Familia de Hierro





Una reja, una baranda, una escalera o una puerta tienen algo en común: fueron hechas en un taller de herrería. Un oficio típico del cotidiano argentino, que necesita de habilidad, esfuerzo, dedicatoria, y, en este caso, de una tradición de cuatro generaciones.

Por Gaspar de Jesús

La camioneta F-100 blanca del herrero Carlos de Jesús está estacionada de culata en la entrada del taller. Está esperando que le carguen más de 200 kilos en rejas y herramientas. La caja, rayada por cientos de trabajos, aguarda tranquila. Tuvo batallas más duras. Con Carlos, cargamos una puerta de reja blanca de 70 kilos. No secó bien, pero la vorágine del trabajo nos lleva a entregarla igual. Pintada de un día para el otro.

 —Se agarra con lija, para no marcarla

Carlos pone cara de pícaro de saberse trucos del oficio. Nos acercamos a la caja de la camioneta. Apoyamos con cuidado la reja sobre un borde. Yo soy el encargado de treparme para agarrarla desde dentro. 23 años míos son menos que 55. Piso en el guardabarro, luego el lateral y ya estoy adentro.

 —¡Despacio, que no se raye!

El cuidado y el peso de rejas brutas no van de la mano. Carlos estira las manos lo que más puede. Es petiso, pero la fuerza de décadas de trabajo en herrería hace que la reja se mantenga en el aire, como si la sostuviese un mago. Cuando llega a la posición exacta la suelta. Como ya está en su lugar nos conformamos.

 —Ya fue, si se marcó lo retocamos allá.

El proceso lo repetimos con las dos rejas que faltan cargar. Solo restan los materiales que vamos a necesitar para la colocación. Como un cirujano que necesita bisturí y pinzas, él pide nivel, soldadura, careta, tubo de electrodos. Yo, respondo.

 Cargamos el staff de herramientas donde nos deja espacio el pilón de rejas, incluso alguna amoladora y una agujeradora que llevo entre los pies. Carlos se sube a la camioneta cual jinete a su corcel. Intenta darle arranque, falla. Es un corcel viejo, del 1983. Segundo intento, éxito, acelera. Partimos, agarraremos General Paz y una jornada de 11 horas nos espera.

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Me olvidaba de aclarar que el que le ayudó a cargar las rejas a la camioneta, y va del lado del acompañante en la F-100 soy yo. Hijo único de Carlos. Como si fuese una profecía milenaria, hijo varón implica estar apegado a la maza, el cortafierro y la amoladora. Por eso soy la cuarta generación de herreros en mi familia; bisabuelo, abuelo, padre e hijo cortados por la misma tijera (de chapa). Cada cual convivió con su época y tecnologías y trató de responder a las necesidades de su tiempo.  Aunque Argentina se encarga de ser cíclica para que las cosas no sean tan diferentes una etapa de la otra con las sucesivas crisis económicas.

Carlos se ríe cuando digo que pertenezco a la cuarta descendencia que trabaja con el hierro ya que estudio Comunicación y por eso no me dedico exclusivamente a la herrería
           
—Saliste fallado vos— me dice a modo de chiste, con una sonrisa que acostumbra mostrar.

Como viene de familia, me gusta retrucar, pelear y seguirla, nunca dar el brazo a torcer. “Hosco, como buen portugués” es el dicho de familia. No se me ocurre otra cosa que contestar.
           
—Si no salía fallado, no contaba esta crónica.

Cuando me preguntan si me gusta el trabajo la sensación es ambivalente. Es un oficio que se aprende por los ojos. Ojos que se calcinan ante la exposición prolongada a la radiación de la soldadura. Es un oficio en el cual hay que tener mucha habilidad con las manos. Manos expuestas a cualquier corte peligroso con un sinfín de metales ferrosos. Es un trabajo que requiere mucha fuerza. Fuerza que a través de las décadas lo termina consumiendo a uno.

Entonces mi respuesta es un ‘a medias’.

¿Hace falta dañarse la vista, quemarse, desgastarse uno mismo en el 2018? Ante esta reflexión surge en mí un inevitable “alguien lo tiene que hacer”.  El componente sanguíneo llevó a que cuatro generaciones se dediquen a lo mismo. Ya sea porque siempre resultó la opción más cercana o porque era el medio económico más seguro. De todos modos, siempre está presente la idea de que ‘la sangre tira’.

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El taller en Villa Madero implica una montaña de metal y máquinas donde no hay ni un sólo metro cuadrado que esté desprovisto de un pedazo de hierro. Es muy difícil caminar sin pisar alguno de refilón. Está repleto de herramientas por el piso. Recortes de caños que no sirven y restos de chapas reutilizables en algún momento.

Como el taller da a la calle, la predisposición de algún vecino da invitación a la charla. Un tema que puede surgir es el asombro de que un herrero y un ayudante puedan confeccionar trabajos pesados como portones o puertas robustas. Ni se imaginarán que la materia prima de todos esos trabajos, toneladas y toneladas de hierro y capitales, también están concentrados en muy pocas manos.

Por un lado, está la multinacional Techint, que se dedica al hierro plano. Como por ejemplo chapa o caños. La marca se nos vendrá a la mente por su CEO Paolo Rocca hablando media lengua entre castellano e italiano en los medios de comunicación. Techint concentra varias “T”: Tenaris, Ternium, Tenova y Tecpetrol, todas empresas dedicadas a diversas ramas de la producción de hierro.

Por otro, está Acindar, que, por ejemplo, trabaja en la producción típica de varillas corrugadas muy útiles en el sector de la construcción. Pueden ser cuadrados o todo tipo de acero no plano, que no está hecho a base de chapa. Acindar estrujó tanto este mercado que hasta la Comisión Nacional de Defensa a la Competencia investiga un posible acaparamiento del rubro. Alrededor del 70% de la producción de acero no plano pasa por Acindar

Bernardo Kosacoff, economista especializado en cuestiones industriales, no tiene dudas al analizar esta situación.

—Al ser el hierro y el acero productos de compleja fabricación, se tiende naturalmente a formarse monopolios u oligopolios-no alcanzo a repreguntarle porque que ya propone una solución- Una empresa va a tratar de ganar siempre la mayor plata posible. Por eso, le corresponde al Estado garantizar la competencia, y que no abusen de posición de mercado.

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 El mate en el taller sirve para charlar. Ese pulmón que sube y baja hasta que la yerba decide no aguantar más y transformarse en un charco de palos y hojas flotando. Antes de que esto suceda, Carlos, como buen conversador, llega a explicarme que los precios son una locura.

 —6500 pesos en materiales para hacer una puerta de gas. Yo no sé cómo lo va a pagar la gente…

Kosacoff, en su rol de economista, tiene una explicación para tal asombro

— Al ser el hierro y el acero commodities vinculados con el mercado exterior, la devaluación del peso afecta directamente al precio de la cadena productiva. Si venden en dólares afuera, adentro harán lo mismo.

Por eso, la lista de precios de los insumos para confeccionar cualquier trabajo en el taller está tasada en dólares. La ronda de mate tuvo lugar en el momento equivocado. Un viernes 30 de agosto de 2018, el día anterior el dólar había arañado los 40 pesos argentinos. Una semana atrás, la divisa estadounidense estaba 30 pesos. Tan solo en unos pocos días, aumentó más de un 30 por ciento.

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La historia de mi familia de parte paterna estuvo siempre marcada por el camino del hierro.
Inicia con mi bisabuelo haciendo trabajos de herrería, en el sentido literal de la palabra, es decir, herraduras de caballos y, herrería de campo; hasta el dólar a 40 pesos argentinos. La primera generación de herreros nació en Portugal. José de Jesús allí aprendió el trabajo manual en estado puro: herrería a partir de material de fragua.

Años más tarde, ya en Argentina, en el partido de San Martín, mi abuelo decidió agarrar maza y cortafierro ante la disyuntiva de trabajar o estudiar. Dejó la fábrica en la que empezó a trabajar y, decidió montar un taller en el patio de su casa.
Mi padre entonces creció en medio de los fierros, y ni había terminado la primaria que ya estaba dando vueltas en el taller.

 A los 12 años empecé a ser herrero- afirma Carlos mientras se le dibuja una mueca en la cara, ante la precocidad de una tarea riesgosa como cortar los materiales para hacer un portón.

El servicio militar y la burocracia de la UTN en tiempos de dictadura lo alejaron de la universidad. Por ende, su tercera generación se quemaría los ojos, las manos y se cortaría con maquinaría algo más moderna.

La hiperinflación de fines de los ochenta generó que se tasen presupuestos en precio dólar ya que el valor del hierro aumentaba en tan sólo minutos. El simple hecho de cortar el teléfono y acercarse a la casa que despacha las tiras de hierro implicaba un aumento.

Años más tarde, el contexto político generó que esto se replique en la década de los noventa.

“Ineficiencia del Estado”. Si la última dictadura cívico-militar comenzó con la destrucción de la industria nacional, los noventa terminaron con el cometido. Por eso en 1991, Somisa, la siderúrgica estatal, fue vendida, al grupo Techint a un precio “amigo”, luego de un intenso vaciamiento (uno de los protagonistas: Jorge Triaca padre).

La concentración de Acindar también surgió de la relación con el Estado ya que
durante la década del 70 consiguieron beneficios en cuanto a construcción de diversas plantas. El director de la empresa y cómplice del accionar paramilitar, que se llevó a cabo contra obreros que fueron secuestrados y desaparecidos, fue nada menos que José Alfredo Martínez de Hoz, ministro de Economía de la última dictadura.

La debacle económica y social de fines de 2001 ocasionó que la localía del taller tradicional por los pagos de San Martín cambie a Villa Madero. Mates de por medio, dan rienda suelta a que Carlos recuerde.

 
Lo único que hacía era la mudanza del mismo taller. Porque trabajo no había. Lo único que vendía eran puertas como esas.

Al terminar de pronunciar la frase, señala un pilón de rejas carcomidas por el óxido con polvo. Mugre que parece tener varios lustros aferrados a la chapa anaranjada. El cliente en esa época no buscaba un trabajo nuevo, sino un pedazo de metal que apenas cubra una abertura de la casa. Como las sucesivas crisis nacionales son cíclicas, las mismas rejas se preparan para posibles nuevos compradores.

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Luego de un largo día de trabajo, volvemos de colocar las tres rejas. Las ganas que tiene Carlos de volver manejando con el tránsito cargado a la altura de Liniers son las mismas que tengo yo de volver a trabajar el día siguiente. La transpiración seca en combinación con virutas de hierro parece penetrar en la piel hasta inundar la nariz. Hecho que implica una necesidad urgente de ducha prolongada.

Carlos usa lentes de sol para manejar por más que sea de noche. No lo hace para parecer Stallone en Cobra sino porque soldó bajo la atenta mirada de febo. El cansancio en la vista le causará irritación. La irritación llevará a la sensación de recibir un puñado de arena con los ojos abiertos. Pero como no estamos en la playa (y necesitará dormir) un poco de clara de huevo batida a punto nieve colocada en los ojos será santo remedio para desinflamar.

Al día siguiente, seguiremos con otros trabajos en el taller. Puede ser otra puerta reja, una escalera, acero inoxidable o reparar una silla. Carlos soldará, aunque seguro va a tener los ojos hinchados por la radiación ultravioleta. Yo voy a ir, aunque me guste “a medias”. Al fin y al cabo, es una familia de hierro.