BUSCANDO UN NORTE


Por Sofía Barreto Ramos //

La camiseta de Vélez es lo último que falta. La valija está tan llena que casi no cierra. Los 23 kilos permitidos por la aerolínea llegaron a su límite. Lo único que quedó fuera es la campera de polar. Mauro y Cecilia tienen 30 horas para llegar a su destino. Este vuelo especial es la única oportunidad que se les presentó durante la pandemia antes que la visa de trabajo de Mauro caduque.

A las 08:30 AM el avión pisa suelo danés. Los 11º centígrados de su primera mañana de verano anticipan que esa campera era necesaria. A medida que se alejan del aeropuerto, las caras cubiertas con el barbijo comienzan a desaparecer. A pesar de los 17.312 casos positivos de Covid19 del país, las puertas de los negocios de Copenhague están abiertas. Los barbijos no parecen ser indispensables.

Las medidas de prevención que tomó Dinamarca contra la pandemia fueron unas de las primeras del continente. Eso ayudó a que luego de un mes de cuarentena, los chicos menores de 11 años vuelvan a los colegios y a las guarderías, y a los dos meses los adultos a las cervecerías. Los jugadores de fútbol del país se convirtieron en los primeros del mundo en volver a patear una pelota dentro de una cancha.

El país tiene un plan, y Mauro también. Comenzó los trámites para emigrar en 2019 y un año después el sueño empieza a materializarse de la mano de Cecilia.

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Mauro se une a las largas bicisendas que inundan toda la ciudad de Copenhague. Nueve de cada diez daneses eligen recorrer pedaleando los 454 kilómetros de la ciudad.  El bikefriendly no sólo se debe a su terreno llano, sino también a la conciencia ecológica de su sociedad. 

Pedalea despacio. Observa como los automóviles nafteros al frenarse en los semáforos apagan el motor para disminuir la contaminación del medio ambiente. 

En una ciudad donde hay más ciclistas que conductores de autos, los primeros tienen prioridad además de su propio sistema de circulación. Infringir alguna regla podría salir muy costoso llegando a un máximo de 750 coronas danesas, 8.892 pesos argentinos.

Kilómetro a kilómetro se suman las cualidades que hacen de Dinamarca uno de los destinos más elegidos por los jóvenes para emigrar.

En 2018, 1400 argentinos menores de 30 años sacaron un permiso de residencia para vivir en Dinamarca, la mayoría lo hizo a través del programa Working Holiday (“vacaciones de trabajo”) que, a partir de un acuerdo bilateral, les da un permiso residencia por un año para experimentar la cultura danesa mientras trabajan para cubrir los gastos de la travesía.

Hoy el programa está suspendido por la pandemia, pero las consultas al Ministerio de Asuntos Exteriores Danés siguen llegando.

Mauro se detiene frente al verde intenso de un gran campo de césped. Los gritos de fondo se hacen escuchar desde la avenida. No hace falta entender danés para saber que se trata de un partido de fútbol. Camisetas naranjas y azules corren dentro del campo de una punta a la otra hasta que suena el silbatazo final.

¡Hi! – Mauro levanta la mano saludando a un hombre con la camiseta de uno de los equipos.

El hombre con un pie ya dentro del auto para irse se detiene.

¿Hi, how are you?

—I’mfrom Argentina. Llegué twodays and Ilovefootball. Mydreamisplayonegame in other country.

¿Argentina? Yo hablo poco español. I’mthe físico trainerde equipo ofJægersborgBoldklub. Ifyouwantpermítame tu phone número y come mañanaaround eleven AM para hacerun test. Maybeyoucan jugar in anothercateogríaoftheequipo.

El fútbol danés no tiene edad ni clase social. Las canchas improvisadas en las plazas de Argentina son los campos deportivos de Dinamarca. En cada rincón se puede encontrar una cancha de fútbol apoyada económicamente por el Estado.

La palabra “picadito” no tiene traducción en Dinamarca. Si bien los daneses tienen una alta cultura del deporte y al fútbol como el más popular, no existe juntar diez desconocidos en la calle para jugar un partidito. Dos terceras partes de la población infantil y juvenil hace deporte, pero como miembros de una asociación. Son 527.716 daneses que practican fútbol en un club y Mauro se apunta.

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Las calles de Copenhague ya están oscuras. Son las 7 de la tarde y Mauro y Cecilia pedalean hacia su departamento alquilado en la localidad de Gentofte a 11 kilómetros del centro.

¡Vení Ceci, mirá! 

Mauro señala a dos mujeres metiendo la cabeza en un contenedor de basura.

No es la primera vez que ve gente revolviendo en la basura. Lo raro es que lo hagan con las uñas pintadas y tapados de gamuza. 

—Están sacando comida ¿no? Podemos ir a ver, capaz encontramos algo.

—Sí, pero busquemos otro, ahí ya están ellas.

Luego de recorrer seis cuadras, un gran cartel amarillo de los supermercados Lidl llama su atención. Los dos contenedores de basura están llenos. Mauro frunciendo la nariz se arremanga el buzo. Lo primero que levanta es una bolsa de nylon llena de papas. Dos de ellas están teñidas de un color verdoso. Las otras cuatro están en perfecto estado.

Esta forma de recolección de comida se la conoce allá como Dumpster Diving o más bien, bucear en la basura. No está muy bien vista pero es legal. Nadie se opone mientras no se crucen los límites de la propiedad privada.

Es poco probable encontrar en las góndolas de los supermercados de Dinamarca productos próximos a vencer. Se desperdicia un kilo entero de banana por una que maduró demás. Al año, 660 kilos por persona terminan en la basura.

Las promociones 2x1 no son un cartel recurrente en los supermercados. Tampoco existe la inflación. El sueño argentino… Las crisis económicas recurrentes son uno de los tres motivos principales por los que los jóvenes argentinos deciden emigrar según diferentes encuestas. Los otros dos son la inseguridad y encontrar mejores trabajos.

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Grandes grafitis de colores decoran las paredes de las vías del tren de la estación de Gentofte. El rojo vivo de los vagones que asoma a lo lejos insinúa su llegada. En tan sólo 20 minutos Mauro estará en la puerta de la Municipalidad de Copenhague (Borgerservice) para obtener su número de identificación personal en el país, conocida como CPR (Civil RegistrationNumber).

En mano tiene la visa de trabajo, el pasaporte y la prueba de residencia en Dinamarca. Son las 10:20 de la mañana y faltan 10 minutos para el turno que sacó por internet una vez completado el formulario en International House Copenhague. Los planes de quedarse por más de tres meses lo obligan a tramitar el CPR.

Conseguir un trabajo sería imposible sin la Pink Card que registre ese número de identificación. Una vez presentado los papeles requeridos, Mauro la recibirá a domicilio junto con la Yellow Card que le permitirá acceder a la salud como cualquier ciudadano danés.

Quienes emigraron hace ya un tiempo coinciden en que en Dinamarca casi todos los trabajos son en blanco, hasta los de delivery, muy populares entre los extranjeros. Los impuestos son altos y más de la mitad del sueldo va al Estado. Pedir un pago en negro ofende al local. Entienden que pagan muchos impuestos, pero que gracias a eso todo funciona. Un informe de Transparencia Internacional considera a este país como el menos corrupto del mundo.

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Una carpeta azul permanece en la valija de Mauro desde el día de su partida de Argentina. En su interior guarda una pila de papeles. Estos mismos que, junto con la abogada de la Sociedad Italiana de Moreno, habían llegado a recopilar para tramitar su ciudadanía italiana. Cuanto más lejano es el antepasado italiano, más son los documentos a presentar. 

Los consulados de Italia y España son los que reciben más consultas. En enero de este año, el Consulado General de España informó que estaba recibiendo un promedio de 1200 consultas por día. A pesar del esfuerzo, la documentación de Mauro nunca llegó al consulado. Sus constantes llamadas siempre recibieron la misma respuesta: un tono ocupado.

Así fue que consideró una segunda oportunidad. Ante el anhelo de quedarse más tiempo en Europa legalmente, los papeles requeridos para el trámite cruzaron el Océano Atlántico con él. Pretende concretar desde adentro su esperanza de ser uno más de los 977.417 argentinos con ciudadanía italiana.

Si bien su prioridad al llegar a Dinamarca es conseguir un trabajo, no puede perder el tiempo. Si quiere ser reconocido como un europeo más, tendrá que viajar a Italia dentro de los 12 meses que le permite su visa para solicitar la ciudadanía.

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Cecilia llama para cancelar una entrevista de trabajo. Tiene el cuerpo cansado que bien podría ser consecuencia de los largos kilómetros pedaleados, pero, hacia el mediodía, el termómetro marca los 38 grados. La pérdida del gusto y del olfato la empujan a realizarse un test en una de las carpas blancas que el gobierno de Dinamarca instaló en 16 ciudades de todo el país. Después de 32 días en el país por primera vez un barbijo cubre su boca. Sólo con el alcohol en gel y el pasaporte en la cartera entra a hacerse el test sin turno previo. En tan sólo 48 horas tendrá el resultado.

La gran cantidad de testeos por habitante anuncia un rebrote en el país. El promedio de 500 nuevos casos por día desencadena restricciones en la capital y en las grandes ciudades. Los restaurantes, cafés y bares reducen dos horas su jornada laboral y el límite a la cantidad de personas en actos sociales pasa de 100 a 50. El teletrabajo es una de las recomendaciones del gobierno junto con la no utilización del transporte público y la aglomeración en tiendas comerciales.

Cuando llega el resultado positivo de Cecilia a través de un llamado telefónico, Mauro sale en busca de un test a pesar de no tener síntomas. Dos días después se confirma el negativo. Por las siguientes semanas la puerta de la habitación los mantendrá separados y el distanciamiento social se convertirá en un entrenamiento de filosofía hygge. Una práctica danesa que invita a encontrar la felicidad en las cosas sencillas de la vida.

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Los miércoles de fútbol y los domingos de asado son ahora simples recuerdos. El sabor del mate se acabó junto con ese último kilo de yerba que viajó en la valija. La barrera del idioma impide sostener charlas fluidas. 

Un celular y buena conectividad es lo único que Mauro y Cecilia necesitan por lo menos día por medio. Los encuentros virtuales con la familia y amigos son vitales en estos momentos. Ellos, al igual que otros 2.009 argentinos que emigraron a Dinamarca, intentan acomodarse a su nueva realidad mientras siguen buscando un norte.