EL SUEÑO AMERICANO

 

Por Catalina Maroto

Es domingo y a Mateo Seghezzo le gusta madrugar. Se levanta temprano en su departamento, y se prepara un mate para desayunar acompañado de beagles, una especie de donas norteamericanas –lo más parecido a facturas que existen allá-, a las que les unta queso Philadelfia. Se sienta en su sillón a mirar por la ventana. El verde predomina en la vista, un muro de árboles se alza frente a su ventana y él está fascinado.

-Cuando me fui de Salta y llegué a Texas le pedí al manager, que me dé la habitación con mejor vista.

Para ser un departamento compartido por dos jóvenes que se la pasan fuera casi todo el día, todo está en su lugar. Su compañero de departamento, Gabriel, es un joven brasilero de 27 años, que toca el piano y está haciendo su posgrado.

-Está bueno vivir juntos. Somos dos sudacas.

Un sillón azul aterciopelado de tres plazas frente al ventanal ocupa casi toda la sala de estar. Por encima del sillón cuelga la bandera de Argentina, que llena de color la pared blanca.

En la cocina, Mateo tiene diferentes imágenes de músicos famosos, bien alineados en la puerta de la heladera, de los cuales Bach es su favorito.

-Quiero llenarlo de gente –dice el joven, y señala la heladera.

En su dormitorio, predomina su biblioteca. Una colección de clásicos, desde Shakespeare hasta Borges, se encuentran acomodados cronológicamente en las estanterías. Todos los libros están en perfecto estado, y muchos de esos clásicos están laminados.

Para cuidarlos, Mateo recomienda acomodar los libros “parados” para evitar que el ejemplar se deforme al aplastarlo en el estante, y que la habitación esté a una temperatura que ronde los 19°, ideal para los libros. Además, como un extra, lamina los libros con cinta scotch. Corta largas tiras para forrar las tapas y contratapas, y con el borde es todavía más cuidadoso, para que no sobre cinta y quede mal forrado.

-Es un placer. Leer es una alta prioridad mía, me encanta leer los clásicos.

Se ata el pelo que le llega hasta los hombros en una media colita para evitar que le caiga sobre los ojos, con una mano sostiene la tijera, con la boca la cinta, y calcula el largo exacto de la cinta sobre la tapa del libro. Una portada celeste recién laminada tiene impresa con letras blancas: “Bach, barenreiter urtext”.

-Es un libro urtext, la mejor editorial de música. Leés literalmente lo que puso el compositor.

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Mateo no pasa un solo día sin practicar su música desde que llegó a Estados Unidos, más precisamente a Texas -un pueblo con 40 mil habitantes, ubicado en la región Sur del país- para dedicarse a estudiar percusión.

La universidad se encuentra en Huntsville, una ciudad del condado de Walker Country, que se ubica en el este de Texas Piney Woods, en la Interestatal 45. Los climas son variados por lo extenso del Estado de Texas, pero la zona se caracteriza por tener un clima subtropical con veranos húmedos y calurosos.

Todos los días, el joven sale de su departamento rumbo a la Universidad Estatal Sam Houston, fundada en el 1879 que tiene alrededor de 20 mil estudiantes. Esta universidad es muy selectiva, tiene una tasa de aceptación bajísima; solo entran 5 personas de cada 100 postuladas.

El campus tiene 110 mil hectáreas con espacios verdes de sobra, situados entre las edificaciones y departamentos, lo que rompe con la estructura y permite estudiar al aire libre o incluso disfrutar el recorrido de una materia a otra, aunque si se quiere llegar a tiempo se debe caminar a paso rápido.

Las aulas básicas son amplias, con capacidad para 50 personas con pupitres individuales y en perfectas condiciones. Dos carteles indican el número de aula y la advertencia que no se puede tomar ni comer dentro.

Mateo practica entre dos y tres horas la marimba en el aula de música, consciente de que así podrá avanzar y progresar.

-Los músicos no podemos tener día libre, no existe eso, todos los días tenés que practicar. Hay mucha competencia entre nosotros. Imaginate que si te atrasás una semana, en realidad te estarías atrasando dos, porque perdiste los avances de la semana que no practicaste, y la siguiente semana recuperás el tiempo perdido, pero no avanzás lo que deberías haber conseguido en dos semanas.

Desde los 16 años, este joven salteño se dedicó a realizar aplicaciones de becas para estudiar en Estados Unidos, y finalmente a sus 18 realizó un intercambio para terminar su escolaridad en el College Station High School.

Hay tres tipos de carreras musicales: la Terapia musical, el Profesorado y la “Performance”, y Mateo se decidió por este último. Hoy, a sus 21, estudia la carrera de “Performance”, que no tiene una traducción exacta en español, pero significa algo como “una presentación artística en vivo, con un escenario y audiencia”.

Mateo, que viajó a Estados Unidos para perfeccionar la batería, la dejó de lado al encontrar un instrumento que lo enamora: la marimba. De aspecto similar al piano, tiene cinco octavas y se toca con dos bastones en cada mano.

-Algo me cliqueó en la cabeza, y todo el estudio y pasión que sentía por la batería lo transferí a la marimba. Le pedía permiso al director de bandas y me quedaba hasta las 10/11 de la noche para practicar -dice con un brillo en sus ojos verdes.

La batería es considerada un instrumento de percusión en EEUU y para dedicarse a su estudio hay que aprender todos los instrumentos bajo la categoría de percusión. En todas las audiciones lo más importante para el intérprete es la marimba, que hace, a su vez, que se apasione por Bach y por el barroco.

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El primer contacto musical de Mateo se produce a los cuatro años, cuando se muda a Holanda con sus padres y su hermana mayor, Natalia. Sus padres, ambos académicos e investigadores deciden terminar sus doctorados allí, en una escuela relacionada con la temática ambiental, ya que su mamá, Adriana, se dedica a la investigación del mejoramiento genético.

Para que los chicos hagan alguna actividad recreativa, Adriana los inscribe en clases de djembé, un tambor africano durante dos o tres meses, con una profesora africana proveniente de Mozambique.

-          La música siempre es una forma creativa de aprender en un niño. Fueron ahí y les encantó. La profesora alucinaba por el ritmo que tenían los niños siendo tan chicos. No les costó nada, porque los dos tienen oído musical -recuerda Adriana.

Dos años más tarde, la familia regresa a la Argentina. A pesar de que ambos padres tienen ofertas académicas en Holanda, quieren que los chicos tengan más incorporada la cultura argentina. Como académicos y científicos no tienen fronteras, pueden estar en cualquier lugar desarrollando la temática de investigación.

Ya en Argentina, el padre, Lucas, les regala a los chicos un CD de Tom Petty. Con un tema muy rítmico, Mateo se arma su propia batería con ollas, latas y baldes, y las golpea con cucharones de madera.

-          Todas las ollas que usó terminaron abolladas. Al balde lo rompió, incluso. Cuando Lucas lo vio, le preguntó si quería estudiar batería con un amigo, y así comenzó con la batería.

En 2008, con siete años, su papá lo llevó a estudiar con Oscar “Chinato” Torres, el más reconocido baterista salteño, que se destaca en el Jazz y en todos sus géneros. Mateo tiene el gen artístico en su árbol genealógico, donde se encuentran artistas como el escritor, Julio Cortázar; el folclorólogo, Raúl Cortázar; y la profesora y escritora, Celina Sabor, de quien hereda libros y composiciones, con los que estudia música.

Además de tener una familia con antecedentes musicales, en las provincias del noroeste argentino se promocionan las artes. Desde la Secretaría de Cultura del Gobierno de Salta se presenta el fondo “Promoción de la música”, que busca fomentar la industria, potenciar y difundir la actividad musical local. A través de convocatorias, concursos y programas se intenta movilizar los nuevos talentos y brindar a todas las personas las mismas oportunidades.

El fondo abarca la producción, grabado, edición y replicación de un CD y el dictado de capacitaciones técnicas y artísticas en todo el territorio provincial. La propuesta es abierta a artistas de diferentes géneros. Pero para Mateo, su prioridad, siempre fue estudiar música.

-Estaba más concentrado en estudiar batería que en tocar en bandas – dice su mamá.

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En 2019, Mateo realiza un viaje con sus padres a Buenos Aires para renovar la visa y poder estudiar afuera. De visita en la casa de sus tíos, el joven músico da un vistazo a la habitación cubierta por estantes repletos de CD´s perfectamente acomodados, y paredes adornadas con réplicas de pinturas de Picasso. El cálido sol de mediodía se filtra por la ventana y a pesar de tener la televisión encendida justo en frente, sus ojos se posan en un palo de madera, del que prende lo que parece tener la apariencia de un nido de hornero.

Se trata de un birimbao, un instrumento de origen africano, de cuerda percutida, hecho de una vara de madera flexible y alambre, a la que se le agrega una calabaza, que hace las veces de caja de resonancia.

Con el birimbao apoyado entre sus piernas, sentado en el borde del sillón, Mateo comienza a tocar la cuerda con los dedos, escuchando con atención cada sonido que sale de aquel artefacto que imita los ruidos de las campanadas de las iglesias, pero con un tono mucho más grave y profundo. Está un rato estudiando el artilugio, ignorando el mundo a su alrededor, sumergido en su curiosidad.

-          ¿Vas a hacer música con todo lo que toques?, le pregunta su tía, asomándose al borde de las escaleras.

La música la había despertado de la siesta, y -medio en broma, medio no- le ruega a Mateo que deje el instrumento y no haga nada por un rato. Mateo accede al pedido, se disculpa y se sienta en el sillón a ver una película con el resto de sus primos, pero con la cabeza aún metida en su reciente descubrimiento.

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Si hay algo que Mateo Seghezzo no puede hacer, es quedarse quieto. Con 13 años, en una visita a Buenos Aires, y luego de un tranquilo almuerzo de domingo en familia, se levanta de su silla, cansado de golpetear la mesa con los dedos, y se pierde en los pasillos de la casa de su tía abuela, Hilda.

En la habitación más desordenada, llena de libros y fotos viejas, se esconde un pianoforte negro. Casi como obedeciendo un llamado que solo él puede oír, Mateo se sienta en la banca frente al piano y desliza sus largos dedos con la precisión y suavidad justas para recrear la Marcha Turca de Mozart. Las teclas negras y blancas se sacuden enloquecidas en armoniosa melodía.

Como un niño enloquecido en un parque de diversiones, al joven intérprete lo vuelve loco la música. Parece poseído al escucharla y al reproducirla y en algún instrumento, se fusiona con ella. Verlo practicar y disfrutar del arte musical es fascinante, y se puede jurar, que quienes lo escuchan, quedan hipnotizados.

-          ¿No es increíble?, pregunta Hilda, quien en su juventud tocaba el piano y daba clases particulares. -Parece un pianista, es como si llevara la música en el alma.

Su tía abuela abre bien sus ojos celestes al ver que Mateo toca el piano de oído, porque nunca antes lo había tocado. Pasa las notas de la melodía que ya conoce a las teclas del instrumento con total naturalidad, y casi sin ningún esfuerzo.

La misma sensación genera en quienes lo escuchan tocar la batería. Los palillos chocan contra los platillos a una velocidad que se hace imposible seguirlos con la mirada. Mientras toca, Mateo transpira e inhala con fuerza, siempre concentrado, siempre dándolo todo. La música lo apasiona.

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A pesar de que Mateo es familiero y extraña a su familia, asegura que no volvería a la Argentina. Le gusta su país de origen, extraña las comidas tradicionales, incluso las costumbres o el sentimiento de pertenencia, pero los problemas económicos, políticos y de inseguridad lo hacen dudar de volver a la Argentina.

El joven elimina su cuenta de Instagram, porque cree que las redes vuelven tóxicas a las personas, y a pesar de poder darles un uso a su favor, como compartir su pasión por la música, elige no exponerse a las redes.

-Prefiero que un profesor me diga “ah, muy bien”, a que me lo digan diez mil seguidores -dice el joven con total sinceridad y convicción.

A pesar de estar “desconectado”, Mateo no está solo. A mediados del 2021, sus padres se mudaron por trabajo a 70 kilómetros, apenas 50 minutos de viaje a Texas, por lo que ya no está lejos de su familia. Aún no saben si vivirán allí de forma definitiva o si regresarán a la Argentina en algún momento, pero con lo inestable que consideran al país, creen que no volverán por un tiempo.

-          Intentamos vernos los fines de semana, pero a veces Mateo no puede por los grupos en los que participa. Cuando tenga más tiempo libre queremos que venga a conocer la casa -dice Adriana de forma comprensiva.

-          Tuvimos que mudarnos por dos razones, primero por lo económico, y segundo, por lo académico científico.

Texas tiene una creciente base en la alta tecnología, la investigación biomédica y la educación superior, por lo que, a Lucas y Adriana, les conviene trabajar allí. Mateo cobra una beca universitaria, y sus padres lo ayudan con sus otros gastos ahora que cobran en dólares.

El músico tiene un vínculo especial con sus amigos hispanos en Estados Unidos.

-          Acá, si hablas español se genera un sentimiento del que te sentís parte, ¿Sabes? Es como que entre ellos se hacen favores, la relación es distinta, porque los estadounidenses son más cerrados con sus emociones, son más fríos. Pero, con los demás, es distinto.

En su universidad, el joven no solo se mantiene ocupado con la música, también participa de varios grupos, entre ellos una organización estudiantil internacional que coordina y cuyos integrantes intercambian culturas, hacen juegos y se enseñan cosas, y Mateo decide enseñar algo típico de la cultura argentina, cómo preparar un mate.