Ritmo, actitud, poesía

El Quinto Escalón nació como una excusa para tirar rimas entre amigos. Hoy es uno de los eventos underground más convocantes de Argentina, en donde se mezclan la agresividad, la literatura, y por sobre todo, el ingenio.

por Ariel Daza


“Cuando yo rapeo todo el mundo me respeta, como vos no lo hacés te vas para tu casa en muletas”, escupirá Sony en la final, dentro de varias horas, pero aún no lo sabe. Por ahora, sólo ensaya y calienta su garganta junto a una de las entradas del Parque Rivadavia, igual que otra decena de pibes que lucen el mismo uniforme: gorras grandes y planas, pantalones anchos, remeras XXL que multiplican ficticiamente sus masas corporales, y zapatillas DC, la marca elegida por todos. En el ingreso al predio, se empieza a escuchar y a sentir el ritmo tradicional del hip hop, con rimas desperdigadas por todos lados y murmullos en cada baldosa. La gente va cayendo y se forma una marea de gorras planas deambulando. Las botellas cortadas llenas de Fernet con Coca abundan y el humo de cigarrillo también. Las más de 500 personas que se acercaron desde temprano al lugar, lo hacen sin hacer ninguna fila, sólo se amontonan y se acomodan donde pueden. Los gritos de un grupo de chicos invitan a todos los presentes a acercarse al escenario ficticio formado por buzos y sogas para crear un rectángulo, similar a un ring de boxeo. Pero ahí no van a volar piñas, van a volar rimas. Va a salpicar sangre, sin que corra ninguna gota de sangre. La gente lo sabe y por eso se agolpa. Los celulares se encienden. Y la previa va a llegando a su fin.

Todo este ritual se repite domingo de por medio, y desde hace más de seis años, el parque icónico de Caballito es testigo del punto de encuentro entre cuatro grandes culturas universales: la pintura, el baile, la música y la poesía. Un cuarteto perfecto que al mezclarse y abrazarse produce un pequeño y novedoso mundo emergente. Un mundo que quiere conseguir un status que todavía no le fue reconocido. El centro de atención de la tarde es el pequeño anfiteatro de cemento que se transforma en una especie de arena de guerra de la Antigua Roma a la espera de la entrada de los gladiadores de turno. Los guerreros en este caso reciben el nombre de freestylers. Estos valientes no visten la clásica armadura metálica como Russell Crowe en “Gladiador”, en su lugar usan pantalones amplios y buzos gigantescos. No usan un casco de guerra, usan caps. No usan cuchillos, ni lanzas, ni espadas para atacar. Usan su ingenio, su improvisación, su ritmo, su estructura gramatical, y su violencia verbal volcados en sus rimas. Y estas rimas son igual de letales que las armas de los luchadores la Edad Media. Estos jóvenes que se insertan y se hacen socios de este club de la rima y la poesía, al ingresar pierden sus nombres de origen y los reemplazan con pseudónimos o apodos de guerra que luego serán vitoreados por el público ante cada insulto bien pensado. Es así como por ejemplo, Daniel Del Toro se transformó en Underdann, Maximiliano Vázquez en Libra, Brian Molina en Rabeat, Genaro Lorenzo en Genas e Iván Marovic en Zek. Al inicio de cada batalla, los protagonistas del día se abren paso entre la multitud y se ponen cara a cara, al mejor estilo de boxeo tradicional, a la espera del sorteo para saber quién es el que inicia el combate. Toda esta preparación religiosa que realizan estos jóvenes de entre 15 y 30 años, se denomina Batalla de Gallos, y no transcurre en el Bronx neoyorquino, sino en el Parque Rivadavia, barrio de Caballito, pleno corazón porteño. Y Argentina es potencia mundial en este estilo, y la gente de a poco lo está empezando a descubrir.

***

La concentración juvenil que genera el Quinto Escalón cada domingo, en un primer momento pareciera dividirse de manera obligatoria en islas flotantes que se mueven de un sector a otro, de una escalinata a otra, de una porción de pasto a otra. Estos subgrupos representan los cuatro elementos que dan vida al rap. Algunos llevan sus equipos de sonidos y una lona cuadrangular para aprovechar el ambiente y así demostrar su destreza haciendo piruetas y figuras en el piso con infinitos trucos que mezclan manos, pies, torso y cabeza. Este baile agresivo, rústico pero con un grado de dificultad elevado, como si fuesen gimnasia olímpica callejera, se denomina Breakdance y los discípulos que lo practican, BBoys o BGirls. Otro pequeño grupo de jóvenes son los encargados de darle color a este submundo cultural: los Graphers. Ellos sacan a relucir sus aerosoles semivacíos con cuidado, mirando para todos lados para evitar otro conflicto con los efectivos policiales que confunden vandalismo con arte y cultura. En algunos casos, los que se confunden son los portadores de latas, pero esa es una discusión eterna. 


El aporte musical lo brinda otro grupo de jóvenes que  practican el arte de improvisar y producir sonidos instrumentales con la boca, llamado en la jerga como Beatbox. Ellos reemplazan guturalmente, con pulmón y saliva, la tarea electrónica del DJ (Disc Jockey). Por último, otros jóvenes, que son las estrellas de este cuarteto cultural, dan el presente y aprovechan ese producto sonoro natural y expresan sus rimas encima de esa pista: son los freestylers o MC (Maestro de Ceremonias). De esta manera, el Parque Rivadavia observa en primera fila cómo los cuatro elementos fundadores del rap emergen y coexisten para mostrar una sola cara. Y todo esto brilla en la antesala del evento principal que está por comenzar.


Ívan Marovic viene de José Ingenieros, zona oeste del Conurbano y es de ascendencia croata. Tiene 25 años, la piel clara con algunos granos escondidos, una camiseta inmensa de Miami Heat negra, y se hace llamar Zek. Cuando camina por la plaza lo hace de forma retraída, sin el porte rígido que caracteriza a los MC’s cuando compiten o dan una muestra de sus habilidades con el micrófono. Su rival es Fiucher (Fernando Rivas), crédito del freestyle de Munro, y uno de los favoritos de la tarde que tiene un séquito de fanáticos que lo ovacionan por cada sílaba que sale de su boca. Empieza a sonar un beat armonioso desde la garganta de un beatboxer y el que arranca es el gallo con sangre argentina y balcánica: con buena cadencia y fluidez en las rimas, le da duro a Fiucher por “ser un tipo con muchísima mala suerte al competir contra él”. Pero cuando segundos después llega el turno de la respuesta, este rapero que transmitía una sensación de relajación y tranquilidad al estar oculto bajo su enorme capucha, se transforma en un rapero con mirada de águila y una labia incisiva que no para de responder los ataques recibidos mientras mira fijo a los ojos de su rival. Las rimas no paran de sonar y la gente ovaciona cada una de ellas. El tiroteo es infernal, y los espectadores disfrutan como si estuviesen viendo a Sergio Maravilla Martínez o a Rodrigo La Hiena Barrios en sus mejores épocas.

El jurado encargado de decidir ganadores y perdedores cada domingo está integrado por Wolf, MKS y Muphasa, tres de los fundadores de este evento masivo. Los primeros dos se llaman Damián y Marcos Ponce, son hermanos y viven en Caballito. Muphasa es Matías Berner, y además de ser rapero, es líder de un grupo de reggae llamado ‘Zulú Band’. Los tres juntos parecen ser un trío solidario ya que hacen girar durante horas una misma botella de cerveza y una tuca, como se lo llama en la jerga al cigarrillo de marihuana.

—Al momento de evaluar, nosotros no sólo nos fijamos en la creatividad de las rimas y el flow, sino que también prestamos mucha atención a si lo que dicen ya lo tenían planeado de antes. Es importante que realmente estén improvisando— aclara Wolf, y sostiene cada decisión en cada batalla. No se achica ante los silbidos, y tampoco se agranda con los aplausos.

Otro personaje clave de la tarde es Necrox, uno de los beatboxers oficiales. Este chico robusto, de piel oscura y voz gruesa, es el principal agitador de la tarde, al movilizar a la gente con los sonidos que increíblemente emite su garganta y la potencia de voz. La gente lo ama, y lo alienta, mientras se agita y transpira por la exigencia de su labor. Por eso mismo, él necesita tomar agua cada cinco minutos para que su herramienta de trabajo no se desgaste con el correr de la tarde.

Para presenciar este evento porteño no es necesario comprar un ticket, ni hacer una fila eterna. Todos participan, nadie se queda afuera. Los freestylers tienen la cabeza cargada de municiones, en este caso rimas, y utilizan su lengua como gatillo. Acá la práctica y el entrenamiento previo no sirven de mucho porque está todo atado a un recurso mucho más complejo y definitorio: la improvisación. Y eso no se practica, se hace en el momento. Al instante.

—Los argentinos tenemos todo para ser los mejores del mundo. Tenemos fluidez, ingenio, estructura, tenemos todo. Pero tenemos algo más que nos pone en lo más alto: nos encanta bardear y vamos al frente. Por eso tenemos dos campeones del mundo, y vamos a tener muchos más, te lo firmo— sentencia Zek, con una tranquilidad pasmosa y una mueca de alegría en todos los puntos de su cara, antes de volver a sumergirse en la ronda de pibes y esperar su turno para volver a rapear y escupir las rimas que no aguantan las ganas de salir de entre sus dientes.

El duelo entre Zek y Fiucher fue el primero de más de 30 enfrentamientos que van a sucederse en el oasis de cemento del Parque Rivadavia. La mayoría son raperos locales pero otros llegaron de diferentes puntos del país. Hasta hubo actuaciones de raperos venezolanos y colombianos. Con el correr de las horas, el sol fue desapareciendo, la noche dijo presente, la gente se fue multiplicando, el frío fue aumentando, el humo de cigarrillo y otras yerbas siguió constante, las botellas de alcohol siguieron girando, los celulares siguieron filmando e iluminando el lugar, y un nuevo campeón se coronó. Sony fue el freestyler del día, fue el guerrero que derribó a todo aquel que se animó a enfrentarlo, y cumplió con su rol de máximo favorito. La gente lo palmea, lo saluda y lo felicita mientras recorre el parque para dirigirse a la salida. Después de decenas de batallas, él fue el único que quedó de pie.

***

Las palabras de un freestyler deben tener una serie de condimentos esenciales e indispensables, casi como una receta de cocina de la abuela. Ingenio, picardía, y por sobre todo flow, que es la habilidad de hacer surfear cada sílaba en las olas musicales provenientes del beatboxer. Cada uno cumple un rol fundamental. Como una columna necesita de sus vértebras. Cuando todos estos condimentos se juntan en el minuto disponible que tiene cada competidor, el rap nace y empieza a darse a conocer.

En estas competencias, el remate de cada verso se grita como un gol en la cancha. Y después de un minuto de versos hirientes y de un choque de puños para felicitar al rival, llega la respuesta, un contraataque verbal lleno de furia, de ironía y de sarcasmo. Hay cierta tensión en el ambiente pero al final se impone un notable gesto de camaradería: cuanto más duro se castigan en el duelo, más grande parece ser el reconocimiento posterior entre adversarios. Un código comparable al del rugby: golpes todo el partido y después un abrazo al rival. Y Sony, el flamante campeón del domingo, portador de una contextura física imponente, que suele generar el insulto fácil para sus contrincantes, al medir 185 centímetros y pesar más 110 kilos, sabe estas reglas y lo analiza mientras confecciona una nueva tuca para calmar la ansiedad y la adrenalina que recorrió su cuerpo durante todo el día, ante la atenta mirada de sus amigos que lo cargan por su lentitud en el armado.

—Hace un par de años, los freestylers preferían decir berretines baratos antes que una rima con ingenio. Pero eso ya fue. El rap acá en Argentina creció porque cambiamos ese chip, y ahora no nos para nadie —analiza este rapero que creció en Pontevedra y llegó a competir en México, Chile y España, aunque esa popularidad no lo liberó de tener que trabajar en los colectivos, trenes y subtes para poder vivir.

El Quinto Escalón es una de las canteras argentinas en donde nacen, crecen y se perfeccionan los mejores exponentes del arte callejero de rimar. Esta evolución logró que Argentina se posicione como una potencia mundial de la disciplina hispanoparlante, y sus representantes son temidos por todos sus adversarios. La empresa de energizantes Red Bull es la patrocinadora y principal responsable del máximo evento: las Red Bull Batalla de los Gallos. A pesar del dominio argentino en los eventos internacionales, el país es el único lugar del continente donde el hip hop no logró calar en la sociedad. Todo lo contrario: es quizá la corriente más ninguneada y marginada en el crisol de estilos que conforman el catálogo sonoro local. “Muchos hablan, pocos riman, sólo los mejores improvisan”, es el lema de cabecera de esta cultura emergente. Y un camino improvisado fue construido por los raperos argentinos. Un camino al que no los lleva el colectivo 96 que pasa por Rivadavia y pareciera ir todos los rincones del mundo. Sólo los lleva su imaginación y sus rimas. Un camino desde las plazas hasta la cima del mundo.