Buscando el conTROLL



Los trolls llegan a administrar alrededor de 100 perfiles falsos por día con un promedio de 12 horas de trabajo. Para darles identidad a las cuentas, recogen fotos de extranjeros y estudian la vida ajena. El detrás de escena de un empleo tan reclamado por los políticos.

Por Melany Romero

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Un edificio de color beige, imponente y antiguo se camufla en las calles Reconquista y Bartolomé Mitre del barrio de Monserrat. La construcción es grande. Está ubicada en una esquina donde miles de peatones y conductores transitan, a toda hora del día, sin percatarse de su presencia. En la entrada, hay un ascensor de rejillas corredizas, que no evidencia el mundo digital oculto en el lugar. Cuarto piso.

El sonido de las teclas inunda la sala donde se encuentran personas trabajando en conjunto con profesionales de diferentes áreas. Todos son jóvenes. No levantan las manos de la computadora y el celular, como si despegar la vista del aparato fuera un desperdicio de segundos. Algunos se mueven de un lado a otro, mientras que los demás prefieren quedarse en sus asientos con los pies fijos en la alfombra gris que cubre el espacio.

Mimi se vistió para la ocasión: un suéter de lana fina, camisa y jean oscuro. Camina con seguridad. No está nerviosa. Al fin y al cabo, ya hizo un trabajo similar en 2012. Un hombre, de no más de 26 años, acompañado de una mujer de blusa blanca, pantalón claro y zapatos bajos, la conduce rápidamente hacia el salón de reuniones para comenzar la entrevista laboral.

—Bueno, contanos…Mimi. ¿Por qué nos enviaste tu currículum? —cuestiona el guapo de remera negra, jean azul y zapatillas en composé.

—Se los envié porque necesito cambiar mi lugar de trabajo. No porque no esté conforme, sino porque anhelo otro puesto.

—Bien, Mimi, ¿tendrías interés en trabajar para el gobierno de turno? Te comentamos, tu función sería manejar las redes sociales.

—Sí, claro.

—La condición es que estés dispuesta a acomodar tus horarios a la agenda de María Eugenia Vidal y atenta a la actividad digital, tanto en el día como en la noche. No podés revelar tu identidad.

—Sí, conozco el oficio. Ya hice este tipo de trabajos para La Matanza en años anteriores.

—Gracias. Vamos a llamar a los que hayan quedado seleccionados —finalizó el hombre, preocupado por el Smartphone que tenía frente a él.

Todo el verano pasó y la llamada nunca llegó.

—Quizás, hice mal en decir que ya había trabajado como troll en Matanza  —contará Mimi, desganada, sin darle demasiada relevancia al tema, tiempo después.

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Burbujas de chat, notificaciones en Facebook y alertas de Twitter. Cuando parecía que ya estaba en los brazos de Morfeo, Mimi debe volver a teclear. Es la 1 am de una noche de 2012. Se siente cansada. Pasaron 10 horas desde que comenzó con sus tareas, encasillada a su incómodo asiento de escritorio. Sus ojos arden ante la pantalla de su computadora. Teclea. No puede dejar ninguna conversación sin hilo. Debe generar temas en la comunidad digital, criticar e incitar al otro a pelear.

La mujer reconoce que, muchas veces, su trabajo no provoca resultados efectivos. Sin embargo, prende su segunda notebook y vuelve administrar sus perfiles falsos, uno por uno. Ese es su trabajo. Por el que cobra $25.000 al mes.

Entrometerse en el mundo virtual no fue fácil para Mimi. Al comienzo, sus jefes le solicitaron que cubra eventos de diversos políticos desde el área de comunicación. Luego, los pedidos se intensificaron: debía estar disponible en un horario fijo para tratar temas en agenda, le solicitaban que haga home office los fines de semana y que estuviera pendiente para hablar acerca de determinados candidatos durante las campañas electorales.

—Nos terminaron diciendo que era para trabajar de trolls. Obviamente, cuando te pones a hacer el trabajo te das cuenta de lo que estás haciendo. Sólo los demás creen que se está trabajando por el “bien público”. Pero no es así.

Se ríe, al borde del sarcasmo y la angustia.

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Los trolls llegan a administrar alrededor de 100 perfiles por día con un promedio de 12 horas de trabajo, incluidas las horas de home office. Para darles identidad a las cuentas, los empleados recogen fotos de personas de Nueva Zelanda y estudian la vida ajena para replicarla en forma contraria.

—Le das un equipo de fútbol, un gusto por la comida, por salir a bailar con amigos, por la peluquería o uñas. Subís historias y todo tipo de contenido que puede llegar a generar cualquier persona, pero, obviamente, de una forma falsa. Te reís mucho. Sobre todo, por estar bajando fotos de un holandés que “vive” en La Matanza.

Las solicitudes de empleo se suelen disfrazar con el nombre de “Ejecutivos de Cuentas” o “Community Manager”. Incluso, todas las entrevistas a las que accedió Mimi fueron pautadas por Telegram, una aplicación similar a WhatsApp que no deja registro del historial en conversaciones.
Argentina cuenta con más de 7500 usuarios identificados que ejercen el oficio. Según un informe de Amnistía Internacional, el número de interacciones que generan los empleados es tan elevado que llega a superar las de personas reales. Son más de un millón de interacciones diarias por las que se invierten alrededor de 205 millones por año.

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Hay personas que realizan el trabajo de manera remunerada, pero también otras que lo hacen ad honorem con el objetivo de defender sus ideales. Crean sus propias canciones, imágenes y se burlan de los que hacen del trolling un empleo pago.

—Cambiemos tiene muchos trolls por afinidad. Es decir, son militantes fanatizados que están muy solos, gente grande que establece un contacto a través de las redes, para sentir la pertenencia a una comunidad. Los políticos no quieren tener una relación directa con ellos, pero conocen su accionar. Saben que, la campaña sucia que realizan, los beneficia -explica “Gerardo”, trabajador de la Casa Rosada en algún rincón de Paseo La Plaza, Ciudad de Buenos Aires.

—¿No vas a decir mi nombre no?

—No, es anónimo.

—Bueno. Yo formé parte del equipo que dirigía Marcos Peña en un edificio de Balcarce durante la campaña electoral de 2015. Comí asados con ellos y trabajaba con Guillermo Riera, jefe de comunicación digital. Al menos en el piso donde estuve, no había personas haciendo trolling. Lo que te puedo decir es que, si bien les caían mal, los “Lilitos” eran de gran ayuda para el PRO, sobre todo para instalar temas en Twitter. —agrega Gerardo.

Los “Lilitos” son un grupo de personas que forma parte del círculo íntimo de Elisa Carrió cuyo objetivo es defenderla en la comunidad digital. Un documento que circula en los grupos de WhatsApp de políticos, explica el accionar de los trolls remunerados en el partido de Cambiemos. Allí, figura el nombre de Lucho Bugallo, un hombre allegado a la diputada, que se encargó de reclutar operadores para que continuaran con el manejo de cuentas de indignados como “El Cipayo” o “El Anti K”.

La moza llega con la merienda del hombre. Mira hacia la mesa, intentando descifrar las anotaciones del cuaderno. El lugar está lleno, todas las personas hablan al unísono. En la mesa de enfrente, una mujer le aconseja a su amigo sobre cómo superar una relación amorosa. Un vínculo que lo obsesiona y que se le hace difícil romper. Gerardo continúa en la misma línea.

—Hoy por hoy, trolls tienen todos los políticos. Ninguno puede salir del trolling porque, si se viraliza un hashtag negativo, debe haber personas que contrarresten las mentiras. Ahí accionan estos aficionados. Saben que tienen poder de fuego. Incluso, los políticos les ofrecen pruebas para que difundan y así poder revertir la mala reputación en redes. Trabajé con Scioli en 2014 y, después con Massa. Allí también se hablaba de salir a “atacar” a tal político en redes. Hablando con sinceridad, vi en primera persona el origen del trolleo.

Sonríe y busca su celular como si hubiera quedado algo pendiente.

—Espera que te hago escuchar audios de un grupo que me agregaron donde hay trolls.

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¡defensores del CAMBIO!!

Mensaje de voz (0:05)

—Somos tendencia chicos. Estamos primeros en Twitter —grita en un audio de WhatsApp un señor, de unos 60 años, con tonada alevosa.

—¿En dónde? A mí no me aparece nada… —señala una voz femenina temblorosa en un audio de 5 segundos.

—Ay Elvira…un millón de veces te dije que la configuración de tu cuenta está en
“Tendencias para ti”. Tenés que cambiarla a “Tendencias-en-Buenos-Aires” —replica el
señor exasperado, arrastrando sus palabras por tener que explicar nuevamente las técnicas de la red social que tanto usan.

—Chicos yo no sé ustedes. Disculpen que les hable así, pero yo voy a trabajar feriado y fin de semana para que Mauricio siga siendo tendencia. No puede ser que me levante y los K estén primeros —vuelve a responder el líder del grupo.

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El aroma a medialunas caseras, recién sacadas del horno, invade el ambiente. Le cuesta hablar al principio. Interrumpe la conversación con un ademán de brazos y mira hacia la camarera para corroborar que no la estuviera oyendo.

—Voy a ser directa. Sí, trabajamos con trolls, sobre todo en Twitter. Pero, no nos dedicamos a maltratar a otros a través de las plataformas sociales, ni nada de eso. Solamente, es para aumentar la cantidad de seguidores para los políticos con los que trabajo. Soy Community Manager y lo único que hacemos es retwittear con cuentas falsas lo que el candidato hace. Es una de las formas de aumentar la reputación digital.

Adelaida que, por supuesto, no se llama Adelaida, trabaja de manera freelance para políticos de diversas provincias. Su estrategia de comunicación consiste en reclutar una serie de militantes, capaces de estar atentos a un grupo de WhatsApp donde envía enlaces de tweets para ser difundidos. Todos administran 300 cuentas en total, pero no las usan en simultáneo para no exponer la técnica.

—¿Les pagan a las personas por hacer este tipo de trabajo?

—En general, lo hacen ad honorem porque son todos militantes. Al resto, sólo se les paga $100 por cuenta. En mi caso, soy la que supervisa que hagan las tareas que les fueron asignadas. Es decir, compartir y comentar solo lo que les pedimos. Si se les bloquean las cuentas, tengo que darlas de alta otra vez o inventar nuevas. Con Mimi me comuniqué e hizo un par de trabajos para nosotros, hasta me ayudó con las piezas gráficas de varios políticos.

Bebe un sorbo de café. Con una sonrisa nerviosa, se alejará de toda responsabilidad vinculada al trolling como “jugada sucia”.

—Únicamente, lo hacemos para contrarrestar los comentarios negativos que vienen de
trolls de otros lados porque muchas veces nos invaden. Es un trabajo organizado porque entrenamos a las personas que lo hacen. Muchos de ellos, no sabían ni usar Twitter.

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Esteban Di Paola es investigador del CONICET y escribió artículos vinculados al trolling que lo llevaron a plantear teorías sobre el mundo político. Para él, las personas que se dedican al oficio virtual son constructores de sentido con una fuerte adherencia en la comunidad. Más allá que no tengan argumentos claros.

—Funciona como una herramienta que activa modos de creencias en la sociedad. Esto, hace que las personas repitan, constantemente, cosas que no se saben si son ciertas o que no tienen justificación. Por poner un ejemplo más claro: “se robaron un PBI”. Es una locura pensar eso, no existe la idea de un PBI que se pueda robar.

—¿Consideras que el sujeto es alguien pasivo?

—El sujeto siempre tiene funciones de agencia. Sin embargo, los sentidos se construyen de lazos entre sujetos, como los que se pueden generar en una familia a partir de una viralización insólita. La reflexión no pasa por una racionalización, sino por cuestiones emotivas, afectivas. Toman lo que se dice en su entorno íntimo y, luego, lo replican en otros encuentros.

—¿Cómo crees que podrían influir en las próximas elecciones?

—En lo personal, creo que los trolls están tocando su límite porque se repiten sobre su mismo modelo. Habría que reformular el dispositivo. No creo que en esta elección tengan la influencia que tuvieron en el 2015.

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Mimi es de personalidad fuerte, lleva siempre una actitud contestaria y realista frente al mundo. En cada pregunta, intenta sacar optimismo de su antigua profesión. No le da más importancia de la que tuvo. Mientras come un helado de chocolate, relajada y pensativa, plantea la necesidad de que las personas conozcan la máscara que envuelve a la actividad política.

—Al principio como que me instalaron el miedo de no contarlo. Entonces, disfrazas tu trabajo como “empleada de Callcenter o encuestas”. Después, me di cuenta que era re divertido. Yo le contaba a la gente. A veces, cuando veía a una amiga discutir por algún tema en redes le decía que era una sola persona con 30 perfiles. La gente no entiende cómo funciona, ni tampoco que se destina tanta plata al trolling.

—¿Te arrepentís de haberlo hecho?

Silencio. Se queda mirando pensativa su cuchara de plástico. Convencida, continúa.

—No me arrepiento porque no hice nada malo. No robé, no pegué, no lastimé. Pero, no me gustó, ni me gusta, el laburar fingiendo. Por eso, dejé de hacerlo. Tampoco me gusta el trabajo político. Sabes que te van a mentir. Esto se usa tanto para la política, como para instalar un producto, para viajar en Flybondi, comer o contratar un servicio. Aysa, Telefónica. Todos tienen trolls. Realmente no hay que creer. Te están mintiendo.
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