Un pueblo curtido


                                                                                   
Jáuregui es una localidad de solo 8000 habitantes que se encuentra a 50 kilómetros de Capital Federal. La dinámica del pueblo cambió con la llegada de Curtarsa, una curtiembre generadora de cueros. Los efectos de la contaminación generada por la empresa llegan hasta la actualidad.

Por Franco Ghio

Son las 3 de la tarde de un lunes de julio. La mayoría de los habitantes de Jáuregui, un pueblo a 50 km de Ciudad de Buenos Aires, se encuentran en la vecina localidad de Luján, dónde trabajan y estudian. Las pocas personas que caminan por la Avenida principal del pueblo lo hacen respetando su ritmo: con lentitud, tranquilidad y sin elevar demasiado la voz. Jáuregui parece ser un lugar sin secretos para aquellos que visitan el lugar por primera vez.
— ¿Tenes idea dónde queda el Parque Industrial? -le consulto a un señor que camina por la Avenida.
  Ahí al fondo -señala el hombre con cierto aire de molestia. Quizás le sonó inoportuna mi pregunta. El pueblo no tiene más de 10 cuadras de largo.
La caminata desde la estación de Jáuregui hacia el río Luján, dónde se encuentra el Parque Industrial, toma unos 15 minutos. Los únicos acompañantes son los “atletas de las 3PM” que salen a trotar por Avenida Flandes, aprovechando la tibieza del sol invernal. El panorama sorprende al visitante acostumbrado al ritmo vertiginoso de una ciudad que nunca para.

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Casas amplias, jardines cuidados, calles tranquilas y pocas personas. Una imagen que bien podría aplicarse a cualquier pueblo del interior del país. Pero Jáuregui está bien cerca del casco urbano. Jáuregui es el pueblo de Jules Steverlynck.
Jules Steverlynck fue un empresario belga que decidió probar fortuna en Argentina a principios del Siglo XX. Su primera escala fue Valentín Alsina, al sur del Conurbano, pero su estadía allí fue corta. Para desarrollar su empresa decidió arrancar de cero en una zona despoblada cercana a Luján. Steverlynck fundó la Algodonería Flandria en 1928 y se destacó por haber sido el primer empresario en otorgar a sus empleados vacaciones pagas, aguinaldo y premios por producción.
Además, se ocupó de urbanizar la zona: construyó clubes, barrios y viviendas para los trabajadores. Así Jáuregui fue creciendo, etapa por etapa, según lo planeado por el empresario belga. Pero el modelo de desarrollo de la ciudad cambió con la aparición, en los años 60, de Curtarsa SA, una curtiembre que modificó para siempre la dinámica y la vida de todos los habitantes.

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Curtarsa SA fue una empresa generadora de cueros para tapizados de autos que comenzó a realizar su producción en Jáuregui a fines de la década del 60. En los años 90, una firma de capitales italianos, Italian Leather Group, adquirió la marca y la producción se estimó en 6 mil cueros por día en sus mejores épocas. En el año 2008, uno de los últimos con grandes beneficios para la industria curtiembre, Curtarsa llegó a exportar sus productos por un valor de U$S 65 millones, según los registros oficiales de la empresa.
Todo sonaba idílico. Pero la generación de cueros implicaba el manejo de sustancias químicas muy contaminantes y en pocos años el ecosistema del lugar se vio afectado por la actividad de la empresa.
El “olor a huevo podrido” envolvió como un manto venenoso a todo Jáuregui. La contaminación del aire, las napas subterráneas y el agua del Río Lujan fueron consecuencias irreversibles de la producción de Curtarsa.

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— Mi lugar en el mundo es Jáuregui. Y existe esa contradicción en el pueblo entre el escenario hermoso que uno ve y la contaminación que generó la curtiembre. Ese contraste era muy fuerte.
El reloj marca las 2 de la tarde y el periodista Nicolás Grande dice esto desde el archivo del diario “El Civismo” de Luján, donde realiza su jornada habitual de trabajo. Este periódico fue fundamental en la campaña de difusión acerca de la contaminación en el pueblo. Nicolás, junto a su compañero Horacio Papeleo, fueron las caras visibles de este reclamo en los medios. El libro que escribieron ambos se llama “Contaminados” y refleja lo que fue la lucha vecinal.
Nicolás  tiene 35 años y vivió toda su infancia en el Club Náutico el Timón, corazón de esta contradicción en el pueblo. Su padre era el casero de la institución y Nicolás creció rodeado de la belleza del lugar, pero también expuesto a la contaminación de la curtiembre ya que Curtarsa operaba a escasos 50 metros de dónde el crecía jugando con las ardillas y haciendo deporte.
— Por momentos, uno se adaptaba al olor a huevo podrido. Era algo fuertísimo y casi permanente -recuerda a la distancia Nicolás.
— ¿Qué consecuencias tenía en la salud?
— Ese olor te generaba alergias, irritación de ojos y enfermedades respiratorias. Era una sustancia muy tóxica -afirma convencido.
Nicolás se refiere al “olor a huevo podrido” como algo natural e inherente para todo aquel que creció en Jáuregui. Sin embargo, eso solo era la punta de un iceberg que los pobladores del lugar ni siquiera podían dimensionar. Los fuertes olores despertaron las sospechas de los vecinos que fueron reuniendo las piezas de un rompecabezas macabro. La historia del pueblo iba a cambiar para siempre.

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Curtarsa SA operó, desde los años 60 hasta 2014, en dónde hoy en día se encuentra el Parque Industrial Villa Flandria.
— El curtido que se realizaba evitaba la putrefacción de los cueros de los animales tras su muerte- destacaron Horacio y Nicolás en sus investigaciones.
— ¿En qué consistía el trabajo?
— Había que separar las capas internas y externas de las pieles de los animales, para poder obtener el cuero que forma parte de la capa intermedia.
El proceso requería de la utilización de un número importante de productos químicos que permiten mantener a salvo el cuero de la capa intermedia de la piel. Esos productos químicos luego eran volcados en las aguas del Río Luján.
Los estudios realizados por las organizaciones ambientalistas en 1993, 30 años después del inicio de actividades de Curtarsa, determinaron que el 70% del agua de la zona no era apta para el consumo humano, debido a la alta concentración de cromo y otros metales contaminantes. Los bebes fueron las primeras víctimas de este envenenamiento silencioso. El agua que consumían los afectaba más a ellos que al resto de los habitantes por sus defensas menos desarrolladas, lo que provocó numerosos síntomas y enfermedades.
— El reclamo comenzó cuando se detectan problemas con bebes que se quedaban sin oxígeno y las organizaciones ambientalistas empezaron a ver que hay problemas con el agua- recuerda Nicolás.

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Nicolás Grande y Horacio Papaleo hablan de un pueblo “curtido” en la lucha. Una lucha que fue llevada adelante por vecinos de distintas organizaciones que aunaron esfuerzos para plantarle cara a una multinacional muy poderosa. Una lucha de David contra Goliat.
ALUCEC, la Asociación de Lucha contra el Cáncer, fue la primera organización que habló de casos de cáncer en Jáuregui como resultado de la contaminación de Curtarsa. Los datos que brindaba la organización eran escalofriantes: entre 2000 y 2006 hubo una media de 30% sobre el total de fallecimientos que obedecieron a problemas oncológicos. “Curtarsa es el cáncer que enferma al pueblo” repetían los vecinos y los datos les daban la razón.
Emilce Tortelli, vecina del lugar, fue una de las caras visibles del reclamo ambientalista. Una gran cantidad de años de lucha, al ser parte de ALUCEC y AEBO (Asociación Ecovida del Oeste Bonaerense), la dotaron de una gran fortaleza. Esa misma fortaleza trasmite su voz, hoy en día, cuando se refiere a todo lo que sufrieron. Años después de la lucha, continúa dispuesta a contar su experiencia para concientizar a la sociedad.
— Sufrimos presiones desde el gobierno provincial y municipal. Todos nos ponían cara linda pero nos cajoneaban los informes. Nos llegaron a decir que nosotros queríamos que la gente se quedara sin trabajo.
— ¿Recibieron alguna amenaza puntual?
— A algunos integrantes los amenazaron de muerte -sentencia con firmeza. La lucha iba en serio. Las presiones recibidas también.
— ¿Por qué siguieron con la lucha?
— El motivo que nos llevó a seguir fue buscar una mejor calidad de vida para las personas. Nosotros seguimos luchando por el futuro de nuestros hijos y nietos. Eso es nuestro orgullo.
La lucha contra la curtiembre la comenzaron unos pocos vecinos que estaban cansados de la inacción estatal. Las piedras en el camino que debieron sortear fueron muchas. Pero nunca estuvieron dispuestos a renunciar. La presión de estas organizaciones fue el primer golpe en contra que recibió Curtarsa. Ya dejaban de ser los amos y señores de Jáuregui.

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Hubo una grieta que dividió a Jáuregui y sus vecinos durante muchos años: ¿Privilegiar el medio ambiente o las fuentes de trabajo que generaba la empresa?
  Admito que la curtiembre tiene que ver con la contaminación de Jáuregui y Lujan, pero también admito que es una realidad productiva y una situación compleja- declaró Felipe Sola, gobernador de Buenos Aires, en una visita realizada al Municipio en 2006.
— La empresa nunca tuvo una política de responsabilidad social. Nunca buscó establecer lazos con la sociedad -analiza Nicolás sobre el accionar de Curtarsa.
— ¿Por qué los trabajadores seguían en la empresa a pesar de esta situación?
— Curtarsa era la única fuente de trabajo importante en el pueblo. Llegó a tener 500 laburantes y brindaba sueldos por encima de la media para obreros no calificados.
Luego de la quiebra de la Algodonería Flandria, en el año 1995, Curtarsa quedó como la única opción subsistencia para la mayoría de los trabajadores que no tenían la chance de emigrar a Luján.
— ¿Hubo alguna víctima por negligencia de la empresa?
— Dos trabajadores. Uno murió por un derrumbe en un trabajo y otro al ingresar a un túnel contaminado por gases tóxicos -revelan Nicolás y Horacio, quienes en todo momento se mostraron asombrados por las condiciones de trabajo.
La dicotomía trabajo o ambiente dividió al pueblo durante muchos años. El gremio de trabajadores era la fuerza de choque de una empresa que se mostró distante a los vecinos. El dinero lo generaban en el pueblo, a costa de la salud de trabajadores y vecinos, que solo recibían las sobras de lo recaudado y que siempre sufrían ante la amenaza de cerrar las puertas y dejar a cientos de obreros en la calle.

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Presiones de organizaciones sociales, denuncias de ambientalistas por la fuerte contaminación, denuncias por las malas condiciones de trabajo y la brusca caída de la industria. Todo junto fue un combo que ni siquiera una empresa poderosa cómo Curtarsa pudo sobrellevar. El primer cierre de puertas fue en 2012 y en 2014 Jáuregui lograba, definitivamente, extirpar el cáncer que tanto daño había generado.
— Uno no puede festejar el cierre de Curtarsa de la manera que uno quiere por el tema de los laburantes. Pero se logró sacar el cáncer que asediaba el pueblo -refleja a la distancia Nicolás.
La lucha loable y sincera, tanto de los vecinos como de las organizaciones, se vio empañada por la situación de desempleo y desamparo que debieron sortear los trabajadores de la curtiembre. El cierre de puertas dejó a muchos en la calle.
— A día de hoy, años después del cierre, si le preguntas por nuestro laburo a los trabajadores, seguramente no tengan los mejores recuerdos y nos puteen -afirma convencido el periodista Horacio Papaleo.
— Jáuregui hoy se encuentra más relajada. Logramos derrotar a un monstruo como Curtarsa y eso no era nada fácil -analiza Emilce quien se muestra orgullosa por la tarea realizada junto a Alucec y el resto de los vecinos de Jáuregui.
El aire se volvió a tornar respirable y el río, de manera lenta, va descontaminándose. El proceso será largo y los vecinos saben que deben estar alertas. La lucha nunca se va a abandonar. Ahora, en el lugar se desarrolló el Parque Industrial Villa Flandria, y los niveles de contaminación bajaron drásticamente.
  Hace unos años era algo impensado pensar a Jáuregui sin Curtarsa -destaca Nicolás
— ¿Y ahora qué sigue?
  Ninguna conquista es duradera. Siempre hay que defenderla.

Fotos: Diario “El Civismo” de Luján