La KUKA, dos almas para Roger
Por Florencia Bareiro Gardenal
Cabecera. González Catán. 28 de junio, 6 AM.
Comienza el viaje.
—Y bueno esto me lo enseñó la calle ya de chiquitito, yo
sufrí una violación a los diez años, me cagaron a palo y me dieron como para
que tenga. Fue el dolor más grande de mi vida y la cruz que llevo hasta que me
muera. Porque eso no se te borra nunca, me quemaron las partes íntimas con
cigarrillo. Eran 3 y me tiraron adentro de una zanja que si tenía 20
centímetros más de agua me ahogaba.
***
Primera parada. Laferrere, 6:30 AM.
El interno 1054 de la línea 193 se pone en marcha. La gente espera
en la vereda del frente. Una mujer es la primera de la fila. Kuka se olvida de
prender la luz del cartel que indica a dónde va. Alguien se lo recuerda y ahora
la palabra “Pompeya” se ilumina. Los pasajeros comienzan a subir.
Tiene unos
zapatos blancos, hermosos, delicados, de taco alto, son finos. Sus piernas
depiladas sólo están cubiertas por medias can can. Hace frío, pero no le
importa, usa un vestido floreado que no le llega ni a las rodillas y cuando se sienta
se le sube aún más, cada tanto se acomoda, se tapa con su saco largo de lana
brillosa y color violeta que combina con sus uñas.
Es muy temprano, todavía no amaneció. La gente va a
trabajar, la mayoría sigue dormida, pero cuando algunos pasajeros suben lo
miran dos veces antes de indicarle el boleto y poner la sube. Kuka se agacha
hacia el tablero, no ve muy bien porque está oscuro, pero logra tocar el botón.
Ahora marca “6,75”; el hombre apoya la sube y hace el ruidito. Antes de ir para
el fondo se da vuelta para volver a mirarlo.
***
Segunda parada. Ciudad Evita, 6:40 AM.
Todavía está oscuro. El colectivo va lleno, pero siguen
subiendo personas. Kuka maneja tranquilo, de vez en cuando sacude la cabeza
porque el flequillo de la peluca enmarañada le molesta en los ojos, pero no
pierde la postura en ningún momento. Siempre derecho.
En el año 2007, comenzó a manejar con tacos, labios
pintados, vestidos, polleras y blusas. No era la primera vez que los vestía,
no; él ama los tacos desde los seis años, los tacos de su abuela, la modista, que
usaba para ir a comprar a la vuelta de su casa. Su abuela también les hacía la
ropa a sus tres hermanas, ropa que él quería usar.
Cuando tenía 13 años nadie se daba cuenta de que era varón, porque
era flaquito, pero a partir del desarrollo tuvo que tomar hormonas para adoptar
una forma más femenina. Kuka creció en el seno de una familia machista, y su
relación siempre fue complicada.
Paradójicamente, no tanto con su papá, pero si con su mamá y
sus hermanas.
—“¿Cómo te vas a vestir de mujer? ¿Cómo es posible que un varón
se vista de mujer? ¡Sos el bochorno de la familia, sos la vergüenza” me decían
ellas. Me sentí discriminado, sentí que por ser varón no podía disfrutar de las
mismas cosas que mis hermanas, yo siempre quedaba para lo último en todo-
recuerda Kuka
***
Otra parada. Otro día. Morón, 6:30 PM.
Desde que murieron sus padres, Kuka perdió todo el contacto con
sus hermanas, ellas dejaron de hablarle. Tuvo que buscar otra familia, que lo ampare,
que le de amor y a quien le pueda brindar su amor. La encontró.
—Él se hizo cargo de mí y de mi hermano cuando yo tenía 6 años,
ahora tengo 27. Con él me llevo bien, peleamos como todo padre e hija pero nos
llevamos bien dentro de todo cuenta Laura visiblemente nerviosa.
La casa de Kuka tiene la calidez de un hogar, las paredes y muebles
están llenas de cuadros, recuerdos, portarretratos de una Laura más pequeña;
otra fotografía de más grande sosteniendo un diploma, feliz. También están los
retratos de su hermano, un año mayor; y en algunos están junto a Kuka. Se los
ve a todos felices.
Laura sostiene como puede a Emiliano, su bebé de once meses.
No se queda quieto y grita reclamando atención. Le estira los brazos a Kuka que
lo sostiene y lo reta cuando Emi intenta jugar con su peluca castaña. Se lo
devuelve a su hija.
—Un día mi hermano le preguntó “¿Roque te puedo decir papá?”
y él dijo que sí. Yo antes era más anti, pero cuando mi hermano le empezó a decir
así, entonces yo también. Y él le va a decir abuelo -refiriéndose a Emi que
ahora juega entre sus brazos.
—Va a haber que explicarle algunas cosas, pero es el nieto.
***
Tercera parada. Autopista Dellepiane, 7:05 AM.
Comienza a amanecer. El sol ilumina el embudo de vehículos parados.
Kuka pone la luz de giro, se mueve de lugar y avanza un poco. Le pide a una
mujer que está parada adelante que, por su seguridad, se ponga atrás de la
puerta. Le hace caso. Tiene autoridad cuando maneja.
Su otra familia la formó en su trabajo, al volante, con la gente
de la calle, con sus compañeros de la empresa. Un legado que le dejó su padre, pero
que él luego transformó en lo que más le gusta, el contacto con otros.
A los doce, cuando comenzó a manejar la camioneta de su papá,
un tano carnicero, se dio cuenta que el volante le daba la libertad que
necesitaba.
Desde ese día no lo soltó más.
—Por lo mío mi papá nunca me condicionó, él me decía, “MA,
cuando manejes la camioneta, vengas para la carnicería o no vengas, después
hacé lo que quieres”- recuerda Kuka imitando el tono italiano que tenía su
padre y continúa —o “tené cuidado que te pueden abusar”, sin saber que ya me
habían abusado.
Su papá fue un pilar importante en su vida profesional. Fue él
quien hizo entrar a Kuka en la empresa “Fournier” de las líneas 86 y 193 pero
que ahora forman parte de otra, la “Ideal San Justo”. Kuka comenzó a trabajar
de colectivero desde muy joven, pasó por empresas como la 216, la 109, la Río
de La Plata y la Chevallier, de larga distancia.
—Acá tengo la libertad que no tendría en otro laburo. Decí que
ya me estoy por jubilar, y quedo eternamente libre. Porque ya cuando me jubile
el año que viene pienso dedicarme a fabricar aeromodelos, yo fabrico aviones,
aeromodelos, en escala así…
Kuka orgulloso muestra en su celular fotos de sus aviones y maquetas
que parecen enormes.
Sigue pasando fotos, desde diferentes ángulos, de cada uno de
sus modelos, muchos aviones, helicópteros y colectivos hasta que pasa a una
foto suya, con camisa celeste y pantalón, morocho y con rulos oscuros que le
llegan a los hombros.
—Este era yo en mis tiempos de varoncito. Cuando no podía venir
vestido así- se señala su cuerpo completo.
—Los de la empresa me dijeron que no estaban muy de acuerdo,
yo les dije “si no están de acuerdo es problema de ustedes”.
***
Cuarta parada. Bajo Flores, 7:40 AM.
Se asoma un estadio gigante, rojo y azul. De un lado cancha y
del otro villa, la 1.11.14. Este no es el recorrido habitual de Kuka; como
estuvo de parte de enfermo, los de la empresa le dan el que ellos quieren, así
como el coche que ellos quieren, no tiene uno efectivo, como tenía antes.
Cuando camina por la empresa no pasa desapercibido, cada compañero
de trabajo que se lo cruza, lo saluda, lo abraza, le tira besos, y él responde
igual, incluso más efusivo. Le gusta estar rodeado de personas, le encanta
demostrar su cariño. Pero hay algo que lo diferencia de sus compañeros.
—Él antes venía normal. Sólo tenía el pelo largo. Y con los últimos
años que Cristina cambió la ley y metió esa, la ley de identidad de género,
bueno empezó a venir así. Pero no me impactó porque yo lo conozco vestido de
mujer del barrio, cuando no estaba en horario de trabajo– cuenta Esteban, colega
y amigo que conoce a Kuka desde hace 27 años.
Kuka se apoyó en la ley para establecer su verdadera
identidad en el ámbito laboral. La identidad de género es la vivencia interna e
individual del género tal como cada persona la siente, la cual puede corresponder
o no con el sexo asignado al momento del nacimiento, incluyendo la vivencia
personal del cuerpo.
Los cambios pueden involucrar la modificación de la
apariencia o la función corporal a través de medios farmacológicos, quirúrgicos
o de otra índole, siempre que ello sea libremente escogido. También incluye otras
expresiones de género, como la vestimenta, el modo de hablar y los modales.
—Que venga en pollera, en taco alto, no hay problema. Pero la
camisa la tendría que estar respetando. Nada más. Si yo vengo con una camisa
que no pertenece a la empresa, ya me tiran la bronca ¿me entendés? -el chofer
puntualiza estirando parte de su camisa celeste encerrada bajo una campera rompeviento
azul con el bordado de la empresa.
***
Otra parada. Otro día. Morón 5:05 PM.
La casa de Kuka está en una esquina enfrente a la de Susana,
una profesora de inglés que se vino desde Urquiza a vivir con su hijo mayor y
su esposo hace tiempo.
Para Susana, Kuka es Roque, lo mira como lo miraría una madre.
Cuando ella lo conoció él tenía 16 años, ella casi 30. Se ríen y cuentan
anécdotas. Tienen esa confianza que se construye a través de los años y ellos
ya llevan muchos.
—Él llevó a nacer a mi hija, pobre; él trabajaba toda la
noche con el colectivo y Juan Carlos, mi marido, le había dicho en ese momento,
“Roque si llega a pasar de noche ¿me acercas hasta el Posadas?” “Si, Juan Carlos”,
le dijo él- recuerda Susana y continúa con su relato.
—Fue justo a las dos de la mañana. Roque recién había
llegado de trabajar y vino a casa a preguntarnos, cuando vio la luz prendida.
No lo dudó. Fue corriendo a sacar el auto.
Susana vive con sus tres hijos, su marido y sus nietos. Kuka
se siente como en su casa. El reloj marca las 5:20 PM, cuando llega la nieta de
Susana del colegio; al primero que abraza es a Kuka, deja la mochila y se
sienta a escuchar.