Somos lo que hacemos con lo que nos pasa



Por Manuel Gola


Vida y muerte. Palabras que a veces resuenan con indiferencia. Solo quien enfrentó una tragedia como Alejandro puede hablar de vida después de besar la muerte. Desde los escombros de la Amia pudo renacer para continuar con su pasión: el triatlón.


"Y perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden. Amen” -murmuró Alejandro luego de sentir el impacto del ascensor contra el piso-.
La oscuridad, el polvo y el silencio absoluto no le permitían saber qué había sucedido.

—Cuando caí, no veía nada y sentí la boca muy seca. En ese momento me doy cuenta de que tenía un fierro atravesado que me estrujaba el pie y no me permitía moverlo.

Lo primero que le vino a la cabeza fueron las quejas de la ascensorista por la falta de control y mantenimiento del elevador. En ese momento esperó lo peor; reposó su espalda contra una de las paredes, ensayó una sonrisa y se relajó.

—Cuando me encuentren y me vean muerto por falta de aire, que vean que morí feliz y en paz -meditó.

El ruido de un helicóptero sobrevolando la zona lo mantuvo alerta por un instante, pero el sonido se fue alejando como un eco que se escapa. Las horas pasaban y todo seguía igual. Pensó en su pasión, el triatlón. Pensó en el Ironman, la competencia para la que se había estado preparando durante meses y que por primera vez llegaba a la Argentina. Habían pasado seis interminables horas desde que se cayó el ascensor, pero el ruido de un mazazo y el rayo de luz que se fue filtrando le dieron esperanzas de que pronto sería rescatado.

—¡Auxilio! ¡Auxilio! -gritó desesperado.

—¡Silencio! ¡Escucho voces! -dijo uno de ellos.

—¿Hola? Contame quién sos

—Alejandro Mirochnik es mi nombre. Estoy atrapado en el ascensor. ¡Ayuda!

—¿Estas solo? ¿Viste algo?

—Sí, estoy solo. ¿Qué fue lo que pasó?

—No sabemos, esto es catastrófico -alcanzó a escuchar a uno de los bomberos entre los ruidos de los escombros cayéndose.

—Pero ¿no se cayó el ascensor? Hablen con Carlitos, mi amigo, el policía de la entrada. ¿Él no se dio cuenta que se cayó?

—Flaco, Carlitos y todos los demás están muertos. Tiraron una bomba.

***

El 18 de julio de 1994 es recordado por todos los argentinos como uno de los días más terribles de la historia del país. A las 9:53 AM un coche bomba impactó contra la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA) y dejó más de 300 heridos y 85 fallecidos, entre ellos el tío de Alejandro, Bernardo Neón, quien trabajaba como mozo en el lugar y estaba a punto de jubilarse.

El atentado es considerado como uno de los mayores ataques contra la comunidad judía desde la Segunda Guerra Mundial. Fueron dos los juicios donde se intentó acusar a los culpables. El primero se desarrolló entre 2001 y 2004. El segundo comenzó en 2015. Actualmente entre los imputados se encuentran el ex presidente de la Nación Carlos Menem, el ex juez a cargo de la causa José Galeano y el ex titular de la DAIA Rubén Beraja. A Alejandro no le interesa conocer los motivos por los que volaron la AMIA. Tampoco va a las marchas para exigir justicia, pero no juzga a quienes sí lo hacen. Su deseo es que su historia se conozca. Saber que, pese a todo, se puede salir adelante.

—Nada de esta politiquería va a cambiar mi historia. A mi tío no lo vamos a resucitar ni mi pierna se va a recuperar si encuentran al culpable –argumenta.

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El triatlón Ironman es una serie de carreras donde los participantes deben cubrir 3 distancias: 42,2 km. de carrera a pie, 180 km. de ciclismo y 3,86 km. de natación. El tiempo límite es de 17 horas. 

—En bicicleta y en nado no tengo dificultades. Pero cuando corro es todo un tema. Ahí es cuando el tema de la Amia repercute y se hace sentir. 

Correr forma de parte de su rutina; corre por avenidas, parques y plazas. Pero muchas veces es objeto de burlas.

—“¡Rengo de mierda!, ¡Rengo puto!” me dicen cuando, corriendo, me tropiezo y me caigo. Si supieran todo lo que pasó este rengo de mierda... 

En la actualidad trabaja como secretario en el Centro de Educación Física (CEF) N°3 de Villa Celina, es entrenador de atletismo, licenciado en Educación Física y guardavidas. Trabajó en el Centro de Discapacitados de La Matanza (Ce.Di.Ma), donde preparaba físicamente a chicos con parálisis cerebral y diferentes discapacidades que jugaban al futbol. Pero ahora está terminando todos los trámites para obtener la jubilación y poder dedicarse de lleno al triatlón.

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Para Alejandro Mirochnik ese 18 de julio comenzó como cualquier otro. Con una sonrisa triste y nostálgica, como quien recuerda algo que no quiere recordar, no olvida aquel momento que le pertenece, que es parte de él. Lo lleva en su interior, pero también en cada paso y en cada maratón. 

Desayunó y subió a su bicicleta para partir desde Mataderos a la AMIA, donde funcionaba la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas, más conocida como la DAIA. Era archivista del área de prensa. Unos 18 kilómetros separan un lugar del otro, un tramo simple para él, físicamente preparado para poder hacerlo sin sobresaltos. En diciembre de ese año llegaba por primera vez a Argentina, el Ironman, una de las carreras de triatlón más exigentes del mundo. Su sueño era participar y lograr una buena marca, pero eso nunca iba a pasar. Subió al ascensor solo. Tocó el botón número 5. 

Pensó en el día laboral que se le venía por delante. Pero en el piso dos o quizás el tres, algo pasó. El ascensor cayó en caída libre. Flexionó las piernas para amortiguar el golpe y el impacto. Una lluvia de escombros le cayó encima. Personas a varios kilómetros de distancia cuentan haber escuchado el estruendo que provocó la explosión. Sin embargo, Alejandro, en el interior del edificio que prácticamente desapareció, jura no haber escuchado nada.

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Tiene una mirada transparente, como esas personas que nada tienen que esconder. De ojos verdes, es alto, pero físicamente y a simple vista no parece un deportista con tanta trayectoria. Camina con normalidad; la renguera se le nota sólo cuando corre. 

Hoy tiene 56 años, pero tenía 32 cuando sufrió el atentado. Ese año, además de correr el Ironman tenía planificado casarse con su novia de ese momento. Pero tuvo que posponer todos los proyectos. La ayuda psicológica fue muy importante, al menos al principio. 

—Vos ya no necesitas más ayuda. Lo que necesitas es exteriorizar todo esto que te pasó -le dijo su psicólogo después de un año. 

Y el triatlón, una vez más, fue clave en esa recuperación mental. Hoy en día Alejandro está en pareja y tiene un hijo, a quien trata de transmitirle su historia. Es actor, youtuber y a sus 18 años estudia en la Universidad Nacional de las Artes (IUNA). 

—Joaquín heredó mi energía, esa intención de lucharla siempre y saber que con sacrificio siempre se puede salir adelante. 

La Matanza es su lugar en el mundo. Toda su vida estuvo conectado al barrio y piensa seguir estándolo hasta su último día. 

—Soy matancero de pura cepa -explica con orgullo. 

Durante la internación fue visitado por médicos, asistentes, profesores y alumnos que realizaban las residencias médicas. Fractura de tibia, peroné y astrágalo era el diagnóstico. Sus huesos estallaron dentro de su pierna, lo que provocó la inflamación inmediata. 

Durante el ateneo clínico entre alumnos y médicos, Alejandro fue motivo de debate. Uno propuso cortar la pierna ya que iba a gangrenar. Otro planteó dejarlo como estaba y un tercer médico se animó a proponer ponerle un tutor. Mientras los médicos debatían si iba a poder caminar o no, Alejandro se propuso un único objetivo: volver a competir. Lo que nunca imaginó fue correr 11 Ironman y completar decenas de maratones. 

El atentado no pudo apagar la llama que produce la pasión por el deporte. 

—Nunca me quise operar. El Ironman lo iba a completar como sea. Pensé en hacerlo hasta en muletas, pero de algo estaba seguro: yo lo iba a hacer.

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A 3 cuadras de la AMIA, en la calle Ayacucho, cada media hora alguien daba un parte con las personas encontradas y su estado. Allí el padre de Alejandro y su hermano Guillermo aguardaron toda la tarde las noticias. Todo estaba devastado. Las calles, los edificios y los negocios ya no existían más. Uno se topaba con restos humanos, cadáveres y personas desesperadas. 

—Parecía como en las películas de guerra donde todos están lastimados y llorando -recuerda María del Carmen, su madre. 

Fueron 8 horas de incertidumbre y angustia. No sabían si Alejandro estaba vivo, muerto, ni siquiera si iban a encontrar su cuerpo. Pero Guillermo confiaba en la fortaleza de su hermano. 

—Nunca lo imaginé muerto. Conozco las fuerzas de mi hermano que siempre fueron muy especiales -rememora entre lágrimas. 

Y Guillermo tuvo razón. Por la tarde, se vio por televisión cómo rescataban a Alejandro entre las ruinas del edificio, pero nadie de la familia, por la sangre y el polvo, lo reconoció. Inmediatamente lo llevaron al Hospital de Clínicas.

—Estaba muy mal, tenía el cuerpo hinchado y no paraba de temblar -cuenta María del Carmen quien desde entonces lo acompaña en todas las maratones y lo alienta como desde el primer día. 

—Lo parí otra vez, con más sufrimiento y más alegría -dice