Padre de familia

En la zona sur de la provincia de Buenos Aires, vive la familia Pretti. Ana es la única hija mujer y tiene una peculiar relación con su papá Milton.

por Lucila Argiles




Ana Rita vive con su mamá Juana, su papá Milton y sus dos hermanos mayores, Sergio y Damián. Tienen una ostentosa casa en el barrio de Temperley, ubicado en la zona sur de la Provincia de Buenos Aires. Ana tiene 4 años y mientras su papá se afeita en el baño, ella lo observa completamente anonadada. La pequeña tiene ojos marrones grandes y redondos, los labios muy finos y pelo oscuro.

Su madre está esperando su cuarto hijo, a quien llamarán Adrián. Juana prepara todas las mañanas el desayuno y todos se sientan a la mesa antes de que Milton lleve a los chicos al colegio, el Instituto Apostolado Católico “Las Pallotinas” de Turdera, uno de los más prestigiosos de la zona. Ana se sienta en el regazo de su padre y como todas las mañanas, le pide que le haga “caballito”. El complejo de Edipo funciona a la perfección entre ellos dos. A ella le encanta ser la nena de papá. Una vez que Juana sirve el café con leche, Milton separa la nata, le pone azúcar y se lo da a Anita. Sabe que es su preferido.

Entre el café y las tostadas, suena el timbre en la casa de los Pretti. Son los amigos de Milton. Ana también juega con ellos mientras conversan sobre cuál será su próximo trabajo, porque además de amigos, son colegas. Uno de los más entrañables es Miguel, a quien Ana también le pide “caballito” constantemente. Como buena nena de papá, disfruta de compartir todo el tiempo que puede con él. Mientras ellos conversan y trabajan, ella escucha atentamente, aunque no entiende bien a qué se dedica su papá.

Cuando se hace la hora de llevar a los chicos a la escuela, Milton sale a calentar la camioneta Chevrolet (tipo F100) último modelo y se lleva a la pequeña Ana. Cuando por fin la camioneta está lista, salen sus dos hermanos de casa y parten para el colegio.

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Ana se fascina cuando su mamá la viste con su vestido preferido y le dice “andá a mostrarle a papá” y ella sale corriendo para escuchar las palabras de Milton, mientras le hace ademanes como una modelo.

— ¿Te gusta papi?

— ¡Qué hermosa está mi nena, qué lindo te queda!

Definitivamente, Ana es la preferida de Milton. Todas las noches antes de dormir le cuenta el mismo cuento, el único que sabe, el de Pedrito y el Lobo. Hasta que la pequeña se duerme. Y los fines de semana, la lleva a tomar un helado a la heladería que ellos llaman “Coti Martínez”, ubicada en la zona norte de la provincia de Buenos Aires.

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Una noche, Ana se sube al fitito de su madre, junto a su padre, que manejaba. La pequeña no entiende mucho, no sabe a dónde van. Hasta que su papá frena el auto en un camino oscuro y sube un joven con mucha barba, bastante desalineado. Pablo compartirá los próximos dos meses en la casa de los Pretti. Hará dormir a Ana, le cantará el arrorró y será muy cariñoso con ella. 

Unos meses más tarde, Adrián, el hijo menor, se despierta temprano y escucha gritos de su madre que venían desde su habitación. El niño entra en pánico y despierta a su hermana.

— ¡Ana, despertate! Vení conmigo debajo de la cama que tengo miedo. No sé por qué mamá está gritando.

La pequeña se esconde con su hermano menor y ambos se quedan allí. Sin embargo, los gritos no cesan y ahora son más claros. Se escucha a Milton llamando a sus hijos a gritos desesperados.

— ¡Chicos! ¡Mamá se quiere ir con Pablo, nos quiere dejar solos!

Bastaron esas palabras para que los 4 nenes salieran corriendo a buscar a su mamá colgándose del sacón que se había puesto  para escaparse con Pablo.

— ¡Mami no te vayas! Dice la pequeña Ana y su madre se queda.

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Corre el año 1985 y Ana Rita ahora tiene 12 años, cursa séptimo grado y está leyendo algunos libros que Milton le regaló. Entre ellos, 1984, de George Orwell. Su mamá está internada porque su papá dice que está loca. Es la tercera vez en los últimos 9 años. Y Ana comienza a preguntarse el motivo real de la locura de su madre, algo recurrente desde que ella tiene uso de razón.

Milton continúa con el trabajo de siempre y no tiene pelos en la lengua. Cuando llega a su casa, se sienta a la mesa con sus tres hijos y les cuenta cómo le fue y qué hizo durante su jornada laboral. Juana suele ser testigo de esos momentos familiares, hasta que comienza a tener problemas. No quiere bañarse, hablar, ni tocar dinero, ni pisar el pasto porque dice que así mata a las hormigas. Pasa el día acostada y de noche se levanta para rezar. Otras veces intenta irse de casa. Pero su marido y sus hijos logran convencerla de que no lo haga.

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Un año más tarde, en 1986, como todos los días, el padre lleva a sus hijos al colegio. Pero esta vez, Milton se detiene a charlar con la profesora de Ana, que ya cumplió 14 años. La adolescente no logra escuchar qué hablan, pero observa una expresión de pánico en los ojos de su maestra Adriana.

La clase anterior habían tratado el tema de los juicios a las juntas militares y Ana volvió muy angustiada a casa, sin entender muy bien (o si) por qué: era un tema que le resultaba muy familiar. Decidió hablarlo con su mamá, quien acababa de salir de la clínica. Juana se lo cuenta a su marido, quien muy enojado y café de por medio le responde.

—Yo sé quién es esa maestra, Adriana Ricagnani. Sé lo que hizo y sé que es montonera. También sé dónde vive…

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Una tarde de agosto del mismo año, los Pretti vuelven de un paseo. Milton, Juana, Sergio, Ana, Damián y Adrián.

—Ya saben, ustedes no se muevan del auto hasta que les avise. Yo bajo primero y miro si podemos entrar a casa. Cuando bajan, fíjense si sienten olor a gas. Los subversivos me están buscando y siempre ponen bombas “cazabobos” en las entradas de las casas como la nuestra. Ustedes tienen que estar muy atentos.

Juana y sus hijos asienten con la cabeza.

Milton baja del auto, mira para todos lados: no hay moros en la costa. Le hace una seña a su esposa para que baje con sus cuatro hijos y todos entran a la casa corriendo.

—Papi, no hay olor a gas- afirma Ana.

—Quedate tranquila hija -le contesta Milton- Hoy la guerrilla no me encontró.

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Ana Rita ya es una adolescente de 15 años y tiene novio. Cuando se enteran del estreno de la película La Noche de los Lápices, deciden ir a verla juntos. Al salir de la sala, se siente afligida. Lleva consigo la convicción de que la historia que contaba el film era la historia de su papá.

Esa noche, en la enorme casa de los Pretti, cuando todos parecen dormir, Ana se despide de su noviecito, besándose en el patio del fondo. Milton los escucha desde su habitación y sale en calzoncillos para retarlos.

— ¡No es suficiente con no ser una puta, tampoco hay que parecerlo!

— ¿Vos qué me podés decir a mí? ¡Si vos sos un torturador!

En ese mismo momento Ana recibe la descarga de su padre: una violenta piña en la boca. Su novio, aterrorizado, sale corriendo por los fondos de la vivienda.

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Ya por el año 1991, Ana milita para la organización barrial Marabunta. En septiembre, junto a sus compañeros de militancia y a otras agrupaciones de distinta clase, se hace presente en una manifestación por la falta de presupuesto en educación. Allí están Quebracho, MST, entre muchos otros. La Policía Federal “custodia” a los manifestantes. Ana vuelve a su casa al finalizar la movilización, casi de madrugada y Milton la está esperando.

—Ya sé que estás militando y también que sos de Quebracho. Me lo dijeron mis amigos.

—Yo no soy de Quebracho. Avisale a tus amigos informantes que te pasaron datos truchos.

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Ana tiene más de 20 y vive con sus compañeros de la facultad en Adrogué. Estudia periodismo en la UBA y no trabaja. Su padre la ayuda económicamente con la Universidad y sus necesidades básicas. Un lunes como cualquier otro, Milton llega a la casa de su hija, que en ese momento está sola y le pide charlar con ella. Le quiere contar algo. Ana abre la puerta y accede con cierto recelo a conversar. Prepara el mate y ambos se sientan a la mesa. Milton comienza a contar una de sus tantas historias.

—Entramos a la casa de unos subversivos. Había una mujer y su hijo, un bebé de dos años. La madre saca un arma y le dispara al nene. Después se toma una pastilla de cianuro. Pero el bebé estaba vivo, así que le di el tiro de gracia para matarlo.

—Listo. ¡Esta es la última vez que vos me hacés esto! ¡Te voy a pedir una pericia psiquiátrica y vas a ir preso!

Ana le contesta y Milton agrega:

— ¿Cómo que vas a pedir una pericia psiquiátrica? ¿Y qué les vas a decir?

—Lo que me contaste, ¡que mataste a un nene! Y para contarlo y que no se te mueva un pelo, es porque evidentemente no estás bien.

—Pero si yo nunca te dije que hice eso.

—Andate de mi casa. Esta es la última vez que intentás hacerme  cómplice de tus perversiones. ¡Andate! -grita Ana con la convicción de que será la última vez que escuchará la voz de su padre.

Y ese mismo día, toma la decisión de cambiarse el apellido, de terminar con la herencia macabra de su padre.

***

Año 2003. Ana tiene 33 y ya hace mucho tiempo que no tiene contacto de ningún tipo con su padre, quien con la salud deteriorada y sintiéndose perseguido se refugió en Spegazzini, en el medio del campo...

Ana vive con su pareja en su barrio de siempre, Temperley. El proceso por su cambio de apellido aún está en trámite.

El 11 de abril de ese mismo año, Ana Rita supo que jamás iba a decirle a su padre lo que tanto deseaba: que se cambia el apellido para desligarse de todo el horror. Ese día, Milton se descompone y muere en la calle, a los 72 años, cuando va caminando hacia la casa de un amigo.

Pocos meses después, en agosto, recibe su nuevo DNI: Ana Rita Leonor Vagliati. Lleva el apellido de su madre.

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Hoy tiene 44 años. Es Licenciada en Ciencias de la Comunicación, vive en la misma casa de Temperley. Está dedicada a la militancia de base en su barrio, es docente y ayudante terapéutica para personas en recuperación de las adicciones. Vive sola y desde hace varios años no tiene trato con su hermano menor. Adrián jamás le perdonó el cambio de apellido.

Valentín Milton Pretti, alias Saracho (que era el nombre de guerra que usaba en los centros clandestinos de detención), es el papá de Ana Rita. Policía bonaerense. Compañero de “trabajo” de Ramón J. A. Camps, Jefe de la Policía Bonaerense; del Comisario General Miguel Osvaldo Etchecolatz; del cabo 1º Norberto Cozzani y del médico policial Jorge Bergés. Todos integrantes de la última dictadura militar. Ellos eran los amigos que Milton recibía asiduamente en su casa. Etchecolatz (Miguel) le hacía caballito a Ana cuando tenía 4 años.

Cuando iban de paseo a tomar helado a lo de Coti Martínez, en realidad su padre iba a trabajar. Coti era una sigla que significaba Comando de Operaciones Tácticas I de Martínez, donde Milton era el jefe. Allí funcionaba un centro clandestino de detención.
La madre de Rita tenía delirios místicos, en gran parte causados por la información que recibía de su esposo quien muchas veces la sometía a  situaciones de pánico. Ella murió en 1998.

Sergio, el hermano mayor de Ana, también es ayudante terapéutico de personas con problemas de adicción, está casado y tiene 3 hijos. Damián, otro de sus hermanos tiene su propio negocio y formó su familia. El más chico de los Pretti, Adrián, también está casado, con hijos y vive en la casa de atrás de Ana, pero no tiene relación de ningún tipo. Llevan varios años sin hablarse.

La maestra Adriana Ricagnani fue perseguida durante dos años por Milton Pretti y colaboró activamente en la causa para que Ana Rita logre su cambio de apellido.

Pablo, el joven barbudo que vivió unos meses en casa de los Pretti, cuyo nombre fue cambiado en esta crónica para proteger su identidad, había estado secuestrado en el Pozo de Banfield, otro famoso centro clandestino de detención durante la última dictadura argentina. Era el hijo de un amigo de Milton, por ese motivo decidió resguardarlo en su casa, donde no corría peligro.