El lado B del Cosplay


Del juego de disfraces, típico de eventos como la Comic Con, se desprende el erocosplay: una industria erótica poco conocida que mercantiliza el cuerpo de las mujeres con trajes.


Por Candela Gomez

Un carnaval con todos sus matices. Las risas; la ansiedad sobrevuela el ambiente. Un clima simpático y amistoso hace del lugar, uno de esos de los que invitan a quedarse y a querer volver. El evento Comic Con Argentina es un éxito. La gente disfruta de autores que están firmando libros. La venta de cómics y muñecos. En el auditorio, el espíritu del público estalla de energía con estrenos de trailers y charlas sobre cultura pop. Los gamers aprietan sin parar el joystick frente a la pantalla mientras la competitividad se esparce por todo el sector de videojuegos. Sin embargo, lo mejor de todo se encuentra al final.

Hacia el fondo del predio están los Cosplays. Una serie de veinte puestos se extienden uno al lado del otro. Hay fotos colgadas en las paredes, gigantografías, banners y modelos que parecen reencarnar a los personajes más locos. Es una verdadera piñata de enormes dimensiones: Juegos de Tronos, Avengers, princesas de Disney, estudiantes de Hogwarts y caricaturas de animes, todos interactuando en un mismo espacio. Son un sueño cumplido para los fanáticos.

Entre tanta gente, Carla sonríe sensual con los labios de un escarlata vibrante para los fotógrafos mientras luce su traje. Lleva una Yukata -vestimenta tradicional de Japón- que le arrastra por el suelo, negra con estampados de murciélagos en violeta.

Enormes retazos de tela se extienden desde las mangas. Un Obi rosa con una flor de Sakura en tela le envuelve la cintura como un cinturón. El escote que se profundiza hacia el valle de sus senos deja poco a la imaginación. Tiene puesta una peluca verde, y dos alas de murciélago que simulan ser orejas.

Un chico de unos diecisiete años la mira embelesado y decide acercarse. El saluda y le elogia el disfraz. Carla agradece encantada, le regala una sonrisa simpática.

—¿Podemos sacarnos una foto? – pregunta el muchacho.

—Si dale no hay problema. – responde Carla.

Carla procura no tocar al chico, pero éste sin aviso se le pega del lado derecho mientras enrosca su brazo alrededor de su cintura. Ella no le dice nada, pero el exceso de confianza no le agrada. Sonríe para la foto, pero en su mente contó los dieciséis segundos que tardó en soltarla.

—¿Hacemos como que me das un beso en el cachete? – le propone él.

Como parte del oficio está acostumbrada a este tipo de peticiones por parte de los fans. Carla mira a un costado y le clava la mirada a su marido que está a unos metros de distancia, y vigila toda la situación. Ella acepta. Se coloca en posición para posar un falso beso.

Al momento de la captura, el adolescente gira la cara y le inserta un beso sin consentimiento en los labios. Frente a su marido. Frente a sus colegas. Frente a toda su comunidad. En un primer momento queda estática. Hasta que sale de personaje y se limpia desesperada los restos de saliva con la mano. Entonces no puede ver nada mientras siente que un calor la va consumiendo desde los pies, cada vez más y más. Está furiosa.

—¿Qué haces? – Se escucha a lo lejos.

Cuando Carla vuelve en sí, su marido está agarrando al chico del cuello y lo estampa contra una pared. Y el calor se desvanece. Se traga la bronca y humillación. El exponerse es parte de su trabajo.

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—Hace dieciséis años que hago cosplay. Primero me hacía los trajes con cualquier cosa, una cortina, un pedazo de tela.

Carla tiene 27 años y larga una risa que resuena por toda la cafetería. La gente apenas la mira. No parece llamar la atención. Vestida con una campera enorme y envuelta en un mantón, se ajusta los lentes de marcos negros que se le resbalan por la nariz. Se sienta medio encorvada, y esconde las manos entre las piernas. A primera vista cuesta mucho reconocer que es la misma chica que aparece en fotos, vestida solamente con un traje de lencería mientras fantasea con ser un personaje de animé. 
—Había una tienda de cómics muy chiquita en Tandil, donde yo vivía. Tenía como once años, y me compre la revista Lazer que era sobre animes y cosas japonesas. Y ahí descubrí que había eventos y la gente se disfrazaba. Y dije si ellos pueden yo también.

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El vocablo cosplay proviene del inglés “costume play”, juego de disfraces o interpretación de disfraces. Practicado por quienes son fanáticos de los cómics mangas o animé. Se busca copiar hasta el más mínimo detalle, para emular al personaje elegido.

Este fenómeno surge en los años 70, en los COMIC MARKET de Japón, que se celebran en Odaiba (Tokio), allí grupos de japoneses se vestían de sus personajes favoritos de mangas, animes y videojuegos. La práctica siempre ha estado muy relacionada con estos productos, pero con el paso de los años, se fue extendiendo hasta cruzar las fronteras del país del sol naciente y abarcar otros campos.

En Argentina, el Jardín Japonés realiza, hace ya doce años, el concurso anual de cosplay Anime & Manga TAIKAI. Se trata de un certamen del que participan muchísimos cosplayers, con la ilusión de ganarse un viaje a Japón. A este le siguieron el paso otros: el Animé Friend, que en 2018 se amplió a Animé Expo en Costa Salguero, celebrando los 120 años de la embajada de Japón.

Considerado como un estilo de vida, es un mundo donde no existe tope de edad para ponerse una peluca de colores, fabricar una máscara de papel maché, construir un corset, clavarse unas botas y maquillarse. Los trajes se confeccionan a mano o con máquina de coser, haciendo uso de cualquier técnica artesanal o herramienta disponible.

Existen diferencias ramas dentro del cosplayer, entre ellas se distingue el crossplay donde los individuos cambian de género en su vestimenta, una especie de travestismo. Y el erocosplay, que se basa en disfraces en su mayoría eróticos, mediante los que se representa un lado más sexual del personaje.

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—Empecé a hacer erocosplay después de que tuve a mi hija Micaela. Cuando terminé el embarazo me agarró una depresión postparto. Me sentía super horrible, cada vez que me miraba al espejo lloraba. Me agarraba la panza y me la apretujaba. Y lo hice porque me quería sentir bonita. Me hice el traje erótico, me puse la peluca, me maquillé e hice una producción super sexy. Fue tremendo. Las fotos estaban hermosas y yo me veía divina.

—Me acuerdo de que le dije a mi marido, mira estoy re buena. –relata Carla mientras toma un trago de café. Tiene cuatro anillos en la mano. Ninguno da a entender que está casada.

Carla había descubierto un lado de ella que la encendía. Se enamoró de su cuerpo y la sensualidad que podía transmitir con el simple hecho de posar frente a una cámara. Para ella, su cuerpo y esta nueva actitud eran una forma de arte, así que se decidió y creó el perfil de Hina, su alter ego en la industria del cosplay.

Lo que hacía era muy reconocido en la rama hentai- pervertida- del cosplay, tanto que incluso los fans pagan grandes sumas de dinero para acceder a las fotos y videos de las modelos.

—No las hice públicas para que me digan que soy hermosa, si no que me gustaban tanto que no quería tenerlas guardadas. Y un día una amiga me dijo que las empiece a vender. Mi marido me dijo que no tenía problema. Entonces empecé, y fue muy raro al principio porque quienes consumen esto por lo general son de países del Oriente. Es tan loco que no sé…, que un hombre en Japón pague para tener mis fotos. Pero me encanta.

Agarra el celular y entra a la página web de Hina, muestra las fotos y videos de sus últimos trabajos. En una imagen aparece rubia, en otra una morocha, y en la siguiente colorada. El color de los ojos también varía azul, negro, rojo. Trajes de colegiala japonesa, de una especie de híbrido entre zorro y mujer. Mucho encaje y portaligas. Topless y posturas sensuales. Tiene fotos acompañada de otra modelo, en una secuencia donde se desnudan una a la otra. Disfrazada de elfo, demonio o niña Loly. Siempre una misma mujer, pero irreconocible a la vez.

Carla se relame los labios, se nota que está fascinada con cada publicación. Son su mayor orgullo, su forma de ganarse la vida. En su perfil de Patreon -un portal en el que artistas y creadores pueden obtener financiación para realizar sus trabajos, gracias al apoyo económico que sus seguidores realizan mediante un sistema de micropagos- la cosplayer promociona sus imágenes bajo el lema de “No más censuras”, adjuntando fotografías de desnudos, cubriendo en algunas ocasiones sus zonas íntimas. Los precios no bajan de los 60 dólares el set de 20 fotos.

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Buscando mejorar la calidad de sus producciones, Hina descubrió que hay toda una industria dedicada al erocosplay. De esta forma, conoció a Mary Scarlet, una ex modelo cosplayer que se hizo una carrera de fotógrafa especializada en cosplay tradicional y erótico.

—Muchas chicas se sienten muy expuestas cuando hacen sesiones sensuales. Porque esta es una cultura machista y la gran mayoría de los fotógrafos son hombres. Por eso, me cambié de bando y me empecé a dedicar a sacar las fotos. Las chicas se sienten cómodas, y eso se refleja en los resultados –explicó Mary.

Mary se empezó a interesar en la fotografía después de que varias modelos denunciaran a un fotógrafo por acoso. Le parecía injusto que las mujeres no puedan disfrutar de hacer una producción en paz. Su novio Lautaro Otero, que es un reconocido fotógrafo de cosplay tradicional, le propuso enseñarle el oficio.

—La primera vez que una chica se me desnudó frente a cámara me sorprendí mucho porque fue de la nada. Pero ahora estoy acostumbrada y Hina es mi modelo favorita. Siempre se anima a hacer cosas re locas. Hoy en día es la cara de mi página. – Mary cuenta sin pudor.

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En el mundo del cosplay, los roles de géneros se desdibujan, muchos modelos se divierten al ponerse en la piel de personajes distintos y verse a sí mismos con una personalidad totalmente opuesta a la propia. Sin embargo, en la rama erótica el lugar del cosplayer varón entra en conflicto.

—Para los varones es muy difícil hacer cosplay que no sea el tradicional. Porque, si uno quiere puede hacer ero cosplay, el problema es que quienes consumen ese material terminan siendo otros hombres. Entonces aparece todo el tema de la masculinidad.

Diego o Deku Tsundere como nombró a su alter ego, es de estatura media, morocho con ojos verdes. Tiene puesta una remera de Dragon Ball Z. Es de Bogotá, Colombia, y comenzó a hacer cosplay desde muy chiquito. Por lo que tuvo que soportar años y años de maltrato escolar.

—En mi país no es como acá en Argentina. Si bien existe la cultura pop, no está muy bien aceptada. Si te ven haciendo cosplay o eres un otaku o un rarito. Cuando Carla me invitó a Buenos Aires para participar con ella en la Otaku Matsuri, le dije sí sin dudar. Acá es diferente, la gente está más abierta. Creo que no te prejuician tanto. Si alguno se animará seguro puede desviarse un poquito y hacer algo más erótico. Pero está en cada uno.  –cuenta Diego.

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La gente se amontona frente a la valla que rodea el escenario. Arriba los tres jueces ya sentados en sus puestos alientan al público para que el concurso arranque. Se escuchan gritos y carcajadas, el calor que desprenden los cuerpos humanos apretados hace que los 9 grados de temperatura ni se sientan. La voz eufórica del presentador les pregunta si están listos. Un puñado de ansiosos en el centro comienzan a saltar. Y el primer cosplayer sale a escena. El falso Iron Man no recibe mucho apoyo, y terminada su presentación se retira sin mucha emoción. Le siguen una serie de variados personajes.

De pronto aparece Carla. La música comienza con unos acordes que te teletransportan a la época del Japón feudal. Ella camina lento mientras contonea las caderas. El escenario todavía se mantiene con una luz tenue. La música se acelera mientras baila. Un reflector blanco la ilumina. Tiene puesto un vestido, con una falda enorme con enagua, violeta decorada con unas líneas rojas y soles dorados, la parte superior es similar a un kimono rojo con bordados dorados que se entrecruzan desde el cuello hasta las mangas.  Una peluca celeste con dos colas largas está decorada con un sombrero rojo. Con sus manos sostiene una espada dorada de forma horizontal. Por un momento la gente está quieta, como hipnotizada por el ser fantasioso que se adueña del lugar.

Ella desfila tranquila, parece estar siguiendo los pasos de un ritual. Finaliza con una reverencia y se retira. Como un jardín colmado de flores que buscan el sol, un sembrado de manos levantadas aplaude ferviente. El presentador regresa con un sobre. Y lo dice – Gana el concurso de cosplay Comic Con Argentina…. Hina. 

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El ero cosplay monetizado forma parte de un debate histórico dentro del feminismo en el que existen dos posturas:

La que considera que la creación y venta de contenido erótico representa una objetivización de la mujer. Y la que argumenta que la elección del oficio es totalmente libre.

Erika Márquez es estudiante e investigadora en la Universidad General Sarmiento. Está especializada en economía feminista, desarrollos históricos del movimiento político del feminismo y perspectiva LGTBIQ+.

– Con el avance de la tecnología han surgido nuevos trabajos, como ser modelo erótica. Si bien muchos son precarios, permiten sacar a la mujer del lugar que se le adjudica dentro del hogar y darle autonomía. El hecho de plantear que la mujer es sexualizada y tratada como un objeto dentro de este tipo de oficios es seguir reproduciendo la visión sexual del trabajo, pensando desde un punto de vista moralista.

De esta manera, según Márquez, el ero cosplay es un trabajo que ha de analizarse por fuera de los prejuicios y que, dentro del sistema capitalista en el que estamos inmersos, es solo un oficio más en el que una persona vende su fuerza de trabajo.

–Sucede lo mismo, por ejemplo, en el caso de un albañil o una empleada doméstica. Ambos exponen su cuerpo al servicio del trabajo. Y plantear qué parte del cuerpo se expone más o menos, es una cuestión moral. Hacer cosplay monetizado es un trabajo que muchas mujeres eligen, y no debe ser visto desde la subjetividad