EDUCACIÓN EN SUPERVIVENCIA


Por Romina Fanny Mankowski //

Hay días donde el sol raja la tierra en Virrey del Pino. 117 kilómetros cuadrados de pasto, pero también de fábricas, como la Mercedes-Benz o la Manaos. En esta localidad del partido de La Matanza viven 180 mil personas a lo largo de 3 kilómetros de la Ruta Nacional 3. A partir del kilo 40, como lo llaman en la zona, las casas se terminan y, en ese paisaje desolado de campo, solo se distingue un edificio: la Unidad Penitenciaria N° 56.

Esta cárcel tiene 240 camas. Seis módulos distribuidos en forma de abanico. 120 para internos, todos hombres, provenientes de comisarías del Conurbano bonaerense. Otras 120 para los llamados “menores adultos”, de entre 18 y 21 años, que estén cumpliendo una condena menor a 5 años.

El edificio se comparte  con el Ministerio de Desarrollo de La Matanza y el Organismo Provincial de la Niñez y Adolescencia desde 2010 debido a un convenio, el 494, con el Ministerio de Justicia y Seguridad.

Pero también funciona el Centro Educativo de Nivel Secundario (CENS) N°494. Allí, muchos de esos presos pueden estudiar. El otro centro de encierro que tiene la misma orientación está en Batán, Mar del Plata. Sólo en esos dos establecimientos pueden recibirse con el título de Bachiller en Comunicación.

En la entrada, una reja luce pesada. Hay una garita con ventanas muy pequeñas. Un cartel muestra la ropa adecuada para entrar. Tampoco se puede ingresar con cualquier comida. No todos los días se abre para los visitantes.

Adentro pasillos grises, anchos, largos y oscuros se unen con puertas de sonido fuerte al cerrarse. Los pabellones son así, grises por naturaleza. Los pasos se escuchan una y otra vez por el eco. En el medio de la cárcel, hay dos patios con pasto. El primero tiene una capilla iluminadora. La llaman así porque los internos encuentran la luz paradójicamente en el lugar donde más pega el sol dentro del penal. En cambio, el segundo tiene jóvenes que almuerzan encandilados. .

El contraste lo genera un salón de usos múltiples repleto de colores que brillan. Las paredes hablan. Hay frases que lucen como pintadas a fuego. “La ilustración es un pasito hacia la libertad”, “Aquí la palabra manda” y otras que  parecen parte de un mural hecho fuera de la cárcel.

Esa es la puerta de entrada a la escuela de comunicación. El lugar tiene 6 puertas, que no pesan al cerrarse. Se ven iluminadas. Todo está pintado: la dirección, la biblioteca y las aulas funcionan como un lienzo.

***

Es un día común. Gabriela entra. Tiene que firmar y dejar su DNI. Atraviesa las puertas amuradas. Hay un pasillo largo y, al girar a la derecha, llega a la escuela.

Entra aula por aula y anota los alumnos que hay. Saluda a cada uno, les da un desayuno y comparte charlas si es que el horno está para bollos. Si no, el silencio siempre es un buen compañero. Despierta a quienes falten y quieran ir a clases. Todos los días son iguales, a la mañana y a la tarde.

Ser preceptora se trata de eso. Pero ser preceptora en una cárcel puede ser diferente. Los alumnos sólo pasan 3 años con ella porque es lo que tardan en recibirse. En muchos casos hasta aprenden a leer y a escribir porque no tuvieron estudios previos.

Daniel es uno de sus favoritos. Un tipo de casi dos metros y espalda peluda. Da la sensación de que puede cubrir a más de una persona. Algo que siempre sirve, más en una cárcel. Pero también le gusta jugar con sus compañeros. Hacer bromas como si fuera un niño. Le queda un año para terminar, pero lo más difícil va a ser el día después, cuando sea un “egresado”. El 40% de los presos en el país son reincidentes.

***

 

La paz se interrumpe. Gritos, ruidos de mesas y sillas golpeándose contra la pared. Los “buscaroña” se enfrentan contra todo y todos. No se sabe el por qué. Rompen, eso sí. Quieren arrasar con todo. Se enfrentan a Gabriela. También, sacan toda su ira de los alumnos. Daniel se interpone. Sabe que los conflictivos están en un mambo. Los pibes se empujan. se da vuelta, le dibujan una curva en la espalda con un “puntero”. Empieza a salir sangre.

Ahora, corren. Rápido llegan a la biblioteca. Se encierran. Daniel respira agitado. Traba la puerta con sillas y mesas. Pasan unos segundos. Un momento de calma. Gabriela está pálida y temblando. Tiene los ojos húmedos. Está sentada en un rincón, detrás de los estantes, en estado de shock.  Él se acerca y la abraza. Fuerte. Ese instante parece durar horas. Ella se llena las manos de sangre. Se da cuenta de que está herido. Él no siente nada.

Daniel sigue sangrando. Su remera blanca se vuelve una gran mancha roja.  Gabriela se preocupa. Lo limpia con un mantel que encuentra entre los libros de la biblioteca. Mientras, siguen preocupados. Daniel sostiene las sillas y las mesas que traban la puerta. Trata de mirar que pasa afuera.  

- Sabes gabi que en estos días me está por venir a visitar mi vieja

- ¡Qué bueno Dani!, ¿la ves seguido?

- Sí, aunque vive lejos se hace lugar para venir a verme una vez por semana y me trae su torta de miel.

- ¿Vos sabes que a mí me encanta cocinar?

- No tenía ni idea. Ahora cuando me traiga te voy a guardar un pedazo.

De repente, el bardo pasó y todo está en orden.

Abren la puerta. . Las aulas están vacías. Daniel camina hasta la dirección y golpea la puerta , despacito. Sale el director, como acelerado con otra profesora, la de construcción ciudadana. Minutos antes estaba dando clases. Le dice que ya está. Se quedan mirando a la nada. En el aire se siente la mezcla de sorpresa y acostumbramiento.

- Marce ¿Me acompañas a la enfermería? Tengo unos agujeritos que arreglar. ¡Jaja!

- Si claro. Vamos.

- Ah, profe por favor hágale un té a Gabi que se cagó en las patas.

- Si Dani no te preocupes

Se van caminando por el pasillo hacia la enfermería.

- Pibe ¿te duele?

- No dire. Ésta es la número 14.

- Ah, ya tenés una colección.

- Son marcas de guerra, hay que llevarlas con orgullo.

***

 

 

Juan camina por el penal tratando de pasar desapercibido. Hoy sus pasos sigilosos son descubiertos por la preceptora. Ella lo interroga. Trata de seramable.

- Usté sabe Gabi que yo en realidá no sé leer ni escribir

- Bueno, pero Juan en la escuela podes aprender

- ¿Usté cree que los grandes como yo podemo ir a la escuela igual? Yo desde que la vi dije que quizá puedo ir, pero me da no sé qué.

- ¿Qué es lo que más te gustaría escribir?

-Una carta para la Vale. Está en misiones y yo quiero escribirle de puño y letra para que sepa que estoy bien

-¡Pensalo! Con ir a la escuela lo podrías hacer perfectamente.

Juan cada vez que pasaba por la escuela la miraba, o se sentaba cerca en una silla con las cartas. Mientras hacía que jugaba solitario, en realidad intentaba escuchar las clases.

-¿Qué hacemos por acá? ¿Tenes ganas de aprender unas letras? ¿Qué tal si aprendes a escribir Valeria? Sino ¿Cómo la vas a llamar?

-Bueno, a ver… intentémoslo.

Desde ese momento, todas las mañanas, la clase de escritura sumó a un alumno más. Ya adentro del aula la cosa se ponía difícil. .

- Valeria te extraño, te amo. Valeria te quiero. Valeria es buena.

- ¿Qué más es Valeria para vos Juan? Te veo escribiendo palabras.

-Si Gabi pero es una locura esto. Creo que más que una carta va a ser un renglón. Espero que esté muy feliz porque más no puedo.

-¿Cómo que no vas a poder? Dale, sigamos. ¿Qué más tenes que hacer? ¿Te lloran los nenes? Si te vinieron a ver hace una semana y estaban bien.

-Jaja no. Quedate tranquila que no se me hierve la leche en el fuego.

La carta tenía que tener letras. Meses pasaron para aprender el abecedario. Sólo con papel y lápiz. Juan se empezó a copar, pero está en la cárcel. No quiere que el mundo se dé cuenta. Su nueva habilidad se vuelve un secreto a voces

El mensaje para su Vale, ya no sólo tenía que tener letras sino también números. Otros meses pasaron para eso. Usó de todo para aprender a contar

-1, 2, 3 mmmm 4. Frenemos acá y repitamos.

Cuenta sus pasos desde la cama a la escuela, a la cocina o al sum.

-Juan venite que vamos a tomar unos mates.

-1, 2 ,3 ,4. Eh voy 8 ya. Un montón. 

Sus compañeros de pabellón lo miran. No entienden qué pasa. Piensan que está volado.

-9,10. Vamos los pibes, carajo. De nuevo.

Los números se unieron con las letras y se transformaron en la pareja perfecta.

-2 D O S, como los pasos de la cama al baño. 6 S E I S, como los que somos en el truco de los jueves.

Juan ya cree que no están difícil. Lamenta no haber aprendido antes.

Ahora, ya no lo tenían que obligar a ir a la escuela porque iba solo con su cuadernito. El día que le daba fiaca pensaba cuánto era, del 1 al 10. Ahora podía numerar hasta la fiaca.

-Valeria, mi amor: quiero que sepas que te amo y que nadie me está escribiendo esta carta. Soy yo.

Sólo quedaba una meta por cumplir, dársela en mano, en completa libertad. Eso lo puso más manija. Podía contar los días que faltaban para salir y escribir un párrafo nuevo para la carta cuando le pintaba. Tachaba y volvía a escribir. Eso era lo bueno, en la carta, como en la vida, siempre se podía volver a empezar y no pasaba nada.

-  Te amo, siempre vos y los nenes van a contar conmigo. Esperame porque cuando salga vuelvo con todas las letras. Con amor. Juan

-Me metí en esta porque no conseguía laburo. Si, yo soy ingeniero electromecánico.

Eso decía Franco y nadie le creía. ¿Qué haría un ingeniero en la cárcel? Seguro era un cuento de esos que se comentan en los pasillos del penal. Como que Federico era chef o Lucas maestro mayor de obras. Puros chimentos.

Los 3 años de prisión de Franco pasaban y él juraba que era ingeniero electromecánico.

-Te vamo a poner a prueba si seguís jodiendo.

Franco empezó a ir a la escuela para no olvidarse como hacer los circuitos de conexión mecánica de los autos. Pasaba las horas libres de la escuela dibujándolos y poniéndoles nombre a cada pieza porque sentía que afuera le iba a esperar lo mejor. Por Vanesa y por los chicos juraba que no iba a volver a meterse en el bardo.

Cuando Gabi lo vio hablo con el director que sabía del tema y coincidieron en que él podía recibir clases particulares porque ya estaba terminando su condena y podía rendir la evaluación de la fábrica para hacer la pasantía en la Mercedes Benz que estaba enfrente, pero primero había que ver sus condiciones y hablarlo con la gente de la fábrica.

Franco era uno de los mejores en su clase, no sabía el nombre de su ultimo hijo, pero se acordaba de memoria cada una de las piezas de los autos para que hagan conexión y sabia casi de manual las partes internas de una batería. .

-Franquito ¿a vos que te gustaría hacer cuando salgas?

-y Dire, yo quiero laburar de lo mío y poder sacar a Vanesa y a los pibes de la villa. Es mi sueño.

-Existe la posibilidad de que entres en la Mercedes Benz que está enfrente ahora cuando salgas de acá. Igual tenes que pasar unos exámenes acá y allá también.

-¿Esto es una joda para Videomatch? ¿Dónde están las cámaras? 

Franco paso los exámenes con notas sobresalientes. Los conocimientos de la facultad los tenia tatuados en la piel. Le tocó salir. No se supo más de él, pero en el fondo todos esperaban que le haya ido bien. Todo dependía de él.

Un día, Marcelo, el director  mientras salía de la cárcel se lo cruzó afuera , con un nene en brazos.

-¿Franco, sos vos?

-Si profe soy yo, ¿No me ve qué lindo que estoy?

-¿Cómo te va? No nos viniste a visitar más.

-Y eso que estoy viviendo acá nomas. Me va a retar, pero me da vergüenza por eso no paso.

-¿Cómo vergüenza? ¿Cómo va tu vida?

Le cuenta que trabaja de 8 a 20 y que después ayuda a los nenes (si, en plural) con las tareas.

-La empresa por suerte me dio casa cerca. Por fin puedo  decir que estamos bien.

Marcelo estaba contento. Al final, la escuela servía para algo. Algún sueño, entre tantas pesadillas, se podía cumplir ahí adentro.