Adopción en tránsito

 





Por María Belen Liberi Meloni

Un bebé duerme. El cuarto está casi oscuro. La idea es que no se despierte. Pese a la poca luz, se llegan a dis- tinguir muchas cunas, puestas en un orden estricto. Una mujer entra y arro- pa al bebé. Su respiración es liviana y relajada. No sabe dónde está, quién es y tampoco, quién será. Es uno entre los más de mil niños y niñas que esperan por una familia en la provincia de Bue- nos Aires

Mientras duerme, como cualquier día, su futuro dependerá de intrincados trá- mites burocráticos que decidirán, si al- guna vez, tendrá alguien que lo cuide, que lo quiera. En esos pequeños mo- mentos, sumergidos en sus sueños, su larga espera se hace un poquito más corta. Mientras tanto, María, la mujer que lo arropa, será quien se ponga en ese lugar.

Desde 2014, María y Silvina se volvieron las madres transitorias de cada niño que llega a “La Casita de María” en Lomas del Mirador, La Matanza. Allí pasan sus primeros años hasta que alguna familia los adopte. Los primeros pasos, las primeras palabras, esos momentos que to- dos atesoran mientras crecen sus hijos, suceden ahí. Mientras tanto, sin saberlo, los niños y las niñas esperan que un juez decida su destino. Una ley, la N°24.779, debería ampararlos. Son cientos de artículos que determinan cómo es el proceso de adopción en Argentina. Un adoptante debe tener más de 25 años y, por lo menos, 16 años más que el adoptado, ser argentino o naturalizado. También, existe el Registro Único de Aspirantes a Guarda con Fines Adoptivos, donde cualquier persona que cumpla esos requisitos puede anotarse.

La hora del baño es esencial. Cada tarde, a eso de las 17, María abre la canilla de la bañera. Espera a que el agua esté lo suficientemente caliente para que no pasen ni un minuto de frío. Primero, Silvina trae a los más grandes. La bañera es lo suficientemente grande para que entren dos. Pequeños juguetes flotan en el agua, mientras María y Silvina dulcemente les pasan el shampoo por la cabeza. Los más grandes aman la hora del baño. Ríen y salpican sin parar. Por eso, cuesta sacarlos. Pero hay que terminar. Se acerca la hora de comer.

La cocina es otra aventura. Hoy a los más grandes les toca un guiso de lentejas. A los bebés les cocinan puré de zapallo. Siempre los alimentan juntas, mientras están en sus sillitas. Los lunes siempre toca pastas, mientras que los viernes dejan que los nenes más grandes propongan una idea para cocinar algo. Cada semana es el mismo ritual desde que se inauguró el hogar.

Silvina es la encargada del guiso. Tiene un aroma que llama la atención de todo el barrio. El truco son muchas lentejas, junto con algunas verduras y salsa de tomate. Solo una leve pizca de sal para no excederse. Mientras María pisa el puré con mucha paciencia porque los bebés necesitan el máximo cuidado.

La Casita de María está pensada como eso, una casa. La idea es que los niños no lo sientan como lo dice la fría letra de la ley, un hogar de tránsito, una familia momentánea. Todos los días, con pequeños gestos, intentan darles lo que no tienen. En algunos momentos del día, se trata de jugar. En otros de leer un cuento, una historia distinta para que su imaginación vuele.

Los vericuetos burocráticos harán que las fundadoras del hogar sean sus ma- dres por más tiempo del esperado. La ley indica que las familias de tránsito pueden adoptar a los menores, más allá del tiempo transcurrido. Los días se convierten en meses. Los meses en años. El desarraigo se hace difícil. Hay niños que sufren mucho la partida después de pasar tanto tiempo en el hogar.

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8 AM. Llegó el día esperado. No lo pueden creer. Hoy abre el hogar. Es tempra- no y un llamado las sorprende. Del otro lado, una voz las felicita. Dice que es una “autoridad de la zona”. Les pide, sin mucha opción a negarse, que reciban a dos bebas de 13 y 15 meses. “La Casita de María” tiene apenas un edificio. Sólo eso. En realidad, no tiene ni nombre. Al menos, legalmente. Los trámites para la personería jurídica recién están iniciados. Ni siquiera pañales o mamaderas. Nada. Según la voz, al juez parece no importarle.

María y Silvina no saben qué hacer. Están indignadas, pero no pueden dejar a las bebés a la deriva. A nivel jurídico, la situación está fuera de lugar. Cuando se asigna un niño o niña a un hogar, primero se debe hacer un análisis y control, donde se comprueba el respeto por las normas de seguridad e higiene, entre otros aspectos. En definitiva, saber a dónde están dejando a los menores. Además, se debería realizar una articulación con los denominados servicios zonales de la provincia de Buenos Aires, que deben encargarse del contacto asiduo con el niño, como así también de recibir las denuncias y hacer el seguimiento en cada caso. 

 

12 AM. El día sigue y las ganas de ayudar a esas bebas le ganan al miedo. Ahora, compran mamaderas, yogures, vitinas, verduras. En fin, ya es un hecho que el hogar tendrá a sus dos primeras invitadas y ni siquiera está inaugurado. 

 

2 PM. Una camioneta gris estaciona en la cuadra del hogar. Tiene pinta de ser del juzgado. María está con Teresa, que es abogada y colabora con el hogar. Juntas salen para recibirlos. Les dan a las bebas, cual paquete de una empresa de mensajería. Cuando las tienen entre sus brazos notan lo flaquitas que están, miran la ropa que tienen. Con sólo un segundo, se ve su vulnerabilidad.

 

Desde ese momento, empieza la aventura. Es algo nuevo, pero saben lo que están haciendo. Ayudar es lo que más quieren. Por eso, están por abrir el hogar, que ya tiene dos personitas.

 

4 PM. Están llegando los invitados para la inauguración. Hay amigos, familias y vecinos que se enteraron que todo comienza. No se pudo organizar mucho.  Fueron horas de incertidumbre, de idas y vueltas, para ver cómo ayudaban a las bebas. 

 

Una mesa plegable luce en la recepción del hogar. Sándwiches de miga, jugos, globos rosas y verdes. Todo para festejar. Tal vez, las dos bebas nunca habían tenido su primer cumpleaños y esto era algo parecido. También, hay una cinta roja, las típicas que se cortan en una inauguración. 

 

Entre los invitados está el padre Juan, famosa celebridad del barrio. Llega para bendecir al hogar. Un primer paso. En pocos días, serán dos nenes más, uno con Síndrome de Down y otro con un problema neurológico. Unos meses y ya serán 5. Algunos se irán y otros llegarán.

 

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Una mujer tiene los ojos rojos. Está acostada. No sabe dónde está, pero no para de llorar. Se levanta. Se cae al piso a cada paso. Su cuerpo tiembla. Sus piernas no responden. Sólo llega a escuchar el llanto de un bebé. Intenta salir de ese lugar. No sabe si lo que siente es por todo lo que circula en su sangre. Cuando se vuelve a levantar, va golpeando todo a su paso. Primero, una puerta, luego otra, y finalmente la oscuridad. Siente en sus pies la tierra de la calle. Todavía en sus oídos resuena el llanto de ese bebé.

 

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El llanto se escucha cada vez más fuerte. Un hombre se siente enfurecido. Un fuerte sonido hace que todo tiemble alrededor. El bebé deja de llorar. La TV está encendida. Y así seguirá por horas, mientras el hombre enfurecido la mira pasmado, sentado en un sillón.

 

- ¡Policía, abra la puerta! – se escucha más fuerte que el sonido de la TV.

 

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Un hombre es detenido por la policía. A su lado hay un pequeño bebe. Tiene el ojo izquierdo hinchado. No emite sonido. Todo indica que es un golpe. Lo llevan al hospital. Llega desmayado. Para entonces, su ojo ya está totalmente rojo, inyectado en sangre. Se llama Franco. Apenas tiene 9 meses. Ese golpe, que le dio su padre, generó una lesión neurológica grave. Estará internado por el próximo mes hasta que María y Silvina aparecen en su vida.

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Conseguir un hogar de tránsito es una odisea. Cualquier niño que llega, lo hace bajo la tutela del Estado. Un funcionario detecta su “estado de vulnerabilidad”, es decir, que esté abandonado o en algún tipo de situación de riesgo. 

 

En la mayoría de los casos terminan en un juzgado de menores de turno. En este proceso intervienen autoridades del Poder Ejecutivo nacional, pero también provinciales y municipales. Laberintos que terminan en un juez, quien tendrá el patronato del menor hasta que consiga una nueva familia.

 

Por todo eso pasó María. Pero, ahora, ya tiene a Franco sobre su pecho, bien abrigado para que no tenga frío. Junto con Silvina se encarga de cuidarlo. Todas las noches es el mismo ritual. Siempre le gusta el calor del cuerpo de alguna de ellas. Eso lo tranquiliza. 

 

Hoy todo será diferente. Comienza a temblar y su boca se llena de espuma. Hay que ponerlo de costado o eso indica el manual, si es que lo hay. La epilepsia es un trastorno neurológico. La actividad eléctrica aumenta en las neuronas en alguna zona del cerebro. Quien la sufre puede tener convulsiones o una serie de movimientos incontrolados de forma repetitiva. 

 

Nadie sabe qué hacer. Sólo queda ir al hospital. Los minutos para llegar parecen horas. Franco no responde. Los médicos lo atienden y, luego de un tiempo, logra estabilizarse. Una enfermera les dice a María, Silvina y Victoria, otra ayudante del hogar, que debe quedar internado por varios días para saber por qué ocurrió. Todas lloran. No saben si lo que pasó tiene que ver con los golpes que recibió.

 

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El niño duerme con la luz prendida. Parece el típico temor que todos tienen cuando son pequeños. Empieza a llorar. Está sólo. En realidad, se siente así. María siempre le da una mamadera para que se tranquilice y espera que se duerma. De repente, Franco tiembla entre sus brazos, como si fuesen espasmos. Huellas de su corta vida. Lo abraza más fuerte para que no despierte. Las lágrimas caen sobre su rostro, lo mira y lo besa. Ojalá nada de eso le hubiese ocurrido a un ser tan especial. Así pasan muchas noches durante casi cuatro años. 

 

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Teresa es abogada. Desde el 2014 acompaña al hogar con cada caso que surge. A veces, la dificultad tiene que ver con conseguir una familia de tránsito para los niños. En otros casos, lidiar con las trabas burocráticas. También, los padres biológicos intentan recuperar a los niños y entorpecen el proceso de adopción, ya que la ley establece que, si existe algún familiar directo, deben tener la prioridad. Cuando no hay registros de padres o familiares cercanos, el juzgado puede llegar a actuar con mayor rapidez. 

 

Para eso, se asigna un asesor de menores, que debería encargarse de garantizar que, en el procedimiento, siempre se escuche al niño o niña. También, tiene que ayudar en la revinculación con la familia biológica, o bien, colaborar con la búsqueda de una familia nueva, a través del Registro Único de Adoptantes.

 

En el caso de Franco, muchas dificultades se tuvieron que sortear para que siga en el hogar esperando a una familia. Hoy, ese día llegó. Franco tendrá una familia. El juez se lo informó a Teresa. Dos personas de 60 años se harán cargo de su tutela. Dos veces por semana lo visitarán en el hogar. Deben lograr esa conexión tan necesaria para poder convivir. 

 

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Franco va a dejar el hogar. Se mezclan muchas emociones. Cada vez que las llaman para decirles que hay una nueva familia, María y Silvina sienten una inmensa nostalgia, pero también alegría. Les pasa lo mismo con cada niño o niña. Por eso, tener que despedir hoy a Franco es una tarea difícil, pero reconfortante. En definitiva, un hogar debe ser eso, un camino de tránsito para conseguir una familia, que los quiera, que los cuide, que les dé una vida mejor como cada día intentan en la “Casita de María”, aunque sea, por un ratito.