Invisibles tras la cancha


por Pablo Pontoriero

Tres empleados de un club de fútbol con una función distinta, dan forma a la pasión de miles de personas.
La máquina que maneja parece indomable a su lado. El gallo lo acompaña casi a la par. No le teme. Esteban Salinas va creando la línea de cal. Las ruedas giran con torpeza, pero giran. Lleva el escudo del equipo por todo su cuerpo, incluso en la gorra. Se detiene cada tanto para revisar la rectitud del dibujo y continúa. 
Termina la mitad y el trayecto ahora lo hace sin la compañía del ave. Así, recorre todo el rectángulo de 105x68. Deja para lo último el centro del campo y de a poco se puede ver al estadio Nuevo Francisco Urbano tomando color. Es el comienzo de su jornada laboral y de una nueva ilusión. 
Los hinchas están ansiosos. No ha comenzado el torneo e igual se acercan a reencontrarse con su viejo amor. Observan como el canchero delinea cada rincón del estadio. Algunos, de pasar tanto tiempo en el club, ya establecieron una relación y lo saludan parados en la platea: - vos sí que la pasas bien -, - cornudo -, - atorrante -. El hombre desde el campo de juego sonríe y devuelve el gesto con la mano levantada y el puño apretado. 
Esteban tuvo que ponerse “canchero” rápido. Asumió la responsabilidad de mantener en condiciones el verde césped hace dos años, cuando el anterior encargado renunció. 
Jamás había trabajado de esto. En toda su vida tuvo distintos trabajos, todas changas, desde albañil hasta chofer. Entonces quiso hacerse cargo y comenzó a investigar de qué se trataba el tema, como cuando uno busca tutoriales por YouTube o por Google. Hoy los jugadores le agradecen por el suelo en el que juegan. 
- Empecé a googlear y buscar cómo podía lograr dejar la cancha en perfectas condiciones. Hablaba con otros cancheros de otros clubes. Estaba en cero. 
Pero los problemas los empezó a tener fuera de la computadora. Las palomas eran una amenaza. Llegaban de a bandadas y comían las semillas que usaba para fertilizar. Entonces (apoyándose con el buscador) probó diferentes maneras para combatirlas: desde cohetes hasta cuervos de juguetes. 
- Cuando venían “pum”: un petardo. Así, todo el día, pero para eso teníamos que estar acá, todo el tiempo, y además era plata nuestra. Se nos iba el sueldo. Era imposible, pero de a poco fuimos progresando.
Esteban se rasca la barba rojiza bastante crecida. El color de los bigotes muestra una adicción al cigarrillo. Tiene 42 años, una mirada pesada, un aspecto bohemio, una convicción envidiable. Maneja muy bien el lenguaje. Suelto. Cuida sus palabras.
- Yo no cobro un sueldo. Lo hago como hincha y como un sueño, estar dentro del campo de juego y que el cuerpo técnico te diga que está bien la cancha, que nunca la vieron así, te da felicidad. 
Un pajarito (de la dirigencia) reconoció que cobra un sueldo. Prefieren mantenerlo lejos del conocimiento público por razones que también prefieren no aclarar. 
Siente que es un trabajo desgastante, no solo por las horas que le dedica sino por no estar con la familia. Pero él tiene claro que, con un campo de juego en condiciones, no hay jugadores lesionados. Por eso quisiera que lo consideren un integrante más del equipo.

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Para que se tenga una noción: Gimnasia y Esgrima de La Plata, equipo de la primera división del fútbol argentino, con la reciente asunción como director técnico de Diego Armando Maradona, considerado el mejor jugador de la historia del fútbol mundial, llegaron a los 10 mil socios. Morón cuenta con 7 mil, siendo un barrio del conurbano. 

El 20 de junio de 1947 se fundó el club. A lo largos de su historia, como muchas instituciones deportivas, atravesó momentos buenos y otros malos. Desde haber estado durante más de 20 años en la tercera categoría del fútbol profesional, lo que los futboleros definen como “no poder ascender”, hasta haber jugado en primera A. 
El 6/6/17 fue el último grito de gloria. Salió campeón y se acomodó en el Nacional B, donde milita hoy. Sin embargo, el 2013 fue uno de los años más duros para el Deportivo Morón: su estadio de toda la vida fue derrumbado. Tuvieron que mudarse de “casa” a unas quince cuadras de distancia y en su lugar abrieron un supermercado. Una marca que nunca olvidarán.
Deportivo Morón se convirtió en uno de los mejores equipos de la categoría. Lo llaman “el capo del oeste” y sus hinchas se ocupan de hacerle honor a ese apodo cada vez que juega acompañándolo por todo el país.
En esta construcción de un club “grande entre chicos” están ellos pasando desapercibidos. 


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Mientras los jugadores elongan desparramados sobre colchonetas, a un costado en el rincón, está la puerta de utilería. Casi inadvertida. Camuflada por los colores rojo y blanco. Allí en un cuartito de 4x4 el calor y la humedad son los primeros que te reciben.
Están los dos utileros de siempre, Gustavo Jofré y José Luis Ezquerra. El primero es el más corpulento. Tiene 33 años y pelo negro. Sobre sus hombros, restos de caspa. Es el más amable a primera impresión. 
El segundo lleva un dialecto más de barrio y su timbre de voz casi afónico. Tiene 53 años. Una suerte de líder por su actitud prepotente. Lleva la gorra con el gallo de Morón y también la musculosa. Sus marcas en la cara, dirá que son experiencias.
- Somo´ un equipo nosotros dos. Los dos somos uno. Trabajamos en conjunto. 
Detrás de ellos está la virgen que llevan a todos lados. Sobre los bancos, cada par de media con sus botines. Camisetas colgando, y en caso del arquero, los guantes listos. Una mesita con turrones y saquitos de té. Los lavarropas encendidos. La cumbia infaltable. El olor a desinflamante parece impregnado en las paredes.
Hace más de 10 años que se encargan del vestuario. José Luis recalca de inmediato que es hincha de Morón desde chico, en cambio Gustavo admite “no ser del palo”. Antes de ser utilero, José era zapatero. Gustavo estaba en la popular y era una “cara conocida en el club”. No se conocían, pero hoy se consideran hermanos.
- Dejás muchas cosas acá. Muchos cumpleaños. Te desgasta mucho. Tenés horario de entrada, pero no tenés horario de salida. Ni francos fijos. Podemos llegar a lavar ropa hasta las 4 de la mañana.
Ahora, la seriedad la domina José Luis. Habla y vigila que los jugadores sigan elongando. Se mueve. Es inquieto. Va y vuelve.
- Es una familia esto. Es todo. Pero también es una fuente de trabajo. Uno lo hace como necesidad, pero se generó una pasión.
Gustavo remarca que ambos son empleados del club. Lo tiene claro. 
A mi dejame acá. Es el sueño del pibe.
No puede despegar su pasión del trabajo. José habla como hincha. Quizá, porque su pasión terminó transformándose en su trabajo.

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Va disfrazado subiendo escalones. No tiene tiempo ni para gritar el gol. Desde la platea se lo ve sacándose fotos con todo aquel que se le cruce. Esperan y se le acercan para pedirle un segundo de su tiempo. “Chapita” es la mascota del Deportivo Morón y ejerce ese rol con felicidad.
Media hora antes estaba en los pasillos del club como Alejandro Tapia. Siempre sale a la cancha a la misma hora. Se calza el disfraz, se pone la cabeza de gallo y listo. Arranca caminando por la manga inflable como un jugador.
Es un joven de 34 años. Ojos saltones, bien abiertos por si acaso. El torso un poco encorvado. Vive en el “barrio San José”, al sur de Morón, lo que muchos llaman “la villa San José”. Responde casi todo con monosílabos. Más bien aniñado. De repente puede llamarse a silencio y no hablar más. Es así y no se pregunta si está bien o mal.
Desde que le regalaron el disfraz su vida tomó otro rumbo. Siempre fue hincha de Morón. Iba a la cancha como cualquier otro. Vivía de changas por el barrio. Nada seguro.
Cuando se encontró con esta idea de ser la mascota, no lo dudó. Hoy es uno de los personajes más conocidos del fútbol argentino.
Hace cuatro años que está trabajando en el club, además de disfrazarse. Le da una mano a la utilería. Aunque Morón juegue a la noche, “chapita” llega a primera hora. Es un día festivo. No se pierde ningún detalle, ningún instante.
Pero no todo queda dentro del campo de juego. Su personaje es tan querido que durante la semana también se pone las plumas. Suele ser invitado a cumpleaños o a alguna fiesta y nunca dice que no.
De corazón lo hacemos. Siempre que podemos vamos. Me lleva la mamá de Mateo.
Mateo es una compañía que empezó a tener hace pocos años. Un pibe de once años que lo acompaña en cada partido y también disfrazado de gallo. Es decir, está el gallo y el gallito. Una suerte de sucesor para que haya mascota para rato.
“Chapita” no solo anda por las tribunas sacándose fotos sino también genera emoción. Fue el caso en un partido contra Los Andes. Morón ganó e hizo descender a su rival. “Chapa”, mejor dicho, el Gallo, abrazó jugador por jugador para darle un gesto de contención.
En otra ocasión, la situación fue adversa. Brown de Adrogué salió campeón en cancha de Morón. En lugar de insultarlos por festejar en sus suelos, el Gallo se acercó al DT adversario, Pablo Vicó, y lo llevó a festejar con la tribuna de Morón. Ni los relatores podían creer que se dé algo así en un torneo de fútbol del ascenso.
Mira el suelo “chapita”. Responde lo que significa Morón para él y los monosílabos que lleva incorporados, ahora los convierte en una rotunda respuesta.
- Es todo Morón. Una pasión

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El árbitro anuncia el final del partido. Los utileros ya están en el vestuario. El canchero, apoyado sobre la baranda de la platea. Y “chapita”, disfrazado de Gallo, en el medio del campo haciendo morisquetas y piruetas con la pelota junto al gallito de miniatura.
Las tribunas se empiezan a vaciar, las luces se apagan de a poco, una por una. Los jugadores se suben a sus autos y todos los papelitos desparramados serán removidos otro día.  
Esteban, Jose, Gustavo, y “Chapita”, son los últimos en irse y mañana los primeros en ingresar. Es el partido que juegan día a día. No figuran en la tabla de posiciones, ni sus caras aparecen en las banderas que cuelgan los hinchas.
Solo son parte de un anonimato que pocos conocen. El detrás de escena. La construcción de una pasión que cada fin de semana les alegra la vida a miles de personas. O no.