La espera que desespera

Por Daiana Zunino
Las callecitas de Haedo -una localidad ubicada en el partido de Morón, en el oeste de la provincia de Buenos Aires- tenían aroma a barrio, los chicos jugaban en la calle y los comercios atendidos por los propios vecinos le daban identidad al lugar. Sobre Leones funcionaban dos locales icónicos de la zona: el almacén de doña Delicia y la verdulería de Juan. Así fue como las vidas de Claudia Fernández -la hija del verdulero- y Marcelo Pérez -el hijo de la almacenera- se cruzaron.
En el almacén, estaba instalado uno de los pocos teléfonos públicos de la zona. Por lo que Claudia se acercaba prácticamente a diario a charlar con sus amigas ya que se encontraba en plenos preparativos de su cumpleaños de 15. Una tarde Marcelo –un muchachito musculoso, de pelo oscuro y tez trigueña- se decidió hablarle a aquella morocha despampanante, de ojos color café y labios en forma de corazón. Así comenzaron una relación, en la que para aquel entonces eran jóvenes, pero tenían las ambiciones de dos adultos.
Desde el inicio de su noviazgo, ahorraron para construir su propia casa. En 1994, lograron comprar un terreno estratégicamente ubicado a dos cuadras de los comercios de sus padres y a una de la Autopista del Oeste.
Pero mientras sus proyectos personales crecían, una tragedia azotó la vida de Claudia: el 25 de agosto de 1995 su padre fue asesinado en un asalto en la verdulería, una mujer embarazada fue quien le disparó.  La vida de aquella joven de 28 años pareció truncarse. Todos los proyectos de la pareja debieron postergarse hasta el 2001 cuando pudieron terminar de construir su casa y casarse. Fue en aquel momento cuando toda la travesía comenzó.
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En tiempos de redes sociales no es de extrañarse que cada vez más parejas se formen a través de ellas. Así fue como la comunicadora social Marcela Ortiz conoció a Sebastián Panneta a través de Facebook “un poco tarde”, dado que tenían 35 y 26 respectivamente.
En las primeras citas, Sebastián se había quedado prendado de los ojos oscuros de Marcela, de su rubia cabellera y su dulce personalidad. Quería conquistarla a toda costa. Hasta llegó a mentirle con respecto a su edad para no ser rechazado. El corazón de ella también había sido hechizado por aquellos ojos celestes que contrastaban delicadamente con la piel morena de él. Luego de casi seis meses chateando decidieron conocerse en persona y el flechazo fue instantáneo. Dos meses después, se fueron a vivir juntos.  
La pareja había comenzado a crear su nidito de amor en un pequeño departamento que alquilaban en la zona de Flores. Sin embargo, un tiempo después la dueña decidió que no lo rentaría más.  Marcela sintió que su sueño de formar una familia comenzaba a flaquear, hasta que un tío de Sebastián les dio la oportunidad de comprar un departamento y comenzar allí una vida juntos.
Todo comenzaba a marchar bien, “con el reloj un poco atrasado”, como suele decir Mechi. Pero funcionaba y avanzaba de a pequeños pasos.
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Mucha gente suele decir que la noche porteña es mágica y Carola García junto a Patricio Ordoñez pueden dar fe de ello. El 20 de octubre del 2012 “los astros conspiraron a favor del amor” y los dos jóvenes de 25 y 30 años se conocieron en un boliche de Palermo.
La personalidad atrevida de ella sumada a sus ojos color verde y cabello castaño la transformaron en un coctel explosivo para Patricio, que quedó hipnotizado con su belleza.  A Carola le pasó algo parecido con los ojos color cielo de él y su piel blanca como el marfil.
Carola bailaba con un grupo de amigas cuando él la vio y la invitó a tomar unos tragos. Desde esa noche no se volvieron a separar.
Un año más tarde, se casaron y celebraron con una fiesta enorme: el mejor salón de fiestas, el vestido confeccionado por Benito Fernández, una banda de cumbia en vivo y una luna de miel all inclusive en Miami. A la vuelta de su viaje, se fueron a vivir juntos a una casa ubicada en Ramos Mejía, que les habían regalado sus padres por la boda.
Una tarde, Carola se encontró parada frente a una vidriera de un local de ropa para bebés y sintió que algo le estaba faltando en su vida.  Entró al comercio y compró un enterito blanco con dibujos de ositos. Aquella diminuta prenda aún no tenía dueño, pero se suponía que pronto llegaría


Una búsqueda incansable
Los amaneceres y los ocasos pasaban. Todo parecía estático y los intentos no daban resultado. Marcelo y Claudia de Haedo intentaban agrandar la familia pero cada mes era una nueva decepción. Aunque no perdían las esperanzas.
Una tarde después de que Claudia visitara a su ginecólogo de toda la vida comenzó a hacerse preguntas: ¿por qué este bebé no llega? ¿habrá algo “roto” en mí? ¿Marcelo no podrá tener hijos? Los fantasmas de la infertilidad comenzaron a llegar a la pareja.
El doctor le recomendó a Claudia -quien para ese momento estaba transitando sus 33 años- realizarse una serie de estudios para ver si había alguna patología anormal en ella. Comenzaron con los más sencillos: análisis de sangre, otros para descartar una menopausia precoz, estudios de medición de la hormona antimulleriana (AMH) y la hormona foliculoestimulante (FSH).
Las pruebas no daban ningún resultado anormal. Por lo que el doctor decidió dar un paso más adelante y solicitarle a Claudia que se realizará una “Histerosalpingografía”: una radiografía en tiempo real denominada fluoroscopía en la que se examina el útero y las trompas de Falopio. Para poder realizarse este estudio la mujer debe prepararse de una manera especial ya que la noche previa a realizárselo debe hacerse un enema para limpiar los intestinos, no ingerir ningún alimento en las horas previas, tomar analgésicos para reducir las molestias y antibióticos para evitar las infecciones.
Es un estudio muy invasivo: te encontrás en esa situación sola y con el médico para quien sos un caso más. Pero para una es una situación distinta. Estas ahí esperando que todo esté bien, que te digan que podes ser mamá y que todo es un mal trago - asegura Claudia.
El estudio dio excelentes resultados: el cuerpo de ella no era un impedimento a la hora de concebir. Sin embargo, el embarazo no llegaba.  No fue hasta ese momento que la mirada del médico se posó en Marcelo.
“Para los hombres es más sencillo. Ellos deben realizarse una prueba que evalúa el estado de los espermas”, explicó ella y así fue como su marido se sometió a un espermograma para medir parámetros como la cantidad de espermatozoides, movilidad, tamaño, forma, y volumen y la dosis de ciertas substancias que normalmente se encuentran en el semen.
Allí estaba el quid de la cuestión: unas paperas mal curadas de su infancia habían provocado una inflamación testicular que causó su infertilidad.
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Marcela –antes de conocer a Sebastián por Facebook- tenía muy en claro sus complicaciones a la hora de concebir porque en 2012 la habían operado de pólipos en el útero, una condición que dificulta las posibilidades de quedar embarazada. Por eso, cuando comenzó su relación con Sebastián decidió serle muy honesta:
Sebas vos sos un pibe joven, tenés oportunidades de ser papá con una chica de tu edad, conmigo es más complicado- le dijo.
Yo te amo a vos y me banco la que sea- le respondió.
De esa manera, la pareja comenzó a realizarse tratamientos de fertilidad. Consultaron varios especialistas hasta dar con el indicado: “muchos son comerciantes y juegan con el deseo de los matrimonios para poder tener hijos”, advierte Marcela. Así fue como llegaron al consultorio del doctor Carlos Nagle, un especialista en tratamientos de baja complejidad.
Es así que Marcela desde hace dos años se somete a un tratamiento de hiperestimulación ovárica controlada (COH) y se inyecta gonadotropinas, unas hormonas que suelen provocar dolores en la parte inferior del abdomen.  Además, la pareja debe tener relaciones sexuales unos días antes y el día de la ovulación de manera tal de que cuantos más encuentros de esa índole tengan, mayor probabilidad de concepción habrá.
Dos años pasaron y los embarazos llegan, pero no logran persistir más allá de las 12 semanas. Cada intervalo entre una ecografía y la otra se les hacía eterna. La soledad de la sala de espera les pesa cada vez más.
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Tras dos años de intentos incansables para comenzar a agrandar la familia, Carola y Patricio en 2015 se dieron cuenta que algo no estaba funcionando como debía ser. Acordaron comenzar a realizar los trámites para adoptar.
Pese a que sabían que sería un proceso complicado, Carola no rehusaba a su deseo de ser mamá y cada vez que pasaba por aquel local de ropa infantil compraba una prenda. Guardaba cada cosita que iba comprando en una habitación que había pintado de color amarillo pastel.
Porque en algún momento mi hijo iba a llegar y yo tenía que estar lista -suele explicar ella.
Tras varias reuniones con asistentes sociales y psicólogos, una mañana de septiembre del 2016 el teléfono de aquella casona sonó y Patricio recibió una hermosa noticia: el perfil de la pareja coincidía con los requisitos que el Estado buscaba para dar en adopción a un bebé de siete meses. Esa noche no pudieron dormir, su deseo más grande comenzaba a materializarse.


¿Finales felices?
Pese a las dificultades, Marcelo y Claudia de Haedo no renunciaron a su deseo de ser padres.
Nosotros descartamos la posibilidad de una donación de esperma. Yo sentía que de esa manera iba a ser solo un hijo mío y no de los dos. Así que decidimos adoptar- señaló ella.
Tres años después de que se anotaran en la lista de espera para adoptar, surgió la oportunidad de comenzar a visitar a un bebé. Durante cuatro años, fueron a visitarlo todos los fines de semana. Lo llevaban a pasear y le festejaban sus cumpleaños en el hogar; pero tras una pelea entre Marcelo y el juez que llevaba adelante la causa -debido a las demoras en el proceso de adopción-, el magistrado decidió otorgarle la patria potestad del menor a otra pareja.
No se dieron por vencidos: siguieron anotándose en las listas de adopción por diez años pero con la condición de dejar de intentarlo cuando Marcelo cumpliera 50 años. Así que el 2016 fue la última vez que la pareja lo intentó.
Finalmente, en marzo de 2017 recibieron la GRAN noticia: se convertirían en padres de Mía -una beba de un año-, que llegó para sellar sus 35 años de amor impoluto.
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Marcela y Sebastián continúan en los dos años de búsqueda de su concepción. Aunque en esta oportunidad “con la ayudita de la ciencia” -como suele decir ella-, dado que por recomendación del doctor Nagle comenzó a realizarse una Inseminación Artificial Conyugal (IAC) que se hace con los óvulos y espermatozoides de la pareja.
Hasta el momento, no tuvo resultados positivos dado que los dos embarazos que logró llevar a cabo no se extendieron más allá de las 12 semanas.  Aunque la pareja decidió que en el caso de que estos tratamientos no le dieran resultado, avanzarán un paso más para comenzar a realizarse una transferencia de embriones o fecundación in vitro (FIV).
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Dos meses después de aquella llamada, Carola y Patricio por fin podrían darle utilidad a aquel dormitorio amarillo pastel con la ropa que Carola fue comprando y juguetes para su bebé, Pedro.
La pareja estaba satisfecha. Al fin su búsqueda había culminado y en un tiempo menor que el que le habían advertido sus familiares y amigos. Al poco tiempo de tener el bebé en brazos, tanta calma y felicidad se vio interrumpida: algo le estaba ocurriendo a Carola: su ciclo menstrual se atrasó sin previo aviso y comenzó a marearse por las mañanas.  
Ella no había contemplado la posibilidad de estar embarazada hasta que una amiga la hizo pensar en ello. Tenía miedo. No quería sufrir una nueva decepción. Pero de todos modos decidió comprar un test de embarazo: ¡y para su sorpresa dio positivo!  Carola y Patricio se convertirán en padres por segunda vez a fines de diciembre y llamarán a su hija Lola.


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Cuando una mujer conoce al hombre con el que desea emprender el camino a la búsqueda de un hijo y viceversa no sabe con qué se topará. Estas son historias de parejas que se animaron a afrontar los prejuicios y vencer los fantasmas de la infertilidad. Pero que sobretodo le pusieron el alma y el corazón en perseguir el deseo más grande. Algunas lo lograron y otras aún continúan, porque así es la búsqueda del amor de sus vidas.