Convivir con la muerte
Por Brenda Carolina Rosso
El frío de esta madrugada de junio no es tan frío como el
cuerpo de la mujer que llegó hace cincuenta minutos a la morgue. A treinta
metros, Ornella se refugia en el calor de un café que la mantendrá despierta
hasta que amanezca. Afuera de la departamental corre viento. Hay
movimiento. Caen las hojas, aceleran y
frenan autos, se escucha algún paso perdido. Hay vida.
Aquí dentro se vive la muerte.
***
Pasar una noche en la guardia de la policía científica de La
Matanza es escuchar el sonido agudo de un teléfono que indicará cada diez,
treinta o cincuenta minutos siempre un giro trágico en el destino de alguna
persona.
Cuatro cervezas y tres carcajadas interrumpen el misterio
que se respira en el playón de la Departamental que funciona en Ciudad Evita.
Las oficinas de criminalística, cuerpo médico forense y la morgue rodean al
enorme salón en el que cinco policías esperan la finalización de su turno para
descansar tras cuarenta y ocho horas de vigilia.
Ornella se sumó al equipo científico hace tres años. Su
cabello negro y corto le roza los pómulos y oculta los dieciocho años que vivió
previos a portar un arma y sumergirse en pericias. Los bucles que decoraban su
cintura fueron una de las cosas que sacrificó por su trabajo. No así su mirada
dulce, que disimula las ojeras e inunda su pequeña contextura de frescura y
juventud.
—Te pueden llamar en cualquier momento de la
comisaría. Un homicidio lo trabajás con toda la tranquilidad del mundo. Puede
ser un crimen re complicado, con un millón de evidencias, o una boludez: una
persona con dos o tres tiros que la levantás en cuarenta minutos o media hora.
Tres años atrás, los padres de Ornella la esperaban a las
seis de la mañana en la puerta de un boliche todos los sábados que ella decidiera
salir a bailar. Después de ingresar en la escuela Juan Vucetich para formarse
como policía, su hija estuvo en medio de tiroteos y duerme-como puede y cuando
puede- más en la cama de la departamental que en la de su habitación con
peluches y paredes rosas.
—A veces te puede pasar que tenés un muerto atrás del
otro y decís: basta por favor. Esas son las peores guardias.
El sonido agudo del teléfono interrumpe el envido que Javier
le cantó a Eber en el truco. Cuatro policías se dirigen al móvil. Esta es una
de esas peores guardias.
***
El chico mató a su hermano por una porción de pizza.
Luego de solicitar los datos de la víctima, comenzar el
trabajo de peritaje y hablar con el abuelo de los dos hermanos -la víctima y el
imputado-, Ornella y Florencia determinan como móviles de un asesinato un poco
de masa horneada, salsa y queso mozzarella.
Las dos peritos comparten el mismo equipo desde septiembre
de 2014 cuando se dividió la jurisdicción de todo el municipio de La Matanza en
dos delegaciones. Los cincuenta asaltos y dos homicidios que ocurren desde
Altos de Laferrere hasta Ramos Mejía por día aproximadamente, todos pasan por
sus manos y su análisis profesional.
—En el hecho de Casanova fue una de las pocas veces
que noté el horror de la muerte. Ornella parece sorprendida de sí misma.
Su compañera nunca se asustó de un crimen. Hija de un
oficial de servicio, desde pequeña escuchó historias policiales de todo tipo. Cuando
explica su profesión y habla de la honestidad de su padre en la Fuerza, mantiene
la misma mirada convencida y orgullosa.
—Fuimos a una casa en enero -recuerda Florencia- era
humilde y había olor a marihuana. En la cocina, encontramos sin vida a un pibe
de veinte años. Resulta que su hermano estaba comiendo una pizza, la víctima
comió un pedazo sin pedírselo y se empezaron a bardear. Uno empuja al otro y le
clava un cuchillo en el ojo. Lo asesinó.
***
Un móvil policial dobla en la intersección de la ruta 4 y la
autopista Ricchieri y llega a la departamental por lo menos cada veinte
minutos. El equipo de científica tarda media hora o cuarenta minutos en
trabajar sobre un hecho habitualmente. Esta
noche salieron hace más de una hora y media.
Soledad, que se quedó en el playón a la espera de otro
llamado, termina con la espera y decide llamar ella. Con un cuerpo puede pasar
de todo -explicará después- desde una complicación para rastrear ADN en la
víctima hasta la aparición del asesino en la escena nuevamente, si se trata de
un homicidio -aclara.
Cuelga el teléfono y enciende un cigarro.
—Hubo un enfrentamiento en la villa con los cacos
mientras los chicos levantaban pruebas-le revela al médico forense que había ido
a buscar un café.
Un procedimiento, un robo, un escruche, una entradera, un
hallazgo automotor, una averiguación causal de paradero y muerte, un secuestro
extorsivo, un enfrentamiento, un suicidio, una tentativa de homicidio, un
homicidio. Un hecho puede ser una de todas esas cosas. O muchas al mismo
tiempo.
***
—Con vos, todo mal chiquita.
—Uh jefe, ¿todavía? -responde rápido Ornella antes de tomar
el aire que le dé tiempo a encontrar alguna palabra que esconda mejor su
desconcierto.
—Y sí, pero si me das un beso, o dos, todo se arregla.
-Vergara se insinúa también con la movilidad de su cuerpo y tapa con una mano
el celular de su oficial subordinada para lograr que sus ojos lo miren a él.
Ella no levanta la vista pero tampoco visualiza con claridad
la pantalla de su Smartphone. El temblequeo de sus manos apenas alcanza a
sostener el aparato y evitar que se estrelle contra el suelo.
—Déjame de romper las pelotas -le contesta.
Ornella sale de la cocina tres segundos después con un paso
triunfador y un pensamiento aterrador. El jefe de logística tenía poder, autoridad
y era hombre policía. Sus armas de mayor calibre.
—Le respondí así porque dos días atrás me había
llegado la información de que lo iban a mover. Había pedido el cambio de
jurisdicción porque su esposa estaba a punto de dar a luz.
Hay ciertas condiciones que se deben cumplir para alcanzar
los privilegios del mundo policial. Al hombre no le alcanza con ser hombre y
policía, sino que debe tener una jerarquía superior al resto de los agentes. La
mujer debe ser mujer, policía y acostarse con ese hombre.
Siete días después Ornella recibe un sobre a su nombre. Adentro
había una sanción por un hecho mal analizado en Febrero.
—A veces pasan esas cosas -explica Florencia.
Por ahí la mujer no quiere acceder a lo que le piden los jefes. Entonces
empiezan a acosarlas, a cargarlas con más horas de trabajo, cambiar el horario,
trasladarlas de comisaria o de móvil, de compañeros. Les hacen la vida
imposible por negarse.
***
Diez minutos después de que Soledad se rinda ante el efecto
energizante de la cafeína, Ornella, Javier, Florencia y Eber vuelven con las
armas en la mano. Una sonrisa casual del médico forense representa el alivio de
no ver ningún muerto cruzar esa puerta con ellos.
—Los cacos volvieron en remis a la villa para buscar
la moto robada que habían dejado ahí y empezaron con todo a disparar -cuenta
Florencia mientras abandona su uniforme azul marino en una silla para quedarse
en piyama.
Eber revuelve dos cajones hasta que encuentra las planillas
donde se detallan el hecho y los aprehendidos. Inmediatamente agradece a Dios
no haber atrapado a nadie en el enfrentamiento. ¡Me voy a dormir ya! -Grita
mirando al cielo y dejando las hojas semi- completas, mientras que su puño
cerrado y festivo se desvanece al acercarse a la escalera.
***
Culpable.
Ornella está en la Universidad Nacional de La Matanza, sede
del Departamento Judicial del Municipio, desde las diez de la mañana. Ahora, el
reloj marca las once de la noche y sabe que escuchar la palabra ‘culpable’
significa su liberación para poder irse a casa. La misma palabra, para Martín
López, significa pasar los próximos veinte años de su vida en una cárcel.
El aula 210 estuvo repleta de testigos y policías mientras
el juicio se realizaba en el Auditorio Grande aquel miércoles de mayo. Después
de ver pasar más de quinientos alumnos que probablemente desconocían que a
metros suyo se debatía la condena de un delincuente, fue su turno de declarar.
—Señorita, ¿Podría explicarnos la pericia que usted le
realizó al revolver con que López asesinó a sangre fría a Eduardo mientras
esperaba el colectivo acompañado de su novia? -interroga la abogada defensora
de la víctima.
—Sí, como no. -Nerviosa, Ornella explica a qué se refería
con un calibre, de donde salía, a que parte del arma correspondía y si era
posible efectuar un disparo con una sola mano.
—¿Sería tan amable de acercarse al jurado y demostrarle
al fiscal de homicidios por qué estamos seguros que es el arma homicida?
La oficial Barrionuevo se levanta del estrado y muestra que
una bala de calibre 22 corto -del mismo tamaño que la que hallaron en el cuerpo
de Eduardo- coincide exactamente con aquel revolver sin martillo percutor del
cual había salido el proyectil.
Después de eso no le preguntaron nada más y la liberaron. A
Martín lo encarcelaron.
***
Eber, Florencia y Soledad duermen en las camas de la
guardia. Javier luce cansado pero parece no importarle. Acostumbrado, ronda los
40 años y lleva más de quince reemplazando juegos con su hija por el peritaje
de crímenes y robos.
—Acá, la jerarquía mucho no importa. La relación entre
todos nosotros es de par a par, no es de superior a subordinado. Nadie te manda
a limpiar, cocinar, ordenar, ni te exige nada. Nos ayudamos entre todos.
Hace una pausa, se levanta de su silla reclinable y ayuda a
Ornella a juntar los vasos de cerveza que se vaciaron en la partida de truco posterior
a la cena.
—Imaginate que pasamos 24 horas acá cuatro veces a la
semana. Esto tiene que ser llevadero y mantener una buena convivencia con
todos. Te tenés que cagar de risa.
Javier no se irá en veinte minutos porque hará doble turno
para ganar más dinero. Dormirá hasta el mediodía y luego será el encargado de
atender los llamados de la comisaría. Se lamentará cada vez que deba ir a
peritar un hecho si tiene en sus manos el ancho de espadas.
***
Trescientos cincuenta y ocho días de guardia lleva Ornella
en la Policía Científica Bonaerense. Allí supo resignar bastantes horas de
sueño y gran parte de su inocencia.
—Acá, menos los muertos, cualquiera te quiere pisar la
cabeza. Tenés que estar atenta. El año pasado empecé a preguntarme si yo quería
este trabajo toda la vida y comencé a estudiar psicología en la UBA por las
dudas y para entender un poco más todo.
Para entender a los vivos.
Ya se acostumbró al sonido del teléfono que retumba en cada
una de las guardias y comprendió también que cada llamado puede incidir incluso
en su propio destino.
—El año pasado conocí a Brian, cuando fui a hacerle
una pericia a un joven que murió jugando al paintball. Brian era su amigo y
estaba en el lugar. En la planilla que firmó como testigo me escribió su
declaración y al lado su celular.
— ¿Le mandaste algún mensaje?
Respira dos o tres veces. Pareciera disfrutar su vitalidad
como nunca.
—Nos estamos enamorando.
***
Los sutiles rayos del sol de junio anuncian el final de la guardia.
Son las 07.55 de la mañana. Afuera algunas hojas caen para mantener vivo al
otoño. Los autos que pasan a esta hora por la ruta aceleran más de lo que
frenan.
Brian detuvo su Fiat en el estacionamiento de la
Departamental hace quince minutos. Ornella ya luce una remera fucsia, un jean
desgastado y zapatillas Converse. Delinea cuidadosamente sus ojos y escucha el
sonido del celular. Cierra la puerta del dormitorio y saluda a Javier después
de desearle suerte.
Su paso apurado la acompaña hasta la salida. Deja atrás el
bolso con el arma y la documentación. También la noche, el frío, los tres
cafés, las dos partidas de truco y el vaso de cerveza. Piensa en el
enfrentamiento y en los tres muertos que pasaron por sus manos esta madrugada.