Recapacitar la discapacidad

En una tarde de invierno, con el sol casi por desaparecer, entra al café de la esquina de Leandro N. Alem y Pueyrredón, de José C. Paz, el ex DT de los Murciélagos y expresa con una sonrisa: “Antes para muchos era una vergüenza tener un discapacitado fuera de la casa, hoy por suerte la sociedad cambió”.

por Silvina Rozas



Salvador Tarzia tiene sesenta y dos años, es un hombre de ojos claros y piel blanca, con el pelo color nieve que parece casi a punto de desaparecer. Su mujer se ocupa de la casa en donde viven y también ayuda en un club social para chicos con discapacidades. Se llama Silvia y con ella tuvo un hijo. Su nombre es Marcelo y tiene Síndrome de West.


Espasmos infantiles, la alteración del desarrollo psicomotor y una sucesión interrumpida de ondas lentas, un síntoma mejor conocido como arritmia amplia o hipsarritmia, son las principales características del síndrome de West. Son graves y poco frecuentes, y se deben a una encefalopatía epiléptica que se da en la infancia.

Marcelo es un joven de apenas veintitrés años con ojos color café, contextura delgada y cabello oscuro, tan largo que le tapa las orejas. Su piel es blanca como un papel de calcar por su enfermedad, esa enfermedad con la que lucha día a día para salir adelante. En sus ojos se refleja un gran amor por todas las personas que se trasluce en la calidez con la que trata a la gente.

Para llegar a la casa en donde viven Salvador y Silvia junto a su hijo Marcelo en la localidad de San Justo del partido de la Matanza, hay que atravesar una calle de tierra, que en los días de lluvia se convierte en barro. El hogar es una humilde casa de dos habitaciones y una cocina comedor, que si bien es chiquita, resulta muy acogedora.

Al abrir la puerta se entra a la cocina pintada de un color rojo atardecer como una vida que se apaga lentamente. Allí Salvador está preparando el mate. Sobre una de las paredes en un estante están los trofeos de fútbol de Marcelo. Justo enfrente, una mesa con la televisión de la casa llena con su sonido el silencio habitual del lugar. Alrededor hay algunos portarretratos de la familia y del chico jugando a la pelota.

Salvador Tarzia es un pintor independiente, desde hace cuatro años se convirtió en entrenador de fútbol para chicos discapacitados y trabaja con el equipo en el que juega Marcelo. Día por medio y luego de una mañana de trabajo, el profesor se pone la ropa deportiva  y camina desde su casa hacia el club, con mucha alegría llevando a su hijo a jugar.

—Tengo la suerte de manejar mis horarios. Estoy muy pendiente a esto, porque hago algo que realmente me gusta hacer —dice Salvador.


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Enrique Nardone, que hoy tiene cincuenta y ocho años, ya se convirtió en historia en deporte para discapacitados. Es profesor de Educación Física y ex director técnico del equipo de jugadores que combina a personas no videntes y videntes (los arqueros y un guía que se coloca detrás del arco contrario), llamados Los Murciélagos.


—Para alcanzar el éxito hay que cambiar creencias, barreras mentales y prejuicios que tenemos todos. Y aplicar la regla de las tres C: Cabeza, Corazón y Coraje —afirma.

El deporte es una modalidad adaptada del fútbol de salón. Se juega en cancha de cinco con piso de cemento o mosaicos, con barreras en los later ales. Cuatro de los jugadores son ciegos. Por su parte, el arquero cumple las funciones de atajar y guiar a los defensores. Los delanteros, a su vez, se guían por la voz del compañero ubicado detrás del arco contrario. —Se trata de un juego con mucha comunicación— enfatiza siempre Nardone.

—Yo me recibí de profe y uno de los primeros trabajos que me ofrecieron fue es empezar a trabajar en una institución de ciegos, y uno de los deportes era el fútbol, y me dijeron lo querés desarrollar? Y bueno fue una oportunidad espectacular para mí.


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El Centro de Discapacitados de La Matanza (CEDIMA) está ubicado a pocos metros de la calle principal, también en San Justo. Es en club social y sin fines de lucro que cuenta con un programa de inclusión deportiva de diversas discapacidades, destinado a los chicos de la zona, y del que participa y colabora Salvador.

—Papá quiero que me lleves a jugar a la pelota donde va Gonzalo…

—Bueno Marce te vamos a llevar.

—Un día lo trajimos acá, porque quería jugar al futbol, él era futbolista, pero de patio de casa y de calle nada más. Y entonces bueno ahí empezó la historia, empezó a jugar, te imaginás, era algo nuevo para él. De a poquito se fue largando.

A primera vista, el lugar tiene la apariencia de ser una fábrica vieja, como si viéramos a trabajadores de puños de acero, pero en realidad encontramos corazones sinceros.

—Vos ves la reacción de ellos, cómo lo disfrutan y el apego que tienen con nosotros, eso es lo que conseguimos hacer— expresa Salvador con lágrimas en sus ojos, mientras cuenta que él se perdió 14 años sin saber que existía el fútbol para chicos discapacitados, —¿Por qué? Porque no hay difusión— termina con la voz casi quebrantada.

En el CEDIMA se realizan prácticas de básquet en silla de ruedas, tenis de mesa, les enseñan a jugar a las bochas y juegos de mesa como el ajedrez. En el otro galpón más amplio que se encuentra frente al estacionamiento, se practica fútbol, vóley, y también básquet. Hay dos entradas, una de ellas es la principal y da a una sala que tiene una vitrina con trofeos y fotos de los diferentes equipos, lo que le da al lugar un aire de vieja gloria deportiva. La segunda entrada, que es la del garaje, la usan los chicos para entrar y salir cada vez que van a hacer actividades. 

—En lo futbolístico creció un montón mi hijo y como persona también, estoy muy orgulloso de él —enfatiza Salvador.



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Nardone es un profesor que nunca bajó los brazos y siempre puso todo su conocimiento al servicio de aquellos que lo necesitan. En el año 1987 empieza a trabajar junto con otros profesores en la creación de la Confederación de Deportes para Ciegos. Desde ésta aportaron las gafas y los parches oculares para igualar en condición a todos los jugadores.

Protagonizaron una propaganda de la cadena televisiva TyC llamada “Cambiando las reglas”, donde aparecían jugadores de la Selección Nacional como Crespo, Bonano, Riquelme y Almeida;  en un partido de veinte minutos contra los Murciélagos, y en el que todos los jugadores estaban a ciegas. El equipo de los no videntes ganó seis a cero. Esa propaganda sirvió para posicionar al grupo, para que la gente los conozca, y para que otros empezaran a entender que el fútbol es una oportunidad espectacular para el ciego.


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Con el paso del tiempo, Salvador conoció a otros papás que pasaban por la misma situación. Al principio, se reunían solamente en el club, después fueron juntándose en la casa de alguno de ellos y compartían paseos con los chicos, con la idea de que los niños jueguen, sociabilicen y aprendan a sobrellevar su discapacidad para volverla una capacidad, —uno lo pelea como puede —remata Salvador.


—El contacto con los pibes está siempre. Si no es mi casa, es en la casa de otro o es un fin de semana y agarramos a los chicos y salimos. Estamos atrás de ellos para que también disfruten lo que es la relación con la gente. Hay chicos que no conocen algunos lugares céntricos y bueno… los llevamos, si bien muchos de los padres no tienen movilidad propia, se las ingenian para llevarlos en colectivo o en tren. ¿Sabés cuántos papás están en sus casas, con sus hijos sin saber qué hacer? Yo me convertí en técnico porque un día el profe Alejandro me dijo: y bueno papá ¿Vos te podés hacer cargo de un equipo? Y bueno justo me tuve que hacer cargo del equipo de mi hijo, doble satisfacción. 


El profe y papá sabe muy bien lo que quiere, y es por eso que lucha para conseguirlo. Consiguió que mucha gente se entere de lo que hacen. Empezaron a darse a conocer con el boca a boca. Hay muchos chicos que vienen desde lejos. Algunos desde el centro, y otros desde zona sur. La idea es para que los chicos tengan un lugar donde jugar y divertirse. Lograron levantar algo que estuvo por muchos años abandonado.

—A mí no me pagan nada, yo vengo acá porque lo siento, tengo la camiseta puesta, la transpiro y hago lo que más me gusta hacer. Si bien es una institución donde se interrelacionan diferentes deportes para los chicos con discapacidades, también es real que es algo que se construye entre todos los voluntarios. Es todo de entre casa, a veces hace falta y ponemos la mano en nuestro bolsillo y aportamos lo nuestro — resume Salvador. El club pone los micros para las actividades fuera del establecimiento, la vianda para los chicos y se ocupa de los chequeos anuales, donde los médicos ad honorem colaboran sin pedir nada a cambio. 

Salvador no podría ahora imaginarse lo que sería vivir sin ser parte de esto. De vivir para ayudar. De que esa ayuda sea para su hijo y para otros chicos que sufren de distintas discapacidades.

—Lo que quiero Lo que quiero alcanzar ante todo, es que ellos estén felices al hacer lo que realmente les gusta. Es lindo ver cómo los chicos disfrutan. Si bien se avanzó mucho en lo que es el tratamiento y la integración de las personas con discapacidad, aun así, estamos en una sociedad donde cuesta mucho aceptar a personas con estas capacidades. Además, no hay trabajo para los chicos. No hay en el sentido de ‘igualdad para todos’, porque antes de ser discapacitados son seres humanos.

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El deporte puede permitir a las personas con discapacidad la readaptación física y psicológica y sobre todo la reintegración social. Se convierte en una fuerza que le brinda contacto social a cada uno de ellos, según afirman psicólogos especialistas en el tema. Los chicos mediante juegos pre-competitivos, reciben una orientación de las actividades que pueden desarrollar según sus capacidades.


—Uno sabe de valores y beneficios, no solo físicos sino psicológicos y sociales. Social es el tema de la transcendencia, fisiológico es porque cambia y adapta su cuerpo, resulta ser más ágil, puede resolver los problemas motrices más importantes y en lo psicológico, tiene que ver con la autoestima y la oportunidad— concluye  Enrique Nardone.


La práctica del deporte ejerce muchos beneficios en los niños discapacitados. Entre ellos el desarrollo del potencial muscular y la resistencia a la fatiga, también mejora el desarrollo de las funciones vitales, esencialmente el de respiración. Desarrolla el sentimiento de autoestima y contribuye a la sociabilización con el otro y con el grupo que se involucra.