Por un fútbol femenino realmente profesional



Más por cambio cultural que por apoyo institucional, el fútbol femenino no para de crecer en Argentina, y ya alcanza a más de un millón de mujeres. Sin embargo, la profesionalización sólo llega a una mínima cantidad de ellas. Crónica sobre el equipo del Club Almirante Brown, y su realidad en las ligas femeninas del ascenso.

Por Matias Albin

Es miércoles 19 de junio del 2019, y faltan pocos minutos para las seis de la tarde en Argentina. Como es típico a esta hora, una nube de vehículos colma las avenidas de los suburbios de Buenos Aires.

Joana es parte de esa multitud. Apenas un punto entre la caravana que parece no tener fin.

Por esta vez, la pesadez del tráfico no la irrita. Tiene mejores cosas en las que pensar. O más precisamente,qué mirar. No puede despegar la vista de la pantalla de su celular. Ni por un segundo.

Se está por patear un penal decisivo. La tensión flota
en el aire. Por nada del mundo se lo quiere perder.

¿Le pega Messi? No, nada que ver. El seleccionado masculino jugará por la Copa América unas horas más tarde. Pero, por el momento ella no se acuerda. Está en otra. Su atención es toda para el Mundial de Fútbol Femenino que se juega en Francia.

Hasta hace unos minutos, la Selección Argentina perdía  3 a 0 ante Escocia. Ahora, increíblemente, una ráfaga de goles las puso a tiro del empate.

—Va Flor Bonsegundo por la revancha —lanza el relator
de la TV Pública.

Se puede observar cómo la mediocampista respira hondo para contener los nervios y mira fijamente la pelota. De ella depende concretar la hazaña.

La árbitra norcoreana da la orden y…

—¡Gooooooool!

El festejo de las jugadoras argentinas viaja vía streaming desde París hasta Buenos Aires. Traspasa la pantalla del celular de Joana y se apodera de ella. Siente una emoción enorme y lo festeja apretando los puños. Quería gritarlo pero no se anima. Los otros pasajeros del colectivo se darían vuelta para mirarla, y no le gusta llamar la atención.

Mientras tanto, va terminando su trayecto desde la ciudad de González Catán hasta Isidro Casanova, donde se encuentra la cancha del Club Almirante Brown.
Allí, la esperan sus compañeras para entrenar como cada miércoles por la tarde.

***

Después de caminar unas seis cuadras, llega a destino.Es una de las últimas en sumarse.

De entrada, solo existe un tema de conversación, la increíble remontada del equipo argentino.

—Espero que algún día alguna de nosotras tengamos la posibilidad de ser parte del seleccionado —manifiesta, al mismo tiempo que se le dibuja en el rostro una
discreta sonrisa.

Joana tiene 23 años, mide 1,65, es de contextura delgada y tez trigueña. Su lugar en el mundo es la mitad de la cancha, puede jugar de enganche o de volante central. No le pidan rudeza, ella es de las que embellecen el juego con gambetas y toques de calidad.

—¿La pasaste mal por ser mujer y que te guste este
deporte?

—Como toda jugadora. Siempre decían que sos machona, que las mujeres no juegan a la pelota, que las mujeres tienen que ir a lavar los platos. Pero no le
daba bola y seguía jugando- afirma, meneando la cabeza con desdén.

Joana aspira a ser transferida al exterior y así poder vivir de su vocación, el fútbol. Deporte que abrazó desde la infancia, cuando todas las tardes salía a patear con sus primos en un terreno baldío frente a su casa.

—Mi familia me apoyó desde el principio con el fútbol, porque tengo a mi mamá que jugaba desde chiquita, iba a todos lados con mi abuelo. Entonces, ahora pasó de generación y ellos me siguen a mí.

Pese a que el sentido común puede indicar lo contrario, el de Joana no es un caso aislado. El fútbol femenino es la actividad deportiva que más creció en la
última década a nivel mundial.

Según informes de la Federación Internacional de Fútbol Asociado (FIFA), en el mundo son más de 30 millones las mujeres que lo juegan regularmente, tanto
en el ámbito profesional como el amateur.

Y Latinoamérica, pese a ser una de las regiones que más sufre la desigualdad y la violencia de género en el planeta, poco a poco se está sumando a la tendencia.

Por ejemplo, en el caso argentino, según un censo que realizó el Congreso de Fútbol Femenino en 2017, hay un millón y medio de mujeres practican este deporte, ya sea de forma recreativa o federada. Y desde entonces sigue creciendo.

—Ahora cambió bastante porque se arrancó a profesionalizar, entonces se ve mucho más, hay muchas más chicas que lo juegan. Cambió un poco la mentalidad en eso de que es solo para los hombres. Pero, igual siempre están los que te critican —enfatiza, Joana, con un gesto de resignación.

***

Como es domingo y hace frío, la idea de dormir un rato más suena bastante tentadora. Entonces, Andrea decide darse un permitido. Programa el despertador para las 10.00. Una hora adicional. Puede sonar a poco, pero en la incesante rutina de una mujer de 34 años, madre, trabajadora y futbolista, no lo es.

Andrea se desempeña como defensora. Es alta, de piel morena
y semblante adusto. Tanto por edad como por personalidad, sus compañeras encuentran en ella una líder y referente dentro del campo de juego. Por eso, la honraron con la capitanía del equipo.

—El fútbol para mí significa felicidad. Y en mi vida es el cable a tierra, cuando entrás a la cancha te olvidás de todo y salís a ganar, a defender los colores —resume, y por primera vez, se le escapa una sonrisa.

Su ritmo de vida no es para nada sencillo, pero al igual que cuando se encuentra dentro de la cancha, le gusta hacer del esfuerzo su bandera distintiva.

—Siempre trabajé porque del fútbol no recibo nada. Lo que nos moviliza es la pasión y las ganas, porque en esta categoría no hay ni viáticos, apenas ahora se están dando contratos solo en la Primera. Lamentablemente es lo que nos toca vivir a las mujeres.

El diagnóstico de Andrea es acertado. La Asociación del Fútbol Argentino (AFA) recién en el segundo semestre del 2019, pondrá en marcha una mínima profesionalización, que no contemplará a ninguna liga femenina del ascenso.

El proceso también será precario. Ya que habrá pocos contratos por equipo, y los sueldos serán el equivalente a unos 250 dólares mensuales.

Solo por comparar, Fernando Gago, el futbolista mejor pago del país en el 2018, recibió de su club 110.000 dólares por mes. Por lo tanto, para igualar ese número, una jugadora debería trabajar durante treinta y seis años ininterrumpidos.

Sí, las comparaciones pueden resultar odiosas, o como en este caso, pintar de cuerpo entero una realidad.

***

El calendario marca el 7 de julio. Esta tarde hay partido. Toca la última fecha del torneo, y si bien ya no tienen chances de ser campeonas, igual quieren ganar.

Pero, hay algo que les importa más. Disfrutar este último encuentro. Se lo prometieron a sí mismas. Ya saben que una vez finalizada la temporada, muchas tomarán rumbos diferentes.

Andrea es una de las que tiene decidido partir. Gustavo, el entrenador, le consiguió una prueba en otro club de una categoría superior. El desafío la seduce, y está convencida de intentarlo.Sabe que a su edad no será sencillo que se presenten nuevas oportunidades como esta.

Después de un almuerzo liviano parte hacia Isidro Casanova, donde a las tres de la tarde, el equipo de fútbol femenino de Almirante Brown recibirá a sus pares del Deportivo Armenio.

La hora señalada se acerca. Sin embargo, la convocatoria es escasa.

—Hoy no hay actividad de los pibes, por eso no hay casi nadie explica, Jorge, el único empleado de seguridad privada que ronda por las instalaciones del club.

No obstante, sobre el paisaje sobresale un puñado de unas veinte personas que merodean alrededor de una de las canchas.

Al acercarse se puede observar un evidente contraste.

Treinta metros, una tribuna, y frondosos pinos de por medio,separan el campo de juego principal con su piso verde y prolijo,  de otro terreno irregular donde la tierra seca sobresale sobre  los vestigios de un poco de césped. 

No es muy difícil adivinar cuál de las dos es la cancha asignada para las chicas.

Mientras tanto, el sol calienta con tibieza, apenas llega a camuflar el frío. Hay un silencio solemne, como de biblioteca. Por ahora, el grupo de familiares que vino a ver el partido está ocupado tomando mates. Solo se escuchan los chillidos de los pájaros.

Pero, de repente, un grito rompe el hielo de la tranquila tarde dominical.

—¡Vamos con todo eh!

Es la voz de Andrea que resuena desde el interior del vestuario.Se vienen los equipos a la cancha.

Con la orden del árbitro, el partido da comienzo y la pelota comienza a rodar sobre un árido terreno de juego, en donde cada remate deja detrás de sí una estela de polvo.

Se juega con bastante pierna fuerte. La cosa va en serio.

El encuentro es entretenido, con ocasiones de gol en abundancia. No obstante, escasea la puntería en la estocada final.

En el segundo tiempo, las chicas de Almirante Brown no se rinden y van a la carga por el primer grito de la tarde.

Mara, la delantera del equipo, captura un rebote dentro del área y remata de zurda. La pelota pasa rozando el palo, como si le diera un beso en la mejilla, pero igual no entra.

Para colmo, al rato, el equipo visitante responde con un contragolpe efectivo y marca el primero.

Como quedan pocos minutos para el cierre, el equipo local se desespera en busca empate.

Prueban con centros, pelotazos y remates desde lejos. Sin embargo, ninguna alternativa prospera ante la férrea defensa rival.

El árbitro pita el silbatazo final. Victoria por 1 a 0 para la visita.

Por unos instantes todo es frustración. Sin embargo, el sabor amargo se calma con los aplausos del público y los saludos del cuerpo técnico.

Son varias las que no pueden ocultar las lágrimas. Se les hace difícil resistir la emoción en el que posiblemente sea su último abrazo como compañeras dentro de un mismo campo de juego.

***

El reloj marca las 5:30, hace poco más de media hora que finalizó el partido, y Gabriela, la encargada del buffet del club, se ocupa de ultimar los detalles en el lugar.

Recién terminó de darle una lustrada rápida al piso, dejándolo con una suave fragancia a limón.

—Me ayudan a juntar las mesas? —solicita, a un grupo de padres que aguardaban allí.

Será cuestión de minutos, para que el buffet se llene con familiares, el cuerpo técnico y las protagonistas recién llegadas del vestuario, con las mejillas aún coloradas por el agua caliente de la ducha, el cabello húmedo y abrigadas hasta el cuello.

—Voy trayendo las pizzas, sientensé chicas —pide, “Gabi”, como la llaman todos aquí cariñosamente.

Luego de un rato de celebración por el final de temporada, el que toma la palabra a pedido de las jugadoras es Gustavo, el entrenador.

—Gracias a todas por el esfuerzo. Si seguimos por este camino, no tengo dudas que la siguiente campaña pelearemos arriba —arenga, con la inconfundible tonada de su Colombia natal.

Va oscureciendo rápido, como es típico en Buenos Aires a estas alturas del año. Lógicamente también hace frío, bastante frío. Pero eso no alcanza para apagar la calidez que transmite el vínculo grupal.

—Fueron muchas experiencias, muy lindas. Este deporte, además de darte amistades, te da una familia —sintetiza, Andrea, con la agridulce sensación de saber que su carrera seguirá lejos de sus amigas.

A pesar de todo, se respira compañerismo. No es para menos. En el fútbol femenino de Argentina todo es a pulmón. Y cuando la estructura es tan frágil o precaria, no hay mucho espacio para las mezquindades o los individualismos.