Medicina espiritual


El universo es complejo y quizás los seres humanos jamás logremos entenderlo en su totalidad. Mientras tanto, no nos queda más que intentar conocer lo más posible. Hay prácticas muy extendidas, como la constelación familiar, que aún permanecen de incógnito para muchos pero que, sin lugar a dudas, vale la pena intentar comprender.

por Sofía Otero Green

****

El despacho

En el despacho de Adriana el límite entre lo que es la oficina y lo que no lo es se torna nebuloso cuando desde el ingreso al pasillo delantero de su casa ya se empieza a filtrar el aura mística de la decoración. No hay dos paredes del mismo color. En este ambiente no queda aclarado a qué figura se venera; a menos que la respuesta sea: a todas.  Un Buda Gautama plateado observa a María, que a la vez se codea con Ganesha, el Dios Elefante, por no mencionar un sinfín de objetos decorativos con un significado cuanto menos enigmático.

Pero la peor confusión entre casa y lugar de trabajo se da por la cantidad de personas que circulan todo el tiempo. Por el pasillo, directo a la oficina, pero también por el comedor y el living de la familia.

—¿Tu casa siempre es así?

—Sí, siempre. Y todos tratamos de colaborar con lo que podemos. Total, es gente que conocemos hace años. Son casi siempre los mismos. —responde la hija menor de Adriana, de unos catorce años, mientras junta los restos del almuerzo que comió con su hermana y su papá mientras que abría la puerta, saludaba “pacientes”, y atendía a una extraña sentada en su mesa. En el ínterin también se las arregló para hacerle un sándwich de milanesa a su mamá y llevárselo al consultorio.

En cuanto a Adriana, viste ropa moderna y lleva un corte de pelo carré prolijo. Habla con una seguridad que espanta. Huele a cigarrillo. Es común, y hasta toma mate. Pero si consideramos su trabajo, no es para nada tan común, tiene algo más que contar.

****

Adriana

Adriana estudió psicología social, de la escuela de Pichón Riviere, y se formó en varias prácticas esotéricas: tarot, Flores de Bach, numerología, biodescodificación, constelación familiar. Si tiene que elegir una etiqueta para ponerse a sí misma, prefiere la de “terapeuta holística”.

No recuerda el momento en el que comprendió que tenía un don.

—Creo que no me di cuenta, cuando me di cuenta. No me di cuenta. Es más, tampoco sé si me doy cuenta ahora. Sé que hay cosas que cuando vos las estudiás te das cuenta que ya las sabés. Es una información que vos ya la tenías. Y aparte después aprendiendo lo de numerología y todo eso, hay como cosas que uno ya viene con esa información, ¿me entendés? Pero hay personas que tenemos como funciones que cumplir. Ni mejores ni peores, funciones.

Actualmente no sólo atiende en su consultorio ubicado en La Tablada, una localidad de La Matanza, sino que además imparte cursos para difundir sus conocimientos.

Su profesión es, aún más que otras, un reto constante por legitimarse.

—Es normal que sienten en el sillón y desde la parte esotérica esperen que les adivines toda su vida, entonces cuando ya le adivinaste dos o tres cosas entonces se relajan un poco. Pero primero te prueban. La gente viene a veces muy escéptica porque ha tenido muchas desilusiones. —habla rápido como un tren bala.

—Porque la gente dice que no cree, pero cree. Fijate vos cómo se sorprenden con la constelación, ¿qué otra prueba necesitás?

****

Constelación familiar

Originaria de Alemania, la constelación familiar es una práctica relativamente nueva creada por el teólogo y espiritualista Bert Hellinger. Su novedad -y la razón por la cual es cuestionada por la ciencia- es que se basa en la idea de la transmisión a través de las generaciones de conflictos, preocupaciones familiares y modos de comportarse que derivan en los problemas psicológicos actuales.

En la práctica, es todo un evento. Al paciente, que acarrea alguna problemática, se le pide que represente a los miembros de su familia, mediante la colocación en el espacio de unas personas -desconocidas, en general- que establecen entre ellas una serie de relaciones. Nada más llevar a cabo esa operación, los participantes que encarnan a los miembros familiares, de los que desconocen todo, dicen comenzar a sentirse como ellos. Es realmente un fenómeno muy extraño.

****

Creer o no creer: cuando la ciencia se encuentra con la creencia

La pugna entre ciencia y creencia es arcaica e inmortal. Es una lucha de egos. Los científicos se han dedicado con obstinación a delimitar con estricto rigor lo que es ciencia y lo que no. Mientras tanto, la creencia ha forjado su propio camino con el fuerte deseo de comprender la vida sin ayuda de la ciencia, e inclusive rivalizando con ella. Es como una repelencia mutua.

Ni hablar si se reemplaza la palabra creencia por la palabra religión. El mismísimo Galileo Galilei fue acusado por la Iglesia católica por atreverse a apoyar la teoría heliocéntrica de Copérnico. Luego, se vio obligado a abjurar de sus ideas frente al Papa -momento en el que se le adjudica su famosa frase Eppur si muove («Y, sin embargo, se mueve»)- y más tarde fue condenado a la prisión perpetua. Pero la prisión perpetua está en la ingenuidad de equiparar la ciencia y la creencia al agua y el aceite.

Hilda tiene una década de experiencia como psicoanalista, pero hace cuatro años descubrió la constelación familiar como método.

—No fui porque quisiera, de hecho, yo era muy escéptica, fui porque mi amiga me lo pidió. Pero desde ese día mi vida dio un giro de 180 grados. —y por la mirada en sus ojos, no miente.

—Lo hice por mí, para entenderme individualmente. Pero a medida que fui formándome y haciendo más cursos obtuve mi certificación como consteladora, y entonces lo empecé a usar en el consultorio también, en constelaciones individuales, o derivándolos a donde quieran hacerlo, mientras que lo hagan. —habla con una voz ronca pero fuerte.

Quizás la parte más compleja para alguien del campo de la ciencia sea explicar los fenómenos no empíricos ni medibles a través de herramientas tecnológicas. Pero Hilda no hace agua.

—Magia no. Es como energía. Hay personas que van a participar y se ponen en el lugar de los familiares de otro, porque ese otro así lo elige, y de repente empiezan a sentir cosas, emociones que no tenían antes, emociones que no les pertenecen. Y no lo pueden explicar. Es inexplicable. Para entenderlo bien, tenés que vivirlo… -

—Pero siendo psicóloga, ¿nunca te acusaron de ser poco profesional por creer en estas cosas?

—No hay nada más profesional que buscar el mejor método para que el paciente sane, y yo hago eso. Poco profesional es la persona que no esté abierta a probar cosas que funcionen. Esto funciona.

****

Curso de constelación

Es un curso de constelación familiar, aunque por la humareda que obliga al aire puro a morir sin piedad más bien se asemeja a una competencia de fumar cigarrillos. Casi parece un efecto especial exagerado. Dos mujeres participan como oyentes activas, Silvia y Antonella, y Adriana dicta la clase.

—Yo con la chica que viene ahora a las dos estoy haciendo trabajos de psicomagia. Tenía que hacer con el padre, la madre y la pareja. El primer trabajo que le hice hacer yo le pregunté cuál era el objeto con el que ella podía representar al padre. Me dijo una cuchilla. “Bueno, tenés la cuchilla ahí, sabes que es de tu papá, pasás, vas, venís. Hablá con la cuchilla, puteá a la cuchilla, es tu papá, ¿sí?” Porque tenía toda una carga con el padre. Bueno, dice que a la cuchilla la recontra re puteó, le revoleó cosas. La puso en su casa, y ella iba y venía y le hablaba, la puteaba, todo. Le digo “Bueno, a los siete días agarrás la cuchilla, la clavás en la tierra y decís «Hasta acá llegaste, esto se terminó».”

—¿Y qué pasó?

—La clavó y se cagó encima. Pero se cagó con sangre. —Adriana habla como si se tratara de una anécdota común y silvestre, totalmente apropiada para la hora del té. Y por si no había sido lo suficiente descriptiva agrega más detalle:

—Con una cantidad de sangre tremenda. Se fue a la casa asustada porque no podía entender lo que le había pasado.

—Ah, ¿eso pasó en la calle?

—Obvio que en la calle. Cuando enterrás no puede ser en tu casa —acota Silvia, casi espantada por la herejía de la pregunta. Es una mujer que aparenta mayor edad de la que seguramente tiene. Está arrugada como cuando se pasa mucho tiempo en una pileta y los dedos de las manos envejecen cien años.

—¿Querés mate? —ofrece Adriana sin pudor, como si el agua con gusto a yerba pudiera pasar por la garganta de alguien después de ese relato.

— No, gracias.

— Estaba en General Paz y Corrales. La vergüenza que pasó dice que fue terrible. Esa noche se volvió a hacer encima. Sin darse cuenta eh. Y a la otra semana le volvió a pasar lo mismo con la madre. -Continúa Adriana.

— ¿Será por los lazos de sangre? —propone Antonella, más joven que su compañera y con cara de enojada, diga lo que diga. Siempre asiente con la cabeza como si a cada segundo debiera aprobar todo lo que sale de la boca de cada una de las personas del cuarto.

— Y, puede ser por eso también… —le contesta Adriana, aunque no muy convencida—hay un dicho popular que dice “Te voy a hacer cagar sangre”,  que fue con lo que yo lo relacioné. Y de alguna manera los padres le hicieron cagar sangre.

— Claro -asintió Antonella.

****

La importancia de un reflejo

            A Paula no le cuesta hablar. Es como si mientras pronuncia una palabra ya sintiera ansiedad por articular la que está por venir. Tiene el pelo recto y desparejo, más largo de un lado que del otro. Es a propósito. Ella misma explica la importancia de su elección de llevarlo así. Sucedió durante uno de los cursos a los que atiende con Adriana. Lo recuerda a la perfección.

—Cierren los ojos e imagínense paradas enfrente de una vidriera. Miren la vidriera, miren lo que lo que hay ahí, lo que les gusta… ahora véanse ustedes en el reflejo de la vidriera—les pide Adriana a las chicas.

—Ay, yo me veo parada, con un vestido, mis hijos de la mano… — dice una.

—Yo me veo feliz, con mi sombrero… —dice otra.

—Yo también, con Bauti… —continúan.

—¿Vos cómo te ves Paula? —acusa Adriana.

—Y, yo veo una mujer enojada. —Y todas cambiaron la cara.

—Pero, ¿cómo te ves? — Insiste Adriana.

—Me veo con el uniforme del trabajo - empleada en una estación de servicio YPF - como siempre. Borcegos, pantalón, chomba, un rodete, cofia y gorra. Es lo que uso todos los días, todo el día.

—No te quiero ver más con ese rodete. Parate acá. Yo me voy a sentar en tu lugar. Miráme y hablále a esa mujer que está frente al espejo. — propone Adriana.

Luego de traer ese recuerdo a cuenta, vuelve a situarse en el presente.

— Así que salí de ahí y lo primero que hice fue cortarme el pelo, para no atármelo más.

****

El triángulo

            Otro curso de constelación familiar tiene lugar en la Tablada. Silvia charla con Antonella y con Adriana. Definitivamente tienen su propio código. Para hacer referencia a una persona que quiere nombrar, en lugar de hacer una referencia del tipo: “¿Te acordás de Marta, la que vive en la esquina de Pablo?” prefiere decir:

— La que le medimos la casa, ¿te acordás la casa esa?

— Ah sí, estaba re cargada esa casa. Le tuviste que poner escudos por todos lados—recuerda Antonella.

— Veintiún escudos le tuve que poner. Había portales piedra por todos lados—contesta Silvia, moviendo la cabeza como negando.

— Por ejemplo, el comedor era un gran portal, o sea, me daba que todo el comedor era un gran portal, y todo el comedor era una piedra. Era todo como una bola de energía de mierda– reprocha Antonella enojada.

— Ojo que a lo mejor es de la casa, no de ella –—Adriana interrumpe.

— La casa era de la madre. La refaccionó y todo, pero ya venía…—de a poco Silvia va disminuyendo su tono de voz hasta que desaparece.

— ¿Los escudos qué son?

— Los escudos son unos símbolos protectores. —En seguida declara Silvia.

— Como aquel, mirá, que está arriba de Ganesha.—completa Adriana.

—¿El triangulito ese?

—Sí. –—dice Adriana.

—Son símbolos de protección y de limpieza. Que están activados, que alguien los canalizó, vio que tenía una energía muy fuerte y muy positiva; que la persona que los canalizó vió que venía de Jesús y de María y del universo, de lo que uno sienta. Hay que ponerlos en lugares estratégicos de una casa, donde tenga una energía negativa. Esta mujer tenía la casa tomada.—pronunció Silvia, sin darse cuenta de su simpática referencia a Cortázar.

            Más tarde me vería fotografiando el escudo y me advertiría que no se me ocurra “Subirlo a Instagram y todas esas cosas” porque es “un arma muy poderosa”.

—Esta piba además de periodista se va a convertir en bruja con todas las cosas que escucha acá –—ríe Adriana.

****