado lucha contra un revuelto de sonidos. En las camionetas flamean banderas negras con un león dorado y una leyenda que dice “Viva la libertad”. Es el candidato local de otro partido. Se proclama como una especie de salvador que va a solucionar todos los problemas. Saca medio cuerpo por la ventana de la RAM, saluda y sigue con su discurso. En un momento se pone en pausa. Cruza miradas con Diego.

Un saludo para mi amigo.

Risas de por medio. Lo mira. Coloca el dedo gordo en la oreja y el meñique en la boca, como si fuera un teléfono.

***

600 personas, 135 kilos de carne, 25 de pan y 1 candidato.

Es un día bastante normal para los que están sentados en las sillas. En un país en el que el más del 40% de las personas son pobres, comer asado gratis puede ser una oportunidad única. En realidad, salió $300 mil para quien lo pagó. La misma persona que gastó $480.000 en folletos. $200.000 en banners. $400.000 en tarjetitas. Además, paga el sueldo de más de 30 personas que “timbrean” entregando boletas, 10 que recorren el territorio, 15 más que están en las sombrillas, 7 en un call center y más de 700 fiscales para las elecciones.

Gente con ropa rota, caras sucias y perros desnutridos transitan la calle de tierra, cortada por dos cuadras, donde hay un arroyito en el que se puede encontrar cualquier cosa.

Dicen que alcanza para todos. Cada uno quiere ser el primero en recibir un pedazo de carne. La parrilla se vuelve un sitio de peregrinación. Hay algunos empujones. Nada pasa a mayores.

Más de 10 veces les piden a todos que se sienten. El candidato quiere hablar.  Apenas saben que se llama Walter. Pero sí saben que quiere ganar votos. Es muy poco probable que más de 50 lo apoyen.

El rock invade el ambiente de la mano de una banda que pone a aplaudir a los más grandes. Algunos hasta se animan a bailar. Una precandidata a diputada nacional tira pasos con una persona que no se sabe si tiene una casa donde dormir. 1, 2, 1, 2, giro, manos atrás de la nuca, cambio de posiciones y a repetir. La coreografía fluye. En una centésima de segundo, algo negro cae del bolsillo del hombre. Casi sin ser percibido, lo pisa y hace un movimiento para levantarlo. Quizás nadie lo notó porque no se disparó. Dicen que siempre hay que estar preparado por estos lares.

A poco menos de 100 metros, un grupo de chicos custodia un cartel del intendente. Con más gorra que cara, miran lo que está pasando y parecen mandar mensajes, como si narrasen el minuto a minuto.

La carne sigue cocinándose, pero es escasa. Como mucho alcanzará para 10 sánguches. Alguien tiene que traer más. Se enciende el auto del chofer y sale antes de que le digan qué comprar. Volverá como un salvador con una bolsa de vacío cual trofeo. Para ese punto se habrá terminado el pan. El panorama se dará vuelta.

Hay hambre. Todos quieren su turno. Vuelven los empujones, ahora más salvajes. Se vence uno de los caballetes que soporta la tabla de madera, una especie de mesa, donde ponen la carne. La levantan. Desgarran el mantel de papel para poder hacerse con una porción.

Mientras, se escuchan gritos provenientes de dos casas aledañas. No se sabe si la señora los mojó a propósito o si los chicos estaban arruinándole las plantas. Algunos se acercan a ver. Las cabezas de quienes están sentados giran al unísono. A lo lejos se puede ver el reflejo del sol en el filo de una cuchilla que duplica el tamaño de la cabeza del hombre que la empuña.

Vieja de mierda, siempre hay problemas con vos. Te voy a matar.

Diego llega agitadísimo.

Salgan todos.

Está casi tan pendiente de que no pase a mayores como de que no aparezca ninguna remera rosa, la del equipo de campaña. Nadie sabe si meterse o no. Los insultos siguen volando. Una chica pone contra la pared al hombre. Lo mira, tan de cerca que por poco le puede ver el alma. Lo convence de que no siga. El del arma blanca no se va a ir sin reiterar la amenaza.

Estate atenta a la noche.

***

A diferencia de vos, yo no estaba interesada en venir.

Esa mañana del 13 de agosto, de Juliana solo se espera que llegue exactamente en el momento indicado. El reloj marca las 7 en punto. Va a trabajar todo el domingo. Día de elecciones. Se sabe cuándo empieza, no cuando termina. Poco le interesa si gana la violeta de la Libertad Avanza, la azul de Unión por la Patria o la amarilla de Juntos por el Cambio.

Antes de sentarse tira con desprecio su cartera marrón sobre la mesa. Corre la silla con una patadita. Sabe que ese va a ser el espacio vital. Se ubica en la cabecera de la mesa que días atrás la Junta Electoral le había indicado por correo.

El frío parece que se le pegó hasta en los ojos. Hacen tres grados de sensación térmica. La mirada puede cortar el aire. Con suerte caben tres personas en ese pasillo. Está iluminado casi por completo. En la última mesa, la luz brilla por su ausencia. Cierra los ojos y cuenta. Uno, dos, tres. Respira profundo. Sin consultar, cambia todo de lugar para que el último rayito de la lamparita llegue a la mesa.

Las autoridades de los partidos políticos saben que eso no se puede hacer por cuestiones logísticas. Discuten entre ellos para ver quién va a decírselo. En elecciones anteriores ya habían tenido problemas. Esperan no tener que llamar a la policía. El cuartito de la cocina ahora se convirtió en una sala de debate.

Andá vos que a mí la otra vez me sacó cagando.

Nadie la quiere enfrentar. La mejor opción es ir todos juntos. La voz les baila una salsa mientras hablan. Vuelve todo a su lugar, pero hasta que no se haga la luz, ella no va a tocar una hoja.

Ni me hablen, estoy de mal humor.

Mesas que van de un lado a otro. Llegan las urnas. Se acomodan las boletas. Ella es lo único que permanece estático. Fue clara la orden. La solución llegará media hora después. Un alargue y un velador. Seguro son del fiscal general. Estaban en su habitación.

***

8.15 am. Llegan las primeras personas a la escuela. El primero que vota es el intendente. Una docena y media de facturas en mano, tres cámaras y la típica pose para los medios gráficos mientras mete el sobre en la urna. Espera cinco segundos. Mira la cámara. El pedazo de papel permanece inmóvil, a medio meter en la caja de cartón de la “Mesa 160”.

¿Ya está?

Una chica de unos 30 y pico de años afirma con la cabeza. Probablemente sea la encargada de comunicación. Uno por uno, les da un apretón de manos a quienes están en la mesa. Saludo general para el resto de las personas en el colegio.

Les deseo una buena jornada democrática.

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Aplausos y festejos. El reloj da las 18. Cerró el colegio. Caras de felicidad en algunos. Otros se comen las uñas y mueven los pies para todos lados. Julieta es una estatua. Por lo único que se alegra es porque está más cerca de volver a casa. Toma una bocanada de aire. Resopla. Se pone a contar la cantidad de personas que asistieron del padrón total para hacer lo más rápido posible.

Que si hay 307, que otro tiene 305. A un hombre le da 310. Ella Ignora lo que dicen. Si no les da una diferencia grande de votantes no hay problema en seguir adelante. Media hora tardarán las distintas mesas en ponerse de acuerdo. Bancos que chocan, sillas que se arrastran y golpes de distintos objetos retumbando por todo el colegio. Los cuartos oscuros están listos. Ahora a contar.

Uno de los presidentes de mesa arma una barricada que lo separa del resto de los fiscales para abrir los sobres con tranquilidad. Sale el primero. Antes de poder ver el color de la boleta ya todos están amontonados, como leones sobre su presa. Las mesas quedaron por el piso. El nerviosismo es tan grande que las pulsaciones pueden explotar cualquier tensiómetro.

Boleta azul, amarilla, violeta, azul, azul, amarilla, violeta, violeta, violeta, amarilla.

Se escuchan voces en otras aulas. No se distingue qué dicen, pero el eco retumba a lo largo del pasillo. Pisadas fuertes y puertas que se abren y cierran. Dos hombres con los que nadie querría pelearse recorren el lugar. Cada tres minutos se asoman por los cinco centímetros que quedan abiertos de la puerta. Deben “controlar”.

Sigue el recuento. La pila de boletas aumenta su nivel. 190 en total.

Se hace un gran silencio. Caras de asombro. Esperaban un clima de festejo, pero es más de luto. Apenas si se oyen murmullos y notificaciones de un celular que olvidaron silenciar. En las redes empiezan a circular resultados que confirman los rumores.

La lista violeta arrasa. Ni estar unidos por la patria ni juntarse por el cambio sirvió. La gente elije lo nuevo, lo diferente. Por más malo que sea, da un salto de fe al vacío.

***

Son las 22.30 h. En la mayoría del país se conocen los primeros resultados. En el municipio fue voto a voto. Está al rojo vivo la interna entre el actual intendente y el ex compañero. Reina la intriga.

“Gracias a todos los vecinos que nos acompañaron. Es posible tener un municipio mejor”.

Un nuevo posteo en Instagram. Faltando 8 minutos para las 00 h. al intendente le arrebatan el trono. El cuervo criado le sacó los ojos.

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