LLAMAS EN LA BOCA
La Boca, es un barrio
seductor por excelencia gracias a sus matices naturales y a su cultura de
barrio. Su superficie de 3,1 km está plagada de mitos e historias, desde el
fantasma en la torre hasta la llegada de los primeros barcos pesqueros con
inmigrantes ansiosos por instalar su identidad. Supo escucharse en sus calles
el idioma xeneize, de los primeros habitantes genoveses y hoy se escucha, y
bien fuerte. El cántico del club del barrio que cada fin de semana trae la
marea azul y oro. El sonido del bandoneón al compás del tango porteño invade la
zona. Los carteles fileteados y las paredes revestidas en colores vibrantes se
encienden ante los reflectores de turistas que miran asombrados el paisaje de
la Bombonera y Caminito. Pero no todo es alegría y sazón, se siente un aire
melancólico calles adentro, propio del arrabal y a unos metros sobre el hilo de
las chapas asoma la primera lengua de fuego feroz que destruye toda la buena
vibra que se vive en Caminito.
Marcela tiene tez morena,
de cuerpo robusto, la edad se le marca en la comisura de los labios, pero sobre
todo la delata las líneas de expresión de la frente. Está sentada delante de la que hasta ayer fue
su casa. A duras penas logra sonreír después del incendio y le cuesta sostener
la mirada, mira alrededor como pérdida y habla pausado.
Marcela se levanta apoyando sus manos sobre las rodillas alzando todo el peso de la preocupación. Revuelve con un cucharón una olla de guiso caldudo hecho con un poco de papa, batata, algo de morrón rojo y unos trozos de pollo flotan en la superficie. Pasan los días y las familias retoman sus costumbres. La cumbia de fondo suena alto, pero no tan alto como para borrar la memoria.
―¿Le echo más arroz?_ pregunta un vecino. Marcela asiente con la cabeza. No calcula cuanta comida hay, sabe que todos tiene que comer.
Esa mañana Marcela corrió con sus cuatro hijos, Isa, Fran, Fede y Mati. Fue el primer impulso, mientras tanto algunos vecinos del lugar agarraban baldes y desde sus casas los arrojaban hacia donde estaba concentrado el incendio.
Su casa esta armada con cosas rescatadas de la calle, era precaria, pero tenía divisiones, una cocina, un baño y dos habitaciones. En la carpa no hay paredes, los vecinos entran y salen todo el tiempo, algunos ni siquiera duermen por la noche.
Su casa solo quedó revestida de humo oscuro. Las
llamas no tocaron la puerta de madera, sin embargo, una orden de desalojo por
peligro de demolición les impide ingresar a buscar sus pertenencias. Solo en La
Boca hay 147 ordenes de desalojo por las que 2000 personas están en peligro de
quedar en la calle. El Ejecutivo actúa, El Distrito de las Artes corre poco a
poco a los vecinos de la zona, el desarrollo inmobiliario esta en crecimiento y
los desalojos impulsados por los incendios suenan como una solución para los
inversionistas.
***
No había tiempo de elegir tonos ni matices, las sobras de
pintura de los barcos servían a la perfección para acondicionar lo rústico de
las chapas y, darle un poco de identidad a la zona. Zafa, con el paso del
tiempo algunos conventillos se remarcaron de verde, azul, rojo y amarillo, otro
sigue con la pintura del 1800, ya no se distingue el tono, solo se ve el paso
del tiempo por una pintura difuminada. De los 400 conventillos que hay en La
Boca, solo algunos conservan esta fachada, otros en cambio se ocultan dentro de
edificios históricos.
Son 38.000 personas las que viven bajo condiciones
humildes, que rozan el límite de lo inhumano. La Ley 2240 o de Emergencia
Urbanística y Ambiental de La Boca sancionada por la Legislatura Porteña en
2006 jamás tuvo efectos prácticos, es decir, mejorar las condiciones de vida de
las personas.
Corre el año 2009, el suelo aún permanece tibio por las
altas temperaturas de la temporada. En la esquina de la avenida Almirante Brown
y Suárez se ubica el ex Banco Italia y Rio de La Plata. La familia de José
Monzón y Celia Suárez es una de las 28 familias que ocupa el edificio
abandonado.
Son siete los hijos: David de trece años, Emmanuel de once;
Ezequiel de nueve, Jesús de siete; Belén de cuatro, Jazmín de dos años y
Celeste de uno.
El silencio es un privilegio en la zona que pocos pueden
disfrutar. En la madrugada el cansancio
de una larga jornada recolectando cartón es suficiente medicina para lograr un
sueño profundo. Son las 03:00, el descanso se interrumpe por los gritos. El fuego
se apodera del edificio mientras ellos permanecen presos ante los trozos de
mampostería que caen del techo.
No hay salida, la puerta de entrada se encuentra cerrada y
el humo disminuye la visión. La ayuda demora en llegar, pero no pueden perder
tiempo. La gente sale con lo puesto y mira con desconsuelo cómo sus pocas
pertenencias quedan consumidas por el fuego.
Algunos vecinos ayudan sin ninguna protección más que sus cuerpos. José
y Celia escapan por la ventana con Jazmín.
Pasan las horas y los chicos no aparecen. José y Celia esperan que estén escondidos en algún rincón de La Boca
ayuntados por el miedo.
A fuerza de chorros de agua controlan el fuego que deja
como único recuerdo el esqueleto inamovible del banco. Son las 10 de la mañana
y la última chispa se apaga.
Son seis cuerpos los encontrados. De los siete hermanitos,
solo queda Jazmín en el regazo de sus padres.
***
Jorge Herrera duerme en su casa en el primer piso del conventillo ubicado entre Vespucio y Coronel Salvadores. Tiene un sueño liviano, y la necesidad del plato de comida en la mesa y el bienestar de su familia lo levantan temprano a la madrugada para la primera changa del día.
Vive junto a su esposa Estela y sus cuatro hijos, Viviana, Claudia y los dos varones Héctor y Víctor.
Los problemas para Jorge comenzaron un mes antes, cuando recibió una orden de remate por falta de pagos. Una deuda cumulada del ABL, entre otras, derivó en una solución rápida. El juzgado Federal N°42 le había otorgado el terreno al Gobierno de la Ciudad.
Pasan los días y a Jorge lo consume la incertidumbre. No le queda otra, tiene que buscar otro lugar para vivir con su familia. Con el cansancio en la mirada, los ojos caen por su propio peso. No es una advertencia, es una realidad. Hay 13 desalojos por semana. Realidad que se advierte solo si se camina por las calles, mientras eso ocurre los vecinos levantan banderas que exigen ayuda. Lo más probable es que decidan irse a Isla Maciel o Avellaneda, para que los chicos sigan cerca de la actual escuela y la salita médica.
Es viernes, son 8 de
la mañana, Jorge aún permanece acostado. Sus nenas le zamarrean el brazo con
desesperación. Al abrir los ojos ve cómo el fuego se devora todo a su paso.
Mientras una estructura de cemento demora una hora en incendiarse por completo, un conventillo no tarda más de diez minutos y luego es solo cenizas esparcidas entre chapas dobladas por el calor.
Con mucho cuidado y casi en puntas de pie, se acerca al primer piso. No se queda quieto, el suelo le quema la suela de las zapatillas gastadas y aún falta un metro para llegar a Estela, pero una ráfaga de fuego los empuja cada uno a un extremo de lo que queda del conventillo. Jorge sale esquivando las lenguas de fuego que sobresalen de todas las habitaciones con la esperanza de ver a todos sus hijos afuera. Se protege con los brazos como escudos, pero aun así se lastima.
—¿Dónde estás el Polaco? Jorge grita con desesperación. No aguanta más, el cuerpo le arde y el humo le cierra la garganta. Las pocas bocanadas de aire que le quedan las usa para escapar del lugar.
Estela escapa por la
ventana que da a Caminito, un mal cálculo y el miedo por no quedar atrapada la
hicieron saltar bruscamente sobre el edificio vecino. La espalda quebrada es el
recuerdo que le queda de esa fatídica mañana.
Con los ojos llorosos Jorge se lamenta por no haber hecho algo a tiempo.
— El Polaco volvió a entrar cuando vio que no salíamos. Pitu y Polaco quedaron atrapados — relata Jorge.
Quedan cuatro en la
familia. La buena voluntad de los vecinos los alienta a seguir por los que
quedan.
***
Ojos claros, tez blanca, de mediana estatura y contextura poco robusta. Walter Giordano Presta servicio desde los 14 años. Está convencido de que lo suyo fue cosa del destino. En su familia no hay nadie que le haya transmitido la pasión por ser bombero. Pertenece al destacamento de Barracas, es uno de los que vive en alerta día y noche ante cualquier llamado en La Boca, el lugar en donde Pedro de Mendoza fundó la ciudad de Santa María de los Buenos Aires, en 1536.
— El banco se está incendiando — grita uno de los chicos cuando logra entonar la voz.
La dotación número
uno llega al lugar del hecho. Walter corre y se posiciona sobre la línea de
ataque. Dos de los bomberos encargados de la alimentación se apresuran para
conseguir el agua de la red hidratante de AySA.
Walter sujeta con ambas manos la manguera, con una postura firme, el pie derecho hacia atrás y de costado, el pie izquierdo delante, cuando ve como la gente que estaba afuera resguardada busca entrar de nuevo al conventillo.
A pesar de la
resistencia, entre golpes y empujones logra entrar. Walter no cierra la
manguera a tiempo, el agua alimenta el aire del ambiente y el fuego se aviva.
La desesperación los desorbita, personas que estaban fuera de peligro ahora tienen
quemaduras de primer grado.