El ojo de la mariposa
No existe lugar más conurbano que La Matanza. El cielo gris se confunde con el frente de las fábricas, quizás las más golpeadas cuando llegan las malas. La universidad emerge entre los restos de una automotriz y es el símbolo de la esperanza y la educación. A pocas cuadras, Florencia Guimaraes se funde con el paisaje matancero, a la salida del colegio que le tendió una mano para salir del pozo. Ella se jacta de ver la realidad a través de su ojo travesti, que no es más que un ojo igualador. Lejos de las plumas y los estereotipos, espera en la puerta con un jean y una campera liviana que acompaña los primeros días del invierno. En sus espaldas porta una mochila cargada de apuntes, de expectativas y de pasado.
***
De su grupito de
secundario, sólo quedó Romina. Fue la que la bancó en los cambios y la que
camina junto a ella desde aquel entonces. De la primera salida, se acuerda de
todo. Como si estuviese hablando de su propia vida.
- Florencia ya se había
montado (travestido) otras veces. Tampoco era la primera vez que se rateaba de
la escuela para ir a bailar. Pero ese día era especial –cuenta su amiga-.
El Sol iluminaba radiante
en pleno invierno. Florencia eligió la mejor ropa que tenía, respiró hondo y
abrió la puerta. Se maquilló cuidadosamente, dio el primer paso y se mandó por
la vereda. No estaba fresco, pero el
viento envolviéndole las piernas le puso la piel de gallina. Escuchó los
primeros silbidos, algunos halagos y otras tantas burlas. Fueron los primeros
metros del principio de su vida.
- Denle, maricas ¿Les doy
vergüenza? –preguntó, amenazante, Florencia-.
- Me encanta verte así,
pero es raro. Entendé que para los demás no dejás de ser un pibe vestido de
mujer –retrucó Romina-.
- No pasa nada, si algún
machito me dice algo, ya sé quién va a saltar.
Romina y Florencia son
inseparables desde aquella época. Las dos saben lo que significó el cambio en
la familia. A Romina dejaron de invitarla a comer y ya no se hacían juntadas en
la casa de los Guimaraes. Las cosas no volvieron a ser iguales.
***
En la pequeña casa de
Isidro Casanova hay pocas fotos de la familia. Los padres de Florencia son como
una rosa: la delicadeza de la flor y la firmeza de las espinas. En el desorden
se pueden ver distintos materiales y herramientas de la construcción, y en las paredes
diplomas de algunos cursos de estética. Según Susana, la mamá, en el último
tiempo es de lo que más charlan con Florencia. En cambio, su padre casi que no emite
palabra.
- Nosotros siempre nos
preguntamos qué hicimos mal. Es lo que hacen todos los padres ¿O no?
Rubén habla y se espesa
el aire. Busca el consentimiento de su mujer con la mirada, pero está seguro de
cada palabra que dice.
- Parecemos los papás de
las estrellas de rock, que cuentan que bancaban a sus hijos tocando la
guitarrita todo el día, pero los mandaban a laburar. Nos descolocó, pero nunca
cambió nuestra forma de ser con ella –amplía Susana e inmediatamente busca la
aprobación de su marido-.
En la voz de Rubén se
puede escuchar el dolor y la decepción. Susana no sólo suena arrepentida, sino
que aprovecha los intervalos en que su esposo se abstrae mirando el partido
para hacerlo carne. Al igual que el rosario que cuelga de su pecho, carga con
la cruz de haberse distanciado.
***
No todas las historias de
superación tienen finales felices. Florencia había encontrado el rumbo, pero
con el envión no alcanzaba. Todas las puertas se le cerraban, pero su gran
amiga Lohana Berkins tenía un puño repleto de llaves y le recordó que los
tibios no hacen historia.
– Oíme marica, mirá si
vas a dejar de hacer lo que te gusta. Tenés que seguir, metete en todos los
lugares como hizo Diana Sacayán, como hice yo y muchas más. Peleá por lo que querés
-solía decirle la mayor exponente trans argentina, fallecida el 5 de febrero de
2016.
Las arengas de quien fuera
su referente la impulsaron a hacer distintos cursos de estética, fotografía y a
terminar la secundaria.
***
Desde afuera, la única
diferencia entre la casa de una abuela y la sede de la CTA de San Justo son
algunos carteles desteñidos con horarios y actividades de todo tipo. Una de
ellas es el colegio para adultos en el que Graciela da clases de Derechos
Humanos.
- Florencia aprovechaba
todas y cada una de las clases para concientizar a sus compañeras. Decía que
Lohana Berkins era trava, antiimperialista, abolicionista y comunista igual que
ella –repite de memoria la profesora-.
El abolicionismo concibe
que la prostitución es una consecuencia del avasallamiento de la sociedad
patriarcal amplificado por el sistema capitalista. Pero una de las compañeras de
curso de Florencia no lo entendía de esa manera y naturalizaba la práctica
prostituyente por ser el trabajo más antiguo del mundo.
- Nunca contó cosas de su
vida privada, sabíamos que tenía una historia de vida complicada, pero ese día
nos sorprendió a todas –cuenta Graciela-.
Cansada de argumentar en
vano y sólo recibir a cambio frases hechas del sentido común, Florencia se
apoyó con las dos manos en el escritorio, levantó la vista, y escupió todo.
- ¿Tenés idea lo que es
tener que hacerte las tetas cada vez más grandes para que te elija un gordo que
no sabés ni el nombre? –preguntó inquisitoriamente y con la mirada encendida-.
La profesora recuerda que
lo único que se escuchaba en el gélido salón eran respiraciones entrecortadas y
dientes haciendo fuerza contra tensas uñas.
- ¿Vos sabés lo que es
sentir la transpiración y los gemidos de los hombres más feos? ¿Ser golpeada,
violada y descartada en el asiento de atrás de un marido borracho y depresivo?
Silencio de misa. Con los
ojos vidriosos, Florencia pidió permiso y se retiró al baño. A la vuelta,
sonrió a sus compañeras y se sentó mirando al frente, rememora Graciela.
***
En la notebook edita las
fotos para su próxima muestra fotográfica, que se llama igual que el portal de
noticias que maneja en internet: Furia Trava. Desliza el mouse lentamente para
dar los retoques finales. Esa delicadeza se contrapone con lo grotesco de las
manos morenas y agrietadas.
– Descubrí un mundo a
través del fotoperiodismo. Hace diez años, mi mundo era una esquina. A través
de mi ojo trava puedo demostrar que podemos ser tapa de una revista por lo que
hacemos y no porque nos asesinaron o para reírse de cómo estamos vestidas.
Se escucha la puerta
cerrarse con cuidado y una voz grave se mete en la conversación.
- Nosotros pensábamos que
nos iban a recibir como héroes y nos entraron al país a escondidas. Cuando nos
largaron, la gente nos miraba con lástima y vergüenza.
Marcelo traspasa la
puerta y toma a Florencia por la cintura. A su lado, parece más alto y delgado
de lo que en realidad es. Se besan discretamente, como todas las parejas cuando
hay visitas. Él sabe lo que es vivir la crueldad sin reglas, el hambre, el frío
y la decepción de ver la cara de la sociedad cuando uno está disfrutando, por
fin, de ser libre. Durante Malvinas, Florencia tenía 3 años. No se imaginaba
que iba a conocer a quien hoy es su pareja y mucho menos compartir dolorosas
historias.
Mientras se ponen al día
sobre sus cosas, la pava pide a gritos que la saquen de la hornalla. Fidel
vigila la escena desde un póster en la pared, custodiado por banderas cubanas y
emblemas del Partido Comunista. La casa no tiene más que lo necesario y eso la
hace más acogedora, aunque las manchas de humedad y los muebles prestados ponen
en evidencia cierta estrechez económica..
Al lado de unos bocetos
de lo que será su primer libro autobiográfico, hay una fotografía de una marcha
por los travesticidios. Mientras que la agarra para mirarla de cerca, su rostro
enrojece y se le hinchan de bronca las venas de las manos.
- Si todos pusieran el
mismo énfasis que ponen cuando matan a una "mujer", "niña"
o "adolescente" por las travestis asesinadas y si realmente se
indignaran ante otra trava más asesinada por este sistema patriarcal y capitalista,
qué diferente sería el mundo...
***
Para todo militante
político, las elecciones generan una mística particular. Florencia va de un
lado para el otro, ordena las boletas –donde Romina escolta la lista de
concejales- y le saca fotos a todo. A Marcelo se lo ve un tanto incómodo, pero
colabora desde su lugar. Como si ella supiera lo que le pasa a su compañero,
cada tanto se acerca y le acaricia la cara. Si están distanciados se persiguen
con la vista. La mirada de Florencia es intensa y, por momentos, hipnótica,
llena de contenido. Siempre dice algo.
- Está contenta de poder
votarte –le confía Marcelo a Romina.
- Yo la veo más bien
histérica –responde ella, que también la conoce bastante-.
A pesar de los nervios,
ese domingo 13 de agosto era especial. Volvía a la escuela con ganas. El Sol
parecía saberlo e iluminaba radiante en pleno invierno. Florencia eligió la
mejor ropa que tenía, respiró hondo y abrió la puerta. Se maquilló
cuidadosamente, dio el primer paso y se mandó por la vereda. Entró a la
escuela, se presentó ante la autoridad de mesa con el orgullo de tener
documento e identidad de mujer. Uno de los fiscales la observaba, hipnotizado.
Ella lo sentía. Esperó que ubicaran su nombre para firmar el acta.
- Acá tiene, señor.
- ¿Cómo me dijiste?
- Que ahí tiene… Señor
Guimaraes.
Se mordió el labio,
apretó el puño y contuvo el llanto. Recibió el sobre, hizo algunos pasos y se
metió en el cuarto oscuro. A la salida, depositó el sobre en la urna, sonrió y
caminó hacia la salida con la frente en alto.